Todas las noticias que llegan de Afganistán son deprimentes, parece como si el país estuviera hundiéndose día tras día en el caos más absoluto. El nuevo Presidente, Ashraf Ghani, es un buen hombre, con ideas progresistas para su pueblo, pero se ha hecho cargo de un país destrozado por más de una década de guerra y una corrupción olímpica.
Uno de los peores desarrollos ha sido el enorme incremento en la producción de la amapola del opio que, según las Naciones Unidas y John Sopko, el Inspector General Especial de EEUU para la Reconstrucción de Afganistán, ha alcanzado hitos “sin precedentes”.
Puede decirse que Sopko, la persona menos popular en el Washington oficial (y, por tanto, en función de eso mismo, un hombre honesto), le dijo al Secretario de Estado John Kerry y al Secretario de Defensa Chuck Hagel que “el reciente nivel de record del cultivo de adormidera pone en duda la eficacia y sostenibilidad a largo plazo de los anteriores esfuerzos [para controlar y reducir la producción]”. Pero los “anteriores esfuerzos” de EEUU y otras fuerzas extranjeras en Afganistán han sido tan deficientes como absurdos. Si la catástrofe no fuera tan grave, sería algo hilarante.
El Departamento de Estado le replicó a Sopko diciendo: “El cultivo de adormidera se ha desplazado esencialmente de las áreas donde la presencia del gobierno cuenta con amplios apoyos y la seguridad ha mejorado, hacia zonas más remotas y aisladas donde la gobernanza es débil y la seguridad inadecuada”, lo cual es tan engañoso que roza la mendacidad.
Después, el Departamento de Defensa llegó mucho más lejos aún por el camino del desvergonzado intento de eludir culpas declarando que: “En nuestra opinión, el fracaso en la reducción del cultivo de adormidera y en el aumento de su erradicación se debe a que el gobierno afgano no apoya esos esfuerzos”.
Mr. Sopko nos aporta la información de que en 2001-2003, EEUU gastó más de 7.000 millones de dólares en programas antidroga en un país que en estos momentos produce el 80% del opio del mundo.
Durante los trece años de frenético despilfarro de dinero, EEUU hizo en efecto varios intentos por controlar la producción de la droga, y hace exactamente siete años relaté cómo y por qué esos esfuerzos estaban condenados al fracaso.
Aquí va una versión reducida (no “redactada”) del artículo con algunas cifras explicativas que figuran entre corchetes:
El mundo plano de la droga (13 octubre 2007)
¿Han oído hablar Loren Stoddard? Sería mejor que siguieran sin saber nada del personaje, pero para aclararles cuán absurdas y desastrosas son las políticas de Washington en Afganistán, es conveniente que consideremos su actuación. El Bush de Washington es un ejemplo del ignorante en muchas cosas, y el Stoddard de Kabul viene a continuación como ejemplo del sujeto magníficamente desinformado en todo lo relativo a Afganistán.
A pesar de su falta de conocimientos sobre el país, sus costumbres y su cultura, a Stoddard le han nombrado director del programa de la USAID (siglas en inglés de la Agencia de EEUU para el Desarrollo Internacional) en Afganistán. Antes de esto, “ayudó a Wal-Mart a introducirse en Centroamérica” cuando era el Supremo de la USAID en esa desafortunada región. Así pues, ya lo creo que está cualificado para dirigir los proyectos de la ayuda estadounidense en un país del que ignora prácticamente todo. Prepárate, Wal-Mart, para sacar ventajas de tu devoto admirador.
De una forma muy irónica, David Rohde, del New York Times, informaba que “El miércoles [21 agosto de 2007], Stoddard y Rori Donohoe, el director del Programa de Medios de Vida Alternativos de la USAID en el sur de Afganistán, asistieron al primer ‘Festival Agrícola de Helmand’. El evento, que costó 300.000 dólares, financiados por EEUU en Lashkar Gah [45.000 habitantes], era un raro cruce entre la feria de un condado del medio oeste estadounidense y un bazar centroasiático, y se concibió para mostrar a los afganos que había alternativas a las adormideras”.
El director de la oficina antidroga de las Naciones Unidas, Antonio María Costa, dijo recientemente [31 mayo 2007] que “la provincia de Helmand está a punto convertirse en el mayor proveedor de droga del mundo, con la dudosa distinción de cultivar más droga que países enteros como Myanmar, Marruecos o incluso Colombia”. Pero no se preocupe, Sr. Costa, el Batman de la USAID, ha llegado volando con su capa y sus relucientes ojos, con Robin Donohoe a su vera, para llevar la cultura antidroga de Washington a los admirados ciudadanos de Lashkar Gah.
El dúo de fatuos Stoddard y Donohoe “llegaron y se pasearon por el festival rodeados de tres hombres, británicos y australianos, del equipo de seguridad que iban armados con rifles de asalto. ‘¿Quién ganó la vaca, quién ganó la vaca?’ gritaba Stoddard, de 38 años, un corpulento ex representante de comestibles de Provo, Utah. ‘¿Fue un chico o una chica?’ Una vez que los afganos empezaron a bailar al son de la música tradicional de tambores y flauta, Donohoe, de 29 años, de San Francisco, se unió brevemente a ellos”. (Conociendo un poco a las tribus de la región puedo imaginar su reacción ante ese conato de actividad intercultural.)
