Nicaragua: “Oenegé” de Javier Meléndez Quiñónez facturó C$88 millones anuales

El bloqueo de Cuba: crimen y fracaso

Clase, Estado y Revolución


(Una ponencia de Iñaki Gil de San Vicente).- Esta ponencia ha sido redactada para el debate con las compañeras y compañeros del Sindicato Andaluz de Trabajadores de Sanlúcar de Barrameda, camaradas que admiro como personas y como militantes del Pueblo Andaluz, que tanto tiene que enseñar al independentismo socialista vasco.

CLASE, ESTADO Y REVOLUCION


NOTA PREVIA. Esta ponencia ha sido redactada para el debate con las compañeras y compañeros del Sindicato Andaluz de Trabajadores de Sanlucar, camaradas que admiro como personas y como militantes del Pueblo Andaluz, que tanto tiene que enseñar al independentismo socialista vasco.

«Criticar es juzgar con valentía, es identificar méritos y debilidades; develar lo oculto, actuar de forma abierta y no dogmática; llamar a las cosas por su nombre. 
Es una actividad que implica riesgos porque el ser humano (autor también de las obras criticadas) es un ser contradictorio y orgulloso que construye, inventa y progresa, pero teme los juicios que puedan descubrir sus errores y debilidades.
 La crítica es, por naturaleza, polémica; genera discordias y enemigos, pero también amigos. 
Puede producir ideas y conocimientos, así como cambios, siempre necesarios, en las obras y en los seres humanos. 
De allí que lo normal es que el poder establecido o dominante trate siempre de suprimir o de ocultar la crítica [...] 
Ser crítico no es fácil. 
Por eso no existen cursos ni recetas para formar críticos como sí los hay para evaluadores. Tampoco hay o se pueden construir instrumentos para hacer crítica como sí hay cuestionarios, escalas y técnicas para hacer investigaciones. 
Y es poco probable que una institución o persona se arriesgue a proporcionar recursos para desarrollar una crítica de sí misma, pero muy probable que sí lo haga para criticar al enemigo.»

V. Morales Sánchez Ciencia vs. Técnica y sus modos de producción, Edit. El perro y la rana, Caracas, 2007, pp.108-109

PRESENTACIÓN


PATRIARCADO Y CLASE TRABAJADORA


TERRITORIALIDAD, TRIPLE OPRESIÓN Y ESTADO


EL ESTADO COMO CENTRALIZADOR ESTRATÉGICO


DIALÉCTICA Y LUCHA DE CLASES


LA ESENCIA Y EL FENÓMENO


EL PROBLEMA DE LA PEQUEÑA BURGUESÍA


LAS LLAMADAS CLASES MEDIAS


HISTORIA DEL PUEBLO TRABAJADOR


PRESENTE DEL PUEBLO TRABAJADOR


RESUMEN



1. PRESENTACIÓN


Aparentemente, no existe relación alguna entre el contenido de la cita con la que iniciamos este texto y su objetivo, el de avanzar en el debate sobre la estructura de clases en el capitalismo actual y, más especialmente, sobre la valía del concepto de “pueblo trabajador” desde una perspectiva de una nación oprimida que debe enfrentarse a un Estado, lo que a la fuerza plantea otra cuestión que veremos, el papel del Estado en la teoría de las clases sociales.
 Pero si descendemos de la apariencia a la esencia, vemos que la relación es directa, más aún, que sin la capacidad de criticar el poder académico y político es imposible comprender la teoría marxista de las clases, como el marxismo en su conjunto. 
Vamos a intentar centrarnos sobre todo en la esencia por lo que no daremos apenas cifras sobre la composición cuantitativa de las clases y de sus fracciones, ni mucho menos todavía perderemos el tiempo en criticar la definición burguesa de clase social y sus múltiples variantes.

En una de las primeras y decisivas obras marxistas sobre las clases sociales, siempre ignorada por la casta sociológica porque en ella aparece ya el embrión del método revolucionario sobre todo en la utilización de la dialéctica de lo general y de lo particular, Engels, hablando sobre las condiciones de vida del proletariado, dice que «la burguesía no debe decir la verdad, pues de otro modo pronunciaría su propia condena»1
Con el desarrollo del marxismo, con la teoría de la ideología como inversión de lo real, de la alienación y del fetichismo de la mercancía, con estos avances, se volvería más radical y plena la crítica de los límites objetivos de clase de la burguesía para conocer la realidad social.

Pero tales mejoras nunca negaron el hecho mil veces confirmado posteriormente de que la casta intelectual burguesa sabe perfectamente que no debe decir la verdad, que debe mentir sobre la realidad. 
La denuncia de la mentira, la crítica implacable de la «verdad» burguesa, es por tanto una necesidad no sólo política y ética, sino también epistemológica y hasta ontológica, porque ningún conocimiento puede durar en medio de la mentira y ninguna realidad es cognoscible y definible desde la mentira que, además, termina de cerrar el cepo de falsa interpretación de lo real basado en el fetichismo de la mercancía.

Pues bien, es en los temas candentes para la burguesía, y el de la lucha de clases entre el capital y el trabajo es el más candente de todos, en donde esta mentira elevada a la categoría de imperativo ético-burgués2 -no debe decir la verdad- se disfraza de toda serie de subterfugios y se protege con toda serie de leyes y burocracias. 
Podría decirse que el derecho de crítica en el mundo académico está restringido por el burocratismo imperante: «el pensamiento crítico está altamente burocratizado […] el respeto al sistema de protocolos y autorizaciones académicas, “capital simbólico” que asegura la competencia formal del texto y su textualidad, para decir que la crítica en tanto que tal se ha burocratizado»3.

Pensamos, a pesar de lo leído ahora mismo, que en el momento decisivo, la crítica y la burocracia son irreconciliables, al menos si por ambas entendemos lo que entendía Marx: «La burocracia es un círculo del que nadie puede escapar. 
Su jerarquía es una jerarquía de saber […] 
El espíritu general de la burocracia es el secreto, el misterio guardado hacia dentro por la jerarquía, hacia fuera por la solidaridad del Cuerpo»4.

La directa referencia a la «jerarquía de saber» como característica de toda burocracia, que hace el llamado «joven» Marx, es una de tantas tesis marxistas sobre la relación poder-saber que, sin embargo, se olvidan o se desconocen por las modas post, desde el postmodernismo hasta el postmarxismo, e incluso para muchas de las versiones blandas y reformistas de la moda de la biopolítica y del biopoder5
Sin embargo, para la teoría de la lucha de clases es fundamental precisar siempre la conexión objetiva entre propiedad privada, poder y saber, conexión que muy frecuentemente se pierde de vista, o se niega con la excusa de hablar «solo» del poder y del saber abstractamente en muchos textos sobre la biopolítica. 
En lo relacionado con el nazismo6, por ejemplo, desaparece toda referencia a la industria y a la burguesía alemanas, a sus objetivos de saqueo imperialista, al exterminio de hombres y hombres comunistas, socialistas, anarquistas, simples demócratas y disidentes, homosexuales, gitanos, etc., y también al hecho de que hay muchos genocidios anteriores al nazismo, pero todos ellos relacionados con la propiedad privada.
 De este modo, desaparece la historia real, la de la lucha de clases.

La presión del secretismo burocrático refuerza el resto de dinámicas, miedos, egoísmos y limitaciones que impiden con mil sutilezas la reflexión crítica, o que la reprimen abiertamente, de modo que se termina imponiendo lo que alguien define muy correctamente como «la voluntad de no saber»: «“capitalismo”, “imperialismo”, “explotación”, “dominación”, “desposesión”, “opresión”, “alienación”… 
Estas palabras, antaño elevadas al rango de conceptos y vinculadas a la existencia de una “guerra civil larvada”, no tiene cabida en una “democracia pacificada”.
 Consideradas casi como palabrotas, han sido suprimidas del vocabulario que se emplea tanto en los tribunales como en las redacciones, en los anfiteatros universitarios o los platós de televisión»7
Si a esto le unimos la influencia reaccionaria de la moda postmoderna y de todos los post que queramos enumerar, nos encontramos con que:

«Los detractores del socialismo no pueden oír hablar de la existencia de explotación, imperialismo o explotadores. 
Se muestran iracundos cuando algún comensal o interlocutor les hace ver que las clases sociales son una realidad. Los portadores del nuevo catecismo posmoderno dicen tener argumentos de peso para desmontar la tesis que aún postula su validez y su vigencia como categorías de análisis de las estructuras sociales y de poder.
 Lamentablemente, sólo es posible identificar, con cierto grado de sustancia, dos tesis. 
El resto entra en el estiércol de las ciencias sociales. 
Son adjetivos calificativos, insultos personales y críticas sin altura de miras. 
Yendo al grano, la primera tesis subraya que la contradicción explotados-explotadores es una quimera, por tanto, todos sus derivados, entre ellos las clases sociales, son conceptos anticuados de corto recorrido. 
Ya no hay clases sociales, y si las hubiese, son restos de una guerra pasada.
 Desde la caída del muro de Berlín hasta nuestros días las clases sociales están destinadas a desaparecer, si no lo han hecho ya. 
El segundo argumento, corolario del primero, nos ubica en la caducidad de las ideologías y principios que les dan sustento, es decir el marxismo y el socialismo. Su conclusión es obvia: los dirigentes sindicales, líderes políticos e intelectuales que hacen acopio y se sirven de la categoría clases sociales para describir luchas y alternativas en la actual era de la información, vivirían de espaldas a la realidad. 
Nostálgicos enfrentados a molinos de viento que han perdido el tren de la historia»8.

Pero no se detienen aquí los obstáculos que imposibilitan la crítica radical de la ideología burguesa sobre las clases sociales, sino que estos se multiplican exponencialmente cuando debemos avanzar en la crucial cuestión de integrar lo subjetivo, la identidad y el complejo lingüístico-cultural, etc., en la definición de las clases sociales, en la interacción entre la conciencia-en-si y la conciencia-para-sí. 
¿Qué función juega la conciencia nacional del pueblo trabajador en la conciencia-para-sí de la clase obrera y del propio pueblo vertebrado por ésta? 
¿La conciencia de clase es siempre y exclusivamente internacionalista, cosmopolita, y siempre ha de optar por la unidad estatalista aunque sea la de un Estado nacionalmente opresor de su pueblo? 
Ya hemos respondido a estas preguntas en otros muchos textos. Lo que ahora nos interesa es dejar constancia de las fuertes resistencias burocráticas a que se realicen investigaciones y debates democráticos para responder a estas cuestiones.

T. Shanin ha investigado la presencia activa de las tradiciones revolucionarias vernáculas en el socialismo, y es categórico al denunciar la responsabilidad de las burocracias en el boicot de la investigación de la compleja dialéctica entre la liberación nacional y la de clases, para imponer esquema unilineales y mecanicistas, en los que la conciencia de clase no esté «contaminada» por sentimientos nacionales:
 «Los burócratas y los doctrinarios de todo el mundo aman la sencillez de estos modelos e historiografías y hacen todo lo posible para imponerlos por medio de todos los poderes que tienen a su alcance»9.

2. PATRIARCADO Y CLASE TRABAJADORA

Existen, además, otra serie de obstáculos que dificultan el estudio de las clases sociales, como, fundamentalmente, el de la opresión de la mujer por el hombre gracias al sistema patriarco-burgués. 
Del mismo modo en que en lo relacionado con la opresión nacional existe una burocracia intelectual, una casta académica defensora a ultranza del nacionalismo imperialista, de la lógica de su Estado, que impide toda reflexión crítica que demuestre la dialéctica entre lucha de clases y lucha de liberación nacional, exactamente sucede en lo relacionado con la opresión de la mujer y su relación con la economía capitalista y la estructura de clases. 
A lo largo de los siglos en los que el sistema patriarcal se ha ido adaptando a los sucesivos modos de producción, siendo subsumido por estos, durante este largo tiempo se ha ido creando una ideología, una forma de ver e interpretar la realidad, adecuada a las clases dominantes, masculinas.

La forma de pensamiento patriarco-burgués se ampara y se refuerza en las múltiples formas en las que se presenta el positivismo, la supuesta neutralidad valorativa del método oficial de conocimiento, método que C. Martínez Pulido, en un texto de obligado estudio, resume así: 
«La afirmación acerca de la no neutralidad valorativa de la ciencia afecta a la distinción entre valores cognitivos y no cognitivos, pues hace hincapié en el carácter social de los valores epistémicos a la vez que presenta la posibilidad de identificar ciertos aspectos cognitivos en algunos no epistémicos. 
Por ejemplo, los valores contextuales pueden determinar qué preguntar y qué ignorar acerca de un fenómeno dado [...] 
Del mismo modo, los valores contextuales también pueden afectar a la descripción de los datos, esto es, se pueden utilizar términos cargados de valores a la hora de describir observaciones y experimentos y los valores pueden influir en la selección de los datos o en los tipos de fenómenos que hay que investigar»10.

Los valores contextuales patriarco-burgueses delimitan lo que se puede investigar o no en el poder universitario, censurando y marginando lo que no conviene, y potenciando lo que sí necesita la dominación masculina. L. Méndez ha estudiado el triste proceso de asimilación del feminismo radical por las instituciones del sistema, que han desactivado la carga crítica y movilizadora del feminismo hasta reducirla a una simple «cuestión de género», una «perspectiva de género» aportada por estudios de profesionales encargados por las instituciones. Precisamente cuando aumenta la explotación y la pobreza, precisamente ahora el feminismo es integrado por el sistema11.

Si pasamos de la crítica del campo de la antropología al campo de la sociología en general, nos encontramos con el lacerante hecho de la selección masculina de las estadísticas, o en palabras de Dixie Edith, la ausencia o el muy escaso desarrollo de las «estadísticas en femenino»12, lo que demuestra la orientación patriarcal de las denominadas «ciencias sociales»; muy significativamente, los avances de Cuba en esta decisiva área son reconocidos en este necesario texto citado.

Los estudios críticos muestran que, por ejemplo en Latinoamérica, el aumento el cantidad de mujeres en las instituciones académicas y científicas no se corresponde con un aumento de su poder cualitativo, de decisión en los planes y en los proyectos, sino que al contrario, se asiste una «masculinización del poder» en estas instituciones13, y otras investigaciones en Europa confirman que la mujer domina en las aulas universitarias, «pero no en los despachos»14, y desde una perspectiva aún más mundializada, son demoledores los datos sobre la superioridad masculina en todo lo relacionado con ciencia y tecnología, un ejemplo: «de los 513 premios Nobel de física, química y fisiología o medicina concedidos desde 1901, solamente 12 fueron a manos de mujeres y dos recompensaron a una misma persona, Marie Curie»15
La fuerza reaccionaria del sistema patriarco-burgués se confirma por el demoledor hecho de que «más formación = más desigualdad», es decir, a pesar del aumento de la formación educativa de la mujer está aumentando la desigualdad con los hombres16.

Pero la exclusión intelectual de la mujer es sólo parte de un problema mayor, el de su explotación global. 
Sin duda, lo que separa al marxismo del pensamiento patriarco-burgués sobre esta cuestión es la contundente afirmación realizada en el Manifiesto Comunista según la cual «se trata precisamente de abolir la posición de las mujeres como meros instrumentos de producción»17.
 A partir de aquí el resto de este decisivo problema viene dado por el desenvolvimiento de la explotación patriarco-burguesa de la mujer en cuanto mero instrumento de producción, que es usado según las necesidades que tiene el capital en cada momento de su acumulación.
 Dependiendo de las crisis, del paro, del empobrecimiento, de las políticas estatales de reducción de gastos públicos y de ayudas sociales, etc., la mujer se ve obligada a aceptar mayores explotaciones, peores condiciones de trabajo, además de aumentar el trabajo doméstico.

Así, según la Fundación Adecco18, en los tres últimos años 465.000 mujeres han tenido que entrar en el «mercado laboral» para compensar con su salario extrafamiliar el dramático empeoramiento de las condiciones familiares de vida, el empobrecimiento creciente que se plasma en el hecho de que el 64% de la población19 del Estado español tiene dificultades económicas para llegar a fin de mes. 
Y son datos oficiales, porque otras muchas decenas de miles de mujeres no tienen más remedio que aceptar ser explotadas en la economía sumergida o, lo que es infinitamente peor, en la prostitución20.
 Pero encontrar un trabajo legal no significa que sea en condiciones «normales» porque, además del menor sueldo que cobran las mujeres por el solo hecho de serlo -de entre un 22 y un 30% menos que los hombres según los empleos, o más-, el 86,6% de los contratos fijos a jornada completa son para los hombres, al menos en Gipuzkoa21, aunque no variarán mucho en otros sitios.

La disparidad salarial y de formas restrictivas de contrato que impiden el acceso a puestos de dirección, es una de las características de la estructura de clases, y en el sistema patriarco-burgués esta estructura dispar también se materializa dentro de los altos cargos directivos en las empresas.
 No podía ser de otro modo en el nivel específicamente empresarial, pero este es reforzado por la dominación sexo-económica adaptada a las altas instancias del mando empresarial. Estudios recientes indican que: «más del 60% de los titulados universitarios en 2010 fueron mujeres. 
El 45% del mercado laboral -tanto el general como el denominado de alta cualificación- es femenino. Sin embargo, la presencia de las féminas en los cargos de alta dirección no alcanza el 10%. […]
 La presencia de las mujeres es escasa en los cargos de alta dirección y en los consejos de administración de las empresas: casi un 70% de las compañías nacionales no incorpora consejeras. 
En las cotizadas, la representación femenina en los consejos es de un 11%. Esta cifra se ha mantenido estable en los últimos dos años»22.

Pero dejando las altas jerarquías de la explotación, a las que apenas pueden acceder las mujeres incluso tras haber aceptado los valores patriarco-burgueses como propios, volvamos a la cruda realidad que aplasta a la mayoría inmensa de las mujeres. Thérèse Clerc nos ofrece unos datos demoledores sobre lo que significa para el capitalismo francés la explotación sexo-económica de la mujer:
 «Las mujeres realizan 41 mil millones de horas de trabajo doméstico que no son contabilizadas en ninguna parte, que no entran en los cálculos del PIB. 
41 mil millones de horas que nos agotan y que hacen que nuestra pensión esté recortada. Solo la mitad de las mujeres tienen una pensión completa, dos tercios están bajo el umbral de pobreza»23
Hablamos de explotación sexo-económica, sin olvidar que dentro de esta unidad está presente la explotación afectivo-emocional, porque el sistema patriarco-burgués opera como una totalidad más abarcadora que la explotación del obrero por el burgués. 
Es indudable que dentro de la explotación patriarco-burguesa debemos incluir las violaciones, -una de cada cinco mujeres estadounidenses, el 20%, ha sido violada24-, y todo el conjunto de malos tratos, vejaciones, insinuaciones y abusos sexuales y psicológicos, especialmente contra las mujeres migrantes25, las más indefensas.

Si todas las formas de violencia son activadas contra la fracción masculina del pueblo trabajador cuando avanza en su lucha revolucionaria, llegándose a la violación de los hombres por las fuerzas de ocupación nacional26, la fracción femenina sufre una violencia total que C. Alemany define así:

«Son multiformes las violencias ejercidas sobre las mujeres por razón de su sexo. Engloban todos los actos que, por medio de la amenaza, coacción o la fuerza, les infligen en la vida privada o pública, sufrimientos físicos, sexuales o psicológicos, con el fin de intimidarlas, castigarlas, humillarlas o que se vean afectadas en su integridad física y subjetiva. 
El sexismo corriente, la pornografía, el acoso sexual en el trabajo, forman parte de ello. Aquí trataremos de las violencias corporales que, en tanto que expresión de relaciones de poder masculino y sexualidad, forman parte de la virilidad y a menudo están legitimadas socialmente. 
Al herir directamente a muchas mujeres, privándolas de su libertad de ir y venir, de su sensación de seguridad, su confianza en sí mismas, sus aptitudes para trabar relaciones, su gusto por vivir, esas violencias conciernen y afectan a todas las mujeres que son potencialmente víctimas de ello. Constituyen una de las formas extremas de relaciones entre sexos» 27.

La violencia multiforme patriarco-burguesa tiene uno de los actuales anclajes justificadores profundos -«el 19% de los europeos justifica en ocasiones la violencia género»28, según estudios oficiales, lo que sugiere que el porcentaje es indudablemente mayor- en los efectos y en las excusas sexistas que los hombres encuentran en el conjunto formado por el «nuevo sexismo, junto a la responsabilidad del cuidado»29, como sostiene Regina Martínez.
 El aumento de la carga de trabajo doméstico al reducirse las ayudas públicas y las prestaciones sociales, al reducirse los salarios, etc., acarrea a la mujer un aumento correspondiente de sus horas de trabajo, lo que se suma al conjunto de problemas en aumento como efecto de que la burguesía echa sobre la mujer30 el grueso de los costos de su salida a la crisis capitalista. 
La responsabilidad del cuidado, la doble o triple jornada laboral y las exigencias insuperables puestas por el «nuevo sexismo» a las mujeres, además de otras razones, explican el deterioro de la salud mental de las mujeres31, emigrantes y hombres trabajadores.

La explotación afectivo-emocional de la mujer por el sistema patriarco-burgués empeora estas condiciones ya de por sí duras. La explotación afectivo-emocional se padece en los países imperialistas porque en el llamado Tercer Mundo las mujeres padecen el «imperialismo emocional» que saquea los «recursos emocionales» femeninos, por utilizar las palabras de Arlie Russell Hochschild:

«El imperialismo en su forma clásica implicó el saqueo de los recursos materiales del Sur por parte del Norte […] La brutalidad que caracterizó al imperialismo de aquella era no debe minimizarse, y mucho menos si comparamos la extracción de recursos materiales del Tercer Mundo que se produjo por entonces con la extracción actual de recursos emocionales. 
El Norte de hoy no extrae amor del Sur por la fuerza: no hay funcionarios coloniales de cascos broncíneos, ni ejércitos invasores ni barcos armados que navegan hacia las colonias. 
En su lugar, vemos una escena benigna con mujeres del Tercer Mundo que, armadas de paciencia, caminan del brazo con los ancianos a quienes cuidan y se sientan junto a ellos en las calles y en los parques del Primer Mundo. Hoy en día, la coerción actúa de otra manera.
 Si bien el comercio sexual y algunos servicios domésticos se imponen con brutalidad, en líneas generales el nuevo imperialismo emocional no se ejerce a punta de fusil»32.

Dejando de lado algunas matizaciones que podríamos hacer a estas palabras, sí debemos decir que la explotación afectivo-emocional, el saqueo de los recursos emocionales de las mujeres por los hombres, una especie de «plusvalía psicológica», sin mayores precisiones ahora, esta explotación también se realiza en el capitalismo imperialista. 
Como en todo proceso de explotación, en este la persona y el colectivo explotado, la mujer, se siente atrapada en un mundo de relaciones que llegan a producirle angustia y miedo si intenta romperlas, recobrar su libertad. Recientes estudios indican que además de aumentar el machismo agresivo en la juventud española revelan que:

«Cerca del 12% se han sentido atemorizadas por su pareja. Además el 57% de las que se perciben como maltratadas prolongan sus relaciones con el agresor más de un año […] Los niveles de tolerancia al maltrato en jóvenes de entre 13 y 25 años es sorprendente.
 La tolerancia a situaciones de violencia (en muestras pre y universitarias) es elevada tanto en personas que se perciben como maltratadas como no maltratadas, especialmente en el caso de las mujeres […] el 26,8% de las jóvenes españolas se sienten atrapadas en su relación, mientras que un 11,9% asegura haber tenido miedo […] 
Tras más de diez años de estudio, los resultados del CUVINO, orientado a la evaluación de la violencia de género entre parejas de novios universitarios, con una muestra de más de 2.000 personas de Sevilla, Oviedo, La Coruña, Pontevedra y Huelva, arroja como resultado una estructura en ocho factores: violencia por coerción, emocional, sexual, de género (por la simple condición de ser mujer), instrumental, social, física y por desapego. Asimismo, el estudio señala que la edad de inicio de la relación problemática es temprana, especialmente en las mujeres, que ya indican relaciones conflictivas a los 13 años, mientras que en el caso de los varones solo es detectada a partir de los 16»33.

