Los debates presidenciales republicanos no son para pusilánimes.
La
semana pasada en Jaksonville, Florida, Rich Santorum advirtió contra la
“amenaza del crecimiento del Islam radical” en América Central y del
Sur.
Newt Gingrich propugnó el envío de hasta siete vuelos al día a la
luna, donde la industria privada podría establecer una colonia, y
reiteró su afirmación de que los palestinos son una invención de finales
de los años setenta.
Mitt Romney argumentó que si se les se hace la
vida suficientemente difícil a los indocumentados, se “auto-deportarán” [
TJ Kirkpatrick/Corbis)].
En vista de la condición general del
Partido Republicano, semejantes comentarios atraen ahora bastante poca
atención. La verdad y los hechos no son más que dos opciones entre
muchas.
La base del partido, desbordada por los teóricos de la
conspiración de que Barack Obama no está cualificado para el puesto de
presidente por su lugar de nacimiento, negacionistas del cambio
climático y creacionistas, flota en sus retorcidas teorías y de vez en
cuanto llega arriba y aparece repentinamente en las ondas.
Por lo
tanto la tan pregonada idea de que esos debates han sido responsables
del cambio de trayectoria en esta carrera de las primarias sería
preocupante si fuera cierta.
Cuesta pensar en algún otro sitio en el
mundo occidental en el que esos debates gozarían de alguna credibilidad
fuera de un partido marginal (incluso aunque los marginales se propaguen
ahora en Europa).
Lejos de indicar un excepcionalismo de EE.UU., parece
más bien una horrenda parodia de los estereotipos en los que ya creían
la mayoría de los extranjeros respecto a la política estadounidense en
su forma más extraña.
“Los que siguen a diario esta carrera pueden haber
perdido hace tiempo la perspectiva de lo absurda que es, dijo la semana
pasada la revista alemana Der Spiegel. “Cada candidato ama
Israel.
Todos aman a Ronald Reagan. Cada cual ama a su esposa, una
primera dama nata, por una serie de motivos”.
La buena noticia es
que, con la excepción de la retirada de Perry, los debates no han sido
decisivos.
La mala es que el elemento decisivo ha sido algo aún más
insidioso: el dinero. Mucho dinero.
No es nada nuevo. Pero desde
que en 2010 un dictamen del Tribunal Supremo permitió contribuciones
ilimitadas a las campañas electorales por parte de corporaciones y
sindicatos, se ha hecho particularmente agudo. Además, los donantes
pueden mantener el anonimato.
Las organizaciones que están aprovechando
esta nueva ley se conocen como Super Pacs. Incluso en esta
temprana etapa del ciclo presidencial, su potencial para amañar la
competición es obvio.
En todo 2008, individuos, partidos y otros grupos
gastaron 168,8 millones de dólares independientemente de la elección
presidencial. Este año, solo para candidatos republicanos, donde la
votación comenzó hace menos de un mes, los Super Pacs han
informado de gastos independientes de casi 40 millones.
En 2008 los
gastos de las elecciones se duplicaron en comparación con 2004. Los
analistas de la industria creen que este año el dinero gastado solo en
anuncios en la televisión va a subir casi un 80% en comparación con hace
cuatro años.
El dinero en la política estadounidense ya era el
verdadero problema. Ahora el Tribunal Supremo le dio un laxante, sacó la
pala, y nos pide que ignoremos el espectáculo y la hediondez.
La única verdadera restricción es que no debe haber coordinación entre el candidato y el Super Pac.
En la práctica, esto es poco más que una hoja de parra.
Hace unas pocas semanas uno de los anuncios, financiado por el Super Pac
que apoya a Gingrich, cayó por los suelos por sus descaradas
inexactitudes.
En una parada en la campaña en Orlando, Gingrich dijo a
sus partidarios:
“Llamo a este Super Pac –no puedo coordinar
con ellos y no puedo comunicarme directamente, pero puedo pronunciarme
como ciudadano y les digo– los llamo a eliminar cada error o a que
retiren toda la película”
.
Romney no está menos comprometido.
Su antiguo recaudador jefe y director de la campaña trabaja para el principal Super Pac
que lo apoya, establecido con la ayuda de un cheque de 1 millón de
dólares de un antiguo socio empresarial. “Este legalismo de la ‘no
coordinación’ es un tanga delgado como un hilo”, escribió recientemente
Timothy Egan en el New York Times. "Todo está coordinado".
El
dinero no garantiza el éxito por sí solo. Santorum gastó cerca de 74
centavos de dólar por votante en Iowa y ganó por poco; Perry gastó unos
358 dólares por voto y llegó como lejano cuarto.
El desempeño en los
debates, las posiciones políticas, las historias personales y la
política al por menor juegan un papel. Pero el hecho de que el dinero no
sea el único factor determinante no significa que no sea un factor
clave. Hace dos meses el ascenso de Gingrich en Iowa se detuvo después
de que el Super Pac de Romney invirtió millones de dólares en
publicidad de campaña atacándolo.
La ventaja dominante de Romney en
Carolina del Sur se frustró de la misma forma cuando el Super Pac de Gingrich inyectó varios millones de dólares.
No
es un aspecto partidista. Casi dos tercios de los estadounidenses creen
que el gobierno debería limitar las contribuciones individuales –con
una mayoría entre republicanos, demócratas e independientes-.
La
influencia del dinero a este nivel corrompe toda una cultura política y
en gran medida explica la profundidad del cinismo, la alienación y la
desconfianza que los estadounidenses sienten ahora por sus políticos.
La
tendencia hacia la oligarquía en el sistema de gobierno ya está clara.
Hay 250 millonarios en el Congreso. El patrimonio promedio neto es de
891.506 dólares, nueve veces el de la unidad familiar típica de EE.UU.
Cerca de un 11% forma parte del 1% superior de la nación, incluidos 34
republicanos y 23 demócratas.
Y eso antes de llegar a Romney, cuya
riqueza personal es el doble de la de los últimos ocho presidentes
juntos.
Todo esto sería problemático en el mejor de los casos, pero es
obsceno en un período de creciente desigualdad.
El tema no es la
envidia de clases, el odio a los ricos porque son ricos, sino los
intereses de clase, el fortalecimiento de las ventajas de los
privilegiados por sobre el resto.
El problema no es personal, es
sistémico.
En el ambiente actual significa que un grupo de personas
acaudaladas en los negocios decidirán a qué personas acaudaladas quieren
en el Congreso para que digan a la gente pobre lo que no puede tener
porque los tiempos son difíciles.
Y a menos que se revoque la
resolución, hay muy poco que se pueda hacer al respecto.
La
semana pasada en la contienda por el Senado en Massachusetts, el actual
candidato republicano y su probable contrincante demócrata firmaron un
pacto en el que se ponen de acuerdo en no utilizar dinero de terceras
partes.
El problema es que el acuerdo carece totalmente de fuerza
ejecutoria. Por lo menos un grupo pro republicano ya se ha negado
a cumplirlo.
Restar importancia al papel central del dinero en
este momento simplemente apoya la ilusión de la democracia
participativa, donde ideas, carácter y estrategia son esenciales,
mientras otros efectivamente compran candidatos y acceso al poder.
El
resultado es una charada. Hoja de parra, tanga, el taparrabos que
prefieras.
El trasero del emperador está desnudo. No importa a quien
votes, el dinero siempre gana.
© 2012 The Guardian