Las Navidade$ son… la alegre celebración del nacimiento del Mesías de una religión que tiene más de dos mil años, una religión basada en la fe, la caridad, la humildad y el amor.
Las Navidade$ son… una fiesta que combina elementos de creencias y rituales paganos, judíos y sí, cristianos. Las Navidade$ son… en especial en Estados Unidos –pero en menor y variada medida en muchos otros países también– una orgía de consumo, de locura colectiva que lleva a personas generalmente normales a levantarse de madrugada y a tener peleas con extraños a fin de obtener la mejor ganga, el juguete más popular, la última maravilla electrónica.
Las Navidade$ son, sobre todo, el ejemplo más llamativo de las recompensas materiales y las desagradables contradicciones que caracterizan a la economía capitalista contemporánea. Es una economía de abundancia para muchas personas, en especial los ricos, no tanto para la clase media y de ninguna abundancia para los pobres.
Es también una economía cuya salud depende de un enérgico ritmo de crecimiento, siempre y para siempre, en un mundo dotado de vastos pero finitos recursos, tales como petróleo, agua, tierras e incluso aire respirable. Estos recursos, a pesar de ocasionales subidas y bajadas, cada día son más escasos y más caros.
Hay unas pocas personas que no se entusiasman con las delicias que proveen los regalos de Navidade$, desde el BMW de último modelo que el rico cónyuge puede dar a su amor, hasta el único y barato juguete que un niño pobre probablemente reciba.
Pero hay pocas personas que piensan mucho en el otro rostro de Navidade$, el conjunto de contradicciones que producen, iluminan o implican las Navidade$.
Un ejemplo es el hecho de que, en especial en estos tiempos cuando la mayoría de la gente aún está agobiada por montones de deudas, la fiebre del consumidor de Navidade$ es irracional para la economía de un individuo o de una familia, pero absolutamente beneficiosa o casi esencial para la economía en su conjunto, cuyo principal impulso proviene del gasto del consumidor.
¿Qué sucedería a los pequeños vendedores al detalle y a sus empleados que ingresan en la Navidad casi 40 por ciento de sus ventas, por ejemplo, si todos de pronto decidiríamos volvernos racionales y gastar dentro de nuestro alcance, aún en Navidade$? Y los detallistas por regla general contratan a unos 700 000 trabajadores adicionales en la temporada navideña.
Un segundo ejemplo es la contradicción que fabrican las Navidade$ entre la racionalidad económica individual y las expectativas sociales, culturales y personales de la familia, amigos y colegas.
Esta es la tiranía de las Navidade$. No es algo trivial. La prolífica escritora norteamericana Joyce Carol Oates ha publicado una novela en la que un hombre no puede comprar regalos de Navidade$ para su esposa e hijos al perder su trabajo y resuelve su dilema matando a su familia y suicidándose luego.
Puede que usted odie salir de compras en general y/o la demencia de las compras de Navidade$ en particular. Pero uno deja de cumplir las expectativas de otros a su propio riesgo. No nos encontramos ahora en el reino del regalo, sino en el de la obligación.
Por ejemplo, tengo un buen amigo con innumerables familiares, amigos, conocidos y colegas. Él odia tanto las compras de Navidade$ que ha terminado por temer toda la cosa navideña y cada año se impone como reto comprar su enorme lista de regalos en un mismo día, el 24 de diciembre, en el último minuto posible.
Para él, en los últimos años las tarjetas de regalo le han llegado como caídas del cielo. Pero estoy seguro de que aún debe lidiar con las personas más cercanas, a las cuales entregar una tarjeta de regalo sería una metida de pata descomunal. Curiosamente, aunque hemos sido desde siempre los mejores amigos, casi nunca intercambiamos regalos de Navidade$.
Una vez me lo pregunté y llegué a la conclusión de que es principalmente porque ambos pensamos igual acerca de las Navidade$ y ¿quién quiere echarle arriba una obligación a un buen y lúcido amigo? Quizás hayamos superado la tiranía de las Navidade$.
Por otra parte, quizás yo no le hice regalo alguno en un par o más de Navidade$, hasta que dejó de sentirse obligado. Lo siento si lo decepcioné, pero en general creo que estamos mejor con nuestro acuerdo.
