Pablo Gonzalez

Nicaragua: Los caídos de abril del 54


Este relato es parte de las Memorias del doctor Arturo J. Cruz Porras, donde se cuentan los sucesos de la rebelión del 4 de abril de 1954 

La generación de los revolucionarios caídos en abril de 1954 fue exponente de la devoción en el ideal y del sacrificio en la lucha. Con más entusiasmo que ciencia militar, tomaron un rifle y cuatro cartuchos de parque contra fuerzas que disponían en abundancia de todo lo que ellos carecían en estrategia, tropas, armas, municiones y logística. 

Fueron románticos del honor, voluntarios de siempre. Si bien no lograron objetivos inmediatos la secuela política de su gesto tendría impacto. 

Murieron bajo una persecución sin precedentes por la magnitud de las ejecuciones del vencido a discreción del vencedor. Un vicio de nuestras guerras civiles de dos siglos. Gobernantes y jefes rebeldes, por igual, osaban suplantar a Dios disponiendo de la vida del adversario derrotado. Nuestro primer jefe de Estado Manuel Antonio de la Cerda fue fusilado en 1828. 

En 1849, en Jinotepe, milicias aliadas de Don Fruto y de Muñoz fríamente arrastraron a un joven fugitivo que deliraba de fiebre para pasarlo por las armas, lancero perteneciente a la falange de Bernabé Somoza que habían derrotado en Rivas. Varias décadas después, de nuevo hubo lágrimas al ser fusilados en la misma plaza prisioneros condenados a esa pena por el Presidente José Santos Zelaya. 

En 1979, en algunos lugares del territorio nacional, milicias sandinistas victoriosas ignoraron los derechos humanos de las tropas vencidas. Una de las víctimas fue el oficial GN Julio Fonseca, a quien mataron a pesar de que mediante rendición negociada les había entregado la guarnición bajo su mando. 

La emboscada de la Contra en la vecindad de San José de Bocay el 28 de abril de 1987 que cobra las vidas de Pablo Rosales, Benjamín Linder y Sergio Hernández es repudiable por cuanto las víctimas —si bien portaban armas para defensa personal en zonas rurales— estaban dedicados a la noble labor del desarrollo comunitario. 

[En julio de 1979 yo era presidente del Banco Central en el gobierno entrante. Hasta siete semanas antes de abril 28 de 87 fui miembro del directorio político de la Contra. No rehúyo cualquier corresponsabilidad en ambos casos]. 

El análisis exhaustivo por la historia penetrará hasta el fondo del drama de abril de 1954. En la conmemoración del cincuentenario, fuentes autorizadas aportarán nombres de participantes, lugares, hechos y opiniones.

 Esto será algo que permitirá a las mayorías ciudadanas, que aún no habían nacido o eran niños en 1954, conocer algo del significado del cuatro de abril Mi testimonio es el de un militante de Unión Nacional de Acción Popular (UNAP), una organización política juvenil que si bien en grado limitado, estuvo comprometida. Soy uno de cuatro unapistas que aún vivimos: Emilio Álvarez Montalván, Ernesto Cardenal Martínez, Rafael Córdova Rivas y el suscrito Arturo J. Cruz Porras. Compañeros nuestros ya desaparecidos son Reynaldo Antonio Téfel Vélez, Pedro Joaquín Chamorro Cardenal , Rafael Gutiérrez , Francisco Frixione y Eduardo Rivas Gasteazoro. Algunos estuvieron el sábado 3 en la base rebelde improvisada en la “La California”, así como en Las Sierras el domingo 4. 

Faustino Arellano, propietario de esa quinta probó ser un anfitrión valeroso de la fuerza rebelde, a la cual, a riesgo de su propia libertad o vida, acogió personalmente. De nosotros, los de UNAP, nadie permaneció con ella hasta su desenlace mortal.