Nadie debe extrañarse de que insistamos en el efecto destructor del miedo, al que volveremos al analizar las relaciones entre el Estado burgués y la clase trabajadora, en la explotación de la mujer por el sistema patriarco-burgués.
 La presencia del miedo es una constante en la precariedad inherente a la explotación asalariada, y su efectividad paralizante es tanto más demoledora cuanto que el control disciplinario y represivo afecta de lleno al «plano afectivo en el trabajo, en el que el miedo está siempre presente»34. El miedo a perder el trabajo y a caer en la pobreza dominaba en la mayoría de la población trabajadora de la UE35 a comienzos de 2010, y todo indica que va en aumento.

Sí podemos y debemos hablar del plano afectivo existente en la explotación asalariada masculina, mucho más debemos hacerlo en la explotación de la mujer, sea o no asalariada, porque la explotación existe en última instancia cuando se expropia a alguien del producto realizado con su fuerza de trabajo.
 Y aquí debemos introducir la destrucción afectivo-emocional de la mujer causada por la brutalidad de la esclavitud de la infancia, de esos 400 millones36 de niñas y niños sobreexplotados en condiciones de esclavitud capitalista en el mundo. 
La mujer trabajadora, empobrecida, que ha de aceptar la inhumana explotación de sus hijas e hijos, vive segundo a segundo el miedo permanente por su salud, por su suerte, por las vejaciones que sufre y sufrirá, sobre todo si es niña.

La teoría marxista de las clases sociales debe integrar la explotación afectivo-emocional y sus correspondientes violencias, en el momento de analizar las fuerzas objetivas y subjetivas que influyen en la toma de conciencia-para-sí de la mujer en el sistema patriarco-burgués. 
La obviedad de esta fusión se basa en el papel central del trabajo humano en la antropogenia. Claudia Mazzei Nogueira demuestra el papel central del trabajo como cualidad de la especie humana en la dialéctica entre la reproducción y la división sexual del trabajo37, y aunque no profundiza en el papel clave que siempre ha jugado el Estado patriarcal en esa interacción, desde que existe el patriarcado, no es menos cierto que se intuye el accionar del poder patriarcal a la hora de orientar o imponer una determinada división sexual del trabajo, siempre en función de la clase dominante en el modo de producción dominante.

La función del Estado en el empeoramiento de la vida de las mujeres aparece de forma nítida en los períodos de crisis, como el actual. Un ejemplo, el «tajo brutal»38 del 40% de la inversión pública que va a imponer el Estado español va a suponer un brutal retroceso en las condiciones de vida de la mayoría inmensa de las mujeres, a la par que un drástico declive de las condiciones de vida de las clases y pueblos oprimidos en el Estado. 
Carecemos de espacio para analizar la relación entre clase trabajadora, explotación sexo-económica y emocional de la mujer y Estado patriarco-burgués en el contexto de una crisis sistémica como la presente. Las tesis de Catharine A. MacKinnon de que «el Estado es masculino en el sentido feminista: la ley ve y trata a las mujeres como los hombres ven y tratan a las mujeres»39 nos explica por qué incluso las mujeres más reaccionarias encuentran tantas dificultades para ser aceptadas por el sistema patriarco-burgués.

La experiencia acumulada desde la anterior gran crisis del capitalismo, la iniciada a finales de la década 1960, está mostrando que el feminismo burgués, en cualquiera de sus formas, fracasa cuando el capital aprieta las tuercas, como viene sucediendo desde la ofensiva neoliberal. En estas condiciones cada vez más duras, el viejo debate sobre si el sexo-género femenino es una casta, un sexo o una clase40 se zanja a favor del feminismo marxista.

La necesidad de la crítica radical en lo relacionado con las clases sociales surge de las tres cuestiones básicas expuestas: la casta académica e intelectual, la opresión nacional y la explotación de sexo-género. Cada una de estas se subdivide en muchos niveles, pero las tres nos reconducen a las relaciones entre la economía capitalista y su Estado.

3. REPRODUCCIÓN, TERRITORIALIDAD Y ESTADO

Una vez actuando la ley del valor, la reproducción de la sociedad capitalista se rige de forma diferente a la de los modos de producción anteriores, y por tanto la composición de las clases varía y con ella la lucha de clases. Sin embargo, pese a estos cambios cualitativos, se mantiene una conexión más profunda con la reproducción biológica de la sociedad, que no es otra que la explotación patriarcal arriba vista pero ahora subsumida en el capitalismo y expresándose en forma de sistema patriarco-burgués.
 La subsunción del patriarcado preburgués sólo pudo realizarse mediante una contrarrevolución político-sexual especialmente lanzada contra las mujeres que necesitó de una paralela construcción del Estado patriarco-burgués, como ha demostrado contundentemente S. Federici41 al relacionar política sexual, surgimiento del Estado y contrarrevolución desde finales del siglo XV.

La contrarrevolución político-sexual fue tan salvaje, masiva y prolongada porque la burguesía en ascenso necesitaba acabar con una milenaria tradición básica heredada desde las primeras agrupaciones humanas territorialmente asentadas, como veremos, y después tensionadas desde los primeros proto-Estados decisivos para la victoria del patriarcado. 
Aún así, los Estados fueron decisivos en el pasado remoto con la etnogénesis42 precapitalista, como en el capitalismo como instrumento vital en la autogénesis nacional43. Debemos detenernos un instante en esta evolución precapitalista porque nos descubre el proceso de formación histórica de la unidad de las tres explotaciones, la patriarcal, la nacional y la asalariada, por seguir la secuencia temporal. Aclarar que estas tres opresiones dependen de una única lógica, la de la explotación de la fuerza de trabajo y la de la ocupación directa o indirecta del territorio, es paso previo para comprender la teoría marxista de las clases sociales, de la lucha de clases y del papel del pueblo trabajador.

Siendo muy breves, D. Rodríguez ha estudiado la importancia del territorio en las identidades de los pueblos patagones44. P. Mamani Rodríguez ha seguido estas y otras investigaciones en el caso concreto de las naciones andinas bolivianas45. L. Martínez ha escrito que: «Una conceptualización del territorio que incluya la noción de campo social, permite [...] una lectura más objetiva de los procesos que se han consolidado en el territorio, de aquellos que se frustraron y de aquellos que tienen una potencialidad futura. 
Muchos territorios se han construido con un denominador común basado en el conflicto, mientras que otros lo han hecho en base a procesos de cooperación entre actores. [...] se visualizan los conflictos sociales que pueden generarse en diversos subcampos (cultural, étnico, económico, etc.) lo que permite también explicar la naturaleza del conflicto y su posible salida»46.

Según T. Jordan, los aspectos positivos de la territorialidad consisten en que garantiza la seguridad personal; garantiza el control de la economía propia; garantiza la reproducción de la cultura propia; garantiza la estabilización de la identidad coherente tanto en lo individual como en lo colectivo, a lo largo de un proceso que permite superar la fragilidad de todo lo identitario, y en palabras del autor:
 «La territorialidad apoya los sistemas de identidad: a) contribuyendo a la definición de una identidad específica (colectiva); b) ofreciendo fronteras claras que facilitan la proyección de elementos psíquicos que no pueden ser integrados y c) contribuyendo al sentimiento de disponer de un espacio seguro»47.

¿Cuál es el origen del «espacio seguro»? Primero y ante todo del carácter cooperativo y de ayuda mutua de los grupos no sólo humanos sino también de los chimpancés, gorilas y orangutanes48. Pero sobre esta base, S. Martí y A. Pestaña han delimitado las diferencias que separaban los grandes monos de los primeros humanos: una, el humano es un primate bípedo que transporta lo básico para su supervivencia, lo que no hace ningún otro primate; dos, la especie humana recurre a la cooperación sistemática para obtener energía mientras que esto apenas se produce en los primates superiores, excepto cuando se alimentan de carne, situación en la que se tolera una especie de «mendicidad», pero nunca con vegetales; tres, en todos los grupos humanos siempre existe un territorio de referencia, «hogar» permanente o móvil, al que siempre se vuelve tras el merodeo para obtener alimentos; cuatro, los grupos humanos dedican más tiempo que otros primates a la búsqueda de alimentos hiperproteínicos y, cinco, las agrupaciones humanas consumen la mayor parte de los alimentos tras su vuelta al «hogar», retrasando su ingesta para hacerla de forma colectiva, mientras que este consumo diferido es muy poco frecuente en los grandes monos49.

Otras investigaciones han demostrado que la territorialización se inicia alrededor del «hogar» en el que se hace la vida social, cotidiana, reproductiva, comunal, aunque este «hogar» cambie de espacio porque el grupo se traslada en busca de comida, agua y otras materias básicas, o en busca de relaciones con otras colectividades. B. Ehrenreich propone una hipótesis muy sugestiva, que debemos considerar, sobre el terror humano y la guerra. 
Se trata de un terror más concreto que el «miedo cósmico» pero muy anterior al «miedo oficial», sobre los que volveremos en su momentos: se trata del «estigma de la bestia», es decir, del terror primigenio, ancestral y permanente hacia los depredadores, las fieras y bestias que devoraban a los humanos, terror pánico que padeció la especie humana y que le condujo a desarrollar, junto a la cooperación para encontrar alimentos, también la cooperación para defenderse de los depredadores.

De este modo, humanización y autodefensa ante el terror exterior fueron la misma cosa. 
Pero lo más interesante de esta hipótesis es que la humanidad comprendió que «vencer a la bestia» era su única alternativa de desarrollo. Por esto, la autora sostiene que: «la transformación de la presa en predador, llevada a cabo merced a la rebelión del débil contra el fuerte, es el “argumento” principal de las primeras narraciones humanas»50
Podríamos basar en esta hipótesis el hecho de que el grueso de las primeras tradiciones humanas nos remite a un acto liberador, a una superación de una forma de vida condicionada por un poder externo amenazante, terrorista.

Pues bien, la identificación económica, afectivo-emocional y lingüístico-cultural con el territorio circundante al «hogar» es la que justifica material y ético-moralmente el recurso a la violencia defensiva51 cuando ese territorio es amenazado por algún peligro. 
Con el tiempo, las tradiciones52 seleccionan y reflejan el complejo mundo referencial centrado en el «hogar ancestral» según los avatares de las contradicciones sociales internas y de las agresiones exteriores que ha vivido esa colectividad humana. 
La mujer juega un papel clave en la antropogenia y más aún en todo lo relacionado con el «hogar», punto neurálgico de la hominización, de aquí que sea el principal «instrumento de producción» y «recurso emocional» apetecido por los colectivos agresores, que esclaviza a las mujeres jóvenes exterminando al resto de la comunidad vencida.

Así, sobre la raíz de la esclavitud patriarcal, se inicia la opresión tribal, étnica, etno-nacional y nacional dado que a la esclavización de la mujer joven y niña le sigue la de la adulta y la del niño joven, para terminar esclavizando a todo el pueblo vencido, ocupando sus tierras, o arrasándolas. Según P. Rodríguez:

«En Mesopotamia, las primeras noticias de la existencia de trabajadores forzados proceden del dinástico antiguo (c. -2850 a -2340) y, en realidad, se refieren a esclavas destinadas a trabajar en la pujante industria textil de la época. 
El signo sumerio para indicar “esclava” representa a una “mujer de la montaña”, lo que indica que desde finales del -III se hacían incursiones militares en las zonas montañosas para capturar mujeres para los talleres de hilado y confección textil controlados por los templos –junto a esta actividad militar brutal se generalizó también la costumbre de violar a las cautivas, punto de partida del que posteriormente surgirían la prostitución comercial y los harenes (en tanto que manifestación de estatus de los poderosos). 
En Egipto la situación no es diferente y, tal como ya citamos, el sustantivo mr(y)t, que denominaba “prisionero de guerra” y “sirvientes del templo”, también significaba “la rueca de la tejedora”, el instrumento que empleaban las esclavas al servicio de los templos. En la Grecia Antigua, tal como atestiguó Héctor de Troya en la Ilíada, el destino de las prisioneras era acabar como tejedoras en un templo»53.

F. Gracia Alonso ha estudiado con sofisticado detalle las constantes del primer «imperialismo» en la protohistoria, sin olvidarse de la importancia del territorio del pueblo invadido y esclavizado:

«El territorio donde habita es la esencia de un grupo no sólo por los aspectos tangibles sino muy especialmente por los intangibles, las ideas que forman parte de la memoria colectiva de las comunidades, por ello la razón de ser de un grupo se encuentra directamente relacionada con el territorio que ocupa, aquél que contiene los espacios sagrados y las tumbas de los antepasados. 
No es de extrañar por tanto que una de las principales acciones de castigo que aplican los ejércitos estatales sean los traslados de la población vencida a otros puntos como sistema para impedir futuras revueltas al quitar a una población el anhelo de volver a controlar su destino en su propia tierra.
 El desarraigo se unirá en muchas ocasiones a la destrucción de la ciudad, la venta de los habitantes como esclavos, y la implantación de colonos que sustituirán en el control y la explotación de la tierra a los desplazados»54.

Todos los sucesivos modos de producción basados en alguna forma de propiedad privada de las fuerzas productivas incluido ese cualitativamente diferente y único «instrumento de producción» que es la mujer, todos, han practicado lo esencial de este «imperialismo territorial» que por ello mismo es económico, de sexo-económico y de explotación nacional: 
«No existían limitaciones para esclavizar a los indios, mantener relaciones sexuales con ellos, someterlos a trabajos forzados, torturarlos o usarlos en deportes sangrientos, ni tampoco para asesinarlos o dejarlos morir de hambre; de las Casas escribió que, durante su estancia de cuatro meses en Cuba, asistió a la muerte por inanición de siete mil nativos»55.

A la vez, en la medida en que la guerra imperialista exigía recursos crecientes tendía a expandirse el Estado imperialista, centralizando poder e impuestos. 
Otro tanto sucedía, pero a la inversa, en los pueblos que debían prepararse a resistir ataques externos. 
Naturalmente en ambos casos estas centralizaciones estatales respondían a contradicciones clasistas internas en las que no podemos extendernos ahora. 
Las tensiones antes vistas entre desterritorialización y territorialización dan un salto cualitativo entre los siglos XV-XVII con el asentamiento definitivo del capitalismo.
 El libre despliegue de la ley del valor-trabajo fue el motor de este salto, y de la correspondiente aparición de nuevas56 clases con su nueva lucha de clases. 
Desde esta época, el Estado en acelerada formación va presionando contra las clases explotadas con una ferocidad que no podemos exponer ahora.

4. EL ESTADO COMO CENTRALIZADOR ESTRATÉGICO

Engels ofrece un ejemplo de la efectividad del Estado como aparato que cuida la solidez de la clase dominante, incluso cuando algunas de sus fracciones han quedado obsoletas, superadas por el desarrollo de las fuerzas productivas. Tras estudiar a los Junkers prusianos, Engels constata que: «desde hace doscientos años, esas gentes no viven más que de las ayudas del Estado, que les han permitido sobrevivir a todas las crisis»57
El Estado prusiano mantuvo durante dos siglos a los terratenientes, salvándoles de las crisis, y lo hizo con los recursos que extraía de la explotación de las masas trabajadoras, en primer lugar, y transfiriendo parte de ellos hacia la clase terrateniente. Simultáneamente, el Estado mantuvo la explotación de las masas campesinas por parte de los Junkers, condicionando así, de algún modo, la formación de la burguesía industrial y financiera alemana como la de la clase obrera y el resto del pueblo trabajador.

Cuando Engels escribió esto el Estado actuaba ya como la «forma política del capital»58, a la vez que como la «matriz espacio-temporal» en la que se desenvuelve la contradicción expansivo-constrictiva inherente a la definición simple de capital, de modo que el Estado impide y controla, en la medida de lo posible, que las tendencias centrífugas de los capitales, desborden y superen a las fuerzas centrípetas, que surgen de la necesidad ciega de disponer de un espacio seguro en el que acumular los beneficios, mantener una base de explotación social, y disponer de un poder militar que le proteja interna y externamente: «a partir de la intervención estatal se abre la posibilidad para el libre juego de la ley del valor»59.

Con otra terminología pero diciendo prácticamente lo mismo, R. Haesbaert demuestra la imposibilidad de la «desaparición del Estado», de la «desterritorialización» de la sociedad como efecto de la informática, de la virtualización, y otros mitos de la ideología postmoderna. 
Reconoce la «geometría del poder» y en especial la del capital financiero, que se mueve a la velocidad de la luz por entre las bolsas mundiales yendo de una a otra en un instante, pero con toda razón sostiene que las mercancías y otras formas de capital deben disponer de espacio material, de territorio, para almacenarse, venderse y realizar así el círculo completo del beneficio. 
El autor sostiene que existe una dialéctica en la que chocan, se entrelazan y reactivan las tendencias a la desterritorialización y a la territorialización, pero concluye: «en el transfondo de los discursos sobre la desterritorialización está el movimiento neoliberal que aboga por el “fin de las fronteras” y el “fin del Estado” para la libre actuación de las fuerzas del mercado.
 La desterritorialización -que en ese caso se refiere a la élite planetaria- es un mito. No es más que una recomposición territorial bajo condiciones de gran compresión del espacio-tiempo, donde las transformaciones de las relaciones vinculadas a la distancia y a la presencia-ausencia (lo “distante presente”) vuelven aún más intensas las dinámicas de desigualdad y diferenciación del espacio planetario»60

La dialéctica entre desterritorialización y territorialización, unida siempre a los vaivenes del libre desarrollo de la ley del valor, determina los desplazamientos de la fuerza de trabajo social, su migración de un territorio a otro, movimientos parejos a los desplazamientos de ramas productivas, de formas de capital industrial, inmobiliario, de servicios, etc., de un espacio a otro para aumentar sus tasa de beneficios.
 La desestructuración de las clases trabajadoras también aumenta debido a estos movimientos, lo que con el tiempo tiende a la recuperación de las resistencias, porque el apego emocional y afectivo al territorio propio en un componente básico de la psicología humana, de la antropogenia y de la etnogénesis.
 Como hemos dicho arriba, la interacción entre explotación de sexo-género, nacional y de clase es inseparable de la dinámica de territorialización.

Por esto, nuestro análisis sería superficial si no profundizáramos en el papel del Estado como aparato decisivo para el sostenimiento de los procesos de producción y reproducción y su síntesis como totalidad resultante. 
No podemos extendernos aquí sobre la intensa pero fallida campaña ideológica realizada por la casta intelectual para minimizar o reducir a la nada el papel del Estado con la consigna demagógica de «más mercado y menos Estado»61.
 Decimos fallida campaña por dos razones: una, porque en el plano teórico-político, hace ya mucho tiempo que la izquierda desmanteló esa falacia demostrando que la estrategia de sobreexplotación del trabajo, de privatización de lo público, de transferencias masivas de capital estatal al capital privado, etc., que es la esencia del neoliberalismo, requería «construir un Estado que de ser fundamentalmente un oferente de servicios públicos pase a ser un oferente de servicios privados […] 
El neoliberalismo, más que menos Estado, propugna otro Estado al que compete conjugar cualquier fenómeno que pudiera falsear la competencia a partir del principio de que el Estado sólo debe hacer lo que la iniciativa privada no puede llevar a cabo, esto es, política económica conforme al mercado»62.

Y la segunda razón es la del acierto práctico de lo escrito en esta cita. A los pocos años, nada menos que Stiglitz, premio Nobel de economía de 2001, reconocía que las medidas tomadas por el gobierno yanqui para reactivar el muy debilitado capitalismo norteamericano se podían calificar de «socialismo estadounidense para ricos»63
Fijémonos bien: primero, «socialismo para ricos» porque es su Estado el que interviene planificadamente en la economía defendiendo los intereses del capital, en contra de los del pueblo trabajador; y segundo, «socialismo estadounidense» porque es el imperialismo yanqui el que se beneficia de los frutos del saqueo mundial, de su control financiero y militar. 
El Estado yanqui, militarizado en extremo, es un instrumento imprescindible para este «socialismo de ricos imperialistas».
 Y mientras tanto su propaganda, su casta intelectual quiere hacernos creer que el Estado ya no es necesario. Desde una visión más amplia y reciente, otros autores extienden la necesidad del Estado a todo el conjunto de la fase capitalista actual64, destrozando así aún más la mentira postmoderna.

Este ejemplo nos ilustra sobre las múltiples tareas que realiza el Estado en el capitalismo, sobre todo en lo relacionado con las transformaciones de las clases sociales. 
Mantener con vida durante doscientos años a una clase cada día más parasitaria e improductiva, fue una verdadera proeza del Estado alemán que fue transformándose abierta y violentamente en burgués durante estos dos siglos sin por ellos abandonar a su suerte a la arcaica nobleza terrateniente y militar prusiana. 
La tan manoseada discusión sobre si el marxismo acepta o no la autonomía del Estado65 como aparato que puede decidir por su cuenta en determinadas cuestiones, queda superado al leerle a Engels66, porque ninguna clase logra sostenerse tanto tiempo si a la vez de la explotación económica dispone del poder político, de la dominación ideológica y de otros recursos menores.

Aún y todo así, la cuestión del Estado ha sido y es decisiva en la lucha teórica entre el marxismo y la burguesía, es un debate permanente e inacabable porque la cuestión del Estado atañe esencialmente a la cuestión de la propiedad privada, de la estructura de clases y de la lucha de clases desde que existe esa forma de propiedad.
 Por el contrario, una de las formas de ataque al marxismo es la de negar, por una parte, que el Estado haya existido desde el origen de la propiedad privada, sino sólo desde el medievo hasta ahora; por otra, que las clases sociales y la lucha de clases sea consustancial al Estado, y por último, que el Estado tiene estas características fundamentales: «territorialidad, centralización, soberanía, diferenciación e institucionalización»67. Como vemos, la propiedad privada, la lucha de clases, la violencia y la opresión no son características fundamentales del Estado, ni siquiera secundarias porque ni se citan.

Por el contrario: «Para un análisis de la trayectoria de los Estados, es ineludible considerar las técnicas, las prácticas y las ideologías en acción a los efectos de producir obediencia. Los Estados son aparatos para producir obediencia o para persuadir a la obediencia [...] 
Miedo, interés, honor, son los resortes que en cada coyuntura histórica resultan activados para conseguir un comportamiento adecuado: a través del monopolio de la coerción, el Estado atemoriza recurriendo a los discursos a su disposición, dispensando ventajas materiales y honorabilidad social (ya para Bodin, como se ha visto, un imprescindible requisito de la soberanía). 
Pero el temor, el interés material, la consideración social no bastan para garantizar la estabilidad del poder. Existe un factor ulterior: la creencia en su legitimidad, entendida como cualidad peculiar, de carácter personal, del poseedor del poder, o bien como validez de un ordenamiento impersonal [...]
 Una vez más, el modelo de esta evolución está constituido por la Iglesia, que durante siglos había dado pruebas de su capacidad disciplinadora y de su virtuosismo para conjugar el elemento activo del mando con el pasivo de la obediencia, educando para el autocontrol a los pastores y para la obediencia a la grey»68.

