Voy a volver atrás, voy a contar la auténtica historia del cristianismo. — Ya la palabra “cristianismo” es un malentendido —, en el fondo no ha habido más que un cristiano, y ése murió en la cruz.
Lo que a partir de ese instante se llama “evangelio” era ya la antítesis de lo que él había vivido: una “mala nueva”, un disangelio.
Es falso hasta el sinsentido ver en una “fe”, en la fe, por ejemplo, en la redención por Cristo, el signo distintivo del cristiano: sólo la práctica cristiana, una vida tal como la vivió el que murió en la cruz es cristiana… […]
Reducir el ser-cristiano, la cristiandad, a un tener-algo-por-verdadero, a una mera fenomenalidad de la conciencia, significa negar la cristiandad.
De hecho no ha habido en absoluto cristianos.
El “cristiano”, lo que desde hace dos milenios se llama cristiano, es meramente un auto-malentendido psicológico…
Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844 – 1900)
Por Henry Rivas Sucari
El filósofo alemán Friedrich Wilhelm Nietzsche publicó, hace más de cien años (1887), uno de los libros más extraordinarios del pensamiento universal: La genealogía de la moral.
Nietzsche tiene dos propósitos fundamentales en esta obra filosófica: indagar en la etimología occidental del concepto de la moral y devastar la ideología judeo-cristiana en el mundo.
Para este propósito, nada pequeño, se vale del conocimiento enciclopédico de buena parte de la tradición filosófica de su tiempo, la crítica frontal contra los pensadores ingleses y un trabajo deconstructivo (es un precursor en este campo) del concepto de los valores y la moral.
Para Nietzsche existe un conveniente olvido y la falta de espíritu histórico de sus contemporáneos. El concepto de “bueno” se desprende de “noble” y el “malo” de “plebeyo”. A lo “bueno” también se asociaría lo “superior” y a “malo” lo “inferior”.
Las nociones y sentidos de lo “bueno” son establecidas y jerarquizadas por los aristócratas. Además, de todo lo que se asocie a sus distintas creencias y actividades.
En cambio, lo “malo” se asociaría con las actividades y actitudes del mundo plebeyo.
Lo “bueno”, entonces, siguiendo sus raíces etimológicas, tiene una idéntica metamorfosis conceptual: “noble”, “aristocrático”, “valiente”, conceptos básicos a partir de los cuales se desarrolla por necesidad el mundo privilegiado.
Asimismo, asocian a estas particularidades el sentido de la veracidad “su verdad”.
Esto podría asociarse también, desde la óptica alemana, a una diferenciación, además de conceptual, racial. A lo “veraz”, “bueno”, se asocia lo “rubio”, relacionado con los conquistadores germanos portadores de “la civilización”.
Por otro lado, a los conceptos de “vulgar” y mentiroso” se les vinculará lo “malo” y “cabellos negros”, representantes del mundo y espíritu primitivo.
Nietzsche arremete, para servicio de su propósito, contra el pueblo sacerdotal por excelencia: los judíos. A ellos culpa de la mediocrización de la casta gobernante europea.
El gran triunfo del pensamiento judío lo logra el que rompe justamente esta tradición: Jesucristo.
Este, para el pueblo de Moisés, sería su aniquilador y su héroe.
El pensamiento cristiano no es otro que la proyección del judío. Los miserables son los buenos, los pobres, los impotentes; son, todos estos, los benditos de Dios. Para Nietzsche, entonces, con los judíos comienza en la moral la rebelión de los esclavos.
Otra perspectiva audaz es la explicación del odio judío, creador de ideales, modificador de valores, que se consuma con la creación de un “amor nuevo”, pues con esta filosofía los esclavos han vencido y la iglesia repugna por la inyección de este veneno.
El Jesús de Nazaret—el evangelio viviente del amor— es el que ha alcanzado la meta de su sublime venganza y su gran paradoja universal (adorar a Cristo con sus carnes despedazadas en la cruz) será parte de la glamorosa forma de inmortalizarlo a partir del resentimiento judío.
Entonces, la rebelión de los esclavos en la moral comenzará cuando el resentimiento mismo se vuelva creador y engendre valores.
Sucede la transvaloración que forma parte cautivante del resentimiento judío. Esa, para Nietzsche, es la clave de la inteligencia superior en comparación de cualquier raza “noble”.
En cuanto al respeto por los enemigos, el noble tendría un valor al reconocer en el “otro” (en realidad uno muy parecido a él) el respeto, los cual ya es un puente para el amor, pues el noble reconoce en su enemigo sus propias cualidades, rangos, etc.
El hombre noble reclama para sí su enemigo como una distinción suya (no soportaría, como afirma Nietzsche, ningún otro enemigo que aquel en el que no hay nada que despreciar y sí muchísimo que honrar).
Para Nietzsche el cristianismo es un asesino de la humanidad, esta lo ha soportado todo, y su naturaleza es lucha, el combate, la guerra.
El cristianismo, entonces ha propugnado que la debilidad debe ser mentirosamente transformada en mérito.
Esa es una traición a la naturaleza humana.
La clase “noble” se dejó arrastrar por las iras del pecado y asumió un ideal (judío y mediocre) que no era el suyo, transformó sus propias fortalezas en debilidades y aceptó el discernimiento de que la moral del perdedor, del que carece de voluntad y fuerza, es la correcta y se enmarca en el nuevo virtuosismo de occidente, nada más perverso y aniquilador de la raza humana.
Los lectores de Nietzsche lucen, en todas las generaciones que le precedieron, un espíritu renovador, pero, también, un estado de de duda sobre el pensamiento perverso y divino de la tesis del superhombre, que prodiga grandes hazañas y, también, grandes desastres, como el nazismo y el afán autoritario y hegemónico de todo régimen fascista.
La equivocada idea de la fuerza y el nacionalismo han servido como pretexto para los grandes asesinatos y calamidades de nuestro tiempo.
Toda lectura es pródiga, y Nietzsche, claro, es un soplo de sabiduría y voluntad en las mentes y estados de la inercia; pero la lectura, de cualquier libro, debe ser crítica y vista en el contexto de cada época.