 Fuimos más testigos que actores del drama y la consecuencia que sufrimos fue la cárcel para varios miembros por aproximadamente un año y, algunos también perdieron sus vehículos personales, como botín de guerra de los capturadores. 

Se trató de un plan que contó con la participación de diversas fuerzas del espectro nacional. Y que tomó de sorpresa tanto a la Seguridad Nacional como a la Inteligencia de los Estados Unidos, abocada esta última a la preparación del inminente golpe contra el régimen socialista de Jacobo Arbenz en Guatemala.

 Hasta el día de hoy, en UNAP ignorábamos cuál sería la agenda política en caso de triunfar. Únicamente nos enteramos, el propio día de la cita, que el objetivo militar era la fortaleza de la Loma de Tiscapa. 

El líder, jefe del movimiento, Pablo Leal logró el respaldo del presidente costarricense Don José Figueres; aglutinó a líderes conservadores y liberales independientes; oficiales ex- G.N., con la connivencia de compañeros en servicio; varios paladines de la Legión del Caribe, centroamericanos y caribeños; y, voluntarios civiles dentro del país. 

El núcleo rebelde, procedente de Costa Rica, con la ayuda de aliados internos, realizó la proeza de cruzar clandestinamente el Gran Lago en una lancha hasta una hacienda en la costa occidental lacustre. Luego, por tierra, viajó bajo peligros un gran trecho que atravesaba Managua, teniendo la Casa Presidencial y cuarteles a la vista, con destino a dos escondites en la carretera sur. Ahí esperaron más de un par de días a que se les uniera el frente interno. 

En el grupo venían, con Pablo Leal, el legendario coronel ex G.N. Manuel Gómez, el ex cadete Luis Felipe Gabuardi Lacayo, los oficiales ex G.N. José María Tercero Lacayo, Rafael Choiseul Praslin y Amadeo Baena. Asimismo, figuraron Luis Morales Palacios, Edgard Gutiérrez, Jorge Rivas Montes, Humberto Reyes, Obtasiano Morazán, Francisco Caldera, Amado Soler, Miguel Reyes Ramírez, Francisco Madrigal, Ernesto Peralta, Eduardo Granillo. 

Desde que tocaron tierra, no se les apartaron Adolfo Báez Bone, Fernando Solórzano Chamorro, Humberto Chamorro, Tito Chamorro Zink, Julián Salaverry, Rafael Cabrera Chamorro, Emilio Stadthagen Vogel, Manuel Álvarez Henríquez. Entre los conservadores que se hicieron presentes en La California estaban don Carmen Ruiz y sus hijos Juan y Bayardo, Edmundo Campos, Gonzalo Ruiz y Luis Báez Bone, hermano de Adolfo. 

Carlos Ulises Gómez y otros oficiales ex-G.N. que se unieron a la causa fueron Joaquín Cortés, Manuel Agustín Alfaro y Manrique Umaña. Entre los oficiales en servicio activo que conspiraron se encontraban Adolfo Alfaro, no obstante ser casado con una sobrina del presidente Anastasio Somoza García, Gustavo Zavala y Guillermo Duarte. 

Cayeron en sospecha, siendo encarcelados y torturados, los oficiales Víctor M. Silva, Jorge Cárdenas y Guillermo Aburto. 

De los políticos, se asilaron Fernando Agüero y Ernesto Solórzano Thompson. Cayeron a la cárcel los liberales independientes Carlos H. Montalván y Enrique Lacayo Farfán, así como su amigo Lizandro Ramírez. También varios notables conservadores por todo el país, como Joaquín Zavala Urtecho y Horacio Rappaccioli

El gobierno incluyó entre los detenidos a don Domingo Sánchez, líder socialista de conducta ciudadana pluralista, pero siempre que había amagos de sedición lo echaban preso para darles un cariz de que los comunistas están metidos. 

Indudablemente, con excepción del gobierno y de la embajada americana toda Managua estaba enterada del complot. 

