Pablo Gonzalez

Sencilla y eternamente, Fidel


Hace 86 años, un 13 de agosto de 1926, en la finca Birán, de la actual provincia cubana de Holguín, ni su padre, de origen español, ni su madre, cubana de nacimiento, imaginaron que la tierra de los mambises estaba alumbrando al personaje más lúcido, visionario y humanista que la historia mundial había conocido hasta ahora.

La historia la escriben los pueblos, pero al mismo tiempo hay pocos hombres que aceleran los ritmos de ese camino largo hacia la conquista de la emancipación, que será el momento en que hombres y mujeres se eleven a su condición de plenos seres humanos. Fidel es uno de ellos.

Su conducción fue determinante para que Cuba -esa mayor de las Antillas que junto a Puerto Rico tuvo que resignarse a su independencia parcial en el siglo XIX- se convierta en el primer territorio libre del dominio estadounidense en América Latina y el Caribe desde 1959, ha contribuido de distintas maneras -junto a su pueblo- a las luchas emancipadoras en los países del llamado Tercer Mundo, ha desplegado -también con su pueblo- una solidaridad hasta ahora inigualable hacia los que más lo necesitan al compartir lo poco que ese pequeño país tiene, es una referencia de moral y éticas inobjetable, ha sido uno de los primeros -como dijera el presidente Evo Morales en Río+20 este año- uno de los primeros en advertir los riesgos que acechan al planeta por el desenfrenado desarrollo del capitalismo y nunca ha dejado de desarrollar “batallas de ideas” por la paz mundial.

El octogenario líder cubano y latinoamericano, el cuarto de seis hermanos, es de esos extraños y raros personajes, de los cuales nace uno cada siglo, que reúne múltiples capacidades: de intelectual orgánico, como diría el italiano Gramsci, pero también, como ha quedado demostrado a lo largo de su vida, de conductor político y estratega militar, además de irrebatible y profundo humanista. Por eso, Raúl Castro, poco después de ser electo Presidente del Consejo de Estado y de Ministros de Cuba, el 24 de febrero de 2008, afirmó sin ninguna dubitación: Fidel es Fidel.

Desde muy niño desarrolló un compromiso con la justicia, la libertad y la igualdad y se perfiló como líder de masas cuando a pocos días de pisar las escalinatas de la monumental universidad de La Habana, convocó a los estudiantes a terminar con las bandas gansteriles que atemorizaban a los universitarios y los llamó a seguir con el ejemplo de Julio Antonio Mella, el joven dirigente universitario que fundó la FEU y luego el primer Partido Comunista de Cuba en los años 20.

Su inclinación por la política como medio de ponerse al servicio de la sociedad y de realización de las más profundas aspiraciones humanas están fuera de toda duda. Ya en su condición de estudiante de derecho ingresó a militar en la juventud ortodoxa, una organización política liderizada por Eduardo Chibás, luchador incansable por la honradez, de quien es conocida su frase: “vergüenza contra dinero”.

Fidel se convirtió en un símbolo de dignidad y consecuencia nacional e internacional desde el audaz asalto del Cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, un 26 de julio de 1953. 
 
En la acción sufrieron una derrota militar pero cosecharon una victoria política cuando Fidel, asumiendo su propia defensa en el juicio instaurado en su contra, presentó su alegato conocido como “la historia me absolverá” y junto al resto de compañeros pasó varios meses en prisión. Condenado al exilio, parte a México, donde reagrupa a sus más cercanos colaboradores y conoce al Che, a quienes les asegura: “…si salgo, llego; si llego, entró; si entró, triunfo”.

De vuelta a Cuba, en diciembre de 1956, establece victoriosamente la columna guerrillera en Sierra Maestra contra el ejército de Batista, el mejor armado por los Estados Unidos en América Latina.
 
 Tras casi dos años de triunfos militares acumulados y de sostenido crecimiento político en todo el país, se produce la heroica toma de la ciudad de Santa Clara por el Che y de Yaguajay por Camilo, a fines del 58, lo que coronó el triunfo revolucionario, en enero del 59, y ratificó la primera medida popular emitida ya durante la última fase de la lucha guerrillera: la reforma agraria con la cual cerca de 20 mil campesinos accedieron a la tenencia de la tierra.