Durante años él me hizo innumerable regalos en ocasiones en que no eran Navidade$; cosas materiales, sí (él siempre tiene una buena selección de whisky escocés, es un gran anfitrión y me ha invitado a restaurantes que en otros tiempos yo podía pagar), pero lo más importante es el regalo invalorable de una verdadera amistad.
Yo también le he dado mi amistad sincera y solo muy ocasionalmente algo nominal, como un cinturón que yo usaba y él me elogió. El mío no le servía, así que salí y encontré uno de su talla.
Creo que este tipo de amor –algo que superar entre dos hombres tremendamente rudos, competitivos y heterosexuales, y que aún poseen alguna dosis residual de machismo– está más en el espíritu de Jesús de Nazaret que cualquier cosa que suceda en Macy’s.
Más o menos en este momento los lectores –mi amigo el primero de ellos– están pensando que este rígido crítico ha perdido la chaveta o está pasado de tragos, poniéndose sentimental y todas esas cosas que se supone no hagan los hombres verdaderos y los críticos sociales, y que muy raras veces hago. Así que permítanme volver al tema principal, las contradicciones de Navidade$.
Esta temporada ha sido relativamente floja para los detallistas, no ruinosa, pero decepcionante. Lo ha sido a pesar del hecho de que este año los compradores gastaron aproximadamente $177 mil millones –y eso es solo hasta el 15 de diciembre. Los compradores de último minuto están inundando las tiendas en el momento de redactar esta columna (22 de diciembre), así que podemos asumir que el total pasará fácilmente de $200 mil millones.
Comparen esa cifra con la petición de presupuesto de la USAID –la principal organización norteamericana de ayuda– para el 2014: $20,4 mil millones. Y esto incluye asistencias tales como programas de “promoción de la democracia”, los cuales tienen un propósito esencialmente político, así como el despilfarro con asesores y contratistas bien conectados.
Este Congreso avaro casi seguro aprobará una cantidad menor. Pero no importa. Propongamos una cifra conservadora para la proporción de regalos de Navidade$ que son una pérdida total. Cosas que andan por ahí y nunca son usadas: 20 por ciento. Se podría triplicar el presupuesto de USAID con esos $40 mil millones malgastados en chatarra.
No estoy seguro si esto sería bueno o malo, dadas algunas de las cosas que hace la agencia. Lo que queda claro es que $40 mil millones en ayuda verdadera andarían un largo trecho aliviando el sufrimiento humano. El papa Francisco ha dicho que la economía que tenemos ahora “mata”. Cuarenta mil millones en ayuda harían que todo fuera un tanto menos homicida y reflejaría con propiedad el espíritu del fundador de la religión.
Una de las cosas que las Navidade$ también revelan en toda su desnudez es el indignante nivel de desigualdad de nuestra sociedad. Todos los niños están expuestos al nivel de golosinas que hay por ahí, pero un número enorme no recibe cualquiera de ellas comprada en Nordstrom. Tienen suerte si reciben una buena comida y un juguete de la Tienda del Dólar.
Se supone que Navidade$ es para los niños, pero hasta los niños ricos a veces se desalientan por lo que reciben. El deseo de más y mejor es insaciable.
En ese sentido, las Navidade$ son un excelente entrenamiento para esos niños que están destinados a ser amos de Wall Street en el universo y, de manera más general, por la manera en que nuestra economía política funciona realmente. Pero ¿tiene esto algo que ver con el hombre que habló del rico, el camello y el ojo de una aguja?
Las Navidade$ son una fiesta jovial, alegre, en lo fundamental para un grupo: los vendedores al detalle. Eso en un buen año: uno malo puede arruinarlos.
Y una última contradicción: mientras peor se encuentre la economía, más ganancia para los Scrooge entre los detallistas, esos que como Wal-Mart se resisten fieramente al derecho de los trabajadores a organizarse y que les pagan mucho menos que un salario decente.
Permítanme terminar esta columna no como el Grinch que se robó las Navidades.
Sinceramente les deseo a todos y a cada uno de ustedes –judíos y cristianos, musulmanes y budistas, ateos y evangelistas, y a todos los demás también– unas alegres fiestas en el verdadero espíritu de la celebración.