ROBERTO ROMERO OSPINA – Una nueva tragedia se cierne sobre Colombia. La tragedia de la traición a los pueblos hermanos del continente repitiendo la postura del país cuando en abril de 1982 se puso al lado del imperio británico en la guerra de las Malvinas.
Fue la única nación latinoamericana que no apoyó a la Argentina en su legítima defensa de la soberanía de sus islas del Atlántico sur mereciendo el nombre de Caín de América.
El presidente Turbay Ayala y su canciller Lemos Simmons abandonaron a la nación gaucha cuando una potencia extracontinental como Inglaterra desalojó las tropas del hermano país en una sangrienta retoma.
Hoy, 31 años después de esta deserción a la unidad de la región, el gobierno colombiano decide de nuevo destrozar el camino de la integración.
Hoy, 31 años después de esta deserción a la unidad de la región, el gobierno colombiano decide de nuevo destrozar el camino de la integración.
Santos anunció el 1 de junio el ingreso formal a la Organización del Tratado del Atlántico Norte OTAN, el único bloque militar existente en el mundo y caracterizado por sus acciones agresivas desde su fundación en 1949, que dio inicio a la “guerra fría” con el campo socialista y que perdurara hasta el derrumbe de éste en 1989.
“En junio la OTAN va a suscribir un acuerdo con el gobierno colombiano, con el ministerio de Defensa, para iniciar todo un proceso de acercamiento, de cooperación, con miras también a ingresar a esa organización”, anunció el mandatario en una ceremonia de ascensos de militares.
Qué significa pensar en grande para Santos
Y añadió que “Colombia tiene derecho y puede pensar en grande. Porque estamos dejando el miedo a un lado y llenándonos de razones para ser los mejores, y ya no de la región sino del mundo entero. Tenemos con qué. Lo hemos demostrado”, concluyó.
Para Santos, que como ministro de Defensa de Uribe tiene a su haber más de medio millar de casos de “falsos positivos”, pensar en grande es darle la espalda a los principios del Movimiento de los Países No Alineados, del que hace parte desde 1982, abandonar a los países de UNASUR que desde 1998 vienen tejiendo la filigrana de la cooperación sin la coyunda de EE. UU. y echar por la borda los principios que dieron nacimiento el 23 de febrero de 2010 a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños CELAC.
Este paso de Colombia no es nuevo. El más reciente antecedente se dio al participar en una reunión de la OTAN el pasado 28 de febrero, en Monterrey, EE.UU. a través de la viceministra de Defensa, Diana Quintero.
“Nosotros venimos haciendo todos los acercamientos con la OTAN para ser uno de sus aliados globales y esta invitación responde a las buenas prácticas y experiencias, que la OTAN está mirando para compartirlas con otros países”, informó Quintero a la prensa.
Oficialmente Colombia expresó “el honor” de haber sido el único país de América Latina invitado a participar en este encuentro denominado “Construyendo Integridad” que reunió a representantes militares de 138 países.
Es absolutamente incompatible hacer parte de aquellos organismos multilaterales latinoamericanos, cuyas banderas sustanciales son la integración y el fortalecimiento de la paz en la región y a la vez tener presencia en un bloque supranacional y extracontinental de esencia militar dirigido por las grandes potencias cuyos intereses se contraponen.
Colombia, una vez en la OTAN, deberá aprobar todas sus acciones guerreristas alrededor del mundo e incluso en la propia América Latina donde el pacto noratlántico cuenta con 47 bases militares, entre ellas las que se encuentran en Las Malvinas.
Alí Rodríguez Araque, actual secretario general de UNASUR, destacó recientemente que “los imperios -el inglés y el estadounidense- están en decadencia, pero se resisten a ceder en su condición de imperios y a asumir las relaciones diplomáticas del respeto mutuo, de no intervención, de abandono del uso de la fuerza, como es colocar bases militares a miles de kilómetros de su países so pretexto de proteger la soberanía, una manera particular de entender la soberanía, pero violando sistemáticamente la soberanía de otros países”.
Amistad con el norte y una agenda funesta
Colombia, al tomar esta medida que ha sido respondida por la OTAN en forma de “actividades de cooperación” y “el intercambio de información clasificada entre la Alianza y Colombia” y no como miembro pleno por no ser una nación del Atlántico norte, solo va a lograr enemistarse con las 120 naciones No Alineadas, los 33 países de la CELAC y los 12 Estados de UNASUR.