Propagar el miedo y la obediencia es una de las tareas del Estado, además de otras que veremos. Reforzando la tesis Portinaro, recientemente se ha conocido que la extrema derecha y el neofascismo son subvencionados por la Unión Europea69, es decir, por ese «superestado» que se va imponiendo en Europa. 
La obediencia y el miedo son componentes esenciales de la política neofascista que, a su vez, es el penúltimo recurso del capital para aplastar al movimiento revolucionario. Son los vaivenes de la lucha de clases los que hacen que los Estados respondan endureciendo o ablandando transitoriamente su producción de obediencia y miedo.

Desde finales de la Segunda Guerra Mundial la OTAN, como síntesis político-militar de los Estados europeos capitalistas mantuvo grupos terroristas para desarrollar «la espiral destructiva de manipulación, miedo y violencia»70 contra las fuerzas revolucionarias europeas, contra los sectores más conscientes de las clases explotadas y, en general, contra la sociedad europea en su conjunto. 
Conviene recordar que aproximadamente el 80% de los 30.000 «desaparecidos» argentinos durante la dictadura fascista de los años 70 eran militantes obreros y populares. Ahora: «Es oficial desde esta semana: la CIA tiene licencia para matar en cualquier momento, en cualquier lugar y por cualquier medio a personas relacionadas con el terrorismo, aunque tengan nacionalidad estadounidense»71.

Estas últimas referencias al Estado muestran una de las formas de incidencia del Estado en la lucha de clases, y por tanto en la estructura clasista, aunque no hablan directamente de su papel socioeconómico y a su influencia en los cambios en las clases sociales, pero sirve para mostrar una de las tareas clásicas del Estado de la clase dominante: producir obediencia, con lo que llegamos a la política educativa, propagandística y cultural del Estado, que tanta influencia tienen sobre las mujeres y sobre la reproducción. La burguesía emplea su Estado para intervenir directa o indirectamente en todas las cuestiones relacionadas de algún modo con la estructura de clases y con la lucha de clases, mediante el sistema educativo y mediante la regulación del trabajo72
Pero la educación oficial y el resto de poderes estatales en su conjunto, tienen también el objetivo de inculcar en la sociedad lo que Ana Rivadeo73 denomina «epistemología del terror», es decir,

«Pero la máquina de muerte que administra el Estado no tiene sólo un alcance parcial. No se limita al exterminio o mutilación de uno o algunos grupos. La violencia de esa acción mortífera, cualquiera sean sus formas, sus objetos específicos, los dispositivos y los aparatos de su ejercicio y su modulación, entraña invariablemente el borramiento del asesinato. 
Es decir, la violencia de la denegación, que constituye siempre un momento interno del ejercicio del poder dominante en que se articulan la ley, el terror y la legitimación de la violencia. 
Ésta es la catástrofe epistémica, del orden del saber, que apareja con el terror como política de Estado, y confiere a éste su alcance masivo: no sobre uno, o algunos grupos, sino sobre todos. 
Lo que está en juego aquí no es sólo el exterminio de determinados sectores sino, en lo esencial, la invisibilización del crimen: su expulsión del campo de la memoria de los sobrevivientes. 
Para éstos, y por medio de ellos para el conjunto que forman con las generaciones que los preceden y le siguen, esa violencia pone en suspenso lo simbólico. Agujerea como sin-sentido, y corporiza en el sin-lugar. Alcanza, para destruirlas, a la memoria y al territorio de lo social.

El terror que producen las políticas neoliberales en nuestros días apunta a quebrar la medida común de lo humano que habíamos logrado construir a través de organizaciones, derechos, valores, instituciones, prácticas, todo lo que podríamos condensar en los conceptos, las obras y los sueños colectivos de la democracia como soberanía popular efectiva. 
Ese terror comporta una reconformación generalizada del campo del poder, de lo político, lo social, los espacios y las historias colectivas, en la que se manifiesta la sombra, la huella, y el anuncio de un crimen. 
Por eso, sin la elaboración, sin la sanción simbólica y práctica de ese despeñadero, la guerra parece devenir irreversible: la guerra contra los pobres, pero también la guerra de los pobres contra otros más pobres. 
La guerra de los asustados contra los que sobran. Las xenofobias y la multiplicación de los enjaulamientos de todos los que sienten que tienen algo que perder, aunque sea nada. La extranjerización, el fuera-de-lugar masivo de todos los «otros», que por supuesto «somos todos».

El exterminio de los 30.000 seres humanos más concienciados y libres de Argentina durante la dictadura fascista de los 70, por citar un solo caso, y más concretamente el exterminio como método imperialista74 tiene efectos destructores muy precisos sobre la dinámica de avance de la conciencia-en-sí de la humanidad explotada a su conciencia-para-sí, aunque no siempre logra detener este ascenso como se comprueba en Honduras, donde a raíz del golpe militar se produce una muerte violenta cada 74 minutos75.

Tanto la epistemología del terror como la «pedagogía del miedo» se inculcan desde la infancia misma mediante la primera educación familiar, luego mediante la oficial sea privada o pública, y es posteriormente reforzada y actualizada por el sin número de normas, disciplinas76 y otros mecanismos a disposición del Estado y del poder burgués en general. 
Las clases explotadas están atadas así, en su estructura psíquica, a la «figura del Amo», según la feliz expresión de D. Sibony en su estudio sobre la indiferencia política de las gentes explotadas77, y que no es sino la representación inconsciente de la materialidad del capital y de su Estado.

La «figura del Amo» nos remite a la adoración irracional de la autoridad y ésta a la alienación y sobre todo al fetichismo de la mercancía. Exceptuando la definición del fetichismo que ofrece el propio Marx78, una manera más pedagógica de comprender esta decisiva innovación cualitativa aportada por el marxismo al pensamiento humano, es la de I. Rubin:

«¿En qué consiste la teoría marxista del fetichismo, según las ideas generalmente aceptadas? Consiste en que Marx vio las relaciones humanas que subyacen en las relaciones entre las cosas, que reveló la ilusión de la conciencia humana que se origina en una economía mercantil y que asigna a las cosas características que tienen su origen en las relaciones sociales que establecen los hombres en el proceso de producción (…) 
La teoría del fetichismo disipa de la mente de los hombres la ilusión, el grandioso engaño, que origina la apariencia de los fenómenos en la economía mercantil, y la aceptación de esta apariencia (el movimiento de las cosas, de las mercancías y de su precio comercial) como la esencia de los fenómenos económicos. Sin embargo, esta interpretación, aunque generalmente aceptada por la literatura marxista, no agota, ni mucho menos, el rico contenido de la teoría del fetichismo elaborada por Marx. 
Éste no sólo muestra que las relaciones humanas quedan veladas por las relaciones entre las cosas, sino también que, en la economía mercantil, las relaciones sociales de producción inevitablemente adoptan las formas de cosas y no pueden ser expresadas sino mediante cosas. 
La estructura de la economía mercantil hace que las cosas desempeñen un papel social particular y muy importante, y de este modo adquieren propiedades sociales particulares. Marx descubrió las bases económicas objetivas que rigen el fetichismo de la mercancía. 
La ilusión y el error en la mente de los hombres transforma las categorías económicas cosificadas en “formas objetivas” (de pensamiento) de las relaciones de producción de un modo de producción históricamente determinado: la producción de mercancías»79.

En lo directamente relacionado con la definición de las clases sociales y del pueblo trabajador, y sobre todo de sus luchas contra el capital, la teoría del fetichismo de la mercancía explica por qué las clases explotadas tienen tantas dificultades para pasar de la conciencia-de-sí, a la conciencia-para-sí, o sea, para pensar no como cosas, objetos pasivos, que existen en una realidad incognoscible, la de la explotación asalariada, sino como seres humanos, como sujetos activos que sufren la explotación asalariada, y que están condenados a sufrirla toda su vida si no acaban con ella.
 Pues bien, impedir este salto liberador es una de las prioridades del Estad que también interviene de múltiples formas, fundamentalmente en la interacción entre los procesos de producción y los de reproducción, y también la biológica, en la reproducción de la fuerza de trabajo social. Como nos recuerda D. Harvey:

«El Estado desempeña un papel vital en casi todos los aspectos de la reproducción del capital. Además, cuando el gobierno interviene para estabilizar la acumulación en vista de sus múltiples contradicciones, sólo lo logra al precio de absorber en su interior estas contradicciones. 
Adquiere la dudosa tarea de administrar la dosis necesaria de devaluación, pero tiene alguna opción sobre cómo y cuándo hacerlo. 
Puede situar los costos dentro de su territorio por medio de una dura legislación laboral y de restricciones fiscales y monetarias, o puede buscar alivio externo por medio de guerras comerciales, políticas fiscales y monetarias combativas en el escenario mundial, respaldadas al final por la fuerza militar. La forma final de devaluación es la confrontación militar y la guerra global»80.

G. Therbom: «Marx mantenía que el estudio de una determinada sociedad no debe centrarse sólo en sus sujetos o en sus estructuras, sino también y al mismo tiempo, investigar sus procesos de reproducción»81, que está formada por el conjunto de prácticas, disciplinas, instituciones, aparatos, etc., que garantizan que la clase trabajadora siga reproduciéndose dócil y alienadamente, o con miedo e incapaz de sublevarse, mientras la clase burguesa reproduce sus fuerzas armadas, ideológicas, educativas, etc. Concretamente:

«El análisis de la reproducción nos permite explicar cómo pueden estar interrelacionados los diferentes momentos del ejercicio del poder dentro de la sociedad, aun cuando no exista una conexión interpersonal consciente. Están unidos entre sí, en realidad por sus efectos reproductivos. 
Por ello, unas determinadas relaciones de producción pueden ser reproducidas -o favorecidas o permitidas por la intervención del Estado- aun en el caso de que la clase explotadora (dominante), tal como la definen esas relaciones, no “controlen” el gobierno en ninguno de los sentidos convencionales de la expresión. El hecho de que se reproduzca una forma específica de explotación y dominación constituye a esta forma en un ejemplo de dominación»82.

En otro texto, G. Therbom, criticando las insuficiencias de la tesis de Althusser sobre los «aparatos ideológicos de Estado», sostiene que «los aparatos ideológicos son parte de la organización del poder en la sociedad, y las relaciones sociales de poder se condensan y cristalizan en el marco del Estado.
 La familia, por ejemplo, está regulada por la legislación y la jurisdicción estatales, y se ve afectada por las formas de masculinidad y femineidad, unión sexual, parentesco e infancia, que son proscritas, favorecidas o permitidas por el Estado»83.

R. Miliband ha estudiado con detalle la efectividad de cinco instrumentos o «aparatos» de legitimación y reproducción del capitalismo, demostrando sus conexiones explícitas y públicas o subterráneas e implícitas el Estado mediante el enmarañamiento legal y administrativo. 
Los medios privados de prensa, las editoriales, las cadenas audiovisuales, etc. Los medios públicos y oficiales de prensa, la televisión en especial. 
La educación primaria y secundaria. La educación universitaria y especializada, y, por último, la capacidad alienadora inherente al capitalismo pero que se desenvuelve aprovechando los instrumentos y aparatos vistos84. Para no repetirnos aquí, debemos recordar lo arriba visto sobre la represión del Estado en las luchas de clases.

O más concretamente: «la función represiva es la más inmediatamente visible, en un sentido literal, ya que está encarnada en la policía, el soldado, el juez, el carcelero y el verdugo.
 Pero, inmediatamente visible o no, el Estado es uno de los principales participantes en la lucha de clases de la sociedad capitalista. De una forma u otra, el Estado siempre está presente en el enfrentamiento entre los grupos y clases rivales que, por decirlo así, nunca se enfrentan por sí mismos.
 El Estado siempre está implicado, aunque no siempre haya sido llamado, aunque sólo sea porque define los términos en los que tiene lugar el enfrentamiento por medio de las normas y sanciones legales»85.

La dialéctica entre producción y reproducción garantiza facilitar la valoración y acumulación del capital; facilitar la formación, disciplinarización la alienación de las masas y naciones oprimidas86 y, facilitar la defensa interna87 y externa del capitalismo. S. Brunhoff lo ha expresado así: «La unidad de la burguesía y el fraccionamiento del proletariado son los principios de constitución del espacio político del proletariado. 
El Estado debe desplazar y ajustar continuamente las fronteras económicas unas respecto a otras»88. Sincronizar estos objetivos es la prioridad del Estado.
 Por tanto, el Estado nunca permanece quieto, sino que debe evolucionar a la velocidad de las contradicciones sociales, si le es posible. 
La muy correcta afirmación de S. Brunhoff está realizada desde la perspectiva teórica general, desde el método genético-estructural al que luego nos referiremos y que aparecerá una y otra vez a lo largo de estas páginas. 
Pero debemos plasmar esa teoría correcta en las experiencias históricas particulares, de lo contrario no serviría de nada.

Otra de las tareas del Estado para intervenir en la lucha de clases es la de «crear desclasados que han sido y son uno de los objetivos del capitalismo, porque es el camino más corto para conseguir la fragmentación de una clase social a la que hay que mantener a raya.
 Facilitar la deserción de clase allana el objeto final del sistema que es el de desintegrar todo lo que suponga un obstáculo organizado y comprometido con la defensa de clase. Empleados del sector privado contra los del sector público, contratados temporales contra fijos, nativos contra inmigrantes o jóvenes contra mayores. 
Los iguales, cada vez más, se convierten en enemigos y el desclasado es la cuña perfecta para la fragmentación. Los desclasados se caracterizan, no por aspirar a la legítima mejora de su status, sino por olvidar su procedencia y construir un relato que les aparta del compromiso que un día tuvieron sus padres con ellos, con sus vecinos o con sus compañeros de trabajo. En definitiva, con todo lo colectivo, con todo lo que a través de las emociones del orgullo de clase se ha construido para su distribución»89.

Como efecto de todo lo arriba visto hasta ahora, podemos comprender sin dificultad alguna los resultados del IV Estudio Arag, el 70% de los trabajadores desconfían de sus empresas, el 60% desconfían de sus jefes y el 40% desconfían de sus propios compañeros. 
Por otra parte, el 33% de los trabajadores es crédulo, el 43% es cauto y sólo el 18% es «inconformista», y en otra escala, el 25% son pasivos, es decir, no se movilizan, no actúan y no responden frente a los problemas de la empresa90. Al margen de las dudas que podamos tener sobre el estudio, no es menos cierto que refleja de alguna forma el estado de conciencia de las masas explotadas. 
La reducida proporción de «inconformistas» -el calificativo nos ilustra sobre la ideología de la encuesta- con respecto a la alta proporción de desconfiados con respecto a sus empresas y jefes, indica la gran distancia que existe según el estudio entre la conciencia-en-sí, en la que anida la desconfianza a la patronal, y la conciencia-para-sí que es la de los «inconformistas».

En el marco del debate que ahora mantenemos, el de la definición de las clases y en concreto del pueblo trabajador, las realidades que hemos visto, desde la burocratización del pensamiento, el fetichismo y la falsa conciencia, hasta el papel del Estado, tienen consecuencias demoledoras en la formación del método burgués de pensamiento porque si las clases sociales se caracterizan por algo es por su historicidad, por su aparición y desaparición, por sus fronteras móviles, laxas e interrelacionadas de forma antagónica formando una unidad en lucha permanente. 
El método burgués de pensamiento, positivista y mecanicista, metafísico, no puede captar esta realidad profunda y bullente sólo penetrable por la dialéctica materialista. 
Por su innegable importancia debemos extendernos un poco en esta cuestión. 
Y cuando hablamos de método hablamos también de filosofía.

5. DIALÉCTICA Y LUCHA DE CLASES

Dado que el burocratismo es esencialmente antidialéctico y anticrítico, dogmático, lo primero que debemos hacer es mostrar la naturaleza dialéctica de la definición marxista de las clases sociales porque sólo así llegaremos a saber qué es el pueblo trabajador en su abstracción teórica y qué es el pueblo trabajador vasco en su concreción teórica.

Antes que nada hay que comenzar diciendo que Marx desarrolló su método dialéctico realizando una síntesis integradora y superadora de la ciencia oficial y dominante, la positivista; de la ciencia definida por Hegel y de la ciencia crítica desarrollada por los hegelianos de izquierda91.
 La síntesis creó un método ontológicamente nuevo que sorprendió tanto por su efectividad que un crítico reconoció que el autor de El Capital se movía con «la más rara libertad» en el terreno empírico, mérito que Marx atribuyó al «método dialéctico»92, que avanza por el interior de lo real, adecuándose a las contradicciones del sistema que estudia, y no a la inversa, por lo que podemos definirlo como la permanente interacción entre el análisis y la síntesis, la deducción y la inducción, etc., pero de manera que una nueva síntesis es sólo el inicio de otro proceso cognitivo, en una espiral inacabable «porque la síntesis de Marx nunca es algo consumado, sino algo más bien en proceso de realización constante»93.

Dicho en palabras de J. Osorio: «el método de conocimiento en Marx implica partir de las representaciones iniciales, o concreto representado, para pasar a la separación o análisis de elementos simples, proceso de abstracción, que permita descifrar las articulaciones específicas, y a partir de ellas reconstruir «una rica totalidad» con «sus múltiples determinaciones y relaciones», esto es, un nuevo concreto, pero diferente al inicial, en tanto «síntesis» y «unidad de lo diverso», que organiza y jerarquiza las relaciones y los procesos, lo que nos revela y explica la realidad societal»94.

Se trata de un movimiento doble en su unidad que abarca lo esencial, lo genético del problema, es decir, lo que le identifica como estructura y sistema estable95 -lo genético-estructural-, y lo histórico, el movimiento y el cambio permanentes -lo histórico-genético-, de manera que en todo momento, en cada parte del problema, aparecen expuestas su esencia y sus formas externas, en cuanto unidad real96. P. Vilar desarrolla la interacción entre lo genético-estructural y lo histórico-genético, en su explicación de que, en Marx, se fusionan y se separan a la vez dos niveles, el básico y común al modo de producción capitalista, nivel en el que sólo existe la lucha entre el capital y el trabajo, la burguesía y el proletariado, y el nivel de las clases, fracciones de clases, categorías sociales, etc., concretas, que existen en los países y momentos precisos97. La praxis marxista de las clases siempre debe utilizar esa dialéctica, como lo veremos especialmente en Rosa Luxemburg y Mao en lo que atañe al concepto de pueblo trabajador y a la denominada «triple explotación», de sexo-género, de nación y de clase trabajadora.

A la vez, carece de sentido criticar a Marx y a Engels de que no dejaran «acabada» una teoría «definitiva» de las clases, por la sencilla razón de que éstas son un conjunto de relaciones en desarrollo histórico con determinadas tendencias objetivas que Marx expone así: «…
Por lo que a mí se refiere, no me cabe el mérito de haber descubierto la existencia de las clases en la sociedad moderna ni la lucha entre ellas. 
Mucho antes que yo, algunos historiadores burgueses habían expuesto ya el desarrollo histórico de esta lucha de clases y algunos economistas burgueses la anatomía económica de éstas. 
Lo que yo he aportado de nuevo ha sido demostrar:
 1) que la existencia de las clases sólo va unida a determinadas fases históricas de desarrollo de la producción;
 2) que la lucha de clases conduce, necesariamente, a la dictadura del proletariado;
3) que esta misma dictadura no es de por sí más que el tránsito hacia la abolición de todas las clases y hacia una sociedad sin clases…»98.
La razón del fracaso de la sociología para entender la dialéctica de las clases radica en que «los economistas no conciben el capital como una relación», y no pueden hacerlo porque el capital es una forma relativa y transitoria de la producción99. Ya que el capital es una relación también lo son las clases, siendo imposible elaborar una teoría «acabada» y «definitiva», «completa»100, es decir, estática, de una relación siempre en movimiento. 
Como dijo E. P. Thomson: «una clase es una relación, un sistema de relaciones en suma, y no una cosa»101. Definir a las clases como un sistema de relaciones, en vez de cómo una cosa estática y cerrada, es verlas dentro de la totalidad social en movimiento, como una parte activa de esa totalidad móvil. Por relación, por sistema de relaciones, debemos entender el movimiento internos de la lucha de contrarios en una totalidad concreta, en este caso en la economía capitalista y más específicamente en la unidad y lucha irreconciliables entre las clases explotadoras y explotadas.

Nos hacemos una idea más plena de la importancia del concepto de «sistema de relaciones» al ver que las clases no son entidades aisladas, lo que permitiría hablar sólo de la burguesía sin citar en absoluto al proletariado, sino como unidad de contrarios irreconciliables en lucha permanente, de modo que el cambio en una de ellas supone otro cambio opuesto en la contraria, siendo imposible hablar de la burguesía sin a la vez y necesariamente hablar del proletariado; por ello mismo son un conjunto de relaciones en choque, relaciones en las que una parte, la clase burguesa, dispone de un instrumento clave como es el Estado, lo que le permite reforzar su centralidad y romper a la vez la centralidad de la clase expropiada: «una clase, internamente cambiante a su vez, es una de las fuerzas en liza dentro de la lucha de clases, tomando en consideración todos los planos -económico, social, cultural, ideológico- en que esta lucha se produce y la estructura de clases debe ser vista como un modelo dinámico e históricamente condicionado»102.

Un modelo en movimiento y en contradicción, en cuyo interior actúa a veces de forma muy consciente el capital, ya que «la burguesía es una clase viva que ha retoñado sobre determinadas bases económicoproductivas. Esta clase no es un producto pasivo del desenvolvimiento económico, sino una fuerza histórica, activa y enérgica»103.

Más aún, «el concepto de “clase” no es un concepto afirmativo sino crítico»104, es decir, no quiere definir positiva y neutralmente una realidad estática y aislada, según la metafísica positivista, sino que quiere poner al descubierto el movimiento y choque permanente de sus contradicciones internas, la interacción de todas las facetas del problema clasista y su tendencia objetiva a la agudización de la lucha hasta estallar en oleadas revolucionarias, si se superan todas las contratendencias que tienden a anular la tendencia objetiva.
 La lucha entre las contratendencias y las tendencias objetivas es la lucha de clases. 
Al ser un concepto crítico y al asumir la objetividad del choque entre tendencias y contratendencias, al margen de los grados de conciencia subjetiva de las fuerzas enfrentadas, por esto mismo, la teoría marxista de las clases sociales es inseparable de la teoría del valor y del valor-trabajo, de modo que forman una unidad interna con formas externas diferenciadas.

Llegados a este nivel, es imprescindible aclarar qué entendemos por dialéctica en el interior mismo del desenvolvimiento del valor, del valor-trabajo y de la lucha de clases: 
«La dialéctica consiste exactamente, en la habilidad de comprender la contradicción interna de una cosa, el estímulo de su autodesarrollo, donde, el metafísico ve sólo una contradicción externa resultando de una colisión más o menos accidental de dos cosas internamente no contradictorias»105.

