JOSEP BORRELL – La crisis del Gobierno socialista francés coincide con el aniversario de la liberación de París (25 de agosto de 1944). Hace 70 años los aliados temían que la ciudad sufriese la misma trágica suerte que Varsovia (¿Arde París?, título de una famosa película).
Afortunadamente, ni la sublevación de los combatientes del interior ni la capacidad destructiva de los alemanes en retirada tuvieron la misma fuerza y París quedó intacto. Pero el socialismo francés no saldrá indemne de esta crisis, que tendrá graves consecuencias sobre la crisis del euro y la construcción europea.
Arnaud Montebourg, el ya exministro de Economía que, con sus críticas a la política de François Hollande y Manuel Valls, ha provocado la formación de un nuevo Gobierno, se califica también de «combatiente del interior» por haber querido cambiar desde dentro del Gobierno francés una política dictada por Alemania que arrastra a Europa hacia una espiral deflacionaria.
Los datos económicos conocidos este mes de agosto -crecimiento cero en la eurozona, con caída en Alemania, Italia de nuevo en recesión, Francia estancada y una inflación próxima a cero- han sido la gota que desborda el vaso del rechazo a esas políticas de austeridad fiscal y de restricción monetaria que desde hace tiempo han sido criticadas por organismos como el FMI o la OCDE, nada sospechosos de ser portavoces de la izquierda.
Así, el Gobierno que formó Valls, fuertemente apoyado en la pareja Montebourg-Hamon (este, ministro de Educación) tras el desastre de las elecciones municipales, y que debía ser un «Gobierno de combate destinado a durar unido», no habrá aguantado ni cinco meses.
Todo un récord en Francia. También es la primera vez que discrepancias individuales de ministros dan lugar al cambio de todo un Gobierno. Son indicadores de la gravedad del momento y de la ruptura del frágil consenso entre las alas derecha e izquierda del socialismo francés.
Está por ver con qué mayoría parlamentaria cuenta Valls cuando haya que votar la confianza del nuevo Gobierno. Hollande debe confiar en que los socialistas no se disparen un tiro al pie, porque negársela equivaldría a disolver el Parlamento e ir a unas elecciones que serían una debacle para ellos.
Es difícil no estar de acuerdo con Montebourg cuando advierte de que la reducción acelerada y simultánea de los déficits públicos agrava el paro, imposibilita recuperar los equilibrios públicos y no reduce la ratio de endeudamiento porque reduce el crecimiento.
Y de que se está creando el caldo de cultivo de extremismos y populismos que acabarán destruyendo la idea de Europa. Su demanda de soluciones alternativas a las que impone la derecha alemana que apoya a Merkel es también pertinente.
Pasan por un mejor equilibrio entre la reducción de los déficits y el apoyo a las empresas para ganar competitividad y a las familias consumidoras para mantener la demanda y el crecimiento. Y por una política monetaria que combine mejor el control de la inflación y el apoyo al crecimiento y el empleo.
Cuando Mario Draghi reprocha a Matteo Renzi que no vaya más deprisa en sus reformas, el primer ministro italiano tiene razón al replicarle que si hiciese bien su papel de banquero central y mantuviese la inflación cerca del 2%, o si, como todos los bancos centrales del mundo, interviniera en los mercados de activos públicos y privados, haría más fácil la solución a la crisis.
El debate sobre la política económica francesa se ha presentado de forma caricaturesca como entre un socialismo de la oferta basado en ganar competitividad y el más clásico socialismo de demanda. Pero la oferta y la demanda no son categorías políticas, sino conceptos económicos cuya adecuada combinación no es un problema ideológico sino de eficacia económica.
Y, como defendía el economista y diputado socialista francés Pierre-Alain Muet mucho antes de la espantada de Montebourg, no se sale de una recesión (cuya gravedad se ha subestimado en Europa) con una política solo de oferta. Hollande no puede reconocer que son las políticas de austeridad las que han hundido a Europa en la recesión y a la vez basar su política nacional únicamente en medidas de aumento de la oferta.
¿Es razonable acordar 40.000 millones de euros para reducciones fiscales a las empresas, en un contexto de reducción del déficit, sin evaluar adecuadamente la eficacia relativa sobre el empleo de esos apoyos fiscales y de los 50.000 millones de reducción de gasto necesarios para financiarlos?
Muet recordaba que el coste de las políticas de oferta decididas por Valls duplica los 20.000 millones de las 60 propuestas del programa electoral de Hollande. Por encima de las peculiaridades de cada país, el debate y la crisis en Francia son de enorme importancia para toda Europa, porque a todos nos afectan y porque el problema solo tiene una solución europea.