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Snowden como símbolo de una irritación generalizada

El caso Snowden es otra muestra evidente de los importantísimos cambios que ha sufrido nuestro mundo en un periodo muy corto desde el punto de vista histórico. 
 
Antes los adversarios principales en la lucha interminable entre Rusia y EEUU eran los servicios de inteligencia de los dos países.

Los tejemanejes y las artimañas sin ningún resultado concreto eran una cosa común y corriente.
 
 Y aunque esta lucha persiste, va perdiendo su relevancia, convirtiéndose en rutina en las relaciones entre los Estados.

Mientras tanto vemos aparecer a otro protagonista. 
 
En la época de la guerra fría el destino más probable de Snowden con sus revelaciones habría sido la URSS y los servicios de inteligencia soviética.
 
 Aquél era el camino que siguieron muchos idealistas desilusionados con el mundo occidental y fascinados con el futuro luminoso del comunismo. 
 
Los espías rusos, a su vez, “optaban por la libertad”.

Hoy, sin embargo, el adversario clave del servicio de inteligencia, que por su naturaleza es un instituto cerrado y nada transparente, no es otro servicio de inteligencia, sino la sociedad civil.
 
 El soldado raso Bradley Manning y el contratado Edward Snowden divulgaron una información que veían como importante no para el enemigo, sino para la sociedad. Esto lo cambia todo.

La entrega de una información confidencial al adversario ideológico o estratégico se califica como una traición en cualquier Estado, independientemente de sus razones.
 
 Hacer públicos hechos que indican la intervención de organismos públicos en la vida privada de los ciudadanos y la violación de sus derechos constitucionales representa para muchos un acto de patriotismo. 
 
En EEUU, por ejemplo, a Snowden le apoya un grupo muy variado, desde los izquierdistas y los ultraliberales hasta los conservadores libertarios como Randal Paul, que odian al Estado con todo el alma precisamente porque se mete en la vida de la gente.

A la luz de todo esto resulta interesante la reacción de Vladimir Putin.
 
 Por una parte, subrayó, naturalmente, que no iba a cumplir las demandas estadounidenses de entregarles a Snowden, pero tampoco mostró ninguna simpatía con el joven norteamericano.
 
 Habiendo sido un agente de los servicios de inteligencia, no puede simpatizar con una persona que había violado el régimen de confidencialidad y desdeñado sus compromisos.

En un mundo en el que es imposible ocultar nada, se gesta un nuevo enfrentamiento. 
 
Por un lado se encuentran los servicios especiales (todos), centrados en un control total, que parten de la premisa de que en aras de la seguridad total necesitan saber de los ciudadanos todo; y los ciudadanos de ellos, nada.
 
 Por otro están sus adversarios, que defienden justo lo contrario: los ciudadanos tienen el derecho de utilizar cualquier medio para levantar el velo que oculta las actividades de los servicios secretos y defender su vida privada.
 
 No es nada nuevo, pero la sociedad de información global funciona como un catalizador de este proceso.

Aunque parezca una paradoja, los divulgadores de información confidencial no representan ningún interés para los servicios especiales de otros países. 
 
El valor de un agente secreto consiste en su integración en el sistema y la continuidad de su labor, hasta si se trata de una persona en posición secundaria.
 
Haciendo unas declaraciones públicas, rompiendo de manera manifiesta sus lazos con la corporación los divulgadores cierran el camino para su futuro uso.

Los culpables de incidentes como el de divulgación de los materiales vía Wikileaks hace tres años o de la información sobre el sistema PRISM pueden ser hoy aventureros con distintos tipos de manías, como el complejo de Heróstrato. 
 
Pero, independientemente de sus motivos, vemos que la sociedad civil intenta cada vez más defenderse de las crecientes capacidades de los servicios especiales. 
 
Gracias a Snowden ahora sabemos lo que hemos sospechado desde hace mucho: los servicios de inteligencia aprovechan las redes sociales y los nuevos medios de comunicación de manera activa. 
 
Pero la moneda tiene dos caras, y las mismas posibilidades de comunicación ilimitadas actúan en contra de los servicios de inteligencia cuando a alguien se le ocurre descubrir sus secretos. 
 
Así que es muy probable que veamos más casos de este tipo y no sólo en EEUU.

Resumiendo, el caso de Snowden coronó la temporada política mundial 2012-2013 de manera muy elocuente. Hipocresía y cinismo, farsa y drama, es una mezcla de todo. 
 
Pero lo que hace de este caso un símbolo de la situación actual es su irreversible ambigüedad.
 
 Las opiniones sobre Snowden son opuestas e irreconciliables, no hay manera de llegar a un consenso: ésta es la tendencia general a nivel mundial, la humanidad prefiere la separación a la unión. 
 
Y la sensación predominante es una irritación provocada por la imposibilidad de cumplir con sus objetivos, de encontrar un consenso entre distintas partes de la sociedad y distintos países. 
 
Todo el mundo está descontento con los resultados, pero por varias razones. 
 
Y nadie sabe qué hay que hacer para cambiar las cosas.

*Fiodor Lukiánov es presidente del Consejo de Política Exterior y Defensa. Director de la revista Rusia en la política global, una prestigiosa publicación rusa que difunde opiniones de expertos sobre la política exterior de Rusia y el desarrollo global. 
 
Es autor de comentarios sobre temas internacionales de actualidad y colabora con varios medios de Estados Unidos, Europa y China. Lukiánov se graduó en la Universidad Estatal de Moscú.
 
Columna semanal por Fiodor Lukiánov
 

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