Pablo Gonzalez

Las consecuencias del declive de Estados Unidos


He sostenido durante mucho tiempo que el declive de EEUU como potencia hegemónica comenzó alrededor de 1970 y que ese lento declive se convirtió en uno acelerado durante la presidencia de George W. Bush. Empecé a escribir sobre esto en 1980 aproximadamente. 
 
En ese momento, la reacción a mi tesis, procedente de todos los campos políticos, fue rechazarla como absurda. Por el contrario, en los años 1990s se creía, de nuevo en todos los campos del espectro político, que EEUU había alcanzado el cenit del dominio unipolar.

Sin embargo, después del estallido de la burbuja de 2008, la opinión de los políticos, expertos y público en general empezó a cambiar. Hoy, muchas personas —aunque no todas— aceptan la existencia de al menos un relativo debilitamiento del poder, prestigio e influencia de EEUU. En este país, esto se acepta a regañadientes. 
 
Políticos y expertos rivalizan en recomendar cómo puede revertirse este declive. 
 
Yo creo que es irreversible.

La verdadera cuestión es qué consecuencias tiene esta decadencia. La primera es la manifiesta reducción de la capacidad que EEUU tiene para controlar la situación mundial y, en particular, la pérdida de confianza en la conducta de Washington por parte de quienes fueron sus aliados más cercanos.
 
 El mes pasado, debido a las pruebas hechas públicas por Edward Snowden, se ha sabido que la Agencia de Seguridad Nacional de EEUU (NSA, por sus siglas en inglés) ha estado espiando directamente a los máximos líderes de Alemania, Francia, México y Brasil, entre otros (así como, naturalmente, a una cantidad ingente de ciudadanos de estos países).

Estoy convencido de que EEUU llevó a cabo actividades parecidas en los años 1950s. Pero entonces ninguno de estos países se habría atrevido a expresar públicamente su enfado y a exigir a Washington que deje de espiarles. 
 
Si lo hacen hoy, es porque EEUU les necesita más a ellos que ellos a EEUU. Estos dirigentes saben que la Casa Blanca ya no tiene más remedio que prometer, como ha hecho el presidente Obama, que cesará en estas prácticas (aunque no lo diga con estas palabras). 
 
Y los líderes de estos cuatro países saben que su posición interna se fortalecerá si le dan públicamente a EEUU un tirón de orejas.

Al tiempo que los medios de comunicación discuten sobre el debilitamiento de EEUU, se está prestando más atención a China como posible nueva potencia mundial. Están equivocados. China es, indudablemente, un país emergente como fuerza geopolítica. 
 
Pero para ser una potencia hegemónica se necesita un largo y arduo proceso. Ningún otro país podría reemplazar a EEUU como potencia hegemónica antes de medio siglo, más o menos. Y eso es tanto tiempo que pueden pasar muchas cosas.

Por ahora, no hay ningún sucesor inmediato como dominador mundial. Lo que está ocurriendo, más bien, es que, una vez que el declive de la antigua potencia hegemónica es claro para otros países, el orden relativo del sistema-mundo es reemplazado por una lucha caótica entre múltiples potencias, todas ellas incapaces por sí solas de controlar la situación. EEUU sigue siendo un gigante, pero un gigante con pies de barro.
 
 Por el momento, sigue siendo la mayor potencia militar del planeta, pero es incapaz de sacarle mucho provecho. Estados Unidos ha intentado minimizar los riesgos concentrándose en guerras libradas con aviones no tripulados. El exsecretario de Defensa Robert Gates acaba de denunciar esta visión como totalmente insensata desde un punto de vista militar. Nos recuerda que uno gana guerras solo sobre el terreno, pero el presidente Obama está actualmente bajo una enorme presión, tanto por parte de los políticos como de la opinión pública, para no usar fuerzas terrestres.

El problema para quienes se encuentran en una situación de caos geopolítico es el alto grado de ansiedad que genera y las oportunidades que ofrece para que prevalezca la locura destructiva. Por ejemplo, EEUU no puede ya ganar guerras, pero puede causar grandes daños a otros y a sí mismo debido a acciones imprudentes. No importa lo que EEUU intente hacer hoy en Oriente Medio; perderá en todo caso.
 
 En la actualidad, ninguno de los principales actores en Oriente Medio —insisto, ninguno— se deja guiar por Estados Unidos. Me refiero a Egipto, Israel, Turquía, Siria, Arabia Saudí, Irak, Irán y Pakistán, por no mencionar a Rusia y China. Los dilemas políticos que esto plantea a Washington han sido expuestos con gran detalle en The New York Times. La conclusión del debate interno en la administración Obama ha sido un compromiso superambiguo, en el que el presidente aparece vacilante y en absoluto enérgico.

Por último, podemos estar seguros de que en los próximos diez años veremos dos consecuencias. La primera es el fin del dólar como moneda de último recurso. Cuando esto suceda, EEUU habrá perdido una protección crucial para su presupuesto nacional y los costes de sus operaciones económicas. La segunda es el declive, probablemente un serio declive, del nivel de vida relativo de los ciudadanos y residentes estadounidenses.
 
 Las consecuencias políticas de este último desarrollo son difíciles de predecir en detalle, pero no serán triviales.

Immanuel Wallerstein es profesor de sociología de la Universidad de Yale y director emérito del Centro Fernand Braudel de la Universidad de Binghamton. Es también investigador residente de la Fundación Casa de las Ciencias del Hombre de París. Entre sus muchos libros se encuentran El moderno sistema mundial y El capitalismo histórico. Vive en New Haven, Connecticut, y París, Francia.

Traducción: Javier Villate

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