Sin duda, son estas características del pensamiento dialéctico las que tenían en cuenta Marx y Engels cuando se negaban sistemáticamente a utilizar conceptos cerrados, estáticos, definiciones absolutas y eternas. 
Además, unido a esta característica constitutiva del método, ocurre que la dialéctica «[…] provoca la cólera y es el azote de la burguesía y de sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir, por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada»106.

Por tanto, la dialéctica utiliza categorías, leyes y principios que deben ser capaces de moverse a la misma velocidad del movimiento de las contradicciones de lo real que investiga y que quiere transformar.
 Por cuanto movimiento, interacción y lucha, por eso mismo, los conceptos de la dialéctica deben ser abiertos, flexibles, ágiles, interconectados y radicales. R. Gallissot lo expresa así: «En Marx y Engels, se diga o no, existen fluctuaciones terminológicas: es que, bajo las mismas palabras, los objetos hacia los que se apunta no son los mismos: la fórmula se relaciona, sea con la sociedad capitalista en sus fundamentos generales, sea con sociedades particulares en el seno del capitalismo, sea solamente con la combinación de las relaciones de clase y de fuerzas políticas en una sociedad dada»107.

Y más adelante: «No hay escándalo alguno en reconocer que, continuamente en Marx y Engels, hay encabalgamiento de vocabulario y de sentido, interferencia entre el uso vulgar (el modo de producción es la forma de producir –la palabra “formas” se repite), y el empleo típico [...] subsiste la impresión de que hay usos preferenciales que irían de lo particular a lo general: formas, formaciones, formación económica»108.

Este método no es contradictorio con la lógica ya que, como sostiene A. Guétmanova: «a veces no se pueden establecer divisiones precisas, por cuanto todo se desarrolla, modifica, etc. 
Toda clasificación es relativa, aproximativa, y revela de forma sucinta las concatenaciones entre los objetos clasificados. Existen formas transitorias intermedias que es difícil catalogar en un grupo determinado. Semejante grupo transitorio a veces constituye un grupo (especie) autónomo»109
Además, la dialéctica entre el uso vulgar de un concepto en comparación a su empleo típico ha dado paso a la lógica borrosa que, según M. Hernando Calviño: «opera con conceptos aparentemente vagos o subjetivos, pero que en realidad contienen mucha información»110. Más adelante cómo Marx y Engels trabajaban con estos conceptos «aparentemente vagos o subjetivos» repletos de información.

La metodología dialéctica exige, como dice Rosental, un relativismo conceptual flexible y a la vez concreto porque «cada fenómeno posee muchos vínculos e interacciones con otros fenómenos y donde la interacción condiciona que aparezcan ora unos rasgos, propiedades y aspectos de las cosas, ora otros.
 Por esto tampoco puede la ciencia operar a base de un simple esquema: o verdad o error. 
Las cambiantes propiedades de las cosas exigen del concepto de verdad una flexibilidad y un carácter concretos máximos, pues también el concepto de verdad es relativo: lo verdadero en determinado tiempo y en cierta conexión, se convierte en error en otro tiempo y en una conexión distinta»111.

Aplicado este método dialéctico al estudio de la clase burguesa vemos que, además de tener que definir simultáneamente a la clase trabajadora, tenemos que recurrir a lo que C. Katz denomina «definiciones ampliadas», ya que «la clase dominante registra procesos constantes de mutación»112
Por definiciones ampliadas debemos entender las no «cerradas» ni estáticas, sino las que permiten abrir los espacios conceptuales a las nuevas realidades, a las mutaciones que se producen en todo momento en la realidad. La conveniencia de esta cita es innegable porque ella nos introduce en otro de los componentes básicos para definir a las clases sociales, el papel del Estado.

Estas nociones tan básicas y elementales de la dialéctica, que con tanta rapidez estamos exponiendo, nos llevan a la cuestión de la emergencia de lo nuevo, de la imperceptible aparición de pequeños brotes que anuncian realidades novedosas si consiguen asentarse y expandirse. 
Las propiedades cambiantes de las cosas pueden terminar dando paso a algo nuevo.
 Se trata de un problema decisivo en la ciencia y en la vida incluso cotidiana, que Lenin expresó así:
 «Debemos estudiar minuciosamente los brotes de lo nuevo, prestarles la mayor atención, favorecer y “cuidar” por todos los medios el crecimiento de estos débiles brotes […] 
Es preciso apoyar todos los brotes de lo nuevo, entre los cuales la vida se encargará de seleccionar los más vivaces»113.

La teoría de las clases debe tener siempre en cuenta la tendencia al surgimiento de nuevas fracciones de clase dentro de un modo de producción, de nuevas «clases medias» -cuestión en la que Marx fue pionero y a la que volveremos-, de la nueva pequeña burguesía, etc., y sobre todo, y como veremos, a las fluctuaciones internas en esos imprescindibles conceptos flexibles y abiertos tan abundantes en el marxismo como «masas populares», «movimientos populares» y sobre todo «pueblo trabajador», incluido el de «multitud»114.

En esta investigación necesaria nos será de gran utilidad la sabia advertencia de R. Candy según la cual: «Para Marx “clase” es una idea de gran sutileza, más compleja de lo que muchos suponen. 
La clase no es homogénea. Tiene fracciones que operan autónomamente en el contexto de sus intereses básicos de clase […] Los estados de ánimo de las masas se transforman, se desplazan, fluyen; las clases se fraccionan y concentran; los partidos se dividen en fracciones; los dirigentes olvidan sus principios e inventan otros nuevos. El análisis de clases no es una tarea fácil y Marx no ofrece ninguna fórmula sencilla para el estudio de la sociedad»115.

También nos será muy oportuno lo que sostiene D. Bensaïd: «No se encuentra entonces en Marx ninguna definición clasificatoria, normativa y reductora de las clases, sino una concepción dinámica de su antagonismo estructural, a nivel de la producción, de la circulación como de la reproducción del capital: en efecto, las clases jamás son definidas solamente a nivel del proceso de producción (del cara a cara entre el trabajador y la patronal en la empresa), sino determinadas por la reproducción del conjunto donde entran en juego la lucha por el salario, la división del trabajo, las relaciones con los aparatos del Estado y con el mercado mundial»116.

Partiendo de aquí, ofrecemos dos importantes definiciones sobre las clases sociales que nos facilitarán el debate posterior sobre el pueblo trabajador vasco. Comenzamos con la clásica definición de Lenin, considerada por P. Vilar como «la más válida teóricamente»117, y que dice así: «Las clases son grandes grupos de hombres que se diferencian entre sí por el lugar que ocupan en un sistema de producción social históricamente determinado, por las relaciones en que se encuentran con respecto a los medios de producción (relaciones que en su mayor parte las leyes refrendan y formalizan), por el papel que desempeñan en la organización social del trabajo, y, consiguientemente, por el modo de percibir y la proporción en que perciben la parte de riqueza social de que disponen.
 Las clases son grupos humanos, uno de los cuales puede apropiarse el trabajo de otro por ocupar puestos diferentes en un régimen determinado de economía social»118.

El valor de esta cita es triple, uno, por lo que dice en sí misma; otro, porque pertenece al Lenin más creativo teórica y políticamente, y, último, porque en el mismo texto y algo más adelante desarrollando el mismo esquema teórico y político plantea cuestiones igualmente importantes para la política de alianzas entre el proletariado y el resto de las clases y sectores progresistas. 
Se habla mucho sobre la diferencia entre los conceptos de hegemonía de Lenin y de Gramsci, que son meramente formales si nos fijamos en el fondo genético-estructural del problema de la política de alianzas, pero con diferencias formales en lo histórico-genético.

No nos vamos a extender en esta ponencia por obvias razones de espacio sobre el concepto de clase trabajadora y de pueblo explotado en Gramsci119, por lo que únicamente diremos que coincide en lo básico con las ideas de Lenin cuando sostiene que el proletariado tiene la tarea doble de, uno, «atraer a toda la masa de trabajadores y explotados, organizarla» para vencer a la burguesía; y, dos, «conducir a toda la masa de trabajadores y explotados, así como a todos los sectores de la pequeña burguesía» hacia el socialismo120
Es decir, la complejidad social queda confirmada por Lenin al insistir en que existen, además del proletariado, una «masa de trabajadores y explotados» que deben aliarse con «todos los sectores de la pequeña burguesía». Volveremos sobre esto al estudiar el concepto de pueblo trabajador.

Otra definición amplia e incluyente del concepto de clase social, desarrollada teniendo como base la definición de Lenin, la encontramos en R. Bartra:

«Las clases son grandes grupos de personas que integran un sistema asimétrico no exhaustivo dentro de una estructura social dada, entre los cuales se establecen relaciones de explotación, dependencia y/o subordinación, que constituyen unidades relativamente poco permeables (escasa movilidad social vertical), que tienden a distribuirse a lo largo de un continuum estratificado cuyos dos polos opuestos están constituidos por oprimidos y opresores, que desarrollan en algún momento de su existencia histórica formas propias de ideología (sea de manera no sistematizada y rudimentaria o con plena conciencia de sí) que expresan directa o indirectamente sus intereses comunes, y que se distinguen entre sí básicamente de acuerdo a: I)
 El lugar que ocupan en el sistema de producción históricamente determinado […]; 
y II) Las relaciones que mantienen con el sistema de instituciones y órganos de coerción, poder y control socioeconómico […] 
Se trata de un sistema de clases y no de una simple suma o agregado de grupos sociales; es asimétrico pues contiene una distribución desigual de los privilegios y discriminaciones de cada golpe; no es exhaustivo puesto que no todos los miembros de una sociedad pertenecen a una clase, sino que pueden existir capas de elementos desclasados. 
Las fronteras entre las clases no son rígidas: existen grupos intermedios que participan de características de dos clases diferentes, y aunque por lo general su existencia es transitoria y cambiante, su presencia de da al sistema el carácter de un continuum»121.

6. LA ESENCIA Y EL FENÓMENO

Utilizando la caja de herramientas de la dialéctica, podemos comprender que los cambios que ahora desconciertan a muchos ya fueron estudiados hace tiempo: en la década de 1960 se publicaron varios textos de diversas corrientes marxistas sobre las clases sociales que, vistos en perspectiva, brillan ahora como premonitores a pesar de las críticas que podamos y debamos hacerles, pero reafirmando que acertaron en las dos cuestiones decisivas en aquellos años: ¿qué cambios se estaban viviendo dentro de las clases sociales en el capitalismo desarrollado?, y ¿qué perspectivas de futuro existían en esos años?

En la primera cuestión marcaron las grandes líneas de transformación de las clases acertando de forma brillante en lo esencial y en muchas de sus formas externas. 
En la segunda, acertaron en que se estaba produciendo un aumento de la conciencia sociopolítica de las clases trabajadoras en todo el capitalismo imperialista, cosa que se demostraría cierta desde finales de esa década de los años 60.
 La sociología burguesa fracasó estrepitosamente en las dos cuestiones. Gracias a su rigor, estos y otros textos desbordaron con creces la verborrea superficial sobre las clases elaborada por la sociología del momento, y en especial su corriente funcionalista, mayoritaria de forma abrumadora.

Vamos a dejar de lado, por cuanto son los más conocidos y recordados en la actualidad, los realizados por el marxismo italiano situado claramente a la izquierda del reformismo interclasista del Partido Comunista Italiano (PCI). Su insistencia en «abrir» el concepto de clase obrera a sectores explotados más amplios, no estrictamente fabriles, sino de la denominada «fábrica difusa», «sociedad fábrica» u «obrero social», integrando a las mujeres, estudiantes, emigrantes, pequeña burguesía empobrecida, etc., según el potencial teórico inserto en el concepto marxista de «trabajador colectivo». 
Aunque tales desarrollos conceptuales pecaron de un defecto reconocido sólo más tarde.
 En efecto, Tronti asume que el obrerismo italiano de los años 60 no supo comprender a tiempo los mecanismos de desactivación de los conflictos sociales y de integración de la clase obrera en el capitalismo, ya que tuvieron una visión lineal y mecánica, creyendo que la conciencia de clase y la lucha revolucionaria aumentaría por sí misma como simple respuesta al aumento de la explotación122.

Y si tuviéramos espacio también nos extenderíamos a la izquierda marxista norteamericana escindida del trotskismo que incluso con antelación a los años 60 planteó cuestiones muy importantes sobre cómo relacionar las ascendentes luchas etno-nacionales, feministas, estudiantiles, de movimientos vecinales y de derechos sociales, etc., con el movimiento obrero. 
La valía de las ideas esenciales de estas tesis ha quedado demostrada pese al ataque capitalista contra la centralidad obrera, ataque que se inició a comienzos de los años 70 en Chile, con el golpe militar de Pinochet, que luego que extendería a otros Estados hasta generalizarse a escala mundial en los años 80. 
Además de otros objetivos, la contraofensiva del capital denominada «neoliberalismo» buscaba también el de romper la unidad y centralidad de la clase trabajadora que con su lucha había acelerado el estallido de la crisis mundial. 
La recomposición actual del movimiento obrero se está confirmando algunos de los puntos centrales adelantados en ambos libros.

Hemos preferido limitarnos exclusivamente a dos textos del denominado «marxismo oficial» porque muestran cómo también dentro de esta corriente marxista se hicieron aportaciones valiosas. 
En texto colectivo titulado La estructura de la clase obrera en los países capitalistas, de 1963, realizado tras un largo debate de dos años entre organizaciones de diversos tipos pertenecientes a trece Estados podemos ver cómo, tras precisar desde el inicio del texto que «las grandes masas populares» se agrupan en torno a la clase obrera123, actualiza el concepto de «obrero colectivo» de Marx al capitalismo de la época:

«Por cuanto el proceso de producción capitalista tiene un carácter dialéctico complejo, el proletariado no es totalmente homogéneo.
 Consta de diferentes grupos, idénticos por su composición de clase, pero que desempeñan distinto papel en el proceso de producción […] el «obrero colectivo» abarca a los que están dedicados al trabajo manual (peones y obreros de las máquinas) y a quienes aplican en la creación del producto su trabajo mental o ejecutan diferentes funciones auxiliares sin las cuales no es posible el proceso de producción. 
Como la división del trabajo se desarrolla sin cesar, no sólo en el marco de una empresa aislada, sino también en la órbita de toda la sociedad, surgen constantemente nuevas profesiones y nuevas ramas de la economía. En la misma medida se amplía la composición del “obrero colectivo”»124.

Por su parte, M. Bouvier y G. Mury sostienen que:

«En todos los frentes donde se libra el combate entre ricos y pobres, entre los pequeños y los grandes, la organización revolucionaria se propone demostrar teóricamente y realizar prácticamente el frente único de todos aquellos que, al fin de cuentas, son explotados por los mismos explotadores.
 La vasta categoría de los explotados incluye seguramente elementos muy diversos que no son todos productores de plusvalía, que no ocupan todos dentro de la producción social el lugar del proletariado obligado a elegir entre sus cadenas y la revolución. 
No deja de ser menos cierto que esta inmensa masa humana de los explotados se puede definir científicamente como el conjunto de aquellos cuya fuerza de trabajo, es decir, la aptitudes físicas, la habilidad manual o el conocimiento intelectual, es puesta finalmente al servicio de la minoría capitalista. 
El artesano que en forma progresiva es despojado de su libertad de acción, el campesino amenazado en la propiedad de su explotación agrícola familiar, el asalariado que no produce valor, sino que está reducido a presentarse en el mercado de la mano de obra, sólo pueden descubrir sus verdaderos intereses si toman partido contra un sistema dentro del cual les está prohibido todo futuro creador.
El mecanismo inexorable de la sociedad burguesa, que se apropia de la plusvalía del obrero, constituye truts que aplastan a la empresa artesanal así como al pequeño campesino y al campesino medio.
 El mismo asalariado no productivo se encuentra en una situación particularmente cercana a la del productor, puesto que, al fin de cuentas, contribuye, si no a crear plusvalía, a asegurar a su patrón una parte de la plusvalía ya producida»125.

Posteriormente se explicó que: «La clase obrera se ha transformado en su estructura. Anteayer los mineros del Norte formaban el grueso de las tropas guesdistas, ayer la metalurgia constituía el bastión del stalinismo triunfante, hoy los bastiones tienden a desplazarse hacia la electromecánica pesada y ligera, la metalurgia altamente automatizada, siguiendo con esto el mismo movimiento del gran capital.
 Así, sería falso conservar una imagen fija de la clase obrera, compuesta únicamente de obreros manuales, y verter en las capas medias y los sectores marginales este nuevo proletariado en vías de constitución»126
Por otra parte: «El proletariado no es un grupo homogéneo, inmutable […] es el resultado de un proceso permanente de proletarización que constituye la otra cara de la acumulación del capital […]
 Es pues la formación del “trabajador colectivo” de la gran industria capitalista […] Finalmente, es la constitución del ejército industrial de reserva»127.

A mediados de los años 90 surgió, entre otras, la teoría de las infraclases: «sectores sociales que se encuentran en una posición social marginal que les sitúa fuera, y por debajo, de las posibilidades y oportunidades económicas, sociales, culturales, de nivel de vida, etc., del sistema social establecido»128
Las infraclases que empezaron a aparecer a finales de los años 80 crecieron durante toda la década de los 90, de modo que a comienzos del siglo XXI se había constituido «un “núcleo duro” de salarios bajos»129 en el seno de las masas trabajadoras, con demoledores efectos entre la juventud emigrante de los grandes guetos de las ciudades industriales, siendo ésta la causa de las sublevaciones urbanas masivas tanto contra la sobreexplotación y marginación, como contra el racismo profundamente anclado también en la burocracia político-sindical130.

La tendencia creciente a la asalarización ha sido confirmada por todos los estudios algo serios, como también la tendencia a la asalarización de las nuevas franjas de las clases medias, ya que: «numerosas profesiones liberales se convierten cada vez más en profesiones asalariadas; médicos, abogados, artistas, firman verdaderos contratos de trabajo con las instituciones que les emplean»131
Más recientemente, Antunes ya avisó hace más de una década que en el capitalismo contemporáneo se está viviendo un proceso de «desproletarización del trabajo manual, industrial y fabril; heterogeneización, subproletarización y precarización del trabajo. 
Disminución del obrero industrial tradicional y aumento de la clase-que-vive-del-trabajo»132.

Ahora bien, en contra de lo que pudiera creerse según la lógica formal, las tendencias fuertes aquí descritas no hacen sino aumentar lo que P. Cammack ha definido como «proletariado global explotable»133, que puede permanecer a la espera de ser puesta a trabajar malviviendo en la miseria.
 Una parte del proletariado global explotable es condenado a ser la «población sobrante»134 que como veremos al final forma parte de la clase obrera mundial, aunque la intelectualidad reformista lo niegue; otra parte constituye el amplio sector de los «excluidos»135, abandonados a su suerte por el capital. 
Luego volveremos al problema de la «exclusión» y su importancia para el concepto de pueblo trabajador. Y también tenemos al «pobretariado»136 que es esa fracción creciente de la fuerza de trabajo social empobrecida por la reducción de los salarios directos e indirectos, por la reducción de las ayudas sociales si las ha habido, por el aumento de la carestía de la vida.

Hemos iniciado este capítulo recurriendo a la categoría filosófica de la esencia y del fenómeno porque nos explica cómo los cambios en las formas externas, que siempre reflejan cambios secundarios en la esencia interna, sólo pueden ser comprendido en su pleno sentido si los analizamos comparándolos con su esencia. Al fin y al cabo en esto radica el método de pensamiento racional y científico-crítico. Pues bien, A. Piqueras nos muestra cómo cambian las formas y luego cómo, pese a todo, se mantiene la esencia de la explotación asalariada:

«También en su aspecto organizacional las formas de lucha adquieren expresiones congruentes con el capitalismo tardío (“informacional”) en el que nacen, cobrando vida a través de formas organizativas virtuales, reticulares (tras la descomposición de las formas físicas de reunión y organización tradicionales). De ahí la prevalencia actual de los “arcoiris”, “rizomas”, “redes”, “webs”... formas de organización muy blanda, muy flexible, con relativamente leve operatividad y poca constancia hasta ahora, y que señalan, como ha dicho algún autor, la confluencia, al menos en parte, del “precariado” con el “cibertariado”.

Igual que en el primer capitalismo industrial, cuando todavía no se habían creado los mecanismos de fidelización ni conseguido derechos, cuando el salariado fue confluyendo y fortaleciéndose a través de incipientes organizaciones reticulares, horizontales, la historia se repite en el capitalismo tardío degenerativo, o senil, que al arrasar con lo instituido en dos siglos fomenta en consecuencia la reproducción parcial de aquellas primigenias formas de resistencia y lucha»137.

7. EL PROBLEMA DE LA PEQUEÑA BURGUESÍA

Criticando a Proudhon, Marx escribe: «En una sociedad avanzada el pequeño burgués se hace necesariamente, en virtud de su posición, socialista de una parte y economista de la otra, es decir, se siente deslumbrado por la magnificencia de la gran burguesía y siente compasión por los dolores del pueblo.
 Es al mismo tiempo burgués y pueblo.
 En su fuero interno se jacta de ser imparcial, de haber encontrado el justo equilibrio, que proclama diferente del término medio. Ese pequeño burgués diviniza la contradicción, porque la contradicción es el fondo de su ser. No es más que la contradicción social en acción.
 Debe justificar teóricamente lo que él mismo es en la práctica [...] la pequeña burguesía será parte integrante de todas las revoluciones sociales que han se suceder»138.

Uno de los problemas centrales de todas las luchas revolucionarias habidas desde la mitad del siglo XIX hasta ahora, así como un problema decisivo a la hora de estudiar la estructura de clases del modo de producción capitalista, a saber qué es y cómo se comporta la pequeña burguesía aparece aquí resuelto en lo esencial. Más aún, se hace una afirmación ante la que se escabullen muchos ultraizquierdistas que se niegan a ver y pensar la realidad. En efecto, Marx afirma de la necesidad de tener en cuenta a la pequeña burguesía en todas las revoluciones.

Quiere esto decir que no se debe cometer el error de creer de menospreciar el comportamiento de una clase contradictoria en sí misma, situada entre las dos clases decisivas, y que puede inclinar la balanza de la lucha del pueblo contra la burguesía hacia la victoria del primero o hacia su derrota estrepitosa. 
Entre finales de 1847 y comienzos de1848 ambos amigos ya adelantan en el Manifiesto Comunista una idea clave sobre qué relaciones mantener con la pequeña burguesía y sus organizaciones democráticas: participar en todas las luchas por la democracia y contra la opresión pero insistiendo siempre en que el problema decisivo es el de la propiedad privada de las fuerzas productivas y en que el antagonismo decisivo es el que separa de manera irreconciliable a la burguesía del proletariado139.