Pasaron visitando en La California a Pablo Leal: Joaquín Cuadra Chamorro, Luis Pasos Argüello y Chico Zamora. Por Francisco Ibarra Mayorga llegarían a ofrecer recompensa por su captura. 

El caudillo conservador, General Emilio Chamorro se comprometió a poner 300 de sus correligionarios para el ataque planeado. Sin embargo, a la media noche del sábado, el estado de fuerza total alcanzó apenas 98 individuos. Ahí empezó el desastre. La frustración en el rostro de Carlos Ulises Gómez subrayaba la tragedia que esperaba a este valioso joven ingeniero, quien por compromiso de honor se quedó hasta el final. 

Thomas Whelan, embajador americano, comentaría, sarcásticamente: 

“Too many Indian chiefs and very few Indians”. (Demasiados jefes y muy pocos soldados). 

Antes de retirarnos, esa noche, Pedro Joaquín, Reynaldo, Ernesto y yo, presenciamos las deliberaciones de los jefes rebeldes sobre cómo hacerle frente a la situación desesperante. 

Jorge Rivas-Montes habló primero, militar hondureño dotado de una personalidad impresionante, propuso ocultar el grueso del armamento y con el resto equipar escuadras que hicieran fuego de hostigamiento a la Loma de Tiscapa y otros cuarteles, antes de asilarse en embajadas seleccionadas de previo. 

Adolfo Báez Bone no aceptaba otro fiasco como el sufrido en mayo de 1947 que aún estando la oficialidad de la Guardia Nacional comprometida a evitar el golpe de Estado contra el Presidente Argüello prevalecieron la astucia y voluntad del hombre fuerte.

 De más de seis pies de estatura, su espíritu indómito, pero necesitando de un bastón para apoyarse, debido a fiebres padecidas en una gravedad, consecuencia de dos años en prisión. 

Adolfo, con vehemencia, expuso su proyecto alternativo: montarle una emboscada al Presidente y su fuerte comitiva militar. Proponía hacerlo en la recta que forma la carretera sur en el kilómetro dieciocho. [Adolfo pondría la emboscada pero el hombre no pasó. Varió su rutina dominical, en vez de ir a Montelimar buscó el rumbo opuesto para ver sus nuevos caballos finos en Las Mercedes]. 

El día siguiente, domingo, por la mañana, hablé con Adolfo por última vez . Se encontraba entre matorrales, en posición prona, el arma en el suelo, a su lado derecho y el bastón en el lado opuesto. 

Hablamos sobre la familia por largo rato. Al final, fue comprensivo al escuchar las razones que invoqué para no quedarme. No alcancé a tener la entereza: que yo tenía miedo de enfrentar una muerte que yo estaba seguro nos esperaba inexorablemente. Él, con la mayor nobleza, en voz alta autorizó mi salida, llamando al compañero Juan Ruiz que estaba encargado de la avanzada . Y me despidió con una frase, expresión de su lealtad a sus amigos y sus causas, aún estando a punto de ir hacia su propia muerte: 

—¡Me sentiría realizado si tan sólo hubiera podido capturar las armas que se encuentran en el aeropuerto para mandar a botar a Jacobo! 

En los días siguientes, aviones militares sobrevolaban la zona caliente que formaban el sur del Departamento de Managua, Carazo y el occidente de Masaya. Lanzaron papeletas con las fotos de Adolfo, Luis Gabuardi, Chema Tercero, Choiseul Praslin, Paco Ibarra y de otros fugitivos ofreciendo “diez mil córdobas por la captura de estos forajidos”. 

Eduardo Avilés, veterano conservador, nos relataría a sus compañeros de celda una experiencia que vivió en momentos críticos. 

El domingo 4, después de medio día, los frustrados revolucionarios tomaron la decisión de tratar de escapar hasta la frontera sur. Algo que requería de un milagro por encontrarse ésta muy distante en una carretera transitada, especialmente fines de semana, y que pasa por Diriamba, Dolores, Jinotepe, Nandaime y Rivas antes de llegar al puesto fronterizo de Peñas Blancas.

