Pablo Gonzalez

El comunismo «de izquierda» en Alemania. Jefes, partido, clase, masa; Lenin, 1920


«El divorcio entre «los jefes» y «la masa» se ha manifestado en todos los países, con singular claridad y relieve, al final de la guerra imperialista y después de ella. 

La causa fundamental de este fenómeno la explicaron muchas veces Marx y Engels de 1852 a 1892 con el ejemplo de Inglaterra. 

La situación monopolista de dicho país destacó de «la masa» a una «aristocracia obrera» semi-pequeñoburguesa y oportunista. Los jefes de esta aristocracia obrera desertaban constantemente al campo de la burguesía, que los mantenía de manera directa o indirecta». (Vladimir Ilich Uliánov, Lenin; La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920)

Los comunistas alemanes, de quienes debemos hablar ahora, no se llaman «izquierdistas», sino «oposición de principio» [23], si no me equivoco. Pero por lo que sigue se verá que presentan todos los síntomas de «la enfermedad infantil del izquierdismo».

El folleto «Una escisión en el Partido Comunista de Alemania –liga de los espartaquistas–», que sustenta el criterio de esta oposición y ha sido editado por el «grupo local de Francfort del Meno», expone con sumo relieve, exactitud, claridad y concisión la esencia de los puntos de vista de la oposición. Algunas citas bastarán para dar a conocer al lector dicha esencia:

«El Partido Comunista es el partido de la lucha de clases más decidida»

«Desde el punto de vista político, este período de transición» –entre el capitalismo y el socialismo– «es el período de la dictadura del proletariado...»

«... Surge una pregunta: ¿quién debe ejercer la dictadura: el Partido Comunista, o la clase proletaria? Por principio, ¿debe tenderse a la dictadura del Partido Comunista o a la dictadura de la clase proletaria?»

Más adelante, el autor del folleto acusa al Comité Central del Partido Comunista de Alemania de buscar una coalición con el Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania; de que «la cuestión del reconocimiento, en principio, de todos los medios políticos» de lucha, entre ellos del parlamentarismo, ha sido planteada por este Comité Central con el fin exclusivo de ocultar sus verdaderas y principales intenciones de coligarse con los independientes. Y el folleto continúa:

«La oposición ha elegido otro camino. Sostiene el criterio de que el problema de la hegemonía del partido comunista y de su dictadura es sólo una cuestión de táctica. En todo caso, la hegemonía del partido comunista es la forma última de toda dominación del partido. 

Por principio, ha de tenderse a la dictadura de la clase proletaria. Y todas las medidas del partido, su organización, sus formas de lucha, su estrategia y su táctica deben estar orientadas a este fin. De acuerdo con ello, hay que rechazar del modo más categórico todo compromiso con los demás partidos, todo retorno a los métodos de lucha parlamentarios –los cuales han caducado ya histórica y políticamente–, toda política de maniobra y conciliación».

 «Deben ser subrayados con energía los métodos específicamente proletarios de lucha revolucionaria. Y para abarcar a los más amplios medios y sectores proletarios, que deben incorporarse a la lucha revolucionaria bajo la dirección del partido comunista, hay que concebir nuevas formas de organización sobre la base más amplia y con los límites más amplios. 

Este lugar de agrupamiento de todos los elementos revolucionarios es la unión obrera, basada en las organizaciones de fábrica. En ella deben unirse todos los obreros fieles a este lema: ¡Fuera de los sindicatos! Es ahí donde se forma el proletariado militante en las más vastas filas combativas. Para ser admitido basta con reconocer la lucha de clases, el sistema de los Soviets y la dictadura. Toda la educación política ulterior de las masas militantes y su orientación política en la lucha es misión del partido comunista, que se halla fuera de la unión obrera...»

«... Por consiguiente, hay ahora dos partidos comunistas frente a frente:

Uno, es el partido de los jefes, que intenta organizar y dirigir la lucha revolucionaria desde arriba, aceptando los compromisos y el parlamentarismo para crear situaciones que permitan a esos jefes entrar en un gobierno de coalición, en cuyas manos se halle la dictadura.