Recordemos que estas palabras están escritas antes de la oleada revolucionaria internacional de 1848-1849. Pues bien, veamos uno de los muchos momentos en los que Marx y Engels recurren sin complejos a diversas definiciones amplias e intercambiables. 
El que vamos a explicar es un ejemplo especialmente valioso por dos razones, una, porque es un estudio exquisito y sofisticado de la revolución de 1848 en París, y, otra, porque nos aportan un método dialéctico enormemente creativo para encuadrar el debate sobre las relaciones entre proletariado, clase obrera y pueblo, o sea, sobre el pueblo trabajador parisino enfrentado a muerte con la burguesía. 
Desde las primeras «noticias de París» del 25 de junio de 1848, el concepto de «pueblo» es opuesto radical e irreconciliablemente al de «burguesía». 
Al poco, afirman que esta lucha revolucionaria conecta con las sublevaciones de los esclavos en Roma, y con la lucha de Lyon de 1834. 
Dicen que «los habitantes de los suburbios» acudieron en ayuda de los insurgentes, y cuentan cómo «el pueblo se lanzó furiosamente contra los traidores» que habían intentado infiltrarse, pero más adelante constatan que: «una vez más el pueblo había sido demasiado generoso. 
Si hubiese replicado a los cohetes incendiarios y a los obuses con incendios, hubiese sido el vencedor al atardecer. Pero ni pensaba en emplear las mismas armas de sus adversarios»140.

También explican que «la burguesía declaró a los obreros no enemigos comunes, a los cuales se vence, sino enemigos de la sociedad, a los que se aniquila [...] los insurgentes tuvieron en su poder gran parte de la ciudad durante tres días, comportándose con suma corrección.
 Si hubiesen empleado los mismos medios violentos que los burgueses y sus siervos, mandados por Cavaignac, París sería un montón de escombros pero ellos hubiesen triunfado»141
Y más adelante: «La guardia móvil, reclutada en su mayor parte entre el proletariado en harapos parisino, se transformó en gran medida, en el breve lapso de su existencia y mediante una buena retribución, en una guardia pretoriana de los gobernantes de turno. 
El proletariado en harapos organizado libró su batalla contra el proletariado trabajador no organizado. Como era dable esperar, se puso a disposición de la burguesía, lo mismo que los lazzaroni de Nápoles se habían puesto a disposición de Fernando. 
Sólo desertaron aquellas secciones de la guardia móvil compuestas por trabajadores verdaderos»142.

A lo largo de los sucesivos artículos en los que analizan la lucha en París en junio de 1848, Marx y Engels utilizan indistintamente los conceptos de «pueblo», «proletariado», «obreros», «clase obrera», «trabajadores», «suburbios», etc., para apuntalar cuatro criterios que serán decisivos en la teoría de las clases, del Estado, de la organización y de la revolución. 
Sobre las clases queda claro que además de la flexibilidad de los conceptos, siempre tienen en cuenta el problema de la propiedad privada de las fuerzas productivas como el que define y separa al capital, a la burguesía y a su sociedad, del pueblo, de la clase obrera y del proletariado, de modo que es la propiedad privada la que también define qué es la sociedad y a qué clase pertenece, a la capitalista. 
Sobre el Estado queda claro que las fuerzas represivas y su violencia brutal son vitales para la burguesía, y más aún, adelantan una de las grandes lecciones que se repetirá una y otra vez hasta ahora: la creación por la burguesía de fuerzas represivas especiales provenientes del lumpen, de los «proletarios en harapos», como sucederá en el militarismo, en el nazifascismo, etc.

Sobre la organización queda claro que ésta es la única garantía de victoria, estrechamente unida a la conciencia de clase, revolucionaria, que desarrollan los «trabajadores verdaderos». 
Y sobre la revolución, está claro que una vez que «cesa el motín y se inicia la revolución»143 el pueblo no debe dudar, detener su avance aun a costa de las imprescindibles prácticas de violencia defensiva, revolucionaria, que ha de aplicar para aplastar a cualquier precio a la violencia contrarrevolucionaria e injusta. 
Pensamos que de un modo u otro, estos cuatro componentes cohesionan la teoría de la lucha de clases, que es la teoría de las clases sociales del marxismo. 
Todas las teorías burguesas disocian, separan e incomunican, las clases sociales de la lucha de clases, y ambas de la teoría del Estado y de la teoría política.

Tras estudiar las razones del fracaso de esta oleada y convirtiendo su experiencia en razones teóricas que avalen una práctica posterior, a comienzos de 1850 Marx y Engels proponen a la Liga de los Comunistas lo siguiente: «La actitud del partido obrero revolucionario ante la democracia pequeño burguesa es la siguiente: marcha con ella en la lucha por el derrocamiento de aquella fracción a cuya derrota aspira el partido obrero; marcha contra ella en todos los casos en que la democracia pequeño burguesa quiere consolidar su posición en provecho propio»144
O sea, se trata de crear un bloque social que incluya a las fuerzas democráticas de la pequeña burguesía para luchar conjuntamente contra la opresión común que sufren todos los componentes de dicho bloque social.

Ahora bien, Marx y Engels insisten reiteradamente en las páginas posteriores que «para luchar contra ese enemigo común no se precisa ninguna unión especial [...] es evidente que en los últimos conflictos sangrientos, al igual que en todos los anteriores, serán sobre todo los obreros los que tendrán que conquistar la victoria con su valor, resolución y espíritu de sacrificio.
 En esta lucha, al igual que en las anteriores, la masa pequeño burguesa mantendrá una actitud de espera, de irresolución e inactividad tanto tiempo como le sea posible, con el propósito de que, en cuanto quede asegurada la victoria, utilizarla en beneficio propio, invitar a los obreros a que permanezcan tranquilos y retornen al trabajo, evitar los llamados excesos y despojar al proletariado de los frutos de la victoria»145.

Marx y Engels advierten a la Liga de los Comunistas, en base a las lecciones teóricas extraídas de la derrota internacional de 1848-1849 que para evitar la traición pequeño burguesa, que se producirá inmediatamente después de la toma del poder, los proletarios deben mantener su independencia de clase, política y organizativa, no dejándose absorber por la pequeña burguesía, planteando reivindicaciones específicamente proletarias que desborden por la izquierda a las de la pequeña burguesía, y exigiéndole a su aliada que las cumpla. Más aún, la organización proletaria aliada con la pequeña burguesía contra el enemigo común ha de ser «a la vez legal y secreta»146, e «independiente y armada de la clase obrera»147, para garantizar siempre tanto la independencia práctica como teórico-política de la clase trabajadora.

Los consejos a la Liga de los Comunistas fueron redactados por Marx y Engels mientras el primero de ellos estudiaba más en detalle el fracaso revolucionario en el Estado francés, publicando el texto a finales de 1850, en el que afirma que: «Los obreros franceses no podían dar un paso adelante, no podían tocar ni un pelo del orden burgués, mientras la marcha de la revolución no se sublevase contra este orden, contra la dominación del capital, a la masa de la nación -campesinos y pequeño burgueses- que se interponían entre el proletariado y la burguesía; mientras no la obligase a unirse a los proletarios como a su vanguardia»148
Marx estudiaba la concreta derrota francesa en la mitad del siglo XIX, siendo consciente de la todavía limitada evolución del capitalismo francés comparado con el británico, llegando a una conclusión estratégica que mantendrán en lo esencial tanto él como Engels a lo largo de toda su vida, adaptándola en sus formas externas y tácticas a cada lucha revolucionaria particular: el proletariado como vanguardia nacional que integra al campesinado y a la pequeña burguesía.

Una conclusión teórica que ya venía anunciada en el Manifiesto Comunista cuando insistieron en que el proletariado, que no tiene patria, debe empero elevarse a clase nacional, constituirse en nación, «aunque de ninguna manera en el sentido burgués»149.
 Los objetivos a conquistar que se enumeran al final del Manifiesto nos dan una idea exacta sobre la diferencia cualitativa de la nación proletaria con respecto a la nación burguesa, pero no es este nuestro tema ahora. Sí nos interesa resaltar cómo Marx enlaza proletariado, campesinado y pequeña burguesía dentro del proceso revolucionario en cuanto «masa de la nación» enfrentada a la burguesía, «masa de la nación» dirigida por la vanguardia proletaria.

Exceptuando adaptaciones formales tácticas, este criterio estratégico no sólo se mantendrá durante toda su vida sino que llegará a niveles de majestuosa exquisitez teórica en su estudio sobre la Comuna de París de 1871 que no podemos extendernos ahora, pero en el que se expone claramente el antagonismo entre la «verdadera nación», la formada por las comunas libres que integran a las clases explotadas, y la nación burguesa, la del capital francés colaboracionista con el ocupante alemán para, con su ayuda, exterminar mediante el terrorismo más sanguinario el proceso revolucionario.

En lo que ahora nos incumbe, las relaciones entre la clase obrera, el proletariado, y el pueblo trabajador, en su análisis de la Comuna Marx afirma que «era ésta la primera revolución en que la clase obrera fue abiertamente reconocida como la única clase capaz de iniciativa social incluso para la gran masa de la clase media parisina -tenderos, artesanos, comerciantes-, con la sola excepción de los capitalistas ricos».
 Detalla las razones por las que la «clase media», que había traicionado y aplastado la insurrección obrera en 1848 se había pasado ahora, tras 23 años, al bando del pueblo insurrecto.

Marx hace una descripción antológica de las causas económicas, políticas, ético-morales y hasta educativas que explican semejante cambio, y no se olvida de añadir otra causa: «había sublevado su sentimiento nacional de franceses al lanzarlos precipitadamente a una guerra que sólo ofreció una compensación para todos los desastres que había causado: la caída del Imperio»150
De este modo, vemos cómo la capacidad de aglutinación de la «masa nacional» y de la clase media se ejerce en todos los aspectos de la vida cotidiana, incluido el sentimiento nacional «aunque en ninguna manera en el sentido burgués».

Más todavía, la Comuna, en cuanto «auténtico gobierno nacional» formado por «los elementos sanos de la sociedad francesa», fue a la vez un «gobierno internacional» por su contenido obrero, lo que le granjeó de inmediato la solidaridad de «los obreros del mundo entero»151
La capacidad de aglutinación de otras clases sociales explotadas en diverso grado alrededor del proletariado, formando así un bloque revolucionario nacional no burgués, obrero e internacionalista, opuesto a la nación burguesa claudicacionista, esta capacidad práctica fue transformada en lección teórica por Marx.

Un ejemplo de la interacción de los dos niveles del método marxista del estudio de las clases sociales nos los ofrece Engels en su texto sobre Alemania escrito en 1852.
 Primero hace una descripción amplia, genético-estructural, analizando la división clasista en los dos grandes bloques sociales enfrentados: el propietario de las fuerzas productivas y el que no propietario, al que define como «las grandes masas de la nación». 
Engels dice: «Las grandes masas de la nación, que no pertenecían ni a la nobleza ni a la burguesía, constaban, en las ciudades, de la clase de los pequeños artesanos y comerciantes, y de los obreros, y en el campo, de los campesinos»152, y después se extiende varias páginas en el estudio concreto de las principales clases no propietarias, explotadas en diversos grados, que constituyen «las grandes masas de la nación» alemana a finales de la primera mitad del siglo XIX.

Muchos años más tarde, en 1870, Engels vuelve a insistir sobre el mismo problema de fondo pero en el contexto de un capitalismo alemán más desarrollado, en el que la gran masa campesina actúa de forma objetiva pero inconscientemente como el instrumento represivo básico en manos del Estado burgués, y Engels insiste en que el proletariado ha despertar a esta clase e incorporarla al proceso revolucionario153.

Independientemente de las diferencias evolutivas entre la lucha de clases en el Estado francés y en Alemania, y al margen de las clases no proletarias a las que dedican sus análisis Marx y Engels, las clases medias francesas y el campesinado alemán, no se puede negar que por debajo de las preocupaciones concretas actúa el mismo método teórico y el mismo objetivo estratégico, a saber, la creación de un bloque social amplio que exprese las necesidades y reivindicaciones de las clases explotadas, de las «más amplias masas», como muy frecuentemente se escribe en la prensa marxista de todos los tiempos. 
Y es aquí en donde irrumpe con fuerza la problemática de las llamadas «clases medias»

8.- LAS LLAMADAS CLASES MEDIAS

Durante nada menos que durante veintiún meses Engels realizó un estudio muy riguroso y extenso sobre la clase obrera inglesa, publicado marzo de 1845. 
En la Introducción el autor hace una directa referencia al egoísmo de «la clase media inglesa»154, que pretende hacer pasar sus intereses particulares como los verdaderos intereses nacionales, aunque no lo consiga. 
A lo largo de la impresionante obra, la clase media y la burguesía no salen bien paradas, sino al contrario.

Aquí debemos recordar al lector lo arriba dicho sobre la teoría marxista del conocimiento, sobre la dialéctica de los conceptos móviles que se solapan e interpenetran según las diferentes relaciones de los procesos que se estudian. 
Partiendo de ella, Marx fue el primero en estudiar a las «clases medias» con rigor que lo permitían las condiciones de la época. Criticó a D. Ricardo en este sentido diciendo que: «Lo que él se olvida de destacar es el incremento constante de las clases intermedias, situadas entre los obreros, de una parte, y, de otra, los capitalistas y terratenientes, que viven gran parte de las rentas, que gravitan como una carga sobre la clase obrera situada por debajo de ellas y refuerzan la seguridad y el poder sociales del puñado de los de arriba»155.

Pero Marx no se limita a constatar una realidad nueva, sino que en su crítica a T. Hodgskin estudia su génesis desde el interior del capitalismo bajo las presiones del aumento de la producción en masa con su correspondiente aumento de la división del trabajo que: «tiene, pues, como base la división y especialización de los oficios y profesiones dentro de la sociedad. 
La extensión del mercado implica dos cosas: una es la masa y el número de los consumidores, otra el número de los oficios y profesiones independientes. 
Puede darse, además, el caso de que el número de estos oficios y profesiones aumente sin que aumente aquél»156, es decir el número de consumidores.

Marx sigue explicando luego las fuerzas internas que determinan el aumento de las clases medias, debido a la creciente rapidez de la circulación de las mercancías desde su producción hasta su venta de modo que: «la coordinación de distintas ramas industriales, la creación de centros destinados a determinadas industrias especiales, los progresos de los medios de comunicación, etc., ahorran tiempo en el paso de las mercancías de una fase a otra y reducen considerablemente el tiempo muerto»157
Pero además de estas razones, Marx añade otra fundamental consistente en la sabiduría de la clase dominante para reforzar su poder integrando a sectores de las clases explotadas para volverlas contra su propia clase: «una clase dominante es tanto más fuerte y más peligrosa en su dominación cuanto más capaz es de asimilar a los hombres más importantes de las clases dominadas»158.

La presión de la ideología burguesa y del reformismo logra muchas veces anular la vital importancia de estas dos citas, imprescindibles para entender la teoría marxista de las clases.
 Una clase viva que asimila a los sectores mejor formados de las clases que explota tiene asegurada su perpetuidad, especialmente cuando desarrolla mecanismos de división y segregación dentro de las clases trabajadoras: un ejemplo lo tenemos en las medidas sociales de Bismarck tras la Comuna de París de 1871, destinadas, entre otras cosas, a romper la unidad entre los «trabajadores manuales industriales», los «trabajadores de cuello blanco» y los «trabajadores agrícolas y domésticos» imponiendo diferentes sistemas de seguridad social en beneficio de los segundos159, de lo que ya eran las «capas intermedias».

Y también cuando estas capas intermedias son vitales para las técnicas de control social insertos en el mismo proceso productivo destinados a vencer las resistencias de los trabajadores y aumentar la productividad de su trabajo. 
Ahora bien, el crecimiento innegable de estas fracciones no anula la objetividad de una de las características genéticas del capitalismo: «la mayoría de la población se convierte en una masa de asalariados que comprende a los que antes consumían en especie una determinada cantidad de productos»160
Como en todo lo esencial del capitalismo, Marx descubrió el por qué del crecimiento de las clases medias y, a la vez y contradictoriamente, el crecimiento de la asalarización social, dinámicas enfrentadas que se explican por el desarrollo periódico de nuevas fracciones de las clases medias que suplantan a las viejas proletarizadas y que, a la inversa de estas, con cada vez más asalariadas.

Poco después de estos descubrimientos, Marx redactó a finales de 1880 La encuesta obrera161 con 101 preguntas sobre la composición de clases en el capitalismo de la época y que posee una sorprendente actualidad para conocer el capitalismo neoliberal, desregulado y precarizado actual. 
La tendencia creciente a la asalarización ha sido confirmada por todos los estudios algo serios, como también la tendencia a la asalarización de las nuevas franjas de las clases medias, ya que: «numerosas profesiones liberales se convierten cada vez más en profesiones asalariadas; médicos, abogados, artistas, firman verdaderos contratos de trabajo con las instituciones que les emplean»162
La asalarización privada de muchas profesiones liberales se incrementa con la desregulación del funcionariado estatal y público, especialmente en sanidad, un mito cuidadosamente protegido por la burguesía, que descienden del funcionariado a simples trabajadores especializados de las empresas de la salud163.

M. Nicolaus explica que es a partir de las consecuencias de la ley la tendencia decreciente de la plusvalía que es parte de la ley de tendencia decreciente de la tasa de ganancia, cuando Marx elabora la demostración de la necesidad de la existencia de la «clase media» ya que:

«Por una parte, el aumento de la productividad requiere un aumento en maquinaria, de modo que la tasa de ganancia aumentará, y deben aumentar tanto la tasa como el volumen de plusvalía. 
¿Qué ocurre con este excedente que crece?
 Permite a la clase capitalista crear una clase de personas que no son trabajadores productivos, pero que rinden servicios a los capitalistas individuales o, lo que es más importante, a toda la clase capitalista; y, al mismo tiempo, el aumento de la productividad requiere una clase de ese género de trabajadores no productivos que desempeñen las funciones de distribuir, comercializar, investigar, financiar, administrar, seguir la pista y glorificar el producto excedente en aumento. 
Esta clase de trabajadores no productivos, de trabajadores de servicios o de sirvientes en una palabra, es la clase media»164.

B. Coriat presenta tres razones que explican, desde los esquemas de Marx, la aparición de «capas parciales de trabajadores bajo el dominio de las relaciones capitalistas de producción»: la división entre trabajo manual y trabajo intelectual; las necesidades de vigilar el proceso de producción, y de aumentar las tareas de gestión y comercialización; y, último, la necesidad de desarrollar la investigación científico-técnica165
Para no extendernos, y para volver a la línea argumental, diremos sólo que a mediados de los años 80 del siglo XX el grueso de la nueva clase media, compuesta por trabajadores cualificados intelectualmente se había masificado, asalarizado, degradado en su trabajo, concentrado en su trabajo, reducidas sus posibilidades de «ascenso» corporativo, insertado en el mercado de trabajo como cualquier otro asalariado y rota su anterior homogeneidad social166
No hace falta decir que estas tendencias se han agudizado de entonces a ahora.

Hemos comenzado este capítulo viendo lo que pensaban Marx y Engels sobre las contradicciones y los límites de la pequeña burguesía, su miedo y sus dudas. 
El tiempo transcurrido desde entonces ha confirmado esta crítica marxista, y ha mostrado, además, que también las «clases medias» se caracterizan por las mismas indecisiones, por eso que un autor ha definido como la «estructura mental egoísta» de estas «clases medias» en países como Venezuela: 
«En este momento en la Venezuela revolucionaria la clase media es beneficiada de mil formas, repito, pero vemos perplejos como, amplios sectores de los mismos se adhieren sin vergüenza a sus verdugos y denigran del comandante Chávez y de la revolución que los salvó de estafas financieras e inmobiliarias y los incluye en todos los sectores socioproductivos que el Gobierno inventa y reinventa para todo el Pueblo»167.

9. HISTORIA DEL PUEBLO TRABAJADOR

Engels nos ofrece, en su texto sobre Alemania escrito en 1852, su opinión muy valiosa -las de Marx ya son conocidas- que nos prepara el camino mostrando la interacción de los dos niveles del método marxista del estudio de las clases sociales. 
Primero hace una descripción amplia, genético-estructural porque analiza la división clasista en los dos grandes bloques sociales enfrentados: el propietario de las fuerzas productivas y el que no propietario, al que define como «las grandes masas de la nación». 
Engels dice: «Las grandes masas de la nación, que no pertenecían ni a la nobleza ni a la burguesía, constaban, en las ciudades, de la clase de los pequeños artesanos y comerciantes, y de los obreros, y en el campo, de los campesinos»168, y después se extiende varias páginas en el estudio concreto de las principales clases no propietarias, explotadas en diversos grados, que constituyen «las grandes masas de la nación» alemana a finales de la primera mitad del siglo XIX.

Muchos años más tarde, en 1870, Engels vuelve a insistir sobre el mismo problema de fondo pero en el contexto de un capitalismo alemán más desarrollado, en el que la gran masa campesina actúa de forma objetiva pero inconscientemente como el instrumento represivo básico en manos del Estado burgués, y Engels insiste en que el proletariado ha despertar a esta clase e incorporarla al proceso revolucionario169.

Engels fue incluso más exigente en el rigor conceptual desde el principio de su obra, precisando la naturaleza de clase de la «multitud» cuando ante el problema del paro como ejército industrial de reserva, lo define como «ingente multitud de obreros»170. Hemos visto un poco arriba cómo Engels hablaba de «masas populares» en su estudio sobre la violencia en la historia. 
En una de sus últimas reflexiones teóricas habla de: «la población trabajadora -campesinos, artesanos, obreros agrícolas e industriales»; sigue diciendo que «el proletariado típico es numéricamente pequeño: está compuesto en su mayor parte por artesanos, pequeños patrones y pequeños comerciantes, que constituyen una masa fluctuante entre la pequeña burguesía y el proletariado»; continúa analizando el futuro previsible de la descomposición de la pequeña burguesía de los tiempos medievales.

Dice Engels inmediatamente después que la revolución burguesa que se avecina puede ser pacífica o violenta y que el movimiento socialista debe, empero, luchar por su «gran objetivo primordial: la conquista del poder político por el proletariado, como medio para organizar una nueva sociedad»171
Para llegar a esta situación, sostiene que: «es nuestro deber apoyar todo movimiento popular verdadero» en contra de las alianzas reformistas e interclasistas, reafirmándose en que la victoria burguesa será para los socialistas «una nueva etapa cumplida, una nueva base de operaciones para nuevas conquistas; que a partir de ese mismo día formaremos una nueva oposición al nuevo gobierno [...] una oposición de la más extrema izquierda, que bregará por nuevas conquistas, más allá de las obtenidas»172.

Hasta aquí, Engels insiste en la dialéctica entre lo particular y lo específico del proletariado italiano, de sus clases y fracciones de clase, de sus alianzas, etc., y lo general, lo común y lo esencial a toda lucha socialista: la conquista del poder político por el proletariado y la naturaleza de la lucha revolucionaria como proceso permanente, es decir, las lecciones generales de la historia de la lucha de clases. 
Y poco más adelante concluye aconsejando que pese a que la «táctica general», o sea, la teoría aprendida de las luchas concretas, no ha fallado hasta ese momento, insiste: «pero respecto a su aplicación a Italia en las condiciones actuales, la decisión debe ser tomada en el lugar, y por aquellos que están en medio de los acontecimientos»173.

