Es desolador comprobar el enorme número de personas que se niegan a ver, oír o reconocer las evidencias de la barbarie diaria, fruto de la profunda degeneración moral de Israel y sus políticas extremadamente racistas, ostensiblemente criminales, insultantemente impunes; es más desolador aún comprobar esta actitud de huida en las personas más próximas que se consideran de izquierdas y preocupadas por los derechos humanos.
Hasta qué punto el cinismo de los medios, que desinforman e intoxican, es cada vez mejor recibido por una población que ya tiene bastante con sus problemas diarios y agradece las mentiras que se les sirve en bandeja, para desentenderse, es una incógnita que se extiende ante nosotros como parte de la desolación por desvelar.
¿Dónde queda la utopía de un proyecto de humanidad, de un ideal de humanidad en el que participar, aquel que tejió una vez la juventud cuando no tenía nada que perder? ¿Dónde quedan las sensibilidades heridas por las atrocidades nazis, o las sólo medio-heridas por las “lejanas” atrocidades de Ruanda?
¿O hemos decidido quizá, cuando las tecnologías iban por fin a suprimir las distancias, que no hay mejor protección que la ignorancia que nos aleja de lo incómodo?
¡Bienvenidas entonces las mentiras oficiales que sonríen desde los televisores y nos procuran dosis adecuadas de humanitarismo haciéndonos llorar por un perrito ahogado en un pozo de Estados Unidos!
O quizá ocurra que en diversas medidas, hemos sido entrenados para aceptar que cuanto sobrepasa inconmensurablemente nuestra capacidad de asimilación, es sagrado- y lo sagrado paraliza- incuestionable cuestión de fe, como las informaciones trileras que nos adoctrinan.
Sagrado como las ingentes matanzas de impíos que mostraban los viejos testamentos, hoy tan remozados y tan nuevos aquellos testamentos, tan ejemplares; tan pobres como siempre hoy los impíos, tan desinformados de su condición, tan perplejos, tan humildes y lejanos, tan en los huesos, tan encerrados en la obscuridad informativa de África o en los guetos bombardeados de Oriente Medio.
Tan lustrosos nosotros y nosotras en nuestra inercia de lamentos ombligocéntricos, tan víctimas, un poco más acá de aquellas líneas que nos protegen y separan; más imprecisas, más obscuras, más lejanas, cuanto más inmensa es la riqueza confiscada que fluye hacia los rascacielos
¡Y de repente el Ébola! ¡Las lupas de occidente que buscan, para taponar de urgencia, posibles grietas de posibles fugas de posibles apestados!
Las zonas de la inexistencia son nombradas entonces, con el nombre de un virus, y aparecen de repente los países olvidados en los mapas de los medios que mediatizan, nombres que representan nuevas amenazas superpuestas, fantasías de nuevos muros, contenedores de nuevos, improbables éxodos.
El Ébola ¡oportunidad divina para acrecentar, aún más, el ensordecedor silencio, sobre las barbaries de quienes se proclaman los dueños del mundo! Ocasión perfecta para volver a amplificar del lloriqueo “ancestral” de Israel que aleja la atención sobre cada una de sus violaciones y masacres.
El Israel soberbio y consentido, como el niño monstruoso que pisotea hileras de hormigas, o prende fuego el orfelinato, como actos de un mismo derecho, sabiendo que si alguien osara reprenderle chillará y chillará hasta que sean castigados “los culpables”.
Más temible que el Ébola en Occidente, entre nosotros y nosotras es la terrible propagación de ese virus de degeneración moral que ellos fabrican, miman y propagan en sus sinagogas, en sus escuelas, en sus parlamentos, en sus hogares patriotas, en los parlamentos comprados de otros países, en los comprados medios de comunicación del mundo.
Los medios que nos transmiten, con su incesante silencio, que la masacre de Gaza no ha existido o fue en tiempos tan remotos que ya todo prescribió ¡Que nadie ose pensar que persiste el bloqueo de un inmenso gueto, entre escombros, donde miles de heridos mueren lentamente ante las ruinas de los hospitales demolidos¡
Que nadie ose pensar que persiste el hambre y el desabastecimiento y aumentan las familias diezmadas, separadas, por muros y alambradas y por encarcelamientos indefinidos, sin juicios posibles porque el delito es ser palestino, palestina, o haber desafiado un tanque, arrojándole una piedra; o el delito es ser madre y resistirse a los soldados que intentan arrebatarle un hijo terrorista de cinco años!
