A la vera de las inmensas carreteras brasileñas se encuentran acampadas más de 150.000 familias campesinas que aspiran a la propiedad de una pequeña hacienda.
El Movimiento de Trabajadores Rurales Sin Tierra (MST) apoya esta demanda de los braceros desde su creación hace tres décadas. Hoy, convertida en una de las organizaciones sociales más importantes de Latinoamérica, mantiene su lucha en un escenario aún más complejo, globalizado, donde confluyen intereses económicos de enormes dimensiones.
Joao Pablo Rodrigues Chaves, miembro de su Coordinación Nacional, acaba de recibir el Premio Gernika por la Paz y la Reconciliación, un galardón a una lucha dificultada por la represión oficial y el asesinato clandestino.
-El conflicto social permanece en el campo brasileño. ¿En estos últimos treinta años se han consolidado progresos o la situación ha empeorado?
-El movimiento se fundó en un periodo dictatorial y, para nosotros, supone un avance importante la consolidación de un proceso democrático y las conquistas económicas y de derechos sociales para el campesino, como la política de créditos agrícolas, la introducción de la energía eléctrica o la educación.
-Pero la concentración de la propiedad se ha agudizado en estas últimas décadas.
-Ha aparecido un nuevo factor, las transnacionales que adquieren tierras para dedicarlas al monocultivo de exportación.
Pueden cultivar caña de azúcar y producir etanol en el estado de Sao Paulo o el nordeste, eucalipto con el fin de generar pasta de celulosa, gracias al capital finés o surasiático, o dedicarse al negocio de la soja en el centro oeste. En el negocio han entrado Monsanto, Bunge, Bill Gates y George Soros, entre otros.
-La agricultura brasileña es un ejemplo de globalización comercial.
-El capital internacional ha emigrado a nuestro país como una forma segura de inversión en tiempos de crisis. Toda la exportación de grano se lleva a cabo por cinco o seis firmas y la producción de carne se canaliza a través de tres frigoríficas. Ese fenómeno nos deja en una situación muy complicada porque el enemigo ya no es el latifundista local, sino la gran empresa internacional con sede en Nueva York o Helsinki.
-¿Los gobiernos progresistas de Lula da Silva y Dilma Rousseff apoyan esta expansión?
-Lula fue el padre de los pobres y la madre de los ricos, porque el modelo de desarrollo brasileño está basado en el apoyo al inversor extranjero.
Se dedican 2.000 millones de dólares (1.535 millones de euros) a préstamos, subsidios para infraestructuras o incentivos para los campesinos, mientras que las empresas de agronegocio cuentan con 120.000 millones.
Por ejemplo, la soja para la exportación no paga impuestos, solo la dedicada al consumo interno.
Espiral de violencia
-En lo que va de año tres de sus representantes han sido asesinados. ¿Quién mata en Brasil?
-Mata quien detenta la tierra. Las grandes empresas son muy modernas, y sus plantaciones de Sao Paulo disponen de la tecnología más reciente, pero el mismo grupo puede poseer una hacienda en Maranhao, al nordeste, completamente arcaica, con sistemas de esclavitud y milicias armadas. También tenemos problemas con la Policía local, radicalizada contra nosotros.
Sufrimos su persecución, la criminalización, porque hoy el agronegocio es hegemónico y el campesino sin tierra, el indígena, el sindicalista y el ambientalista son los malos.
-¿Persisten todavía lacras como la esclavitud y el trabajo infantil?
-Permanecen porque la agricultura es mixta, está la moderna y aquella que se basa en el trabajo barato de la mano de obra sin derechos, que destruye la foresta y presiona a los pequeños propietarios para que vendan.
En sus haciendas aisladas los trabajadores han de pagar la cama, la comida y la ropa. El año pasado fueron liberados 2.000 personas que estaban en esta situación.
-¿Hay conciencia en el país de los riesgos de este monocultivo industrial, no solo en el plano económico sino en el sanitario, por el elevado uso de pesticidas que exige?
-No, Brasil es el mayor consumidor de agrotóxicos del mundo, con una media de cinco kilos por persona, lo que supone casi mil millones de kilos anuales.
El fenómeno es muy grave porque se esparcen por avión, lo que afecta a la salud de las personas. Se fumigan los pastos y los cultivos de soja, maíz, eucalipto o los pastos, pero no hay crecimiento de la producción de frijoles, mandioca o de frutas como el mango.
Los precios de los alimentos son los más elevados de Latinoamérica, el del tomate ha aumentado un 150%, va a ser más caro que la carne.
-¿Este modelo de desarrollo es viable?
-No es sostenible, los países emergentes necesitan procesos nuevos. No se invierte en tecnología que no sea para el biodiesel, estamos perdiendo la soberanía alimentaria, los campesinos emigran a las urbes y los grandes capitalistas quieren explotar la Amazonia para extraer el hierro. Vamos a tener enormes problemas sociales y ecológicos.
-La clase política parece carecer de conciencia sobre los riesgos asumidos, pero, ¿qué ocurre con la sociedad?
-Existe la conciencia de que el país se enriquece frente a un mundo decaído y una creciente clase media que reclama una buena casa, coche, televisión y frigorífico. La población brasileña se concentra en cinco ciudades, Sao Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Fortaleza y Salvador, y no le importa lo que pueda suceder en el Mato Grosso o la Amazonía, aunque el gran motor económico del país es el campo.
Ahora existe mucha preocupación por el aumento de los casos de cáncer, pero no existe un debate sobre su causa. Se piensa en el crecimiento económico, pero no en el social ni en los riesgos que comporta.
Contexto económico del país.
Exportaciones agrícolas. Brasil ocupa el tercer puesto mundial, tan solo por detrás de Estados Unidos y la UE.
Control de tierras. El 50% de su 65 millones de hectáreas aradas se encuentra en manos de grandes grupos económicos y el 54% de los cultivos son transgénicos.
Superficie cultivada. Las explotaciones superiores a las 100.000 hectáreas han pasado de 22 en el 2003 a 2.008 en el 2011.
Miembros del MST. Cuenta con 2,5 millones de afiliados y se atribuye el asentamiento de 500.000 familias.
Las víctimas. Desde 1985, 1.566 personas han sido asesinadas en Brasil por defender su derecho a la tierra. El 8% de estos crímenes han sido juzgados.