Y lo más grave de la respuesta de la OTAN está en aquella afirmación de que “se está explorando la posibilidad de llevar a cabo actividades específicas conjuntas”.
Pero, ¿por qué transitar por este camino de rechazo y aislamiento cuando se cosechaba la simpatía internacional tras la apertura de las negociaciones de La Habana que son de paz, todo lo contario del ideario de la OTAN?
Precisamente por haber logrado semejante apoyo Santos cree que ahora debe soltar las amarras con la opinión pública mundial y mostrar su verdadero rostro de aliado incondicional de los intereses norteamericanos. Y de paso obtener réditos como candidato presidencial, que ya lo es, en la audiencia de la derecha.
Por ello esa agenda funesta y apurada que en menos de una semana, sin equívoco alguno, solventa un encuentro con el vicepresidente norteamericano Joe Biden (EE.UU. no ha reconocido a Maduro), una cita con el candidato perdedor Capriles, que no acepta los resultados electorales, y el aviso al mundo de rendirse a la OTAN. Todo esto, por supuesto, hace parte de un libreto bien establecido que apunta a modificar las relaciones políticas regionales y con la mira bien puesta en Venezuela.
No es un secreto para nadie que la OTAN no ve con simpatías el proceso bolivariano que ha emprendido soberanamente Venezuela. Chávez en octubre de 2011, reveló ante las cámaras con pelos y señales, los planes desestabilizadores contra su país orquestados por dicho Tratado. Santos fue informado de esto pues el presidente venezolano había recompuesto la confianza perdida y más cuando avanzaban secretamente las tratativas de un encuentro entre las FARC y el gobierno colombiano con el apoyo de Caracas.
Mantener una reunión con Capriles no solo era una burda provocación que iba a tener su consabida respuesta sino que al conocerse ahora la petición a la OTAN podría indicar que Santos no descarta, quién sabe por qué vía, que el candidato de la derecha, amigo como él incondicional de EE.UU., pueda acceder al poder. Entonces se trataba no de un saludo a la bandera de la oposición sino de abrir opciones. Qué otro sentido podría tener ese recibimiento.
Ruptura con América Latina
Pero volvamos al Movimiento de los No Alineado y UNASUR para entender que la decisión de Santos de unir a una parte vital de la región como Colombia a la OTAN es una abierta ruptura con América Latina.
Colombia como parte integrante de los No Alineados, cuyos principios ratificó en la última cumbre de Teherán en octubre de 2012, sabe bien que está obligado a adoptar una política de no alineamiento, apoyar los movimientos por la independencia nacional, y sobre todo “no debe ser miembro de una alianza multilateral militar concluida en el contexto de los conflictos de las grandes potencias”.
Y como miembro pleno de UNASUR hace parte del Consejo Suramericano de Defensa uno de cuyos deberes es enfrentar a cualquier potencia extranjera que intente socavar la soberanía de cualquier nación integrante. De ahí el apoyo irrestricto de UNASUR a la Argentina en el conflicto de Las Malvinas contra los intereses de Inglaterra, socio de EE.UU. y miembro activo de la OTAN.
El Consejo Suramericano de Defensa, según lo concibe Brasil, no supone una alianza militar convencional, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sino un foro para promover el diálogo entre los ministerios de Defensa de la región.
UNASUR es un mecanismo de integración que permite discutir las realidades y necesidades de Defensa de los países suramericanos; reducir los conflictos y desconfianzas, y sentar las bases para la futura formulación de una política común de Defensa sin la presencia de EE.UU.
El perfecto Caballo de Troya
Jobim, el ministro de Defensa brasileño, arquitecto de UNASUR junto con el presidente Lula, al ser interrogado en 2008 por el secretario de Defensa norteamericano sobre qué pudieran hacer los EE.UU. frente a la creación del comando de defensa suramericano, contestó sin pestañear: “mantenerse a distancia”.