 A Eduardo le asignaron la tarea de conducir el vehículo delantero. Antes de partir, el jefe del grupo al que le tocó transportar, le dio instrucciones tajantes: “Yo no conozco Nicaragua y por eso usted tiene la obligación de ponerme en aviso al acercarnos a las residencias de los hijos de Somoza García. Sé que están en la ruta que llevamos. Los vamos a capturar”.

 Quien así hablaba era nada menos que Jorge Rivas Montes, de valentía probada. Sin embargo, Báez Bone llamó a un aparte a Eduardo y fue enfático “Jorge me ha dicho de sus planes de capturar a los Somoza Debayle y yo estoy opuesto porque en esas casas hay mujeres y pueden encontrarse los niños de mi amigo Luis Pallais Debayle”. [ Rivas Montes y Báez 

Bone pertenecieron a la Legión del Caribe, y fueron compañeros en las fuerzas de Figueres en la guerra civil costarricense de 1948]. Eduardo, acatando el pedido de Adolfo, pasó sin decir nada frente a las quintas. A los pocos minutos, se produjo un tiroteo que cobró las primeras dos víctimas de abril, policías que en cumplimiento de su deber habían ordenado al convoy detenerse para su inspección. El ruido de sus propios disparos hizo entrar en pánico a los fugitivos, comprendiendo que quedaban descubiertos. Se desparramaron a ambos lados del llano de Pacaya, colindante con la carretera . Unos buscaron los cafetales de Carazo, otros los bosque secos vecinos al Pacífico. 

Tres días más tarde, Luis Pallais Debayle, primo hermano de los hijos del presidente Somoza García, rompió barreras para llegar hasta su amigo prisionero Adolfo Báez Bone, ya prisionero, quien le pidió llevarle una imagen religiosa a su esposa. 

El día que asesinaron al Presidente Anastasio Somoza Debayle en el Paraguay, no celebré. Más bien, recordé que una noche en Semana Santa de 1954 yo había comparecido ante él, siendo su prisionero. 

Asistiéndole en el interrogatorio estaba un oficial, guardia antiguo, de alma y mirada siniestras que había mostrado gran celo en la persecución de los rebeldes, ansioso de “ganar puntos”. 

El coronel Somoza Debayle, jefe del Estado Mayor del Ejército, aún no cifraba los treinta años de edad. Westpointer, disponía de los medios para disfrutar la vida, sin embargo, sus circunstancias le privaban de gozar la felicidad propia de su juventud.

 Sin haber alcanzado madurez suficiente tenía poder de decisión que demandaba juicio y serenidad para ejercitarlo sin injusticia. Me recibió con la cólera que se reflejaba en su rostro, preguntándome, airado: —¿Qué te hemos hecho? Estás bien, nadie te molesta, pero estás siempre conspirando contra nosotros. 

En el curso de nuestro intercambio, mi interrogador fue deponiendo su hostilidad. Ordenó que liberaran a mi padre, preso en Jinotepe, y que me soltaran las esposas. Al final del interrogatorio, el ayudante me amenazó con palabras que intimidaban por los antecedentes de quien las pronunciaba: —Bueno, ahora la vas a pagar— Anastasio Somoza Debayle, al escucharlas, desautorizó la amenaza que podrían transmitir. Dirigiéndose a mí pero para que el subalterno escuchara y acatara me dijo: —Si te hubiéramos capturado armado tu suerte podría haber sido distinta, pero ahora no tenés que temer por tu vida. 

