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La soja transgénica: pan para hoy, hambre para mañana


Un agricultor muestra las semillas de soja recogidas en la selva amazónica.

Los monocultivos avanzan imparables en el continente latinoamericano. Sólo en 2012 se sembraron en Argentina, Bolivia, Brasil, Paraguay y Uruguay 50 millones de hectáreas de soja transgénica.
 
Es decir, una superficie que supera en 200.000 kilómetros el tamaño de Italia, en 150.000 kilómetros el de Alemania y que ocupa más que toda España junta.

Cuenta la tradición que la soja, ‘soya’ en el castellano de Latinoamérica, fue descubierta por el emperador chino Sheng-Nung hace más de tres milenios. Además de sembrar la leguminosa, estudió sus propiedades alimenticias y medicinales y las escribió en el libro Materia Médica, del que se le considera autor.

Los emperadores chinos creían que la soja era una de las cinco semillas sagradas, junto con el arroz, el trigo, la cebada y el mijo. 
 
La planta también era apreciada porque fertilizaba el suelo, fijando el nitrógeno. Con el paso del tiempo y el dominio de la fermentación comenzó a fabricarse el tempeh, el natto, el miso y el tofu, productos que siguen consumiéndose hoy en día. Un poco más tarde apareció la leche de soja.

Bondades y maldades

El gran valor proteico de la legumbre, que posee los ocho aminoácidos esenciales, ha convertido a la soja en una panacea nutricional y terapéutica, sustituta de la carne en las culturas veganas. 
 
Su precio relativamente bajo han hecho de la carne y la leche de soja un alimento esencial para resolver los desordenes menopáusicos, disminuir la formación de grasas, bajar el colesterol, proteger el sistema cardiovascular, combatir el cáncer, la diabetes y el hambre en el mundo.

Según una investigación llevada a cabo por la Universidad de Búfalo, en Estados Unidos (EEUU), las mujeres que incorporan esta leguminosa a su alimentación padecen un 60% menos de tumores de mama de tipo. 
 
En los hombres previene el cáncer de próstata. La isoflavona contenida en la soja, que lleva por nombre daidzeína, ayuda a sintetizar los azúcares, por lo que hay menor número de diabéticos entre quienes consumen habitualmente este producto.

La industria ha encontrado en este producto miles de aplicaciones útiles, aprovechando su riqueza proteica, sus grasas saludables, su plasticidad industrial y su bajísimo costo. La leguminosa ha pasado a ser un alimento básico para animales, en forma de harina de soja, compitiendo con la tradicional harina de pescado a un precio considerablemente más bajo.

Su difusión en Occidente se debe a los estudios del estadounidense George W. Carver. A partir de los años 70 del siglo pasado la soja comenzó a cultivarse masivamente en el Medio Oeste de EEUU y en diversas zonas agrícolas de Argentina, Brasil, el este de Bolivia y Paraguay.

Pero no todo es alegría en el, cada vez más de moda, mundo de la soja. Este único monocultivo está destruyendo bosques, sustituyendo los territorios antes dedicados al trigo, al maíz y a la producción de carne, expulsando a agricultores familiares, indígenas y trabajadores rurales, y envenenando el agua, la tierra y el aire con semillas modificadas genéticamente y con pesticidas cada vez más tóxicos.

En la cosecha de 2010, la soja abarcó el 66% de la tierra cultivada en Paraguay, el 59% de la tierra cultivable argentina, el 35% de la brasileña, el 30% de la uruguaya y el 24% de la boliviana.
 
 Los cultivos dedicados a esta leguminosa sigue creciendo años tras año y diversas organizaciones latinoamericanas han declarado la guerra a los que denominan ‘los señores de la soja’.

Denuncian que la diversidad de cultivos y los alimentos autóctonos están desapareciendo; que el no respetar los parámetros de seguridad a la hora de fumigar los campos está produciendo efectos nocivos en la salud, que hay una mayor dependencia tecnológica de países extranjeros; que se está produciendo una emigración masiva de obreros; que empresas como Monsanto, Atanor y Dow Química están monopolizando el mercado de las semillas y que el costo de los alimentos está subiendo exponencialmente.

‘La parábola de la escasez de pan’

En Argentina, el Instituto Nacional de Estadisticas y Censos (Indec) ha admitido que el precio del pan ha aumentado el 700% en siete años. 
 
El incremento más brusco se registró en 2013, como consecuencia de la escasez de trigo. 
 
En sólo seis meses se triplicó el precio de la bolsa de harina. Ante la fuerte escalada de precios el gobierno de Cristina Fernández de Kirchner ordenó el cierre de las exportaciones de harina, que en 2012 habían alcanzado un poco más de un millón de toneladas.

A lo que algunos califican como la ‘parábola de la escasez de pan’ se está suma la grave deforestación de la selva amazónica y diversos estudios recientes que relacionan la ingesta de soja transgénica con problemas respiratorios, problemas gastrointestinales, intoxicaciones crónicas, cáncer, lesiones dérmicas, ulceras, malformaciones infantiles y esterilidad.

Los políticos, por su parte, bendicen a la soja porque está incrementado el PIB de sus habitantes.
 
 El presidente de Uruguay, José Mujica, ha manifestado en reiteradas ocasiones que “ciertas compañías que ingresaron a nuestras tierras, especialmente argentinas, nos enseñaron a trabajar la tierra y ahora somos un país agrícola, cosa que no éramos, porque la siembra directa no se conocía”.

“Lo que puede ser una desgracia para otros, para nosotros fue una salvación: teníamos un nivel de endeudamiento de casi el 100% del producto bruto agropecuario», explicó Mujica, para agregar que el país también le debe a China el cultivo de la soja, la cual “merece un monumento porque es una planta sagrada que nos trajo rentabilidad”.

El ministro de Agricultura brasileño, Mendes Ribeiro Filho, elogió hace unas semanas el esfuerzo realizado por los empresarios agrícolas:
 
 “Esto es fruto del esfuerzo del agricultor brasileño, quien cada año nos sorprende aumentando la productividad para promover la riqueza del país”, explicó a la Agencia Brasil, en referencia a la cosecha de granos récord de 185 millones de toneladas de soja que se espera que logre Brasil en 2012/13.

La situación más contradictoria se produce en Bolivia, donde el crecimiento de las cosechas de soja transgénica se opone a la legislación nacional que prohíbe la producción, importación, distribución y comercialización de semillas bio-modificadas.

Fuente: Elmundo

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