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Bergoglio, el Papa Francisco

..y el obsceno relamer de grandes y sencillos custodios del poder opresor.

En principio, es preciso poner a salvo la diversidad de significados que emerjan de la espiritualidad de aquellxs que practican sentidamente el catolicismo, de hecho precisamente a causa de ello permanecen, en más o en menos, críticos a su estructura de privilegios.
 
 Más bien, este es un texto que pretende sumar algunas reflexiones en torno a la Iglesia Católica como institución política.
 
 No es la fe de las personas individuales la que está en cuestión, sino una construcción de poder que hace base en la operación de adhesión moral contraria a los procesos de liberación de los pueblos de Latinoamérica, en particular.

La noticia de Jorge Bergoglio como el nuevo Papa de la Iglesia Católica exhumó múltiples análisis de las contradicciones entre, por un lado, el haber sido elegido alguien denunciado de complicidad con la dictadura cívico-militar argentina e ideológicamente condenador de los derechos sexuales y reproductivos, del matrimonio igualitario, firmemente translesbohomofóbico, y por otro lado, lo cercano que dicen que estaba de “la gente” porque, por ejemplo, iba a los barrios y viajaba en transporte público. 
 
Del encubrimiento a curas pedófilos, ni hablar.

Dentro de las repercusiones mediáticas y declaraciones públicas aparecieron expectativas sobre los cambios que, inesperadamente, podría ser capaz de producir.
 
 Se expusieron visiones sobre su estilo que vendría a descontracturar una curia anquilosada en la “seguridad” de una continuidad irrecusable, acercando más la Iglesia a “la gente” (otra vez, la especie destinataria de políticas públicas, administraciones de fe, líderes iluminados, término claramente contrapuesto al ejercicio de ciudadanía)

Se habló de un estilo manso, sigiloso, astuto, que tendría Bergoglio siendo Francisco. 
 
No quedando muy claro qué se quiso decir con eso pero sí habilitándonos a pensar en que se apelaba a la lectura androcéntrica del acontecimiento que pone a todo un sistema de relaciones en manos de una individualidad (masculinodominante) en carácter de excelencia, santísima, suprema, poseedora de un poder más grande que otros. 
 
Todas categorías patriarcales que el capitalismo requiere para su voraz funcionamiento, y con el que el Estado del Vaticano está más que comprometido.

Deseos y expresiones de bienvenida a la llegada de un papa latinoamericano en personalidades de toda la gama política argentina fluyeron en una sintonía inusitada. 
 
Configurando una homogénea voz de alivio por el nombre elegido de Francisco, cuyo espontáneo efecto hizo que el humano Bergoglio, plausible de acusaciones en contra de toda ética de derechos humanos, se volviera un Francisco de Asís ahistórico que hace su “opción por los pobres”. 
 
Expresiones llenas de ingenuidad política proliferaron en las ansias de este año legislativo.
 
 Obsceno. 
 
Es una ofensa a la ciudadanía real que se carga parte de la batalla cultural de ampliación de derechos. 
 
Al movimiento de mujeres y feministas que aún esperamos por el derecho al aborto legal, libre y gratuito. 
 
A los pueblos indígenas en la recuperación de sus tierras, por mencionar algunas luchas sociales.

Se repitió una y otra vez la referencia a la exclusión sufrida por los jesuitas por parte de la Iglesia como un intento de reinscribir a este jesuita que es Bergoglio vuelto Francisco como para encuadrarlo en la figura del desposeído, verlo como un exiliado, ¿haciéndolo pobre entre l@s pobres? 
 
¿Un Papa popular?
 
 Obsceno.
 
 Semejante conceptualización es un ultraje a los ojos de quienes formamos parte críticamente de un estado, sin garantías de nuestros derechos laborales y del costo diario de vida complejizado por razones de raza, de género, entre otras categorías sociales; por lo tanto, con alta vulnerabilidad en el ejercicio de nuestros derechos civiles y políticos, suponiéndonos manos de obra de la subvención del Presupuesto Nacional que los banca, les asegura el ingreso al seminario, el laburo vitalicio y la jubilación, bajo el techo de una vivienda digna, por decirlo con precisión.

En fin, en general aparecieron discursos y lecturas sobre la elección de Bergoglio/Francisco en términos de la doctrina que la misma Iglesia propaga utilizando, inclusive, el punto de vista de la Iglesia, con lo cual sigue enmarcándose la relación Iglesia Católica–Estados en una cuestión de fe, en una religiosidad inmutable, a-histórica, por lo tanto, a-política.

Y esa es la cuestión que queremos destacar aquí. Los discursos despolitizados sobre dicho acontecimiento es lo que debiera ponerse en contexto. 
 
En tal sentido, insistir en considerar por separado el poder político del poder eclesiástico es legitimar las condiciones materiales y simbólicas que sostienen una estructura y un sistema ideológicos a contramano de los procesos de liberación que estamos llevando en los pueblos de Latinoamérica. 
 
Que asume y se cobra vidas, cuerpos, deseos con nombre propio, concretos.

Obviamente que va a contramano de la moral que la Iglesia profesa, pero pareciera que hasta eso es negociable.
 
 (Es que un tutor siempre tranquiliza, y ello no es culpa de quien está siendo sujetadx sino responsabilidad de quien sujeta).

Poner el ojo en la cuestión de poder que constituye la elección de éste Papa, y contextualizar lo que ello implica es reconocer cómo esta institución católica sustrae de la economía de producción y reproducción humanas, el poder para su subsistencia.
 
 Lo que para los “sectores más postergados” resulta humanamente carísimo. 
 
Por el grado de explotación, por la precariedad en las condiciones de vida y la vulneración de en la accesibilidad al ejercicio pleno de derechos. 
 
Dicho de otro modo, se trata de un régimen de violación a los derechos humanos.

Por último, dos cosas más.
 
 La primera:
 
 cuando al nuevo Papa se lo comenzó a llamar Francisco, Bergoglio quedó encubierto y las denuncias y sospechas ético-jurídicas sobre él, ¿quedan en suspenso, se eximen o se borran? 
 
Segunda. 
 
Que Bergoglio haya entregado o ayudado a perseguid@s por los genocidas, si bien no es lo mismo, claramente; da cuentas, en todo caso, de la imbricación entre la jerarquía eclesiástica y las dictaduras.

Cecilia Galcerán

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