De ahí en más, el humanismo del proyecto de Fidel se materializaría dentro y fuera de Cuba. Desde enero de 1959, cuando los revolucionarios oficializan la toma del poder y a pesar de la invasión mercenaria organizada y financiada por la CIA en abril de 1961 por Playa Girón y no obstante el bloqueo de más de cincuenta años del imperio más poderoso que la humanidad haya conocido jamás, no hay día en que la revolución cubana no haga los esfuerzos más grandes por su pueblo y por otros de todo el mundo.

Su respaldo a la lucha emancipadora de los pueblos es permanente y sus formas han variado en función de las condiciones histórico-concretas. 
 
Desde la década de los se las jugó, con la visión latinoamericanista de José Martí, Simón Bolívar y Máximo Gómez, al apoyar los esfuerzos de rebelión política y militar en varios países de Nuestra América. 
 
Pero también hasta los 80 lo hizo, contra el celo de la otrora URSS, al respaldar los movimientos de liberación nacional africanos en Namibia, Mozambique, Angola y el Congo y, sobre todo al apoyar la rebelión de la Sudáfrica de Nelson Mandela contra el Apartheid. 
 
Y después del derrumbe de la URSS y el campo socialista de la Europa del Este -lo que le implicó perder cerca del 90 por ciento de su comercio exterior-, Fidel y la revolución cubana no abandonaron su compromiso con la humanidad y han desplegado desinteresadamente a miles de médicos y educadores en el Tercer Mundo.

Si bien es cierto, como dijera el líder cubano, que las revoluciones ni se exportan ni se importan, es evidente, al mismo tiempo, que Cuba, de la mano de Fidel, es la referencia política, moral y simbólica de los procesos políticos que países como Bolivia, Venezuela, Ecuador y Nicaragua llevan adelante, pero también de otros menos profundos, como los de Brasil, Argentina, Uruguay y otros.

De hecho, difícilmente América Latina y el Caribe tendrían hoy la condición de posibilidad de avanzar hacia su emancipación sin el triunfo de la revolución cubana a fines de la década de los cincuenta. 
 
Y difícilmente habría nacido la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC) sin ese machacar permanente que hace Fidel en su lucha consecuente e ininterrumpida -al que felizmente se han unido desde fines del siglo XX líderes extraordinarios como Evo Morales, Hugo Chávez y otros- contra el imperio más poderoso que ha conocido el mundo.

La adversidad no frenó su lucha y compromiso con el mundo. Todo lo contrario. Su papel en la actual coyuntura, que el mismo bautizó como “la batalla de las ideas”, ha sido sobresaliente y quizá determinante en la profundización de la crisis de la hegemonía imperial, al punto tal de resignificar, a través suyo, el pensamiento libertario y la acción revolucionaria de grandes personajes como Carlos Marx, Simón Bolívar y José Martí, pero también de reivindicar a los indígenas de América Latina, que es algo poco conocido de su pensamiento pero profundamente martiano.

Fidel jamás retrocedió en su compromiso con el destino de la humanidad. Después del 31 de julio de 2006, cuando una complicación intestinal lo alejó de la vida pública y lo obligó a presentar una proclama por la que se alejaba de la máxima responsabilidad de conducción del Estado, ha concentrado su esfuerzo en la “batalla de las ideas” a través de centenares de reflexiones. Sus escritos, sensibles con el desarrollo de su pueblo y el mundo, siguen esa línea visionaria y representan una verdadera referencia política, intelectual, académica y moral.

Fidel es y será, para los revolucionarios y para la gente buena del mundo, el eterno Comandante en Jefe. Pero sobre todo será, sencilla y eternamente, Fidel. A diferencia de los 11 presidentes estadounidenses que pasaron por la Casa Blanca desde 1959 intentando derrotarlo e incluso asesinarlo, éste ser humano insólito, como lo describío hace años Gabriel García Marquez, ha trascendido al socialismo y a la propia historia. Hombres como él nos demuestran que “…otro mundo es posible”.

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