La Ventana
Silvia Baraldini, militante por los derechos de los afroamericanos y latinos en EE.UU., dirige actualmente en Italia el Comité de Solidaridad con los cinco antiterroristas cubanos
Este martes, la Casa de las Américas recibió a Silvia Baraldini, militante por los derechos de los afroamericanos y los latinos, quien estuvo prisionera 20 años en cárceles de los Estados Unidos y actualmente dirige en Italia el Comité de Solidaridad con los cinco antiterroristas cubanos condenados en ese país.
En el encuentro estuvieron también René González y Fernando González: de ese grupo, los únicos que han sido liberados.
Es la primera vez que Silvia Baraldini visita la Casa de las Américas, pero el contexto de esta visita no le es ajeno: en la prisión leyó Caliban, ensayo de Roberto Fernández Retamar, poeta y presidente de la institución.
Sabe de Cuba desde los 60, cuando en Estados Unidos se desataba un fuerte movimiento rebelde contra la discriminación racial y a favor de las independencias en Puerto Rico y los países africanos: “en ese tiempo, claro, ustedes lo eran más”, nos dice.
Sabe que es Cuba el único país en que podría vivir libremente Assata Shakur, esa mujer líder del movimiento de los afroamericanos en cuya liberación se implicó Silvia aun sin conocerla, y por cuya defensa, finalmente, fue a prisión.
Quiso venir en 1970 a apoyar a los cubanos en “la zafra de los diez millones”.
Pero ni Cuba dejaba colaborar a quienes no eran ciudadanos norteamericanos ni Estados Unidos dejaba regresar al país a quienes habían colaborado en la Isla, narra.
Resultado: no vino; una decisión de la que se arrepentiría muy pronto.
A partir de preguntas de la periodista italiana Alessandra Riccio, Silvia Baraldini quiso iniciar la charla en la Casa haciendo una lectura muy personal del contexto de su encarcelación: 1982 en los Estados Unidos, año en que Assata logra escapar de la prisión federal norteamericana; para Silvia, instante de reactivación de tres décadas de intenso trabajo con los movimientos sociales y políticos afroamericanos, puertorriqueños y africanos.
“Era un momento en que lo que realmente intentábamos no eran las libertades individuales o colectivas ni las reivindicaciones de distintos grupos sociales dentro del país: era un momento en que grupos de distintas ideologías, desde socialistas hasta nacionalistas, nos unimos para cambiar radicalmente la organización del poder en los Estados Unidos”, aclaró.
Ante ese escenario que describe Silvia, se conoce que el gobierno norteamericano desató un programa de desacreditación y liquidación de los movimientos, y que los más “peligrosos”, a sus ojos, eran aquellos que se proponían la independencia de Puerto Rico y la conquista de los derechos civiles de los afroamericanos.
En ese contexto, en el seno de los movimientos nacerían organizaciones clandestinas que se enfrentaron al programa gubernamental de represión; en ellos militó activamente Silvia, una joven de origen italiano que se había criado y formado en universidades públicas norteamericanas: esos espacios donde, en los 70 y 80, “se gestaban las desobediencias”.
La condena fue de 43 años, aunque gracias a la presión de su país de origen y de los movimientos por los derechos civiles, terminaría cumpliendo 20 y extraditada a Italia; el cargo, “conspiración”.
“Es el mismo cargo que se le impuso a los cinco antiterroristas cubanos.
Ante una condena como esa, no importa si no hay pruebas convincentes de la culpabilidad del acusado: sencillamente, vas a la cárcel sin discusión”, explica.
Pero Silvia Baraldini sí era "culpable".
Cuando la detuvieron en Nueva York iba camino a la sede de Naciones Unidas, donde iba a tener lugar un encuentro en torno a los procesos de liberación en el sur de África.
Había estado tres veces en aquel continente.
Había estado involucrada en la excarcelación de Assata Shakur, una mujer por cuya captura el FBI paga, hoy, una recompensa de dos millones de dólares: “Yo no conocía a Assata; pero su libertad no era una causa personal, era una causa política”, defiende.
En ese país, un curriculum como el suyo tiene un precio muy alto.
El relato de Silvia en la Casa de las Américas motivó que René González y Fernando González compartieran también sus vivencias como prisioneros políticos en Estados Unidos.
Como Silvia Baraldini, Fernando siente que el sostén de quienes están en la cárcel bajo acusaciones de ese tipo es el apoyo de quienes están fuera, pero también, de quienes están dentro.
A medida que la italiana avanzaba en su testimonio en torno a aquellas mujeres a quienes conoció en la cárcel —fundamentalmente, latinas—, los dos exprisioneros iban reconociendo nombres: Oscar López Rivera, Carlos Alberto Torres… puertorriqueños que se reencontraron con su conciencia nacional sirviendo de carnes de cañón en Viet Nam; “interlocutores valiosos” para ellos en las cárceles norteamericanas y de cuyas formaciones políticas y coherencias se sienten, ambos, deudores.
De esa larga lista de militantes de las izquierdas, René recordó también a Mumia Abu-Jamal, periodista y activista político afronorteamericano sentenciado a muerte en 1982 y, hasta hoy, a cadena perpetua.