Pablo Gonzalez

Obsógenos: productos que contribuyen a la obesidad.


Obesidad y Sobrepeso

La obesidad es una enfermedad crónica tratable que se produce cuando existe un exceso de tejido adiposo (grasa) en el cuerpo. Cuantitativamente, una persona tiene sobrepeso cuando su índice de masa corporal (IMC), un valor que se obtiene dividiendo el peso de una persona por el cuadrado de su estatura, es superior a 25 kg/m2. Si el valor supera los 30 es considerada obesa.

Según la Organización Mundial de la Salud, en 2008, 1.400 millones de adultos (mayormente mujeres) tenían sobrepeso y en 2010, alrededor de 43 millones de niños menores de cinco años, 80% en países desarrollados, también lo padecían. A su vez, la tasa de obesos se ha duplicado desde 1980.

La obesidad aumenta la probabilidad de sufrir enfermedades del corazón, diabetes tipo 2, apnea obstructiva del sueño, ciertos tipos de cáncer y la osteoartritis. Comúnmente se atribuye como causa de la obesidad una combinación factores como la ingesta excesiva de alimentos hipercalóricos – que son ricos en grasa, sal y azúcares pero pobres en vitaminas, minerales y otros micronutrientes-, falta de actividad física como consecuencia de un mayor sedentarismo, susceptibilidad genética, trastornos endocrinos, medicamentos o enfermedad psiquiátrica.

Obesógenos

Sin embargo, la tasa de obesidad, tanto en los países ricos como pobres también ha aumentado como consecuencia de una serie de factores que no se habían considerado hasta ahora y que pueden estar jugando un papel importante, como el cambio de los hábitos alimentarios, los niveles de actividad nocturnas bajo la exposición a luz artificial o la convivencia con ciertos productos sintéticos orgánicos y químicos inorgánicos, presentes en nuestro entorno, denominados obesógenos.

Los obesógenos se almacenan en el tejido adiposo, modificando el metabolismo y el normal desarrollo de las células adiposas, al alterar a las hormonas que están involucradas en el control del peso corporal.

El cuerpo se aprovisiona de calorías en vez de quemarlas, lo que conlleva un cambio en la regulación del apetito y la saciedad, lo que fomenta la acumulación de grasa y con ello la obesidad. La exposición a altos niveles de estos productos causa pérdida de peso.

 Por el contrario, la exposición a bajas concentraciones promueve el aumento de peso. Es por ello que a pesar de mantener unos hábitos saludables es más difícil mantener un peso saludable.

Constantemente se está expuesto a estos tóxicos ya que se pueden encontrar en conservantes y colorantes de alimentos, pesticidas, algunos medicamentos, aromatizantes, perfumes, plásticos, resinas, envases enlatados, plastificantes, entre otros.


Los obesógenos también alteran los niveles y la sensibilidad de neurotransmisores como la dopamina, la noradrenalina o la serotonina, que intervienen en múltiples procesos metabólicos, provocando un desequilibrio que es capaz de causar daño continuo en el tejido muscular y en los nervios.

Minimiza su Efecto
Cambiando de hábitos se puede reducir el contacto con los obesógenos. Algunos consejos son:

Comprar frutas y verduras ecológicas. Los agricultores convencionales rocían las frutas y verduras con pesticidas e insecticidas como la genisteína, usado en la soja. Se puede reducir la exposición a los pesticidas en un 80 por ciento.

Compra productos de cuidado personal y de limpieza libre de tóxicos. Los ftalatos son empleados en productos de limpieza, productos de aseo personal (geles, champús, jabones, lociones, cosméticos…), perfumes, envases, etc.

Utilizar el vidrio en lugar de plástico para el almacenamiento de alimentos. El bisfenol A es uno de los químicos más comunes presente en los plásticos.

No utilizar aerosoles ni espumas. Estos productos poseen multitud de químicos en su composición como los estirenos, que pueden permanecer suspendidos en el aire durante horas.


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