Hay que recordar que Uribe se negó a participar en este mecanismo y solo casi ocho meses después aceptó que Colombia hiciera parte. Santos, por ese entonces ministro de Defensa, declaró que “nosotros no tenemos nada que hacer allí”. Una posición que hoy retoma al preferir marcharse a la OTAN a sabiendas que esto le representará un enorme coste al país.
Esa incomodidad de estar al lado de tantos vecinos con otro norte debía romperse algún día. Y más cuando Colombia es el país suramericano con mayor número de tratados con EE.UU. que datan de 1939.
Entre los acuerdos bilaterales vigentes se encuentran el Acuerdo de Asistencia Militar suscrito en 1952 que consagra que cada uno de los gobiernos acepta recibir personal del otro Gobierno para el cumplimiento de las obligaciones. En el año 1974 se acuerda el establecimiento de misiones del ejército, marina y aviación de EE.UU. en Colombia que prorrogó la permanencia de las misiones militares, establecidas en virtud de los convenios firmados entre los dos países el 14 de octubre de 1946 y el 21 de febrero de 1949.
Recientemente, en 2004, el Estado colombiano suscribió el Anexo al Convenio General para Ayuda Económica, Técnica y Afín o Plan Colombia, que amplía la cooperación y establece un programa bilateral de control de narcóticos y de las actividades terroristas y otras amenazas contra la seguridad nacional de la República de Colombia.
El Memorando de Entendimiento para una Relación Estratégica de Seguridad para Promover la Cooperación entre el Gobierno de la República de Colombia y el Gobierno de los Estados Unidos de América, suscrito en 2007.
Aquí haría falta el Acuerdo complementario para la Cooperación y Asistencia Técnica en Defensa y Seguridad entre los Gobiernos de la República de Colombia y de los Estados Unidos de América, suscrito en Bogotá el 30 de octubre de 2009, y que la Corte Constitucional tumbó pues se requería de un tratado aprobado primero por el Congreso.
Este acuerdo establece, entre decenas de artículos violatorios de la soberanía nacional, el derecho al uso de las bases militares de Colombia por parte de tropas norteamericanas, en especial de siete: Malambo, Atlántico; Palanquero, en el Magdalena Medio; Apiay, en el Meta; las bases navales de Cartagena y el Pacífico; el centro de entrenamiento de Tolemaida y la base del Ejército de Larandia, en el Caquetá.
El fallo, del 17 de agosto de 2010, solo implica que la Presidencia someta el Acuerdo el Congreso para cumplir con los requisitos de ley. Seguramente este será el próximo paso de Santos. Todos los miembros de la OTAN están obligados a permitir el acceso a sus bases militares.
Si hasta hace poco los más de tres mil kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos representaban, a la vez, la frontera de América Latina con la OTAN, ahora, con estos pasos de Santos se convierte en el perfecto Caballo de Troya en la propia región.
“En junio la OTAN va a suscribir un acuerdo con el gobierno colombiano, con el ministerio de Defensa, para iniciar todo un proceso de acercamiento, de cooperación, con miras también a ingresar a esa organización”, anunció el mandatario en una ceremonia de ascensos de militares.
Qué significa pensar en grande para Santos
Y añadió que “Colombia tiene derecho y puede pensar en grande. Porque estamos dejando el miedo a un lado y llenándonos de razones para ser los mejores, y ya no de la región sino del mundo entero. Tenemos con qué. Lo hemos demostrado”, concluyó.
Para Santos, que como ministro de Defensa de Uribe tiene a su haber más de medio millar de casos de “falsos positivos”, pensar en grande es darle la espalda a los principios del Movimiento de los Países No Alineados, del que hace parte desde 1982, abandonar a los países de UNASUR que desde 1998 vienen tejiendo la filigrana de la cooperación sin la coyunda de EE. UU. y echar por la borda los principios que dieron nacimiento el 23 de febrero de 2010 a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños CELAC.
Este paso de Colombia no es nuevo. El más reciente antecedente se dio al participar en una reunión de la OTAN el pasado 28 de febrero, en Monterrey, EE.UU. a través de la viceministra de Defensa, Diana Quintero.
“Nosotros venimos haciendo todos los acercamientos con la OTAN para ser uno de sus aliados globales y esta invitación responde a las buenas prácticas y experiencias, que la OTAN está mirando para compartirlas con otros países”, informó Quintero a la prensa.