Otro, es el partido de las masas, que espera el impulso ascensional de la lucha revolucionaria desde abajo y conoce y aplica para esta lucha un solo método que conduce claramente al fin, rechazando todos los procedimientos parlamentarios y oportunistas; ese método único es el derrocamiento incondicional de la burguesía para implantar después la dictadura de clase del proletariado con objeto de hacer realidad el socialismo...

... ¡De un lado, la dictadura de los jefes, de otro, la dictadura de las masas! Esa es nuestra consigna».

Tales son las tesis más esenciales que caracterizan las concepciones de la oposición en el Partido Comunista de Alemania.

Todo bolchevique que haya participado conscientemente en el desarrollo del bolchevismo desde 1903 o lo haya observado de cerca, no podrá por menos de exclamar nada más leer estos razonamientos: «¡Cuánto tiempo hice que conocemos esa vieja morralla!» ¡Qué infantilismo «izquierdista»! «Pero examinemos más de cerca estos razonamientos. 

El solo hecho de plantear la cuestión de «¿dictadura del partido o dictadura de la clase?, ¿dictadura –partido– de los jefes o dictadura –partido– de las masas?» atestigua la más increíble e irremediable confusión de ideas. Hay gente que se esfuerza por inventar algo enteramente original y que, en su afán de sofisticar, no consigue sino caer en el ridículo. 

Todo el mundo sabe que las masas se dividen en clases; que contraponer las masas y las clases sólo es admisible en un sentido: si se opone una inmensa mayoría en su totalidad, sin dividirla según la posición ocupada en el régimen social de la producción, a categorías que ocupan una posición especial en ese régimen; que las clases son dirigidas de ordinario y en la mayoría de los casos –al menos en los países civilizados modernos– por partidos políticos; que los partidos políticos están dirigidos, como regla general, por grupos más o menos estables, compuestos de las personas más prestigiosas, influyentes y expertas, elegidas para los cargos de mayor responsabilidad y llamadas jefes. Todo eso es el abecé, todo eso es sencillo y claro. 

¿Qué necesidad había de sustituir todo eso con un galimatías, con un nuevo volapuk [24]? De una parte, esta gente se ha hecho un lío, por lo visto, cayendo en una situación difícil, cuando la rápida sucesión de la vida legal e ilegal del partido altera las relaciones habituales, normales y simples entre los jefes, los partidos y las clases.

 En Alemania, como en los demás países europeos, se han acostumbrado demasiado a la legalidad, a la elección libre y regular de «los jefes» pon los congresos ordinarios de los partidos, a la comprobación cómoda de la composición de clase de estos últimos mediante las elecciones parlamentarias, los mítines, la prensa, el estado de ánimo de los sindicatos y otras asociaciones, etc. 

Cuando la marcha impetuosa de la revolución y del desarrollo de la guerra civil ha hecho necesario pasar rápidamente de esta rutina a la sucesión de la legalidad y la ilegalidad y a su combinación, a procedimientos «incómodos», «no democráticos» para designar, formar o conservar los «grupos de dirigentes», la gente ha perdido la cabeza y ha empezado a inventar un monstruoso absurdo. 

Por lo visto, algunos miembros del Partido Comunista Holandés, que han tenido la desgracia de nacer en un país pequeño, con una tradición y unas condiciones de situación legal singularmente privilegiada y singularmente estable, y que jamás han visto la sucesión de las situaciones legales e ilegales, se han embrollado y han perdido la cabeza, favoreciendo absurdos infundios.

Por otra parte, salta a la vista el uso irreflexivo e incoherente de algunas palabrejas «de moda» en nuestra época sobre «la masa» y «los jefes». 

La gente ha oído muchos ataques contra «los jefes» y se los ha aprendido de memoria, ha oído que se les contraponía a «la masa», pero no ha sabido reflexionar acerca del sentido de todo eso y ver las cosas claras. 

El divorcio entre «los jefes» y «la masa» se ha manifestado en todos los países, con singular claridad y relieve, al final de la guerra imperialista y después de ella. 

La causa fundamental de este fenómeno la explicaron muchas veces Marx y Engels de 1852 a 1892 con el ejemplo de Inglaterra. La situación monopolista de dicho país destacó de «la masa» a una «aristocracia obrera» semi-pequeñoburguesa y oportunista. Los jefes de esta aristocracia obrera desertaban constantemente al campo de la burguesía, que los mantenía de manera directa o indirecta. Marx se granjeó el odio, que le honra, de estos canallas por haberles tildado públicamente de traidores. 

