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Colombia, un país de cuentos


Difícil insistir de nuevo en que, para el Gobierno, Colombia es más un cuento que una realidad. La última versión la da Planeación Nacional con el Plan Nacional de Desarrollo ‘Todos por un nuevo País’, deja dudas sobre sí es un cuento que él mismo se cree, o si lo que trata es de vendérselo a los demás.

Conocido es el de la lechera que va con su jarro en la cabeza a vender la leche que le regaló la vecina y mentalmente hace sus cuentas: ‘con lo que venda compraré una marrana y esa me parirá cinco marranitos; con el producto de ellos podré tener mi propia vaca; y con las tres jarras que me dé podré repetir el negocio y tendré tres vacas; y así pronto tendré un pequeño hato…’ y pensando en eso se puso tan feliz que pegó un salto se le cayó y rompió la jarra derramándose la leche.

Pensaría uno que en algo parecido puede estar el ejecutivo, al calcular que para este cuatrienio espera haber prácticamente resuelto el problema de infraestructura con la construcción de 1300 kilómetros de carreteras de doble calzada (por lo menos cinco veces más de lo que hizo en el anterior); que espera que la productividad se duplique (no logró ni siquiera aumentarla en el primer mandato); que el campo sea el que más se beneficie (cuando hasta ahora solo la industria ha sido más perjudicada por el modelo extractivista en que nos montaron); que va a entregar el país más educado de Latinoamérica; o que al final del periodo el ingreso per cápita será de 10.943 dólares (cuando de los 8.300 dólares de diciembre del 2013 que se tomaron como referencia hoy vamos en menos de 7.500). 

La caída del precio del petróleo nos representa no solo un mucho menor ingreso, sino la consecuente disminución del interés en explotar el crudo pesado, que para nosotros se acompaña de menor atractivo para la inversión y para la producción. 

Es mala suerte el momento de la proclama de este Plan de Desarrollo, pero, como la lechera, el gobierno, en vez de corregir el paso, en el momento parece estar saltando de alegría. 

Ni en las promesas de los ministros, ni en las declaraciones del presidente se siente un reconocimiento de una crisis, o por lo menos de algo que va contra las previsiones optimistas con las que han trabajado.

Y eso nos lleva a otro cuento, el del ‘pastorcito mentiroso’, solo que con una variante local. El original era el del niño que cuidaba las ovejas y por divertirse gritaba ‘el lobo… el lobo’ para que los vecinos salieran corriendo a ayudarlo a defender su rebaño, cuando esto era mentira; claro, cuando de verdad apareció el lobo nadie le creyó.

La modalidad inventada por nuestro gobierno es que la mentira no consiste en avisar de un peligro inexistente sino lo contrario: nos anuncian bondades y milagros para hacernos creer que estamos en una bonanza nunca antes vista. Infortunadamente, lo malo no es que lo que tanto proclaman en algún momento resultara cierto (ya a que eso sería lo bueno), sino que el escepticismo y la falta de credibilidad que afectó al pastorcito ante sus vecinos la comienza a tener el Gobierno ante los colombianos.

Y la consecuencia es que lo que realmente es positivo en su gestión y para lo cual hasta cierto punto había logrado la movilización y el respaldo de la mayoría de la ciudadanía, es decir el Proceso de Paz, empieza a ser visto ya como una realidad dudosa y, ante los ataques de la oposición uribista, hasta inconveniente.

Bien harían las autoridades en mostrar la realidad de los otros problemas que tendremos que enfrentar y pintarnos menos palomitas de oro; porque, si en lo que dice sigue perdiendo credibilidad (y no es la presentación por Simón Gaviria lo que ayudará), podemos caer en que de verdad las conversaciones de La Habana terminen siendo el cuento de nunca acabar.

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Por: Juan Manuel López | noviembre 19, 2014
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