Oficialmente Colombia expresó “el honor” de haber sido el único país de América Latina invitado a participar en este encuentro denominado “Construyendo Integridad” que reunió a representantes militares de 138 países.
Es absolutamente incompatible hacer parte de aquellos organismos multilaterales latinoamericanos, cuyas banderas sustanciales son la integración y el fortalecimiento de la paz en la región y a la vez tener presencia en un bloque supranacional y extracontinental de esencia militar dirigido por las grandes potencias cuyos intereses se contraponen.
Colombia, una vez en la OTAN, deberá aprobar todas sus acciones guerreristas alrededor del mundo e incluso en la propia América Latina donde el pacto noratlántico cuenta con 47 bases militares, entre ellas las que se encuentran en Las Malvinas.
Alí Rodríguez Araque, actual secretario general de UNASUR, destacó recientemente que “los imperios -el inglés y el estadounidense- están en decadencia, pero se resisten a ceder en su condición de imperios y a asumir las relaciones diplomáticas del respeto mutuo, de no intervención, de abandono del uso de la fuerza, como es colocar bases militares a miles de kilómetros de su países so pretexto de proteger la soberanía, una manera particular de entender la soberanía, pero violando sistemáticamente la soberanía de otros países”.
Amistad con el norte y una agenda funesta
Colombia, al tomar esta medida que ha sido respondida por la OTAN en forma de “actividades de cooperación” y “el intercambio de información clasificada entre la Alianza y Colombia” y no como miembro pleno por no ser una nación del Atlántico norte, solo va a lograr enemistarse con las 120 naciones No Alineadas, los 33 países de la CELAC y los 12 Estados de UNASUR.
Y lo más grave de la respuesta de la OTAN está en aquella afirmación de que “se está explorando la posibilidad de llevar a cabo actividades específicas conjuntas”.
Pero, ¿por qué transitar por este camino de rechazo y aislamiento cuando se cosechaba la simpatía internacional tras la apertura de las negociaciones de La Habana que son de paz, todo lo contario del ideario de la OTAN?
Precisamente por haber logrado semejante apoyo Santos cree que ahora debe soltar las amarras con la opinión pública mundial y mostrar su verdadero rostro de aliado incondicional de los intereses norteamericanos. Y de paso obtener réditos como candidato presidencial, que ya lo es, en la audiencia de la derecha.
Por ello esa agenda funesta y apurada que en menos de una semana, sin equívoco alguno, solventa un encuentro con el vicepresidente norteamericano Joe Biden (EE.UU. no ha reconocido a Maduro), una cita con el candidato perdedor Capriles, que no acepta los resultados electorales, y el aviso al mundo de rendirse a la OTAN. Todo esto, por supuesto, hace parte de un libreto bien establecido que apunta a modificar las relaciones políticas regionales y con la mira bien puesta en Venezuela.
No es un secreto para nadie que la OTAN no ve con simpatías el proceso bolivariano que ha emprendido soberanamente Venezuela. Chávez en octubre de 2011, reveló ante las cámaras con pelos y señales, los planes desestabilizadores contra su país orquestados por dicho Tratado. Santos fue informado de esto pues el presidente venezolano había recompuesto la confianza perdida y más cuando avanzaban secretamente las tratativas de un encuentro entre las FARC y el gobierno colombiano con el apoyo de Caracas.
Mantener una reunión con Capriles no solo era una burda provocación que iba a tener su consabida respuesta sino que al conocerse ahora la petición a la OTAN podría indicar que Santos no descarta, quién sabe por qué vía, que el candidato de la derecha, amigo como él incondicional de EE.UU., pueda acceder al poder. Entonces se trataba no de un saludo a la bandera de la oposición sino de abrir opciones. Qué otro sentido podría tener ese recibimiento.
Ruptura con América Latina
Pero volvamos al Movimiento de los No Alineado y UNASUR para entender que la decisión de Santos de unir a una parte vital de la región como Colombia a la OTAN es una abierta ruptura con América Latina.
Colombia como parte integrante de los No Alineados, cuyos principios ratificó en la última cumbre de Teherán en octubre de 2012, sabe bien que está obligado a adoptar una política de no alineamiento, apoyar los movimientos por la independencia nacional, y sobre todo “no debe ser miembro de una alianza multilateral militar concluida en el contexto de los conflictos de las grandes potencias”.
