Pablo Gonzalez

La elección de Juan Carlos como rey abortó una alternativa federal al nacionalismo

Mapa publicado en 1966 con un división territorial semejante a la actual. / Revista Montejurra

El reinado de Juan Carlos ya forma parte de la Historia pero ¿fue posible otro tipo de monarquía? ¿un modelo en el que la figura del rey garantizara un sistema territorial que hubiera evitado el problema de Cataluña, del País Vasco e, incluso, la existencia de ETA?

 La respuesta es que sí y no se trata de política-ficción.

 Así se desprende de documentos y testimonios de finales de los 50 y comienzos de los 60, especialmente de los suministrados por Ramón Massó en su libro Otro rey para España, editado por Astro Uno en Barcelona el año 2008.

Ramón Massó, considerado el introductor del marketing político moderno en España, profesor de Publicidad en la Universidad Autónoma de Barcelona y asesor de varios políticos catalanes, entre ellos de Jordi Pujol, fue también uno de los principales defensores de la candidatura al Trono de Carlos Hugo de Borbón-Parma en oposición a la dinastía representada por Juan Carlos.

El pretendiente carlista defendió en esa etapa del franquismo un modelo monárquico profundamente anticentralista, basado en la antigua configuración foral de España, muy semejante al sistema confederal reclamado hoy por algunos sectores nacionalistas –como Durán i Lleida- para evitar el choque frontal entre España, Cataluña y el País Vasco.

Es cierto que con la actual Constitución esa vía ya resulta imposible pero, para comprender la viabilidad de la propuesta, hay que retrotraerse a una España en la que Franco se encontraba en la cúspide del poder, respaldado internacionalmente por las principales potencias del bloque occidental, y más en concreto por EEUU y su amplia red de bases militares por toda la Península Ibérica. Entonces, la oposición política y sindical al franquismo apenas estaba estructurada y en manos del régimen estaban todas las posibilidades para diseñar el sistema que sucedería al dictador, incluida la desaparición de los Principios Fundamentales del Movimiento o de cualquier otro texto constitucional.

Esa era la fórmula que personificaba Carlos Hugo: una España en la que apenas existiera Constitución ni Gobierno central y en la que las regiones, los antiguos reinos, funcionaran con sus propias leyes forales, prácticamente de forma independiente, aunque coordinadas por una Jefatura federal, a semejanza de los cantones de Suiza o de los Estados Unidos de América.

En esa época, lo que formalmente se denominaba Comunión Tradicionalista todavía era una fuerza a tener en cuenta. Había participado en el llamado “bando nacional” durante la Guerra Civil, seguía teniendo cierto predicamento en el Ejército y un grado de movilización popular considerable, como demostraba todos los años el acto de Montejurra, donde cada primer domingo de mayo se concentraban más de 100.000 personas.


Portada de Montejurra proponiendo como “solución para España” la “Monarquía Foral”.

Su órgano oficioso de expresión, la revista que llevaba el nombre de ese monte próximo a Estella, dedicó toda una serie de números a presentar su “solución para España”, destacando esa forma de distribución territorial basada en los antiguos fueros, que, en su opinión, podía contrarrestar el nacimiento de los nacionalismos radicales.

La propuesta incluía para cada región un Parlamento, Gobierno y sistema judicial propios, además de una representación fundamentada en ayuntamientos elegidos democráticamente. Una de esas portadas, la del número 19 (verano de 1966), deja bien claro ese enfoque bajo el título de “Monarquía Foral” y, como fondo, el Árbol de Gernika. El siguiente número, bajo el título “Monarquía representativa”, reproduce un mapa de España muy similar al de las actuales autonomías mientras se preguntaba si el futuro diseño territorial no podría quedar así.

Frente a esta España integrada por autogobiernos regionales, estaba el planteamiento continuista de la división provincial con gobernadores y alcaldes nombrados desde Madrid. Quienes, como los tecnócratas del Opus Dei o Manuel Fraga pensaban ya en una liberalización económica o política del régimen se conformaban con seguir la labor de zapa contra las estructuras todavía falangistas del Movimiento Nacional; hablar de derechos forales o de autonomía era sinónimo de separatismo.

Para hacerse a una idea de la mentalidad en este terreno del sector “aperturista” del franquismo se puede recordar la polémica creada cuando varios concejales tradicionalistas del Ayuntamiento de Tolosa propusieron, en junio de 1966, que se derogase el decreto de 23 de junio de 1937 por el que se castigaba la fidelidad de Guipúzcoa y Vizcaya a la República, y, en consecuencia, se anulaban sus respectivos conciertos económicos con el Estado. La moción municipal fue respaldada por otros ayuntamientos, diputaciones y numerosas entidades, siendo defendida finalmente por los procuradores carlistas del Tercio Familiar, de forma especial por el abogado guipuzcoano Antonio Arrúe, uno de los restauradores de Euskaltzaindia (Academia de la Lengua Vasca), y los navarros Auxilio Goñi y José Ángel Zubiaur.


Pancarta de los años 60 advirtiendo del peligro que suponía ETA para el futuro. / Revista Montejurra

El Gobierno tuvo que salir al paso de la polémica y durante una conferencia de prensa celebrada en Barcelona, Manuel Fraga, en calidad de ministro de Información y Turismo, declaró que “de ningún modo se iba a volver la vista atrás” porque “la Historia es irreversible” y “era incuestionable la unidad político-administrativa y el establecimiento de una total igualdad de los españoles”.

Para estos sectores, por lo tanto, era preferible como candidato al Trono un representante de la “monarquía liberal”, tradicional defensora del sistema centralista. Por eso, cuando en 1964 Franco “picaba” el anzuelo tendido por López-Rodó y Carrero Blancoen la llamada “Operación Salmón”, no solamente se inclinaba por una dinastía, la de Juan Carlos, sino que, al mismo tiempo, rechazaba esa Monarquía Foral que, con toda seguridad, habría frenado el ascenso de los nacionalismos y el surgimiento de ETA.

Entonces ETA no era ni la sombra de lo que llegaría a ser y prácticamente no tenía delitos de sangre a sus espaldas. Por eso resulta tan significativa la premonitoria consigna que esos años se podía ver en las pancartas de Montejurra advirtiendo ya de lo que podría ocurrir en el futuro: “Contra ETA, fueros, no fuerza”.



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