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De poca mística


Así debe de ser el Tíbet. Alto y frío y lleno de gente fea y llamas y yaks. Leche de yak en el desayuno, cuajada de yak en el almuerzo, y de cena un yak hervido en su propia mantequilla, lo que no deja de ser un apropiado castigo para un yak.

Un día despejado, el viento te trae el olor de uno de esos santos desde veinticinco kilómetros de distancia. Allí sentado haciendo girar las asquerosas ruedas de oraciones. 

Envuelto en viejos y sucios sacos de arpillera, plagado de chinches que asoman por donde saca el cuello. Tiene la nariz podrida y escupe nueces de betel por las ventanas de la nariz como una cobra escupidora... A ver el número ese de la Sabiduría Oriental.

Tenemos entonces a una especie de santo y un reportero latoso va a entrevistarlo.

El santo está allí masticando su nuez de betel. Al cabo de un rato dice a uno de sus acólitos: "Ve a la Fuente Sagrada y tráeme un cucharón de paregórico. Voy a emplear la Sabiduría Oriental. 

¡Y mueve ese taparrabos!" Entonces bebe el paregórico y entra en un ligero trance y hace contacto cósmico, lo que los entendidos llamamos cabezada. 

El reportero dice: "¿Habrá guerra con Rusia, Mahatma? ¿El comunismo destruirá el mundo civilizado? ¿El alma es inmortal? ¿Existe Dios?"

El Mahatma abre los ojos y aprieta los labios y escupe por las ventanas de la nariz dos hilos rojos de zumo de betel. 

El zumo le baja hasta la boca y lo lame con una lengua larga y sucia y dice: "¿Cómo mierda puedo saberlo?" El acólito dice: "Has oído al hombre. Ahora retírate. 

El swami quiere estar solo con sus medicamentos." Ahora que lo pienso, ésa es la sabiduría oriental. El occidental cree que hay algún secreto que él puede descubrir.

 Oriente dice: "¿Cómo mierda puedo saberlo?"

William Burroughs (1914-1997), de su novela Marica (1985)

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