La frase “fue un chico o una chica” utilizada por el sofisticado Stoddard es sólo un ejemplo de su profunda ignorancia del país en el que dirige una agencia responsable de miles de millones de dólares de los contribuyentes estadounidenses, de los cuales desperdició 300.000 en un jolgorio inútil.
Si Stoddard imagina por un segundo que las mujeres de Lashkar Gah en la provincia de Helmand (o de cualquier otro lugar en Afganistán) pueden tener vacas en propiedad, está loco. Si piensa que una mujer puede participar en una rifa para ganar una vaca (“se rifaron un generador, una vaca y una cabra”), está demostrando tan absoluta carencia de conocimientos de las costumbres regionales que sólo cabe ofrecerle una profunda compasión. No había mujeres en el absurdo ‘Festival’ de Stoddard. Las mujeres no acuden a las reuniones sociales en Afganistán. Stoddard ni siquiera sabía, obviamente, que la esposa del Presidente de Afganistán, que es doctora, no aparece en público.
Y lo irrisorio no es sólo la ignorancia de Stoddard acerca de las costumbres nacionales afganas. “Hizo referencia a ferias agrícolas financiadas por los estadounidenses, a la introducción de cosechas legales bien pagadas y a la planificada construcción de un nuevo parque industrial y aeropuerto como prueba de que estaban creándose alternativas a los cultivos de adormidera”.
Ese hombre vive en las nubes. ¿Un parque industrial? ¿En una provincia en la que apenas hay electricidad y no tiene infraestructura comercial de ninguna clase? Debería perdonársele a uno que imaginara que Stoddard debía haber estado inhalando productos que le habían transportado a un umbral de alta credulidad.
No hay cosechas legales “bien pagadas” en la provincia de Helmand. Se exportan algunas nueces a los países del Golfo, pero, por lo general, la gente cultiva las plantas necesarias (trigo, cebada, fruta, verduras) para su propio sustento y para vender un poquito a sus vecinos, y utilizan la mayor parte de sus campos para cultivar adormidera porque los señores de la guerra y los criminales (muchos de los cuales son ministros del gobierno) la pagan razonablemente bien.
Sin duda que algo del dinero acaba en manos de los malvados y asquerosos fanáticos religiosos talibán que se mueven entre Pakistán y Afganistán, matando a su antojo y volándose a sí mismos por los aires con asesina futilidad; pero el dinero de la droga no tiene que ver con las causas de la insurgencia como nos quieren hacer creer quienes aspiran a confundir las mentes. Los miles de millones de dólares (no sólo millones; estamos hablando aquí de dinero real) [2.000 millones de dólares en 2012; 3.000 millones en 2013] que salen de las adormideras afganas van a parar a los brutales señores de la guerra afganos y a los generales del ejército afgano; a muchos miembros del propio gobierno del Presidente Karzai (algunos de ellos son brutales señores de la guerra y generales); a los uzbecos, pakistaníes, iraníes, tayicos, turcomanos y, cada vez más, a los intermediarios chinos de etnia Han del oeste de la República Popular de China (esto le crea a China un gran problema); a las tribus pakistaníes que han estado haciendo contrabando de droga desde que ésta se inventó; a los rufianes independientes de todo tipo y, sobre todo y son los que más se lucran, a los criminales occidentales que parecen inmunes a todos los esfuerzos de las agencias policiales británicas y estadounidenses para ponerles tras las rejas.
Dentro de Afganistán, el hedor de la corrupción de la droga es tan obvio y catastrófico como lo es en Londres o Nueva York. Pero en Afganistán nadie va a sacarle la alfombra bajo los pies a los sinvergüenzas.
El esfuerzo antidroga en Afganistán es una farsa. En aquel momento [octubre de 2007], se hablaba de fumigar desde el aire para erradicar la cosecha de primavera del año siguiente. Desde luego, eso beneficiaría a los insurgentes que ya han convencido a gran parte de la población afgana de que la ocupación de las fuerzas extranjeras es sencillamente una repetición de los años en que las tropas de la antigua Unión Soviética salían a bombardear los pueblos.
Si las naciones con tropas en Afganistán fueran serias en el propósito de erradicar el narcotráfico, deberían echar mano de sus mejores cerebros (lo que automáticamente excluye a Stoddard) y elaborar un plan que sea factible (no un fatuo “paquete perfecto” [la frase de la USAID de aquel momento]) para erradicar la adormidera, meter en la cárcel a los matones de la droga e introducir indemnizaciones controladas. Eso sí, todo vale para culpar a los afganos por producir, adormidera, opio y heroína. Lo que están haciendo es satisfacer la demanda del mercado. Después de todo, no habría producción de droga en Afganistán si no fuera un mercado muy bienvenido en el próspero Occidente amante de las drogas. El mundo de la droga es muy plano, en efecto.
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Ese era el estado de la producción afgana de drogas en 2007. Y según hemos escuchado en 2013 a la ONU y al admirable Sopko, desde entonces ha aumentado en proporciones de escándalo. Pero, ¿va alguien a rendir cuentas por el despilfarro de 7.600 millones de dólares del dinero de los contribuyentes estadounidenses? ¿O –mucho más importante- por las vidas de todos los miles de soldados que han muerto o se quedado minusválidos por nada en la horrible e inútil guerra afgana?
En cuanto a todo esto último, ya pueden esperar sentados.
Brian Cloughley es escritor y periodista, especializado en temas de defensa del Sur de Asia. Vive en Voutenay sur Cure, Francia.