Ya nos hemos referido arriba a Lenin y a Gramsci, y ahora vamos a decir alguna cosa sobre Trotsky, en su estudio sobre el papel del proletariado industrial en la revolución de 1905, sus fracciones internas a todas las escalas de la moderna producción capitalista, desde los textiles, los metalúrgicos, los tipográficos, los de ferroviarios, los de comunicaciones, etc., sin olvidarse de los campesinos y sus fracciones, de la pequeña burguesía vieja y hasta la «“nueva clase media”, compuesta por los profesionales de la intelligentsia: abogados, periodistas, médicos, ingenieros, profesores, maestros de escuela»174
Tras varias páginas de un análisis sofisticado del que no se salva la gran burguesía: Trotsky dice sobre la formación del soviet:

«Era preciso tener una organización que gozase de una autoridad indiscutible, libre de toda tradición, que agrupara desde el primer momento a las multitudes diseminadas y desprovistas de enlace; esta organización debía ser la confluencia para todas las corrientes revolucionarias en el interior del proletariado [...] el partido no hubiera sido capaz de unificar por un nexo vivo, en una sola organización, a los miles y miles de hombres de que se componía la multitud [...] 
Para tener autoridad sobre las masas, al día siguiente de su formación, tenía que instituirse sobre la base de una representación muy amplia.
 ¿Qué principio había de adoptarse? La respuesta es obvia. Al ser el proceso de producción el único nexo que existía entre las masas proletarias, desprovistas de organización, no había otra alternativa sino atribuir el derecho de representación a las fábricas y talleres»175.

Las cuatro medidas tomadas por el soviet, y las exigencias planteadas a la Duma municipal iban destinadas a la tarea dialéctica de fortalecer su centralidad proletaria y romper la centralidad burguesa asegurada por sus fuerzas represivas: 
«1) adoptar medidas inmediatas para reglamentar el aprovisionamiento de la masa obrera;
 2) abrir locales para las reuniones; 
3) suspender toda distribución de provisiones, locales, fondos a la policía, a la gendarmería, etc.:
 4) asignar las sumas necesarias para el armamento del proletariado en Petersburgo que lucha por la libertad»176
Comida, centros de reunión y armas para el proletariado, y desarme para la burguesía. Conforme aumentaba la fuerza y el prestigio del soviet, los políticos advenedizos empezaron a acercarse a sus reuniones, pero «el proletariado industrial había siro el primero en cerrar filas en torno a él»177. En el durísimo invierno de 1917-1918, estas y otras medidas aceleraron la efectividad de la hegemonía de la clase obrera dentro del pueblo trabajador soviético.

Trotsky sigue usando palabras como «pueblo», «masa», «multitud», «muchedumbre», etc., pero siempre como sinónimos que reflejan el bajo nivel de organización, conciencia y centralidad de amplios sectores de la clase proletaria en su conjunto, e insistiendo siempre en la prioridad práctica y teórica del proceso de producción, y hasta del «oficio» cuando éste tiene especial trascendencia para centralizar y concienciar a los sectores sociales que dependen de ese «oficio» 178, en la que no podemos extendernos ahora.

En su impresionante libro sobre la huelga de masas, escrito a raíz de las luchas de 1905, Rosa Luxemburg nos da una lección sobre el correcto uso de los conceptos científicos del marxismo. 
Tras un extenso y profundo análisis de las diversas categorías y fracciones internas de la clase obrera, de la masa trabajadora, que empezó a luchar en 1896 con la huelga de los hilanderos, pasando por el resto de textiles, por los obreros industriales, ferroviarios y de servicios, «por motivos diversos y cada uno bajo formas distintas», ascendiendo con los años e incluyendo a los panaderos y trabajadores de astilleros, tras todo esto, hace esta síntesis:

«Fermenta en el gigantesco imperio una lucha económica infatigable de todo el proletariado contra el capital, lucha que gana para sí a las profesiones liberales, la pequeña burguesía, empleados de comercio y de banca, ingenieros, artistas..., y penetra por abajo hasta llegar a los empleados del servicio doméstico, a los agentes subalternos de la policía y hasta incluso a las capas del “lumpen proletariado” desbordándose de las ciudades al campo y tocando inclusive a las puertas de los cuarteles. 
Inmenso abigarrado cuadro de una rendición general de cuentas del trabajo al capital, refleja toda la complejidad del organismo social, de la conciencia política de cada categoría y de cada región, recorriendo toda la larga escala que va desde la lucha sindical regular, a la explosión de la protesta amorfa de un puñado de proletarios agrícolas y la primera confusa rebelión de una guarnición militar excitada, desde la revuelta elegante y perfectamente realizada con tiralíneas y cuellos duros en las oficinas de un banco, a los murmullos plenos de audacia y de excitación de una reunión secreta de policías descontentos en una comisaría ahumada, oscura y sucia»179.

Si leyéramos estas palabras ahora mismo, sin saber que fueron escritas hace un siglo por una marxista asesinada en la revolución alemana por las tropas fascistas dirigidas por un gobierno socialdemócrata, creeríamos que expresan las más recientes luchas en ascenso dentro no sólo de los países capitalistas empobrecidos y sobreexplotados, sino también en el capitalismo más feroz, desarrollado e imperialista. 
Rosa Luxemburg sigue: «la concepción estereotipada, burocrática y mecánica quiere que la lucha sea solamente un producto de la organización, y mantenida a un cierto nivel de la fuerza de ésta. 
La evolución dialéctica viva, por el contrario, considera que la organización nace como un producto de la lucha». 
Después, reafirmando la complejidad de las «diversas categorías de obreros», advierte que si las huelgas de masas quieren ser efectivas «es absolutamente necesario que se transforme en un verdadero movimiento popular [...] que arrastre a las más amplias capas del proletariado [...] del pueblo trabajador [...] de las más amplias masas»180.

Es decir, Rosa utiliza con fluidez diversos conceptos aparentemente contrarios -clase obrera versus movimiento popular, que ella resalta, etc. porque, en realidad, reflejan la unidad genético-estructural de la fuerza de trabajo asalariada explotada por la clase capitalista y su sofisticación en el análisis de las diversas categorías de la fuerza de trabajo la consigue gracias al momento histórico-genético de la dialéctica. Incluso, aplicando este método se permite el lujo de afirmar que: «lo mismo ocurrirá cuando las circunstancias se presenten en Alemania»181, como así sucedió.

Es desde esta perspectiva histórico-general, corroborada por los hechos posteriores incluidos los presentes, como debemos comprender la decisiva cita siguiente de esta misma revolucionaria, realizada en un debate internacional sobre qué lecciones teórico-políticas debían extraerse de la oleada de luchas de 1905:

«El terreno de la legalidad burguesa del parlamentarismo no es solamente un campo de dominación para la clase capitalista, sino también un terreno de lucha, sobre el cual tropiezan los antagonismos entre proletariado y burguesía. 
Pero del mismo modo que el orden legal para la burguesía no es más que una expresión de su violencia, para el proletariado la lucha parlamentaria no puede ser más que la tendencia a llevar su propia violencia al poder. 
Si detrás de nuestra actividad legal y parlamentaria no está la violencia de la clase obrera, siempre dispuesta a entrar en acción en el momento oportuno, la acción parlamentaria de la socialdemocracia se convierte en un pasatiempo tan espiritual como extraer agua con una espumadera. 
Los amantes del realismo, que subrayan los «positivos éxitos» de la actividad parlamentaria de la socialdemocracia para utilizarlos como argumentos contra la necesidad y la utilidad de la violencia en la lucha obrera, no notan que esos éxitos, por más ínfimos que sean, sólo pueden ser considerados como los productos del efecto invisible y latente de la violencia»182

Rosa simultanea en 1906 los dos momentos o niveles del método dialéctico, ya que, arriba, al analizar la enorme complejidad y diversidad concreta de la clase trabajadora, del pueblo trabajador, del movimiento popular, de las más amplias masas explotadas, etcétera, cuando estudia la lucha de clases localizada en un marco espacio-temporal preciso y localizado, aplica aquí el momento histórico-genético, analítico y diacrónico de la dialéctica materialista, recurriendo a conceptos amplios, abarcadores e incluyentes, incluso laxos, que destrozan la rigidez burda y mecanicista de la lógica formal. 
Pero cuando Rosa debe sintetizar en una sola expresión teórica toda la abigarrada diversidad de fuerzas concretas que han luchado en la recién concluida oleada revolucionaria de 1905, salta de la sofisticada precisión analítica, minuciosa y hasta quirúrgica, a la denominación general pero a la vez esencial de clase trabajadora, de clase burguesa, de proletariado y de burguesía, de violencia obrera y de parlamentarismo burgués, etc.

Rosa pasa de lo histórico-genético a lo genético-estructural, dos niveles del estudio conectados en la totalidad del método: uno, el analítico exige rigor y profundidad en el momento de descubrir la riqueza extrema de fuerzas concretas que luchan en una sociedad, en un pueblo, en un momento determinado, lo que Lenin define como «análisis concreto de una realidad concreta», descubriendo cada matiz diferente de lo concreto, y en este nivel o momento del estudio es necesario recurrir a conceptos como movimiento popular, pueblo trabajador, amplias masas explotadas, y otros, porque muestran teóricamente la complejidad de la concreta lucha de clases. 
Este es el análisis histórico-genético porque conecta el tiempo presente, la historia concreta, con lo genético del capitalismo, lo que define la esencia de la lucha de clases, pero insistiendo y dando prioridad a los análisis concretos.

La síntesis genético-estructural es la que muestra la esencia del problema, de las contradicciones y leyes tendenciales estructurales del capitalismo que marcan los límites infranqueables y objetivos entre los que se desarrollan las luchas de clases. 
En esta área del método ya no sirven sino sólo secundariamente los conceptos anteriores, ya que ahora necesitamos los más generales y ricos en relaciones internas, como, básicamente, el de la unidad de contrarios en lucha antagónicos formada por el proletariado y la burguesía, la clase trabajadora y la clase burguesa, etc.

Conceptos válidos para todo el mundo siempre que se mantengan dentro de lo genético-estructural, dentro de la esencia estructurante del modo capitalista de producción porque cuando pasamos a estudia el proletariado y la burguesía de Suecia o de Sri Lanka debemos volver al método histórico-genético. 
Por ejemplo, la lucha parlamentaria en general requiere de la presencia disuasoria, preventiva y latente de la violencia obrera, pero esta verdad teórica asentada y confirmada por la experiencia mundial que emerge de las contradicciones genético-estructurales, permanentes y esenciales del capitalismo, debe ser siempre confirmada y mejorada, sometida a examen crítico por las luchas parlamentarias concretas y particulares de cada pueblo trabajador que lucha en un contexto histórico-genético preciso.

Kautsky, por su parte, estudió minuciosamente los cambios en la clase trabajadora alemana a comienzos del siglo XX, utilizando estadísticas fechadas entre 1882 y 1907, llegando a una conclusión que se ha visto confirmada hasta la actualidad: en la medida en que el capitalismo crece las grandes empresas tienden a estar controladas por el capital financiero, por pocas camarillas de capitalistas estrechamente emparentadas y entroncadas que entre sí llegan a fáciles entendimientos. 
Ahora bien: «Por el contrario, en el proletariado industrial, a medida que éste se dilata, se incrementa la diversidad de sus elementos y el número de aquellos sectores difíciles de organizar, los individuos provenientes de las regiones rurales, del extranjero, las mujeres»183
Después, esta costumbre de precisar las fracciones internas del proletariado, del campesinado, de la pequeña burguesía vieja y nueva, de la capaz intelectuales y liberales que aparecen y desaparecen al calor de las fases expansivas o constrictivas del capitalismo, este método en suma, es consustancial al marxismo y se refuerza con el otro componente del método: junto a la minuciosa disección de las partes, la unión esencial de su naturaleza básica, a saber, la explotación asalariada.

La Internacional Comunista, especialmente sus cuatro primeros y fundamentales congresos, se esforzó en lo mismo. 
Dejando por falta de espacio a los dos primeros congresos, en el tercero podemos leer un detallado estudio sobre los «sectores medios del proletariado»: «empleados del comercio y de la industria, de los funcionarios inferiores y medios y de intelectuales»184
Un valor especial tiene lo que dice el Cuarto Congreso sobre el fascismo relacionado con lo que estamos viendo la oposición al fascismo en ascenso de debe basar en la movilización de «las grandes masas del pueblo trabajador»185, es decir, como es básico en el marxismo, por un lado se analiza la extrema complejidad de las clases sociales y especialmente del proletariado pero, por otro lado, se reafirma la existencia de una clase social asalariada que puede ser definida formalmente de varios modos pero siempre relacionados con sus condiciones de explotación y de producción de plusvalía.

Tenemos que prestar especial atención a las aportaciones de Mao al tema que tratamos, a las relaciones entre la clase trabajadora y el resto de clases explotadas, y a su interacción dentro del pueblo trabajador. Desde 1926, Mao mantuvo en su primer texto de importancia política y teórica un permanente esfuerzo teórico volcado en el estudio de la estructura de clases de la nación china. 
En su primer texto Mao desarrolla uno de los argumentos centrales de la teoría marxista del proletariado como la clase que se materializa en su conciencia política y su práctica de lucha, sus huelgas e insurrecciones186, es decir, la importancia de lo que en teoría marxista se define como «clase para sí» que parte y se sustenta sobre la realidad objetiva de la explotación, realidad que se expresa en la «clase en sí», la que existe como objeto pasivo explotado sin tomar conciencia de que puede llegar a ser un sujeto activo.

Antes de remitirnos a la que es una de las mejores definiciones del concepto de pueblo trabajador elaborado y adaptado a la lucha revolucionaria de liberación nacional de un pueblo oprimido, debemos dejar constancia de la solidez de su esquema central en una sociedad aplastantemente campesina invadida por un imperialismo extremadamente salvaje. 
En 1945 refiriéndose a la alta burguesía Mao dice: «Mientras declara que se propone desarrollar la economía china, en los hechos se dedica a multiplicar el capital burocrático, o sea, el capital de los grandes terratenientes, los grandes banqueros, y los magnates de la burguesía compradora, monopoliza las palancas de la economía china y oprime sin piedad a los campesinos, los obreros, la pequeña burguesía y la burguesía no monopolista»187
Luego, concreta más su análisis sobre la resistencia democrática de «numerosas capas populares» contra la dictadura del Kuomintang: «obreros, campesinos, trabajadores de la cultura, estudiantes, trabajadores de la enseñanza mujeres, industriales y comerciantes, empleados públicos y hasta en un sector de los militares»188

Hay que tener en cuenta esta realidad estructurante, la opresión nacional, para comprender en su pleno sentido las siguientes palabras de Mao escritas en 1948, antes de la victoria revolucionaria:

«La revolución china en su etapa actual es, por su carácter, una revolución de las amplias masas populares, dirigida por el proletariado, contra el imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático.
 Por amplias masas populares se entiende a todos los que son oprimidos, perjudicados o sojuzgados [...] a saber: los obreros, campesinos, soldados, intelectuales, hombres de negocios y demás patriotas, como se indica claramente en el Manifiesto del Ejército Popular de Liberación de China [...] “intelectuales” se refiere a todos los intelectuales perseguidos y sojuzgados; “hombres de negocio”, a toda la burguesía nacional perseguida y restringida, esto es, la burguesía media y pequeña; y “demás patriotas”, principalmente a los shenshi sensatos. 
La revolución china en la etapa actual es una revolución en la cual todos los arriba mencionados se unen para formar un frente único contra el imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático, y en la cual el pueblo trabajador constituye el cuerpo principal. 
Por pueblo trabajador se quiere decir todos los trabajadores manuales (los obreros, campesinos, artesanos, etc.) y los trabajadores intelectuales que, por su condición, están próximos a los primeros y que no son explotadores, sino víctimas de la explotación»189.

Debemos considerar tres cuestiones que aparecen en estas palabras: primera, la insistencia de Mao en dejar claro, como es muy frecuente en él, que precisa que habla de «la etapa actual» de la lucha por la independencia, lo que indica que en otra etapa revolucionaria diferente hay que aplicar otros criterios diferentes. Es decir, que en otra etapa de la revolución habrá que tomar otras tácticas. 
Segunda, que separa nítidamente las amplias masas populares, con un carácter interclasista en las que incluye a «hombres de negocios», del pueblo trabajador, separación determinada por la frontera insalvable de la explotación social. 
Y, tercera, que es el pueblo trabajador «el cuerpo principal» de las grandes masas populares, ya que «por pueblo trabajador se quiere decir todos los trabajadores manuales (los obreros, campesinos, artesanos, etc.) y los trabajadores intelectuales que, por su condición, están próximos a los primeros y que no son explotadores, sino víctimas de la explotación».

10.- PRESENTE DEL PUEBLO TRABAJADOR

¿Qué relación puede existir entre la China de 1949 y la Europa actual, por no hablar de las diferencias que nos separan de las sociedades en las que se desarrollaron los conflictos a los que se refieren la Internacional Comunista, Kautsky, Trotsky, Rosa Luxemburg, etc.? 
Recordemos que Mao cifraba en un 90% el peso de la agricultura y la artesanía dispersas en el total de la economía china a comienzos de 1949: «el 90 por ciento, más o menos, de nuestra vida económica permanece aún en el nivel de los tiempos antiguos»190
Podríamos seguir analizando las diferencias entre nuestro presente y el que vivieron estos y otros marxistas pero pensamos que la comparación con aquella China es especialmente valiosa porque la definición de pueblo trabajador dada por Mao es la más sintética de todas.

Para comprender la vigencia del concepto de pueblo trabajador en el capitalismo imperialista europeo debemos recurrir al método marxista aquí expuesto. 
Por un lado, la interacción entre el estudio de lo general y esencial, de lo genético-estructural y lo particular y lo fenoménico, de lo histórico-genético; y por otro lado, y a la vez, el empleo de los conceptos flexibles, abiertos e incluyentes, adaptables a los cambios de lo real. 
Ejemplificamos mejor este método recurriendo a la tesis de R. Zibechi:

«La vigencia de las clases sociales es también móvil y no es única.
 Hay sujetos que tienen un carácter de clase sin duda, pero el carácter de clase no es suficiente para constituir un sujeto, es decir, no es la única dimensión en torno a la cual se constituyen los sujetos de cambio. 
Los sujetos se constituyen en torno a una multiplicidad de cuestiones. 
Si tú ves a la multitud como un sujeto transitorio, pero sujeto al fin, ésta tiene un componente tan heterogéneo y tan variado, pero no de agregaciones individuales, sino de agregaciones comunitarias colectivas, que impiden definir un sujeto en términos de clase.
 Por ejemplo, las mujeres de los barrios pobres o de los mineros tienen un referente de clase, pero también tienen un referente de género. 
O las mujeres indias, tienen un referente étnico de pueblo indígena, pero también tienen un referente sin duda de género y también si son jóvenes tienen un referente generacional, entonces yo creo que las definiciones muy fijas, muy duras, no ayudan a comprender lo que están sucediendo en torno al sujeto o a los actuales movimientos sociales»191.

R. Zibechi está en lo cierto cuando sostiene que las definiciones muy fijas y muy duras no ayudan a comprender la complejidad de la explotación social, como tampoco ayudaron en fases anteriores, y en especial en la China agraria. 
Tiene el mérito de plantear el debate en el plano central de la «triple opresión» de la mujer, la de género, la de nación y la de trabajadora, e incluso en la generacional al ser mujer joven, con lo que introduce la cuestión del «poder adulto»192
Pero su argumento se debilita cuando dice que «Los sujetos se constituyen en torno a una multiplicidad de cuestiones (…) que impiden definir un sujeto en término de clase». 
Hemos visto arriba que la formación histórica de la explotación patriarco-burguesa se basa en al subsunción por el capitalismo de la explotación patriarcal, y que ésta ha sido la base sobre la que se ha desarrollado luego la opresión nacional y la explotación económica.

Lo que unifica internamente esta dinámica es la explotación de la fuerza de trabajo social por una minoría propietaria de las fuerzas productivas, al margen ahora de qué régimen histórico-social de propiedad privada, de qué modo de producción concreto, en suma. 
Todos y cada uno de los casos que nos cita Zibechi nos remiten en última instancia a esa explotación subyacente, genético-estructural, esencial en la historia de los conflictos sociales desde que surgió la primera propiedad privada, la de la mujer expropiada por el hombre.
 Lo mismo debemos decir sobre la opresión étnica y/o nacional, etc.

Se puede y se debe definir a los sujetos tan diferentes en sus formas externas si sintetizamos esas diferencias y las resumimos conceptualmente hasta llegar a la esencia de la explotación de la fuerza de trabajo humana por una minoría.
 Este es el nivel genético-estructural en el que se mueve la teoría marxista cuando habla de la guerra civil permanente entre el capital y el trabajo. 
Pero cuando pasamos de este nivel teórico elemental a las expresiones concretas, sociohistóricas y localizadas espacialmente, en las que se plasma esa fuerza de trabajo explotada, entonces debemos especificar con extrema precisión las diferencias. 
En este sentido, debemos aprender de la muy correcta crítica marxista a las tesis de la «triple diferencia»193, de clase, de sexo y de raza, que niega la existencia de una cohesión esencial e interna de todas las formas de opresión, dominación y explotación, de manera que cada una de ellas actúa por su lado, con ninguna interacción entre las tres o con una muy débil e incierta. 
Por el contrario, pensamos que las tres, y sus múltiples formas diferentes mediante las que operan en concreto, forman una unidad determinada por la lógica de la explotación de la fuerza de trabajo humana, es decir, por la lógica capitalista. 
Tenemos el caso más específico, por ejemplo, de lo que se define como «población sobrante» y que en cierta forma entra dentro del concepto de «exclusión», precariado, etc.

Pues bien, la «población sobrante» es parte de la fuerza de trabajo social, del «proletariado global explotable» del que hemos hablado arriba, y tiende a crecer en la medida en que la descomponiéndose la clase campesina mundial:

«El fin del campesinado y la aparición de una masa de proletarios distribuidos en diferentes capas: “semiproletarios” (¿qué son si no los “semiasalariados”?), obreros pertenecientes a la desocupación estacional (los “pobres flotantes”), a la infantería ligera (“trabajadores de temporada”), etc. [...]
 Como señalamos más arriba, el caso del obrero rural es sólo un ejemplo clásico de la negación del proletariado y su capacidad de acción. Podríamos dar varios más: los “inmigrantes” en Estados Unidos; los “piqueteros” argentinos; los “jóvenes” en Europa. 
A todos se los engloba bajo “nuevos” conceptos, que excluyen, naturalmente, el de clase obrera, tarea en la que los “intelectuales” de europeos y norteamericanos (muchos de los cuales se autotitulan “marxistas”) tienen un lugar fundamental, auxiliados diestramente por los medios burgueses, que escapan al proletariado como a la peste por razones que no es necesario explicar.
 Piénsese, por ejemplo, en la fama de personajes como Naomi Klein o Toni Negri y se tendrá una idea de la colusión entre la burguesía y los “nuevos” pensadores “globales”».

»En realidad, detrás de los “inmigrantes” se esconde, lisa y llanamente, la clase obrera.
 Las últimas y extraordinariamente multitudinarias manifestaciones por la legalización de su permanencia en los Estados Unidos y Europa muestran, más que la importancia de la categoría “étnica”, el renacimiento de la fracción más explotada de la clase obrera del “Primer Mundo”.
 Las rebeliones de los «mileuristas» europeos no es otra cosa que la expresión de las condiciones de existencia de generaciones enteras de desocupados, es decir, de obreros. Los «piqueteros» argentinos, a los que se ha llegado a caracterizar como “lúmpenes”, cumplen con las mismas características»194.

