Pablo Gonzalez

La monarquía más primitiva y poderosa del mundo occidental


Paco Bello | Iniciativa Debate | 

El de la normalidad democrática es un camino lento.

 No se pasa de tirar cabras desde un campanario con la bendición del párroco (o de considerar una fiesta alancear a un toro) a una sociedad avanzada por ciencia infusa.

 Y es que, seamos sinceros y positivos; bastante se ha evolucionado por encima de lo previsible en los últimos tres años como para ir pidiendo más milagros.

Las cosas van a cambiar más temprano que tarde, pero siempre quedarán cínicos,malinformados, y pazguatos, por ese orden de peligrosidad. De nada serviría intentar razonar con los primeros –utilitaristas natos– y de poco con los últimos. Así que, si acaso, el objetivo son los del medio.

Para asombro de propios y extraños, aún existen defensores de la monarquía entre la buena gente. Pero también hay quien considera inferiores a los extranjeros, que los recortes del Gobierno son necesarios, que la justicia es igual para todos, que un tal Noé construyó una especie de Titanic safari park de madera con sus propias manos cuando tenía 600 años (sic), o que la tauromaquia es cultura. No hay que rasgarse las vestiduras por eso. Lo que hay que hacer es argumentar con paciencia.

Lo primero que habría que decir es que, por comparación, conservar una monarquía dentro de un modelo democrático es una anomalía, un anacronismo. Y que estadísticamente son muy pocas las naciones que compatibilizan la rémora de un monarca con estados de derecho.

Pero siendo inusual conservar este tipo de ‘tradiciones’, lo que es absolutamente irregular hasta el punto de convertirse en una singularidad de dudoso honor, es el modelo de monarquía español. 

El Reino de España (recordemos que es denominación oficial del Estado, y que en el extranjero se califica a nuestros presidentes de ‘primer ministro’) es, entre estas rarezas pre-ilustradas, el único que atribuye al rey la jefatura de los Ejércitos (en Noruega, el otro caso atípico, el título es ‘honorífico’, y solo en España es plenamente efectivo, sin matices), inviolabilidad, irresponsabilidad, y el único también que aún mantiene la ley agnaticia (privilegio para el primogénito varón derivado de la Ley Sálica), junto con Mónaco (que es un principado, o mejor, el cortijo de 37.000 habitantes de los Grimaldi con el conveniente permiso de Francia, que es en realidad quien hace uso de él). 

La diferencia es que en España ese privilegio choca con el artículo 14 de la misma constitución que ampara a la monarquía.

Atendiendo a esta realidad, no es de extrañar que la coronación de este nuevo rey ‘democrático’ haya estado investida de carácter castrense. Nunca está de más para una institución que basa actualmente su existencia dinástica en simbolismos (anteriormente en la violencia, el despotismo y la crueldad), recordarnos quién está al mando de las armas. Tampoco es casual que el primer viaje oficial de ‘su majestad’, el jefe de un Estado presuntamente aconfesional, sea al Vaticano. 

Ni es fortuito que entre los más de 3.000 invitados a la recepción no hubiera ni un solo ciudadano común, de los de ‘a pie’, aunque solo fuera por vergüenza, pero que sí estuvieran más que bien representados los banqueros, grandes empresarios, toreros, la farándula, la alta sociedad, los ‘artistas’ afines, presentadores de renombre, realezas dictatoriales de esas que lapidan mujeres y castigan a homosexuales (por cierto, no hubo representación de las casas reales europeas ‘democráticas’) o periodistas tiralevitas.

En resumen, dentro de las desfasadas y escasas monarquías ‘democráticas’ occidentales, la española es la más parecida a una monarquía absoluta, aunque no se haga notar mientras sople el viento a su favor. Ya veremos qué ocurre el día que el Parlamento no lo componga una mayoría cortesana, porque las atribuciones del rey no son formales, sino muy reales, y no parece que, atendiendo a los hechos y no a los discursos, Felipe VI ‘el abnegado’ sea demasiado demócrata.

Dicho esto, cada cual, es obvio, puede ser y sentirse lo que quiera: monárquic@, republican@, ácrata o mediopensionista, lo mismo da. Lo que sí parece razonable es ser consecuente.

 ¿Te gusta ser súbdit@, el machismo, la servidumbre?, ¿consideras que tu familia es inferior a otras, o que tú eres inferior y otros merecen estar por encima de la Ley? Allá tú, pero ten claro lo que eres y vindica tu postura. 

Tienes todo el derecho a ser lo que quieras, como si te sientes franquista, misógin@, inferior, masoquista, sumiso, servil, artrópodo o bidé… a cada cual ‘le pone’ lo que le apetece. Pero sin excusas o justificaciones. 

La verdad es la que es, y lo otro son los cuentos infantiles que cuentan en los medios para mantener un auténtico despropósito clasista como si fuera algo natural y democrático.

Si consideras que esto no se corresponde con tu pretendida propia imagen, apela a tu coherencia.

 Quizá resulte que no eres monárquic@ y solo navegas por la corriente que mueven los creadores de opinión. 

O dicho de otra forma: que han intentado estafarte, aunque dependa de ti que no sigan haciéndolo.

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