El imperialismo moderno –del siglo XX– ha creado una situación privilegiada, monopolista, para unos cuantos países adelantados, y sobre este terreno ha surgido en todas partes dentro de la II Internacional ese tipo de jefes traidores, oportunistas, socialchovinistas, que defienden los intereses de su gremio, de su grupito de aristocracia obrera. 

Estos partidos oportunistas se han aislado de «las masas», es decir, de los sectores más vastos de trabajadores, de su mayoría, de los obreros peor retribuidos. La victoria del proletariado revolucionario es imposible sin combatir este mal, sin arrancar la careta, poner en la picota y expulsar a los jefes oportunistas, socialtraidores. Tal es precisamente la política que ha aplicado la Komintern.

Llegar con este motivo a contraponer, en términos generales, la dictadura de las masas a la dictadura de los jefes es un absurdo ridículo y una necedad. Lo más divertido es que, de hecho, en lugar de los antiguos jefes que se atienen a ideas humanas comunes sobre las cosas simples, se destaca –encubriéndolo con la consigna de «¡Abajo los jefes!»– a jefes nuevos que dicen soberanas tonterías y disparates. Tales son, en Alemania, Laufenberg, Wolffheim, Horner, Karl Schröder, Federico Wendel y Karl Erler*. Las tentativas de este último de «profundizar» en la cuestión y proclamar en general la inutilidad y «el carácter burgués» de los partidos políticos representan tales Columnas de Hércules [26] de absurdidez que le dejan a uno estupefacto. ¡Cuán cierto es que de un pequeño error puede hacerse siempre uno monstruosamente grande, si se insiste en él, si se profundiza para encontrarle justificación y se intenta «llevarlo hasta el fin»!

[*En el Diario Obrero Comunista [25] –núm.32, Hamburgo, 7 de febrero de 1920–, Karl Erler dice en un artículo titulado «La disolución del partido»: «La clase obrera no puede destruir el Estado burgués sin aniquilar la democracia burguesa, y no puede aniquilar la democracia burguesa sin destruir los partidos».

Las cabezas más confusas de los sindicalistas y anarquistas latinos pueden sentirse «satisfechas»: algunos respetables alemanes que, por lo visto, se consideran marxistas –con sus artículos en el citado periódico, Erler y Horner demuestran con aplomo singular que se consideran marxistas serios, aunque dicen de un modo singularmente ridículo tonterías inverosímiles, revelando así no comprender el abecé del marxismo– llegan a afirmar cosas absurdas por completo. El reconocimiento del marxismo no preserva por sí solo de los errores. Los rusos saben eso muy bien, pues el marxismo ha estado «de moda» con harta frecuencia en nuestro país.]

Negar la necesidad del partido y de la disciplina de partido: tal es el resultado a que ha llegado la oposición. Y eso equivale a desarmar por completo al proletariado en provecho de la burguesía. Equivale precisamente a la dispersión, la volubilidad y la incapacidad para dominarse, unirse y actuar de manera organizada, defectos típicamente pequeñoburgueses, que, de ser indulgente con ellos, llevan de manera inevitable a la ruina todo movimiento revolucionario del proletariado. 

Negar la necesidad del partido desde el punto de vista del comunismo significa saltar de la víspera de la bancarrota del capitalismo –en Alemania–, no a la fase inferior o media del comunismo, sino a su fase superior. En Rusia –después de más de dos años de haber derribado a la burguesía– estamos dando aún los primeros pasos en la transición del capitalismo al socialismo o fase inferior del comunismo. 

Las clases siguen existiendo y existirán durante años en todas partes después de que el proletariado conquiste el poder. Es posible que en Inglaterra, donde no hay campesinos –¡pero existen, sin embargo, pequeños patronos!–, ese plazo sea más corto. Suprimir las clases no significa sólo expulsar a los latifundistas y a los capitalistas –esto lo hemos hecho nosotros con relativa facilidad–; significa también suprimir los pequeños productores de mercancías. 