En la oleada de lucha de clases que empieza de nuevo a tomar fuerza en EE.UU. reaparece el «eterno problema» de la división étnica y nacional, también cultural, dentro de la amplia clase trabajadora yanqui. 
Independientemente de qué origen étnico o nacional mayoritario fueran los participantes en las primeras movilizaciones, lo que sí es verdad es que a estas alturas se ha generalizado la reflexión de que se trata de la misma lucha en la que intervienen: « los valientes veteranos, las mujeres de Code Pink, los endeudados estudiantes, los jóvenes Afroamericanos»195.
 Estas y otras diferencias no anulan el hecho contundente de que es la explotación capitalista la que cohesiona y unifica interiormente a estos y otros sujetos que de nuevo empiezan a rebelarse contra su clase explotadora.

Pero si obviamos esta deficiencia de Zibechi, tan bien criticada en lo general por los tres textos citados, hay que decir que el autor roza el concepto de pueblo trabajador, o se refiere a él sin nombrarlo de esa manera, sobre todo cuando dialectiza el patriarcado, la opresión nacional y la explotación de clase, que es una de las características más llamativas del pueblo trabajador. 
Otra virtud de esta cita es que se mueve en un contexto de superposición e interpenetración de las fracciones de clase, de las fronteras de clase, lo que exige, como venimos diciendo, del empleo de conceptos abiertos y flexibles, capaces de reflejar una situación en un contexto concreto y otro diferente pero relacionada en otro contexto concreto.

La «teoría completa», las definiciones cerradas e inamovibles, resecamente estructuralistas y/o unívocamente analíticas, no sirven de nada en este universo minado por contradicciones en permanente interrelación. 
Las primeras, las estructuralistas resecas porque desprecian la evolución histórica, el papel de los «factores subjetivos», etc. 
Las segundas, las analíticas unívocas porque desprecian el imprescindible momento de la síntesis, de lo sincrético que facilite el salto cualitativo a una nueva fase superior del conocimiento. Ambas interpretaciones son mecanicistas y antidialécticas.

Por no extendernos, lo expuesto por R. Zibechi nos exige analizar otra característica del capitalismo cada vez más extendida e imparable, la del empobrecimiento, la precarización, las incertidumbres cotidianas del pueblo trabajador.
 O dicho en los términos empleados por Mészáros, la obligación de tener que más para vivir menos, se caracteriza por la imposición forzada de la «inestabilidad flexible»196, es decir, de que el capitalismo ha instaurado un régimen de explotación global que genera una permanente inestabilidad social que, además, puede ser flexiblemente utilizada por la clase dominante en su provecho, lo que aumenta su poder destructivo y manipulador. 
No hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que la marcha actual del capitalismo vasco también se orienta ciegamente hacia el aumento197 de las crecientes franjas sociales que entran dentro de lo que se define como exclusión social, empobrecidas todavía más tras el devastador ataque a las condiciones de vida y trabajo realizado por la burguesía estatal.

El problema de la denominada «exclusión social» en realidad conecta profundamente con el tema que tratamos, sobre todo con el de las «fronteras móviles» que facilitan los flujos bidireccionales entre la clase obrera, el pueblo trabajador y sectores especialmente débiles de la pequeña burguesía. 
La toma de conciencia del pueblo trabajador de su potencial atractor de múltiples franjas sociales excluidas o en peligro de caer en semejante totalidad destructora, puede y debe realizarse sobre la teoría que demuestra que la exclusión no es una mera «desgracia transitoria» que puede afectar a una parte de la sociedad en los períodos de crisis, sino que es una totalidad concreta objetiva inserta en la lógica del capital, es decir, una totalidad concreta pero supeditada a la totalidad superior y determinante198 formada por las leyes de acumulación del capital.

La segunda buena explicación refuerza aún más la corrección de la tesis que sostiene que los cada vez más millones de personas empobrecidas, expulsadas del mercado de trabajo y sometidas a brutales condiciones de vida y de explotación, se insertan objetivamente en el pueblo trabajador en su conjunto:

«Esos hombres y mujeres no forman parte de la clase obrera en el sentido clásico del término, pero tampoco se sitúan completamente fuera del proceso productivo. Tienden más bien a entrar y salir ocasionalmente de él, a la deriva de las circunstancias, realizando por lo general servicios informales mal pagados, poco cualificados y muy escasamente protegidos, sin contratos, derechos, regulaciones ni poder negociador. Están ocupados en actividades como la venta ambulante, los pequeños timos y estafas, los talleres textiles, la venta de comidas y bebidas, la prostitución, el trabajo infantil, la conducción de rickshaws o bicitaxis, el servicio doméstico y la actividad emprendedora autónoma de poca monta.
 El propio Marx distingue entre diferentes capas de empleados, y lo que dice acerca del parado “flotante” o trabajador ocasional de su propia época -que para él contaba como un miembro más de la clase obrera- se parece mucho a la situación que viven hoy muchos de los habitantes de los barrios marginales»199.

Anteriormente, al concluir el apartado dedicado a la categoría dialéctica de la esencia y del fenómeno en la definición de las clases sociales, veíamos que las más modernas formas de lucha trabajadora contra la actual explotación asalariada nos remitían a las forma de lucha más horizontales practicadas por el proletariado del primer capitalismo industrial. Lo mismo, en esencia, debemos decir con respecto al problema del empobrecimiento y de la exclusión. Basta leer a Engels en su escalofriante descripción de la pobreza obrera y popular de la primera mitad del siglo XIX para cerciorarse de ello: «Sabe, el pobre, que si bien puede vivir el día de hoy, es sumamente incierto que también pueda hacerlo el día de mañana»200.

Lo que ahora se define como «precarización», «exclusión», «hambre»201, etc., está ya analizado en lo básico en este libro. Ahora bien, debemos enriquecer el estudio de lo elemental en el capitalismo, que sube y baja como la marea, con el estudio de las formas concretas en las que la esencia se materializa en cada circunstancia y contexto, tal como lo ha realizado brillantemente la doctora Concepción Cruz en su investigación genético-estructural202 sobre este mismo problema.
 Esta investigadora muestra cómo el momento genético-estructural de la investigación debe ir siempre acompañado del momento histórico-genético.

En lo relacionado con la exclusión, J. Osorio realiza el mismo doble movimiento aunque sin utilizar esos términos. Profundizando en la crítica de la lógica del capital, y de su doble pero unitario proceso de «exclusión por inclusión» el autor presenta cinco grandes categorías en la forma de exclusión desarrollada por el capitalismo actual: a) La población obrera excedente, que el autor define así: «la población obrera excedente generada […] presenta diversas formas de existencia, con agrupamientos que alcanzan mayores o menores niveles de incorporación a la producción, distinguiéndose la población flotante, la latente y la intermitente. A ellas se agregan las franjas sociales que se ubican en el pauperismo, que agrupa a trabajadores en condiciones de laborar pero que ya no encuentran lugar en la producción: los impedidos de laborar por haber sufrido accidentes en el trabajo y los que sufren enfermedades crónicas resultado de las condiciones en que se realiza la producción, y aquellos obreros «que sobreviven a la edad normal de su clase». También los huérfanos e hijos de pobres»203.



Además, de esta población obrera excedente, existen otras cuatro grandes categorías: b) masa marginal y funcionalidad; c) el subconsumo de la población obrera activa e inactiva; d) la comunidad ilusoria o la exclusión de la comunidad; y e) el inmigrante y su doble exclusión. La conclusión a la que llega el autor no puede ser más valiosa para nuestro tema: «La exclusión en cualquiera de las manifestaciones que aquí hemos considerado no es sino la cara de una existencia incluida en la lógica del capital»204. La dialéctica entre exclusión e inclusión dentro del capital como sistema explotador nos lleva en directo al problema de la ciudadanía, que aquí no hemos tocado en absoluto ya que la moda ciudadanista es una alternativa del reformismo205 a la contraofensiva burguesa que prefiere «ciudadanos indignados antes que trabajadores furiosos y organizados»206.



Como hemos visto hasta aquí y a lo largo de todo el texto, el aumento de la explotación capitalista se une con la ofensiva por multidividir a las clases trabajadoras, por romper la unidad de clase y su conciencia-para-sí, lo que ya aumenta la extrema división que estamos viendo. Frente a la realidad única de la guerra civil entre el capital y el trabajo, la multidivisión de la fuerza de trabajo social, la palabrería sobre las clases medias, etc., refuerza la sensación falsa de la supuesta «desaparición» de las clases sociales, cuando en realidad la gran burguesía es más visible que nunca. 
Un dato sobre el altísimo nivel de parcialización y precarización lo tenemos en que el 34,5% de la clase asalariada en el Estado español es explotada en la economía sumergida207. Además: «no se trata solamente de la flexibilidad laboral, sino de un modelo económico que se expresa en el mercado del trabajo, flexibilizando, subcontratando, desregulando y precarizando»208.

La realidad es, por tanto, mucho más compleja y enrevesada que lo que aparece en los manuales de sociología. Solamente el método dialéctico puede guiarnos por entre semejante laberinto.

11. RESUMEN

Según el método dialéctico de los conceptos «flexibles», «fluctuantes», «abiertos», «móviles», «borrosos», etc., arriba expuestos, podemos establecer un mínimo de tres niveles conceptuales desde más generalización abarcadora a más concreción teórica y social:

- Las «más amplias masas explotadas» están compuestas por el pueblo más franjas sociales autoexplotadas, castas intelectuales y de profesiones liberales, pequeña burguesía y hasta mediana burguesía sometida a la opresión nacional, por lo que sufre una dominación cultural y política, pero no económica.
 Esta mediana burguesía aplaude las medidas antipopulares de la contrarreforma laboral del PP, por lo que pospone sus débiles sentimientos nacionales-burgueses a sus verdaderos intereses de clase propietaria de algunas fuerzas productivas.

- El «pueblo trabajador» formado por las masas explotadas económica, política e ideológicamente. Decenas de miles de personas, desde las mujeres y madres trabajadoras, hasta la tercera edad abandonada a su suerte, pasando por todas las franjas sociales de excluidos, precarizados, parados de larga duración, juventud sin futuro, etc., se caracteriza por tener una cierta conciencia-para-sí con identidad soberanista o independentista, además de socialista. 
Este componente identitario y referencial es eminentemente político y de clase, aunque con poca o muy poca conciencia antipatriarcal.

- Y la clase obrera en cuanto tal y que constituye la columna vertebral de los dos anteriores, porque la explotación asalariada estructura la sociedad entera de forma objetiva y necesaria, al margen de las interpretaciones subjetivistas e idealistas. 
De igual modo que el en «pueblo trabajador», la conciencia-para-sí es vital para poderse definir como clase obrera en el sentido de la palabra.
 En una nación oprimida, la conciencia-para-sí a la fuerza ha de ser independentista y socialista, tras superar el soberanismo. 
El papel central del independentismo socialista para poder hablar de clase obrera en cuanto tal viene del hecho de que el Estado ocupante es decisivo para el mantenimiento de la explotación nacional de clase y patriarcal, por lo que sólo la independencia garantiza por un Estado vasco puede asegurar las condiciones para un avance al socialismo.

Los tres han de servirnos como guías de la política de alianzas que debemos realizar en nuestra lucha comunista contra el capitalismo imperialista, en el que malvivimos. Muy básicamente expuesto, exceptuando a la pequeña y mediana burguesía nacionalmente oprimida en lo cultural y en lo político, pero no en lo económico porque ella misma es explotadora, los tres bloques constituyen lo que Marx definió como «nación trabajadora»209 la que al ponerse en movimiento atemoriza a la burguesía210.

Las «más amplias masas explotadas» van en aumento en todo el mundo, y también en los Estados imperialistas más enriquecidos, en los que además del empobrecimiento popular creciente como efecto, entre otras causas, del deterioro de las condiciones de vida de las clases medias y de la pequeña burguesía, sobre todo de la disminución de los salarios directos e indirectos, de las ayudas y prestaciones sociales, de las inversiones públicas y, en síntesis, de los ataques estatales. La crisis financiera está golpeando con especial ensañamiento a los sectores sociales que en los años de falsa abundancia se endeudaron más allá de su poder de compra. Mientras que la gran burguesía acrecienta su capital y su poder, estas «amplias masas explotadas» en las naciones oprimidas ver cómo todos sus derechos sufren más y más agresiones. En este contexto la mediana burguesía autóctona tiende a refugiarse bajo el paraguas de su hermana la burguesía autonomista que está protegida por el Estado ocupante.

El «pueblo trabajador» va constituyéndose como puente de conexión entre la clase obrera y esas masas explotadas, dado que su forma de vida cotidiana, las relaciones vivenciales en los barrios no burgueses de las ciudades y pueblos le pone en contacto con esas masas. Además, como en casi todas las familias populares hay gente obrera, siendo por eso también familias obreras con miembros en paro, precarizados al extremo, etc., por esto mismo el «pueblo trabajador» tiene unas relaciones directas con la clase obrera, siendo muy frecuentemente una continuidad de ella. A la vez, es mucha la gente popular que milita o hace tarea voluntaria en los movimientos populares, en la vida sociopolítica y cultural en barrios y pueblos, relacionados o no con ayuntamientos y otras instituciones básicas del poder.

La clase obrera con conciencia-para-sí es el eje que cohesiona a estos dos grandes bloques, pero más al popular que a las masas porque éstas están más distantes sobre todo en el nivel de conciencia. La centralidad obrera viene de dos fuerzas: su lugar clave en la producción y por ello mismo, su capacidad de paralizarla poniendo en creciente peligro a la burguesía y a su Estado. Pero ambas dos fuerzas deben estar acompañadas por una legitimidad política, teórica y ética sin la cual ese poder potencial, constituyente cuando se activa, apenas tendría capacidad de enganche y arranque entre el «pueblo trabajador» y entre las «más amplias masas explotadas».

Ahora bien, para realizar su hegemonía estrechando los lazos con el «pueblo trabajador» y con las «más amplias masas explotadas», la clase obrera ha de dotarse de una organización revolucionaria que sea a su vez el eje sobre el que pivote la lucha política por y para la toma del poder, de la independencia y del socialismo, para la victoria revolucionaria en suma. Toda la experiencia acumulada desde comienzos del siglo XIX, y desde antes a otra escala, demuestra la necesidad de una organización revolucionaria que no tenga que asumir las obligaciones de acuerdos tácticos con la mediana burguesía, y de acuerdos estratégicos con el resto de las masas explotadas. Estos acuerdos tácticos así como la acción institucional, electoral y parlamentaria los ha de realizar un partido de masas, no una organización revolucionaria, de vanguardia.

Del mismo modo, para agilizar los lazos entre las luchas obrera, popular y de masas, y garantizar la no burocratización ni asimilación por el capital del partido de masas, para eso los movimientos populares y el sindicalismo sociopolítico han de mantener una independencia operativa con respecto al partido de masas, electoralista e institucionalista y por ello muy expuesto a la integración y a la burocratización interna. La experiencia histórica es aplastante en estas decisivas cuestiones, y si bien es verdad que la conciencia nacional de clase es una cierta garantía contra esas tendencias objetivas, tampoco es menos cierto que la burguesía autóctona tiene recursos bastante efectivos de integración de “su movimiento obrero y popular”, independentista, en las redes del sistema autonómico concedido por el Estado ocupante, o sea en el capitalismo.

La organización revolucionaria tiene como objetivo prioritario y decisivo la conquista del poder político, del Estado, realizada por ese bloque histórico formado nucleado por la clase obrera como eje del pueblo trabajador y de las más amplias masas explotadas. ¿Para qué un poder estatal obrero y popular? Veamos cuatro respuestas extraídas de la práctica de la humanidad explotada.

Una primera nos la ofrece G. Boffa cuando cita una carta de un soldado ruso a su familia campesina escrita a final de verano de 1917: «Querido compadre, seguramente también allí han oído hablar de bolcheviques, de mencheviques, de social-revolucionarios. Bueno, compadre, le explicaré que son los bolcheviques. Los bolcheviques, compadre, somos nosotros, el proletariado más explotado, simplemente nosotros, los obreros y los campesinos más pobres. Éste es su programa: todo el poder hay que dárselo a los diputados obreros, campesinos y soldados; mandar a todos los burgueses al servicio militar; todas las fábricas y las tierras al pueblo. Así es que nosotros, nuestro pelotón, estamos por este programa»211.



Una segunda nos la ofrece Lenin: «La única revolución consecuentemente democrática respeto a cuestiones como la del matrimonio, el divorcio y la situación de los hijos naturales es, precisamente, la revolución bolchevique. Y esta es una cuestión que atañe del modo más directo a lo intereses de más de la mitad de la población de cualquier país. Sólo la revolución bolchevique por primera vez, a pesar de la infinidad de revoluciones burguesas que la precedieron y que se llamaban democráticas, ha llevado a cabo una lucha decidida en dicho sentido, tanto contra la reacción y el feudalismo como contra la hipocresía habitual de las clases pudientes y gobernantes»212.



Una tercera la encontramos en E.Toussaint, cuando nos recuerda las siguientes palabras de Arthur Scargill, uno de los principales dirigentes de la huelga de mineros británicos de 1984: «Necesitamos un gobierno tan fiel a los intereses de los trabajadores como el gobierno de M. Thatcher lo es respecto a los intereses de la clase capitalista»213. Y por no aburrir, la cuarta nos la ofrecen S. Levalle y L. Levin cuando este dirigente campesino hondureño afirma con lenguaje popular y directo, sin tapujos, que «Tenemos que tomar el poder para que nos dejen de joder»214, en alusión a las brutalidades represivas sociopolíticas practicadas después del golpe de Estado de 2009 realizado con la colaboración de los EEUU.

El poder revolucionario está para acelerar el tránsito al comunismo mediante la fase socialista.

IÑAKI GIL DE SAN VICENTE


1 Engels La situación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, OME 6, 1978, p. 280


2 Para una exposición más detallada, véase I. Gil de San Vicente: La ética marxista como crítica radical de la ética burguesa, 29-09-2002, a libre disposición en Internet.


3 F. Victoriano, «Exclusiones en el contexto de una reflexión crítica. A modo de presentación», Exclusiones. Anthropos, 2011, p. 10.


4 K. Marx, Crítica de la filosofía del Estado de Hegel, Crítica, OME 5, 1978, p. 59.


5 Una de las deficiencias de muchas versiones de la «biopolítica» es no determinar el contenido ideológico de lo que denominan «saber», unida a otra deficiencia consistente en minusvalorar o negar el papel crucial del Estado en la elaboración e imposición del «saber», de las normas, de las disciplinas, en la formación de «los públicos», de la geografía social, etc. Ahora bien, tener en cuenta el Estado obliga a tener en cuenta la propiedad privada y la historia explotadora. Es por esto que tiene razón. En cuanto al «biopoder», «biopolítica», etc., nos remitimos a J. Nazar: «la “producción bíopolítica” ha existido siempre. El capital mismo es un conjunto de relaciones sociales de producción e intercambios. Estas relaciones siempre han constituido una red que ha experimentado, experimenta y experimentará modificaciones de estructura, pero será siempre un sistema reticular. Esta red ha adquirido hoy una apariencia “inmaterial” gracias a la telemática, porque inmediatiza los flujos de la información en la trama reticular del sistema, pero rinde todavía más eficaz el dominio del capital sobre el trabajo, sobre todo, el asalariado, que es bien concreto». Jaime Nazar Riquelme: Acerca del libro Multitud, de Hardt y Negri (I) y (II), 13 y 14 de julio de 2005 (www.rebelion.org).


6 T. Borinvinsky y E. Taub: «Biopolítica y nazismo: Una lectura del genocidio moderno», Rastros y rostros de la biopolítca, Anthropos, 2009, pp. 147-165.


7J. P. Garnier: Contra los territorios del poder, Virus, 2006, p. 22:


8 M. Roytman Rosenmann ¿Existen las clases sociales?, 24 de agosto de 2010 ( www.jornada.unam.mex).


9 T. Shanin: «El marxismo y las tradiciones revolucionarias vernáculas», El Marx tardío y la vía rusa, Edit. Revolución, 1990, p. 306.


10 Carolina Martínez Pulido: El papel de la mujer en la evolución humana, Biblioteca Nueva, Madrid 2003, p. 29.


11 Lourdes Méndez: Antropología feminista, Edit. Sintesis, 2008, pp. 233-235.


12 Dixie Edith: Estadísticas en femenino, 17 de septiembre de 2012 (www.rebelion.org).


13 Artemisa: Ciencia, en femenino, 3 de octubre de 2011 (www.boltxe.info).


14 8 de enero de 2009 (www.elnortedecastilla.es).


15 5 de noviembre de 2008 (www.peridodicodigital.com.mx).


16 23 de febrero de 2010 (www.elpais.com).


17 K. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, Crítica, OME 9, 1978, p. 154.


18 6 de marzo de 2012 (www.cincodias.com).


19 6 de marzo de 2012 (www.publico.es).


20 M. Queiroz: Crisis lanza mujeres a la prostitución, 19 de octubre de 2011 (www.rebelion.org).


21 22 de junio de 2011 (www.gara.net).


22 7 de marzo de 2012 (ww.expansion.com).


23 8 de noviembre de 2009 (ww.rebelion.org).


24 15 de diciembre de 2011 (www.abc.es).


25 C. Salinas Maldonado: La ruta de las que serán violadas, 10 de febrero de 2012 (www.boltxe.info).


26 La violación de los hombres vencidos por los vencedores ha sido y es una práctica frecuente, destinada no sólo a infligir dolor físico durante la tortura, sino además y sobre todo a destruir la autoestima varonil individual y la autoestima del pueblo vencido y ocupado mediante su feminización pasiva simbolizada en la violación de sus hombres. En Euskal Herria se han presentado denuncias por la violación de detenidas y detenidos durante las torturas, y muy recientemente, el torturador israelí Doron Zahavi quiere ser condecorado si se le permite sodomizar a los árabes, véase E. Silverstein en (www.rebelion.org) 13 de febrero de 2012.


27 Carmen Alemany: «Violencias», Diccionario Crítico del Feminismo, Edit. Síntesis, 2003, pp. 291-293.


28 6 de julio de 2011 (www.publico.es).


29 Regina Martínez: Nuevo sexismo, viejo capitalismo, 7 de febrero de 2012 (www.boltxe.info).


30 Christiane Marty: Impacto de la crisis y la austeridad sobre las mujeres, 5 de diciembre de 2011 (www.rebelion.org).


31 S. Raventós: Crisis económica y salud mental, 28 de febrero de 2010 (www.sinpermiso).


32 Arlie Russell Hochschild: La mercantilización de la vida intima, Katz Edit., 2008, p. 281.


33 11 de enero de 2012 (www.abc.es).


34 Jesús Villena: Organización del trabajo y cognición en la sala de control, Sociología del Trabajo, Siglo XXI, 1997, nº 29, p. 42.


35 30-06-2010 (www.iarnoticias.com)


36 7 de marzo de 2012 (www.elnuevodespertar.wordpress.com).


37 Claudia Mazzei Nogueira: La división sexual del trabajo y de la reproducción: una reflexión teórica, 10 de febrero de 2012 (www.boltxe.info).


38 7 de marzo de 2012 (www.elpais.com).


39 Catharine A. MacKinnon: «Hacia una teoría feminista del Estado», Feminismos, nº 27, 1995, p. 288.


40 Evelyn Reed: «La mujer: ¿casta, clase o sexo oprimido?», Marxismo Vivo, año II, nº 2, octubre de 2011, pp. 213-226.


41 Silvia Federici: Calibán y la bruja. Mujeres, cuerpo y acumulación originaria. Traficantes de sueños, 2010, pp. 78-85.