En 1954, hubo algunos gestos de grandeza. Silvio González Baltodano, de la patrulla que capturó a los rebeldes en la hacienda “La Chiva” logró que los prisioneros pasaran por el centro de Diriamba, con la esperanza de que si la gente les veía les salvaría sus vidas. Felipe Rodríguez-Serrano, miembro del gabinete, observó con reprobación, que los gendarmes encargados de la custodia obligaban a Pedro Joaquín Chamorro Cardenal a quitarse los zapatos para caminar el largo trecho de la celda a las oficinas de investigación. Bajo el sol bien alto y la temperatura del medio ambiente arriba de cien grados (F) el pavimento incendiaba los pies del prisionero. 

El ministro puso fin a la tortura, regañó a los torturadores y pidió excusas a Pedro. Agapito Fernández, Silvio Lacayo Rappaccioli y Armando Ramírez, que en paz descansen, rescataron, cenizas, fragmentos de huesos y un botón metálico del traje de campaña de Pablo Leal, el cual sirvió para identificar el hallazgo como los restos auténticos de los caídos de abril. 

Bethesda, abril del 2004 

Arturo J. Cruz Porras*
* Ex miembro de la Junta de Reconstrucción Nacional 

El Nuevo Diario 4/29/04

El legado de los héroes del 4 de abril de 1954 

—Ernesto Leal Sánchez— 
Managua 

Hace pocos días, el cuatro de abril recién pasado, se cumplieron 50 años de una de esas gestas generosas, donde patriotas nicaragüenses, impregnados del mayor amor a la patria, ofrendaron sus vidas por Nicaragua. 

Muy pronto, el 29 de este mes de abril, estaremos inaugurando un monumento que se está construyendo en la Loma de Tiscapa, gracias a la generosidad de la Alcaldía de Managua y de personas que han colaborado con la construcción del mismo, a quienes públicamente expreso mi agradecimiento. 

Al mismo tiempo se tendrá una exposición de documentos relacionados con ese pasaje de nuestra historia que todos conocemos como “los sucesos del 4 de abril de 1954”. 

Ese día, un grupo de nicaragüenses decidieron realizar una acción militar para poner fin a la dictadura Somocista, instalada en el poder desde 1936. 

Estos sucesos se produjeron en medio de un panorama marcado por la reelección de Somoza García, luego del llamado “Pacto de los Generales”, que el mismo Somoza había violado. 

Este grupo de patriotas estaba conformado por: Pablo Leal, Agustín Alfaro, Edgard Gutiérrez, Juan Ruiz, Adolfo Báez Bone, Luis Báez Bone, Luis F. Gabuardi, José María Tercero, Rafael Choiseul Praslin, Ernesto Peralta, Francisco Madrigal, Francisco Caldera, Amado Soler, Carlos Ulises Gómez, Juan Martínez Reyes, Optaciano Morazán, Manrique Umaña, Pedro José Reyes, Amadeo Baena, además de la colaboración de hombres como Humberto Chamorro, Pedro Joaquín Chamorro, Julián Salaverry, Tito Chamorro, Joaquín Cortés, Faustino Arellano, y otros muchos más. 

Creo que es fundamental destacar que los objetivos de este movimiento iban más allá del derrocamiento del régimen de Somoza. En el Acta No. 1 de constitución, suscrita el 21 de enero de 1954, documento que estará en exhibición en la Loma de Tiscapa a partir de este 29 de abril, indica lo siguiente (cito:) “que la revolución que se ha venido preparando tiene como fin establecer en Nicaragua un régimen de libertades públicas, de justicia social, de decencia administrativa y de dignidad ciudadana, ... estimulando el desarrollo de la riqueza y de la cultura...”. 

Consecuente con estos propósitos se acordó el lema de “Libertad y Justicia Social: No Reelección”, que vendría a aparecer en todos los escritos oficiales de este movimiento. 

Podemos decir que fue un movimiento profundamente marcado por el ideal de llevar a Nicaragua a la democracia y por romper las arcaicas estructuras caudillistas, que por más de un siglo habían ocasionado la ruina de Nicaragua. 

Podríamos preguntarnos ahora, medio siglo después de aquel sangriento abril de 1954, ¿cuál ha sido el legado de estos hombres que lo sacrificaron todo en aras de la patria? 