Pero a éstos no se les puede expulsar, no se les puede reprimir; hay que convivir con ellos, y sólo se puede –y se debe– transformarlos, reeducarlos, mediante una labor de organización muy larga, lenta y prudente. Estos pequeños productores cercan de elemento pequeño burgués al proletariado, lo impregnan de ese elemento, lo corrompen con él, provocan sin cesar en el seno del proletariado recaídas de pusilanimidad pequeñoburguesa, de atomización, de individualismo, de vaivenes entre la exaltación y el abatimiento. Para hacer frente a eso, para conseguir que el proletariado desempeñe acertada, eficaz y victoriosamente su función organizadora –que es su función principal–, son necesarias una centralización y una disciplina severísimas en el partido político del proletariado. 

La dictadura del proletariado es una lucha tenaz, cruenta e incruenta, violenta y pacífica, militar y económica, pedagógica y administrativa contra las fuerzas y las tradiciones de la vieja sociedad. La fuerza de la costumbre de millones y decenas de millones de personas es la fuerza más terrible. Sin un partido férreo y templado en la lucha, sin un partido que goce de la confianza de todo lo que haya de honrado en la clase dada, sin un partido que sepa pulsar el estado de ánimo de las masas e influir en él es imposible sostener con éxito esta lucha. 

Es mil veces más fácil vencer a la gran burguesía centralizada que «vencer» a millones y millones de pequeños patronos, los cuales llevan con su cotidiana y prosaica labor corruptora, invisible e inaprehensible a los mismos resultados que necesita la burguesía y que restauran a ésta. 

Quien debilita, por poco que sea, la disciplina férrea del partido del proletariado –sobre todo en la época de su dictadura–, ayuda de hecho a la burguesía contra el proletariado.

A la par con el problema de los jefes, el partido, la clase y la masa hay que plantear el de los sindicatos «reaccionarios». Pero antes me permitiré hacer, a modo de conclusión, algunas observaciones basadas en la experiencia de nuestro partido. En éste ha habido siempre ataques a «la dictadura de los jefes». La primera vez, que yo recuerde, fue en 1895, cuando el partido no existía aún formalmente, pero empezaba ya a formarse en San Petersburgo el grupo central que debía tomar en sus manos la dirección de los grupos distritales [27]. En el IX Congreso de nuestro partido –abril de 1920– hubo una pequeña oposición, que habló también contra «la dictadura de los jefes», «la oligarquía», etc. 

No hay, pues, nada de sorprendente, nada nuevo, nada alarmante en «la enfermedad infantil» del «comunismo de izquierda» entre los alemanes. Esta enfermedad transcurre sin peligro y, una vez pasada, el organismo incluso se fortalece. De otro lado, la rápida sucesión del trabajo legal e ilegal, que implica la necesidad de «ocultar», de sumir en una clandestinidad singular precisamente al Estado Mayor Central, a los jefes, motivó a veces en nuestro país fenómenos profundamente peligrosos.

 El peor de ellos fue la entrada en 1912 en el Comité Central bolchevique de un agente provocador, Malinovski. Este delató a decenas y decenas de los más excelentes y abnegados camaradas, haciendo que fueran condenados a trabajos forzados y acelerando la muerte de muchos de ellos. 

Si no causó mayor daño fue porque habíamos establecido una correlación adecuada entre la actividad legal y la clandestina. Para ganarse nuestra confianza, Malinovski, como miembro del Comité Central del partido y diputado a la Duma, tuvo que ayudarnos a organizar la publicación de periódicos diarios legales, que, incluso bajo el zarismo, supieron luchar contra el oportunismo de los mencheviques y propagar los principios fundamentales del bolchevismo con el necesario disimulo. 

Con una mano, Malinovski mandaba a presidio y a la muerte a decenas y decenas de los mejores combatientes del bolchevismo; pero con la otra se veía obligado a contribuir a la educación de decenas y decenas de miles de nuevos bolcheviques por medio de la prensa legal. Este es un hecho sobre el que deberían reflexionar como se merece los camaradas alemanes –y también los ingleses, los norteamericanos, los franceses y los italianos–, que tienen planteada la tarea de aprender a efectuar una labor revolucionaria en los sindicatos reaccionarios*.

[*Malinovski estuvo prisionero en Alemania. Cuando regresó a Rusia, ya existente el poder bolchevique, fue inmediatamente entregado a los tribunales y fusilado por nuestros obreros. 