Y como miembro pleno de UNASUR hace parte del Consejo Suramericano de Defensa uno de cuyos deberes es enfrentar a cualquier potencia extranjera que intente socavar la soberanía de cualquier nación integrante. De ahí el apoyo irrestricto de UNASUR a la Argentina en el conflicto de Las Malvinas contra los intereses de Inglaterra, socio de EE.UU. y miembro activo de la OTAN.
El Consejo Suramericano de Defensa, según lo concibe Brasil, no supone una alianza militar convencional, como la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN), sino un foro para promover el diálogo entre los ministerios de Defensa de la región.
UNASUR es un mecanismo de integración que permite discutir las realidades y necesidades de Defensa de los países suramericanos; reducir los conflictos y desconfianzas, y sentar las bases para la futura formulación de una política común de Defensa sin la presencia de EE.UU.
El perfecto Caballo de Troya
Jobim, el ministro de Defensa brasileño, arquitecto de UNASUR junto con el presidente Lula, al ser interrogado en 2008 por el secretario de Defensa norteamericano sobre qué pudieran hacer los EE.UU. frente a la creación del comando de defensa suramericano, contestó sin pestañear: “mantenerse a distancia”.
Hay que recordar que Uribe se negó a participar en este mecanismo y solo casi ocho meses después aceptó que Colombia hiciera parte. Santos, por ese entonces ministro de Defensa, declaró que “nosotros no tenemos nada que hacer allí”. Una posición que hoy retoma al preferir marcharse a la OTAN a sabiendas que esto le representará un enorme coste al país.
Esa incomodidad de estar al lado de tantos vecinos con otro norte debía romperse algún día. Y más cuando Colombia es el país suramericano con mayor número de tratados con EE.UU. que datan de 1939.
Entre los acuerdos bilaterales vigentes se encuentran el Acuerdo de Asistencia Militar suscrito en 1952 que consagra que cada uno de los gobiernos acepta recibir personal del otro Gobierno para el cumplimiento de las obligaciones. En el año 1974 se acuerda el establecimiento de misiones del ejército, marina y aviación de EE.UU. en Colombia que prorrogó la permanencia de las misiones militares, establecidas en virtud de los convenios firmados entre los dos países el 14 de octubre de 1946 y el 21 de febrero de 1949.
Recientemente, en 2004, el Estado colombiano suscribió el Anexo al Convenio General para Ayuda Económica, Técnica y Afín o Plan Colombia, que amplía la cooperación y establece un programa bilateral de control de narcóticos y de las actividades terroristas y otras amenazas contra la seguridad nacional de la República de Colombia.
El Memorando de Entendimiento para una Relación Estratégica de Seguridad para Promover la Cooperación entre el Gobierno de la República de Colombia y el Gobierno de los Estados Unidos de América, suscrito en 2007.
Aquí haría falta el Acuerdo complementario para la Cooperación y Asistencia Técnica en Defensa y Seguridad entre los Gobiernos de la República de Colombia y de los Estados Unidos de América, suscrito en Bogotá el 30 de octubre de 2009, y que la Corte Constitucional tumbó pues se requería de un tratado aprobado primero por el Congreso.
Este acuerdo establece, entre decenas de artículos violatorios de la soberanía nacional, el derecho al uso de las bases militares de Colombia por parte de tropas norteamericanas, en especial de siete: Malambo, Atlántico; Palanquero, en el Magdalena Medio; Apiay, en el Meta; las bases navales de Cartagena y el Pacífico; el centro de entrenamiento de Tolemaida y la base del Ejército de Larandia, en el Caquetá.
El fallo, del 17 de agosto de 2010, solo implica que la Presidencia someta el Acuerdo el Congreso para cumplir con los requisitos de ley. Seguramente este será el próximo paso de Santos. Todos los miembros de la OTAN están obligados a permitir el acceso a sus bases militares.
Si hasta hace poco los más de tres mil kilómetros de frontera entre México y Estados Unidos representaban, a la vez, la frontera de América Latina con la OTAN, ahora, con estos pasos de Santos se convierte en el perfecto Caballo de Troya en la propia región.