42 Herodoto en el Libro Segundo, Euterpe, de Los nueve libros de la historia, Euroliber, 1990, pp 87-143, nos ofrece una valiosa información sobre los primeros debates acerca de la «cuestión nacional», en el proceso de asentamiento del pueblo egipcio. Y Ana María Vázquez, en «Antiguo Egipto», Historia de la Humanidad, Arlanza Edic., 2000, tomo 4, p. 19., explica que las más antiguas representaciones de extranjeros en Egipto corresponden a prisioneros de guerra, reforzando la delimitación fronteriza del Estado egipcio con respecto a todo lo exterior, tenido como un caótico peligro.


43 J. Ibarra Cuesta ha estudiado la autogénesis de la nación cubana a partir de las revoluciones de la segunda mitad del siglo XIX y su concreción a partir de los debates sobre las banderas en 1940, mostrando la importancia clave de la lucha independentista, del poder y del Estado para la construcción nacional. También es muy reveladora su crítica a la incapacidad del comunismo de obediencia rusa en aquella época para comprender la importancia emancipadora del sentimiento nacional: Patria, etnia y nación, Ciencias Sociales, La Habana 2009, p. 266.


44 D. Rodríguez Duch: «Los conflictos territoriales de los pueblos indígenas en la Patagonia», en Memoria, nº 167, enero de 2003.


45 P. Mamani Rodríguez: Tierra-territorio y el poder indígena-popular en Bolivia, noviembre de 2009 (www.rcci.net/globalizacion).


46 L. Martínez: La dimensión social del territorio, 14 de septiembre de 2009 (www.rebelion.org).


47 Th.Jordan: «La psicología de la territorialidad en los conflictos», Psicología Política, Valencia, nº 13, 1996, pp. 53-54.


48 Carolina Martínez Pulido: El papel de la mujer en la evolución humana, Biblioteca Nueva, Madrid 2003, pp. 231-248.


49 Sacramento Martí y Ángel Pestaña: Sexo: naturaleza y poder, Nuestra Cultura, 1983, pp. 30-31.


50 Bárbara Ehrenreich: Ritos de Sangre. Orígenes e Historia de las Pasiones de la Guerra, Espasa Calpe, 2000, p. 130.


51 U. Melotti: El hombre entre la naturaleza y la historia, Península, 1981, pp. 309-310. También, I. Eibl-Eibesfeldt: La sociedad de la desconfianza, Herder, 1996, p. 97-98.


52 I. Gil de San Vicente, El socialismo debe integrar la praxis comunera, 29 de enero de 2012, a libre disposición en la Red.


53 P. Rodríguez: Dios nació mujer, Edic. Sinequanon, 1999, p. 293.


54 F. Gracia Alonso, La guerra en la Protohistoria, Ariel, 2003. p. 39.


55 R. Osborne: Civilización, Crítica, 2006. p. 283.


56 P. Vilar indica que en el siglo XIII un poema alemán deja constancia de la aparición de la «clase usurera», como «cuarta clase» en cuanto incipiente burguesía. Iniciación al vocabulario del análisis marxista, Crítica, 1980, p.115.


57 Marx y Engels: «Carta a R. Meyer 19-07-1893», Cartas sobre El Capital, Laia 1974, p. 306.


58 A. C. Dinerstein: «Recobrando la materialidad: el desempleo y la subjetividad invisible del trabajo» El trabajo en debate.. Edit. Herramienta. 2009. pp 243-268.


59 Leopoldo Mármora: El concepto socialista de nación. PYP. N.º 96. Argentina. 1986. pp. 98-116.


60 R. Haesbaert: El mito de la desterritorialización, Siglo XXI, 2011, p. 304


61 La extrema derecha neoliberal, representada por el Banco Mundial, exige en estos momentos a China Popular «menos Estado y más mercado», para acelerar el triunfo definitivo del capitalismo en aquel país, 28 de febrero de 2012 (www.ipe.org.pe).


62 Ig. Brunet y A. Belzunegui: Estrategias de empleo y multinacionales, Icaria, 1999, pp.155-156.


63 J. E. Stiglitz: Socialismo estadounidense para los ricos, 8 de junio de 2009 (www.projet-syndicate.org).


64 A. Sotelo Valencia: El papel del Estado en la crisis contemporánea del capitalismo, 12 de marzo de 2012 (www.rebelion.org).


65 T. Eagleton: Por qué Marx tenía razón, Península, 2011, pp.188-200.


66 K. Marx y F. Engels: «Carta a Starkenburg de 1 de enero de 1894», Cartas sobre El Capital, ops. cit., pp. 307-310. Esta carta contiene una de las mejores explicaciones resumidas del materialismo histórico y de la teoría del Estado, en la que Engels muestra la dialéctica entre todos los componentes de la realidad social, reafirmando la importancia de los factores subjetivos, de la tradición y hasta de la psicología colectiva, de la geografía, etc., en la evolución social, y reafirmando sin ambages y con letras mayúsculas que «No es cierto que la base económica SEA LA CAUSA, QUE SEA LA ÚNICA ACTIVA y que todo lo demás no sea más que acción pasiva. Por el contrario, hay una acción recíproca sobre la base de la necesidad económica que siempre domina EN ÚLTIMA INSTANCIA. El Estado, por ejemplo, actúa mediante el proteccionismo, el libre cambio, mediante una buena o mala fiscalidad».


67 I. M. Beobide Ezpeleta y L. I. Gordillo Pérez: La naturaleza del Estado, Tecnos, 2012. p. 11


68 P. Paolo Portinaro: Estado, Claves, Buenos Aires, 2003, p. 87.


69 Beatriz Navarro: La UE financia las actividades de partidos de extrema derecha, 11 de marzo de 2012 (www.rebelion.org).


70 Daniele Ganser, Los ejércitos secretos de la OTAN, El Viejo Topo, 2010. p. 339


71www.elpais.com 07-03-2012,


72 I. Brunet y A. Morell: Clases, educación y trabajo. Trotta. 1998, p.: 47-158. En este texto encontramos además una válida exposición de las diferentes teorías sobre las clases sociales.


73 Ana Rivadeo, Palabra y violencia: sobre una epistemología del terror, www.insurgente.org 17-01-2012


74 A. Borón: Los “desaparecidos” del imperio, 12 de enero de 2012 (www.rebelion.org).


75 Prensa Latina: Critican la hola de violencia y muertes en Honduras, 12 de marzo de 2012 (www.rebelion.org).


76 F. J. Tirado Serrano: «Cinepolítica y cinevalor. La “Gran Transformación” en la biopolítica», Rostros y rastros de la biopolítica, Anthtopos, 2009, pp. 93-114.


77 D. Sibony: «De la indiferencia en materia de política», Locura y sociedad segregativa, Anagrama, 1976, p. 108.


78 K. Marx: «El fetichismo de la mercancía, y su secreto», El Capital, FCE, 1973, libro I, pp. 36-47.


79 I. I. Rubin, Ensayos sobre la teoría marxista del valor, PyP, N.º 53, 1974. Pp.53-54


80 David Harvey: Los límites del capitalismo y la teoría marxista, FCE, 1990, p. 451.


81 Göran Therborn: ¿Cómo domina la clase dominante?, Siglo XXI, 1979, p. 161.


82 Göran Therborn: ops. cit., p. 162.


83 Göran Therborn: La ideología del poder y el poder de la ideología, Siglo XXI, 1987, p. 70.


84 Ralph Miliband: El Estado en la sociedad capitalista, Siglo XXI, 1980, pp. 211-254.


85 Ralph Miliband: Marxismo y política, Siglo XXI, 1978, p. 118.


86 Abram de Swaam: A cargo del Estado, Edic. Pomares- Corredor, Barcelona 1992.


87 Alessandro De Giorgi: Tolerancia Cero, Virus, Barcelona 2005.


88 Suzanne de Brunhoff: Estado y capital, Edit. Villalar, 1978, p. 159.


89 M. Coque Durán: Los desclasados, 28 de agosto de 2010 (www.rebelion.org).


90 7 de septiembre de 2011 (www.cincodias.com).


91 M. Sacristán: «El trabajo científico en Marx y su noción de ciencia», Sobre Marx y marxismo, Icaria, 1983, tomo I, pp. 317-367.


92 Marx: «Carta a Kugelmann» del 27 de junio de 1870, Marx/Engel Cartas sobre El Capital, Laia, 1974, p. 203.


93J. Muñoz: «Filosofía de la praxis y teoría general del método», Lecturas de filosofía contemporánea, Cuadernos Materiales, 1978, pp. 194-195.


94 J. Osorio: «Crítica de la ciencia vulgar: Sobre epistemología y método en Marx», Herramienta, N. º 26, julio de 2004, p. 100.


95 Marx lo define como «trabajador colectivo» en el modo de producción capitalista, o como «la gran masa productiva de la población» refiriéndose a los esclavos y esclavas en la Roma imperial, tal como sostiene en El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte.


96 J. Zelený: La estructura lógica de El Capital de Marx, Grijalbo, 1974, pp. 21-185.


97 P. Vilar: Iniciación al vocabulario del análisis marxista, Crítica, 1989, pp. 128-129.


98 Marx: Carta a Joseph Weydemeyer 5-03-1852, Obras Escogidas. Progreso 1978. Vol. I. p. 542


99 K. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, Venceremos, 1965, vol. II, p. 264.


100 Nekane Jurado en La situación de la mujer ante la conciencia de clase, IPES, 2012, p. 4, habla del marxismo como «teoría tan completa», lo que es incorrecto porque, como intentamos explicar, la misma naturaleza dialéctica del marxismo se lo impide, más aún, se lo exige. De hecho, si alguna vez el marxismo pudiera llegar a ser «completo» eso sería en el momento mismo de su extinción histórica como teoría válida siempre en avances por la simple razón de que la humanidad habrá llegado ya al comunismo. Entonces, el marxismo se habrá «completado» y se extinguirá dando paso a otra forma de pensamiento, de ciencia, de arte, de cultura, de relaciones humanas, etc., inimaginables desde nuestra alienada mente actual.


101 E. P. Thompson: La formación histórica de la clase obrera, LAIA, Barcelona 1977, tomo I, p. 9.


102 D. Lacalle: La estructura de clases en el capitalismo, FIM, 199, p. 125.


103 Trotsky: Bolchevismo y estalinismo, El Yunque Editora, 1973, p. 61.


104 W. Bonefeld: «Clase y constitución», Lucha de clases, Antagonismo social y marxismo crítico, Herramienta, Argentina, 2004, p. 61.


105 E. V. Ilyenkov: Dialéctica de lo abstracto y de lo concreto en El Capital de Marx, ER Editor, 2007, p. 369.


106 K. Marx, El Capital, FCE, 1973, p. XXIV.


107 R. Gallissot: «Contra el fetichismo», El concepto de «formación económico-social», PyP, nº 39, 1976, p. 176.


108 R. Gallissot: «Contra el fetichismo», ops. cit., p. 177.


109 Alexandra Guétmanova: Lógica, Edit. Progreso, 1989. p. 61.


110 M. Hernando Calviño: «Aclarando la lógica borrosa», Revista Cubana de Física, Vol. 20, nº 2, 2003.


111 M. M. Rosental: Principios de Lógica Dialéctica, Edic. Pueblos Unidos, Montevideo, 1965, p. 335.


112 C. Katz, Clases, estados e ideologías imperiales, 28 de agosto de 2011 (www.lahaine.org).


113 Lenin: Una gran iniciativa, Obras Completas, Progreso, 1986, tomo 39, pp. 21-22.


114 Para una crítica del uso de «multitud» por Negri, que no por Marx y Lenin, léase I. Gil de San Vicente: ¿Marxismo del siglo XXI?, Universidad Central de Ecuador, 2007, p. 175 y ss.


115 R. Gandy: Introducción a la sociología histórica marxista, ERA, 1978, p. 177.


116 D. Bensaid, Teoremas de la resistencia a los tiempos que corren, 13 de noviembre de 2004 ( vientosur@vientosur.info).


117 P. Vilar: Iniciación al vocabulario del análisis histórico, Crítica, 1980, p. 129.


118 Lenin: Una gran iniciativa, OPS. cit., tomo 39, p. 16.


119 Gramsci, «Democracia Obrera», Antología, Siglo XXI, 1980, pp. 58-62. Basta este texto para descubrir la profunda identidad en lo esencial entre Lenin y Gramsci, y el sofisticado nivel teórico del italiano para analizar la complejidad de la clase obrera, la riqueza de sus fracciones y sectores, las relaciones con otras capas explotadas, con el campesinado, etc., y la interrelación que debe establecerse entre los comités de empresa y los comités de barrio, para avanzar en lo que más tarde denominaría «bloque histórico» que debía estar dirigido por la clase trabajadora. Véase también, Consejos de fábrica y Estado de la clase obrera, Col. R, 1973.


120 Lenin: Una gran iniciativa, OPS. cit., tomo 39, p. 18.


121 R. Bartra: Breve diccionario de sociología marxista, Grijalbo, 1973, pp. 44-45.


122 Mario Tronti: Obreros y capital, Akal, Madrid 2001, pp. 10-11.


123 AA.VV: La estructura de la clase obrera en los países capitalistas, Paz y Socialismo, Praga 1963, p. 5.


124 AA.VV: La estructura de la clase obrera en los países capitalistas, ops. cit., p. 278.


125 M. Bouvier Ajam y Gilbert Mury: Las clases sociales y el marxismo, Platina, Buenos Aires 1965, p. 51.


126 P. Gueda: «A propósitos de las llamadas “capas medias”», Crítica de la economía política, Fontamara, 1977, p. 178.


127 E. Balibar: Sobre la dictadura del proletariado, Siglo XXI, 1977, pp. 65-66.


128 J.F. Tezanos: Las infraclases en la estructura social, Sistema, 1996, nº 131, p. 13.


129 M. Husson: «Trabajar más para ganar menos», Le Monde Diplomatique, nº 138, abril 2007.


130 Alèssi Dell’Umbria: ¿Chusma? A propósito de la quiebra del vínculo social, el final de la integración y la revuelta del otoño de 2005 en Francia, Pepitas de calabaza, 2006, p. 135.


131 R. Castel: La metamorfosis de la cuestión social, Paidós, 1997, p. 466.


132R. Antunes: «La metamorfosis y la centralidad del trabajo, hoy», El Futuro del Trabajo, Edit. Complutense, 1999, p. 43.


133 P. Cammack: «Ataque a los pobres», New Left Review, 2002, nº 13, p. 104.


134 Manuel Freytas: Hambre: El dilema del capitalismo con la «población sobrante»: mercancía sin rentabilidad, 26 de septiembre de 2009, (www.aporrea.org).


135 R. Bracho: La nueva clase social, los excluidos, 7 de enero de 2012 (www.kaosenlared.net).


136 M. Colussi: «Pobretariado» ¿nuevo sujeto revolucionario?, 27 de septiembre de 2009 (www.rebelion.org).


137 A. Piqueras: Nuevo proletariado. ¿Nuevas luchas?, 17 de enero de 2011 (www.socialismo21.net).


138 K. Marx: Carta a Annenkov de 1846, Obras Escogidas, Edit. Progreso Moscú, 1978, tomo I, p. 541.


139 K. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, ops. cit., tomo I, pp. 129-140.


140 K. Marx y F. Engels: Nueva Gaceta Renana, Crítica, OME 9, 1978, pp. 337-355.


141 K. Marx y F. Engels: Nueva Gaceta Renana, Crítica, ops. cit., p.356.


142 K. Marx y F. Engels: Nueva Gaceta Renana, Crítica, ops. cit., pp. 350-360.


143 K. Marx y F. Engels: Nueva Gaceta Renana, Crítica, ops. cit., p. 342.


144 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, ops. cit., tomo I, p. 182.


145 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, ops. cit., p. 184.


146 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, ops. cit., p. 184.


147 K. Marx y F. Engels: Mensaje del Comité Central a la Liga de los Comunistas, ops. cit., p. 186.


148 K. Marx: La lucha de clases en Francia de 1848 a 1850, ops. cit., tomo I, pp. 218-219.


149 K. Marx y F. Engels: Manifiesto del Partido Comunista, ops. cit., tomo I, p. 127.


150 K. Marx: La guerra civil en Francia, Obras Escogidas, Edit. Progreso, Moscú 1978, tomo II, p. 238.


151 K. Marx: La guerra civil en Francia, ops. cit., tomo II, p. 240.


152 F. Engels: Revolución y contrarrevolución en Alemania, ops. cit., tomo I, p. 311.


153 Engels: refacio a La guerra campesina en Alemania, Obras Escogidas, ops. cit., tomo II, pp. 174-175.


154 F. Engels, La situación de la clase obre en Inglaterra, Crítica, OME 6, 1978, p. 272.


155 K. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, Venceremos, La Habana 1964, vol. II, p. 85.


156 K. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, ops. cit., p. 260.


157 K.Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, ops. cit., p. 271.


158 K. Marx: El Capital, FCE, México 1973, vol. III, p. 562.


159 Göran Therborn: «La zona de penumbra del capital», New Left Review, nº 22, Madrid 2000, p. 157.


160 K. Marx: Historia crítica de la teoría de la plusvalía, ops. cit., p. 272.


161 Marx: «La encuesta Obrera», El proceso de investigación científica, Edit. Trillas, México 1985, pp. 136-141.


162 R. Castel: La metamorfosis de la cuestión social, Paidós, Barcelona 1997, p. 466.


163 R. Huertas: Neoliberalismo y políticas de la salud, El Viejo Topo, Barcelona 1998, p. 40 y ss.


164 M. Nicolaus: El Marx desconocido. Proletariado y clase media en Marx, Anagrama, Barcelona 1972, pp. 98-99.


165 B. Coriat: Ciencia, técnica y capital, Edic. Blume, Madrid 1976, pp. 56-60.


166 D. Lacalle: «Los límites de la clase obrera», Nuevas tecnologías y clase obrera, FIM, 1989, pp. 219-222.


167 H. Cortés: La importante Clase Media y su estructura mental egoísta, 25 de enero de 2012 (www.aporrea.org).


168 F. Engels: Revolución y contrarrevolución en Alemania, Obras Escogidas, Progreso, tomo I, p. 311.


169 F. Engels: Prefacio a La guerra campesina en Alemania, Obras Escogidas, tomo II, pp. 174-175.


170 F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, 1978, p.340.


171 F. Engels: «Carta a Turati del 26 de enero de 1894», Correspondencia, 1973 pp. 414-415.


172 F. Engels: «Carta a Turati…», ops. cit., p. 416.


173 F. Engels: «Carta a Turati…», ops. cit., p. 417.


174 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, Ruedo Ibérico, 1971, tomo 1, p. 52


175 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, ops. cit., p. 104.


176 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, ops. cit., p. 107.


177 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, ops. cit., p. 109.


178 Trotsky: 1905 Resultados y perspectivas, ops. cit., p.1 89.


179 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos, Grijalbo, 1975, p. 40.


180 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos, ops. cit., p. 96-99.


181 Rosa Luxemburg: Huelga de masas, partido y sindicatos, ops. cit., p. 117.


182 Rosa Luxemburg, «Una vez más el experimento belga», Debate sobre la huelga de masas, PyP, nº 62, Cartago, 1975, p. 110.


183 K. Kautsky: La revolución social. El camino del poder, PyP, 1978, nº 68, p. 316.


184 AA.VV.: Los cuatro primeros congresos de la internacional comunista, PyP, nº 47, 1973, pp. 55-56.


185 AA.VV.: Los cuatro primeros congresos de la internacional comunista, ops. cit., p. 183.


186 Mao: Análisis de las clases en la sociedad china, Obras Escogidas, Fundamentos, 1974, tomo I, p. 14


187 Mao: Sobre el gobierno de coalición, ops. cit., tomo III, p. 224.


188 Mao: Sobre el gobierno de coalición, ops. cit., tomo III, p. 267.


189 Mao: Sobre el problema de la burguesía nacional y de los shenshi sensatos, ops. cit., tomo IV p. 213.


190 Mao: Informe ante la II Sesión Plenaria del Comité Central elegido en el VII Congreso Nacional del Partido Comunista de China, ops. cit., tomo IV p. 381.


191 R. Zibechi: «Vigencia de la lucha de clases», La toma del poder, el sujeto y la lucha de clases, 16 de febrero de 2005 (www.rebelion.org).


192 I. Gil de San Vicente, Poder adulto y emancipación juvenil, 24-02-2010 (www.matxingunea.org)


193 V. Scatamburlo-D´Annibale y P. McLaren: «¿Adiós a la clase? El materialismo histórico y la política de la “diferencia”», Herramienta, nº 20, invierno 2002, pp. 131-146.


194 E. Sartelli: «La rebelión mundial de la población sobrante», Razón y Revolución, nº 19, segundo semestre 2009.


195 P. Linebaugh: Negros, mulatos, asiáticos y blancos, ¡la misma lucha!, 21-10-2011(www.rebelion.org)


196 I. Mészáros: El desafío y la carga del tiempo histórico, V. H., 2009, p. 159.


197 22 de febrero de 2012 (www.gara.net).


198 J. Osorio, «La exclusión desde la lógica del capital», Exclusiones. Reflexiones críticas sobre subalternidad, hegemonía y biopolítica, Anthropos, 2011, pp. 67-86.


199 T. Eagleton: Por qué Marx tenía razón, Península, 2011, pp. 170-171.


200 F. Engels: La situación de la clase obrera en Inglaterra, Crítica, OME 6, 1978, pp. 280-281. Cabe decir que en estas y en casi todo este excelente libro, aletea con fuerza eso que ahora se denomina «biopolítica» y «biopoder», pero sin utilizar estos calificativos, obviamente.


201 El hambre aumenta en la mayoría de las ciudades de Estados Unidos, 16 de diciembre de 2011 (www.kaosenlared.net).


202 Concepción Cruz Rojo: Consumo alimentario: causas y consecuencias para la salud, Edit. El Boletín, 2012, pp. 33-55.


203 J. Osorio: La exclusión desde la lógica del capital, Exclusiones, Anthropos, 2011, p. 73.


204 J. Osorio: La exclusión desde la lógica del capital, ops. cit., pp. 75-85.


205 C. Alain: El impasse ciudadanista. Contribución a la crítica del ciudadanismo, Mariposa del Caos, Edicines 2006,


206 F. Pianiski: Los ciudadanos, 7 de diciembre de 2011 (www.lahaine.org).


207 18-09-2011 (www.rebelion.org)


208 G. Trucchi, Entrevista con Genaro Castillo, 29-09-2010 (www.rel-uita,org/sindicatos.com)


209 Marx, El dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, Obras Escogidas, 1979. Vol. I. p.453.


210 Marx, El dieciocho Brumario de Luís Bonaparte, Ops. Cit. p.459.


211 G. Boffa: La revolución rusa. Era. 1976. Volumen 2. p. 28.,


212 Lenin: El significado del materialismo militante, Obras Completas. 1984, Tomo. 45, pp. 33:


213 E. Toussaint, Una salida a favor de los pueblos, 10-10-2011 (www.cadtm.org)


214 S. Levalle y L. Levin en Entrevista a Rafael Alegría, 30-12-2010 (www.kaosenlared.net)

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