Una primera contribución que debemos resaltar en nuestra historia, es el hecho de que ellos fueron los grandes precursores y pioneros en la lucha por la democracia. 

Estos hombres supieron ver más allá del momento que estaban viviendo y descubrieron que la democracia era, como ellos mismos lo afirmaron en los escritos que nos han legado, el único camino para (cito:) “transformar el actual estado de cosas en nuestro país y segar, mediante medidas adecuadas, las causas que le dieron origen”. 

Un segundo legado que quisiera resaltar de esta gesta heroica, es su mensaje de unidad y de concertación. 

El movimiento que da lugar al 4 de abril de 1954, fue un movimiento que aglutinó a personas de diferentes partidos e ideologías. Todos antepusieron el bienestar de la patria a sus propias particularidades e ideas. Cada uno de ellos pronunció el nombre de la nación antes que cualquier diferencia pudiera ensombrecer el ideal común de una Nicaragua democrática. 

Ahí convergieron personas de los partidos tradicionales de esa época, conservador y liberal, de otros partidos, civiles sin partido y ex-miembros de la Guardia Nacional, todos ellos dispuestos a sacrificar sus propios intereses, para enaltecer los grandes valores y principios de unidad de la nación nicaragüense. Ese legado permanece vivo. 

Un tercer legado, que debo destacar de manera muy especial, es el compromiso de este movimiento con el principio de la No Reelección. 

Nuestra historia ha estado marcada por la ambición personal y el afán de perpetuación en el poder de los grupos y personas que acceden a la administración pública. Ejemplo de eso, es la obsesión de Daniel Ortega y Arnoldo Alemán de continuar en el poder, obsesión que no es para trabajar en beneficio de Nicaragua, sino en beneficio personal y de sus propios partidos. Por eso es que deberíamos de abolir totalmente la Reelección en Nicaragua 

Creo que este movimiento nos dio una gran lección de renovación y de pureza. Todos ellos, apostaron entonces, a la creación de una Nueva Nicaragua, con un tiempo nuevo para cosechar los beneficios de la libertad, la democracia y el desarrollo. 

Algunos podrán pensar que el 4 de abril es ya historia. Yo creo que el 4 de abril representa una de las lecciones para construir nuestro futuro. Por lo que estos hombres lucharon, todavía hoy, 50 años después, sigue teniendo vigencia. 

La reciente propuesta del presidente Bolaños a favor de una negociación que contempla propósitos tales como la no reelección, la despartidización de los Poderes del Estado, etc., es una clara muestra de que el legado del 4 de abril tiene una palpitante actualidad y que tristemente algunos de sus propósitos aún esperan ser cumplidos. 

Males como el caudillismo, la reelección, la falta de justicia para todos por igual, la despartidización de los poderes del Estado, aún no han sido eliminados de la agenda nacional. 

Ellos hablaron también de la creación de una Nueva Nicaragua, ahora hablamos de una Nueva Era; de reconstruir la unidad de Nicaragua en torno a valores, principios y objetivos de nación, que trasciendan las mezquinas luchas partidarias. 

El 4 de abril, representa entonces, la conciencia viva de Nicaragua, para que el pasado no regrese. 

Ese día, permanece intacto en toda su grandeza, para que la nación nicaragüense mantenga con firmeza el rumbo de la democracia que nos ha sido legada con decisión irrevocable, sellada con sangre de patriotas que creyeron en el compromiso de las futuras generaciones con un país que merece la libertad, merece la democracia y merece vivir con dignidad y justicia, como recoge parte del lema de los hombres del 4 de abril. 

Esa semilla está dando sus frutos de libertad y democracia, sin embargo, todavía quedan algunos propósitos por lograr. No permitamos que Nicaragua continúe sin lograr la verdadera democracia.

http://www.manfut.org/monumentos/rebeldia.html

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