¿Y fuera de Gaza, en los muy escasos jirones que van quedando de lo que fue Palestina? ¿Qué nos cuentan los medios que mediatizan? ¿Qué nos cuentan de los asesinatos casi diarios, preferentemente de niños y niñas?
¿Qué se nos dice de las patrullas omnipotentes, omnipresentes, de colonos armados como rambos que atemorizan, que disparan, que hieren y matan, impunemente, bajo la mirada laudatoria del ejercito ocupante? ¿Qué se nos dice de sus quemas de huertos?
¿De sus diarias demoliciones de casas? ¿Del imparable crecimiento de los asentamientos? ¿De la incautación y desvío de sus manantiales? ¿Qué se nos informa de los ataques diarios, dentro de Israel, a la población palestina, de su prohibición de compartir autobuses con israelíes? ¿Asistimos al nacimiento del Cuarto Reich, qué papel desempeñará en él la desoladora ciudadanía de bien, fascinada por los medios?
Y aún así Gaza sobrevive porque cada uno de sus torturados habitantes es un héroe, una heroína, que aún confía en que la humanidad no ha encontrado todavía su fin, si entendemos por humanidad la capacidad de resistencia a cuanto nos convierte en monstruos: como quienes les asedian en directo o les apoyan desde fuera o simplemente callan por calculada conveniencia.
Humanidad que es quemada cada día, rehecha cada día. El enemigo no es Israel en su totalidad donde existen también héroes y heroínas profundamente avergonzadas del devenir del sionismo, que se juegan la vida diariamente, que renunciaron hace mucho a su comodidad personal, para combatir la epidemia del país que tergiversa, borra y reinventa la historia, la Biblia, la más elemental ética. Afirmaba Ilan Papé: “La mayoría de los sionistas no creen que exista Dios pero sí que les prometió Palestina”.
Heroísmos de minorías que nos muestran que jamás dejó de existir lucha desigual, ni proyecto humano, realmente fácil, hoy que un Cuarto Reich avanza, como invisible, por las aceras de nuestras calles y espera paciente bajo la suavidad de nuestras almohadas. Hoy que la nazificación de Israel necesita de Occidente para llevar a cabo su Gran Proyecto.
Ilan Pappé, Guideon Levy, Shlomo Sand, Amira Hass, International jews anti-sionist network, Nurit Peled-Elhanan, Avraham Burg, Uri Avnery, Holocaust survivors, Noam Chomski... son algunos de los nombres imprescindibles que persisten en su elección ética, aunque por ello tengan que vivir bajo la violenta descalificación y la incesante ira.
En la batalla por la dignidad humana, además de nuestras propias actitudes, tenemos medios activos para combatir. Surgido desde Palestina, apoyado por cada una de las personas de Israel que aún creen que otro mundo debería ser posible, surgió el movimiento BDS (Boicot, Desinversión, Sanción).
Su antecedente funcionó contra el apartheid de Sudáfrica.
El BDS se ha ido extendiendo, imparable, desde el momento de su creación: boicot a los productos fabricados en los asentamientos ilegales, a las empresas que se lucran con su apoyo, boicot a los representantes y defensores de las políticas de Israel, a sus embajadores de muy diversa índole -en la frenética campaña por lavar la cara ante el mundo- boicot a las instituciones académicas que apoyan, sin excepción, el derecho a la barbarie.
Actualmente el sionismo tiene muchos más cómplices que aquel régimen segregador de Sudáfrica, pero no es inmune a la suma de las decisiones y los actos de una buena parte de la población mundial.
Cuenta cada pequeño paso, cuenta por Palestina, cuenta por Israel, cuenta por cada uno de nosotros y nosotras, por las comunidades que formamos, abocadas acríticamente a abrazar los dudosos valores de la insolidaridad y el nazismo.
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