Los mencheviques nos han atacado con especial acritud por el error de haber tenido un provocador en el Comité Central de nuestro partido. Pero cuando en tiempos de Kerenski exigimos que fuera detenido y juzgado el presidente de la Duma, Rodzianko, que desde antes de la guerra sabía que Malinovski era un provocador y no lo había comunicado a los diputados trudoviques [28] y obreros en la Duma, ni los mencheviques ni los eseristas –que formaban parte del gobierno con Kerenski– apoyaron nuestra demanda, y Rodzianko quedó en libertad y pudo unirse a Denikin sin el menor obstáculo.]

En muchos países, incluso en los más adelantados, la burguesía envía y seguirá enviando, sin duda alguna, provocadores a los partidos comunistas. Uno de los medios de luchar contra este peligro consiste en saber combinar acertadamente el trabajo ilegal con el legal.

Notas

[23] «Oposición de principio»: grupo de comunistas «de izquierda» alemanes que defendían concepciones anarcosindicalistas. El II Congreso del Partido Comunista de Alemania, celebrado en octubre de 1919 en Heidelberg, expulsó del partido a la oposición. Esta última fundó, en abril de 1920, el llamado Partido Comunista Obrero de Alemania –PCOA–. En noviembre del mismo año, con objeto de facilitar la unificación de todas las fuerzas comunistas de Alemania e ir al encuentro de los mejores elementos proletarios del PCOA, la oposición fue admitida provisionalmente en la Komintern en calidad de miembro simpatizante. Sin embargo, el Comité Ejecutivo de la Komintern consideraba como única sección con plenos derechos al Partido Comunista Unificado de Alemania. Al ser admitido en la Komintern el Partido Comunista Obrero de Alemania, se puso a sus representantes la siguiente condición: fusionarse con el Partido Comunista Unificado de Alemania y apoyar todas sus acciones. Pero los dirigentes del PCOA no cumplieron las indicaciones del Comité Ejecutivo de la Komintern. El III Congreso de la Komintern –junio a julio de 1921–, movido por el deseo de ganarse a los obreros que seguían aún al PCOA, acordó conceder a éste un plazo de dos meses para que convocara un congreso y resolviese el problema de la fusión. Los dirigentes del PCOA no cumplieron el acuerdo del III Congreso, debido a lo cual dicho partido quedó al margen de la Komintern. Con posterioridad, el PCOA degeneró en un grupito sectario insignificante y carente de todo apoyo entre la clase obrera.

[24] Volapuk: lengua artificial creada en 1880 por Johann Schleyer.

[25] Diario Obrero Comunista –«Kommunistische Arbeiterzeitung»–: órgano del grupo anarcosindicalista de «comunistas de izquierda» alemanes. Se publicó en Hamburgo desde 1919 hasta 1927. El nombre de Karl Erler, mencionado por Lenin, es el seudónimo literario de Enrique Laufenberg.

[26] La expresión «llegar hasta las Columnas de Hércules» significa llegar al límite extremo, exagerar algo de manera extraordinaria. Según la mitología de la antigua Grecia, dichas columnas fueron levantadas por Hércules y constituían el fin del mundo, después del cual no había camino alguno.

[27] Se trata de la Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, organizada por Lenin en el otoño de 1895. Agrupó a cerca de veinte círculos marxistas de San Petersburgo, figurando al frente de ella un grupo central. La dirección inmediata se hallaba en manos de cinco miembros del grupo, encabezados por Lenin.

La organización estaba dividida en grupos distritales, que los obreros conscientes, avanzados –I. Babushkin, V. Shelgunov y otros–, enlazaban con las fábricas y empresas. La Unión de Lucha por la Emancipación de la Clase Obrera, de San Petersburgo, era, según expresión de Lenin, el embrión del partido revolucionario, que se apoyaba en el movimiento obrero y dirigía la lucha de clase del proletariado.

[28] Trudoviques: grupo de demócratas pequeñoburgueses en las Dumas de Estado, compuesto de campesinos e intelectuales de orientación populista.


La enfermedad infantil del «izquierdismo» en el comunismo, 1920

http://bitacoradeunnicaraguense.blogspot.com/2014/02/el-comunismo-de-izquierda-en-alemania.html

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