
Hace exactamente tres años desde que el ejército israelí selló
implacablemente las entradas y salidas de la atestada Franja mientras la
“Comunidad Internacional” al completo cerraba los ojos y de forma
ambivalente volvía la espalda ante la horrenda masacre que se avecinaba.
Y hace tres años que agotamos lo poco que quedaba de nuestra cuota de
simpatía y compasión hacia los palestinos, alcanzando niveles
insospechados en nuestra apatía colectiva.
El 18 de diciembre de
2009, tres años después del “cese unilateral de las operaciones
militares”, el aparato israelí de aniquilación y asesinato masivo sigue
aun rugiendo en las fronteras, listo para ponerse en marcha en cualquier
momento; el ejército israelí está literalmente relamiéndose los labios,
salivando ante la oportunidad de una nueva ronda despiadada de
carnicería sistemática.
Su celo animal anhelando más derramamiento de
sangre es tan fuerte hoy como lo era hace tres años –si no más-;
igualmente, las autoridades militares, diplomáticas y políticas
israelíes no parecen perder la menor oportunidad de batir tambores de
guerra con despreocupación casi temeraria.
El día empieza y acaba
en la oscuridad de una guerra inminente amasándose contra Gaza; el 27 de
diciembre de 2011 (tercer aniversario del inicio de la guerra contra la
Franja), el jefe del estado mayor del ejército israelí, el teniente
general Benny Gantz afirmó que era “inevitable” otro ataque contra Gaza,
mientras el periódico Haaretz citaba al comandante de la brigada
del sur, Tal Hermoni, diciendo que estaba en preparación otra “campaña
militar variada y diferente”; todo esto, desde luego, sin contar con los
asesinatos selectivos, los ataques aéreos nocturnos y las ocasionales
incursiones sobre el terreno que se han convertido en la horrible
realidad diaria de la Franja.
En la actualidad, toda la población
de Gaza vive como rehén en condiciones inhumanas y al alcance de la
mortífera garra del estado sionista, que aún mantiene vigente la
despiadada política israelí de calcular y determinar meticulosamente la
ingesta de calorías de los gazatíes; mientras a los estudiantes
universitarios se les roba el futuro académico a través de las
arbitrarias restricciones de viaje, a los pacientes se les niega su
derecho a recibir tratamiento y sigue ampliándose un desprecio sistémico
total ante cualquier remedo de derechos humanos.
Tres años ya
desde que cayeron las bombas, y los palestinos de Gaza –con tantos
aspectos en su contra- siguen aún intentando recomponer los fragmentos
rotos de sus vidas, con familias enteras viviendo aún entre las fotos
gastadas de sus seres queridos, de todos aquellos que perdieron la vida
en la Operación Plomo Fundido de Israel, y el silencio culpable del
resto del mundo.
Tres años desde que cayeron las bombas, y nuevas
injusticias siguen amontonándose sobre las actuales.
En el pequeño
enclave costero y hasta este mismo día, aún sigue escuchándose el
penetrante ulular de las sirenas y las voces que gimen entre los
escombros.
Tres años ya desde que cayeron las bombas, y la única
justicia que la comunidad internacional quiso conceder al pueblo de Gaza
fue un dócil informe que incluso acabó repudiado por su mismo autor.
Tres
años desde que el cielo de Gaza se cubrió con la vorágine de las
municiones de fósforo blanco, y el suelo de la franja sigue aún cubierto
de restos de proyectiles y bombas sin explotar que yacen en espera de
una segunda oportunidad para poder arrancar más vida a los niños
palestinos.
Tres años desde que cayeron las bombas, y vivir una infancia
normal sigue siendo una proeza excepcional para los niños de Gaza
mientras el peso de la vida se cobra un duro peaje sobre sus frágiles
almas a causa de las condiciones draconianas impuestas por Israel, con
los tonos mortales de la última guerra todavía grabados a fuego en su
memoria mientras las improvisadas y hacinadas aulas constituyen aún un
recuerdo diario de los horrores que soportaron aquel invierno de
2008/2009.
Tres años después de que los “espectadores” israelíes
de las cercanas ciudades del sur de Israel treparan en grupo a lo alto
de las colinas para avistar la lluvia de muerte y destrucción que caía
del cielo sobre los indefensos palestinos, compartiendo risas estúpidas y
pasándose los binoculares de uno a otro aclamando con entusiasmo el
“poderío” de las fuerzas ocupantes mientras la matanza se desplegaba
justo ante sus ojos como si se tratara de un mero acontecimiento
deportivo.
El asesinato sigue siendo un deporte de espectadores para las
autoridades israelíes; jóvenes oficiales de la frontera israelí de
gatillo fácil se divierten disparando balas de fuego real contra los
campesinos palestinos que intentan recoger su cosecha cerca de la “zona
tampón”, mientras la caza de palestinos en los túneles bajo la frontera
de Rafah con aviones teledirigidos continúa siendo un “procedimiento
operativo estándar”.
Tres años hace que las bombas cayeron –casi
un año después de que se disolviera la dictadura de Hosni Mubarak-, y el
peso sofocante del bloqueo israelí sigue aplastando los pechos de la
población de Gaza con su inhumano asedio, haciendo que desde hace mucho
tiempo su utilidad teórica, si es que alguna vez tuvo alguna, se haya
transformado gradualmente en esta política internacionalmente consentida
que el mundo ha convertido, a todos los efectos, en algo demasiado
cómodo para abandonar.
Finalmente, esa pasividad crónica ha arrojado a
los palestinos de Gaza a una vida de asedio y castigo colectivo al
parecer interminable, una vida en la que no tienen literalmente más
remedio que abrir túneles para poder escapar.
Hoy, la “Operación
Plomo Fundido” sigue siendo una herida abierta y una mancha oscura en la
conciencia del mundo mientras el sentido de la moralidad y la justicia
se desvanece rápidamente y el valor de la vida humana se falsea
profundamente.
¿Son las víctimas palestinas algo que no merece vigilias
masivas a la luz de las velas en honor a su memoria?
¿Habrá alguna vez
alguien capaz de recitar cada uno de sus nombres en su propia “tierra
santa”?
Las imágenes de la larga masacre de 22 días en Gaza son
demasiado fuertes como para poder olvidarlas: el dolor de los
angustiados padres escavando en búsqueda de los restos de sus seres
amados enterrados bajo los escombros de lo que fue su hogar, los heridos
transportados en sillas de oficina hacia los caóticos servicios de
urgencia, los cuerpos sin identificar de los niños muertos con la
palabra “anónimo” garabateada con rotuladores negros sobre sus pequeños
vientres en la morgue del hospital Adwan y los doctores del hospital
Al-Shifa intentando realizar desesperadamente maniobras de reanimación
sin resultado alguno en los pechos de los bebés.
Por desgracia,
los medios de comunicación mantienen aún en ángulo muerto todo lo que se
refiere a Gaza; los gritos de protesta de Túnez, El Cairo, Bengasi y
Sanaa han ahogado los llamamientos incesantes a levantar el bloqueo.
Desde luego, hay tantas proezas que podemos cosechar hoy en día de la
Primavera Árabe frente al oportunismo y la política sucia, y tan poco
tiempo para hacerlo…
Tres años ya desde que cayeron las bombas, y
parece Gaza seguirá estando durante un tiempo en segundo plano, en gran
medida ausente de nuestros televisores y de nuestra dosis diaria de
noticias hasta, posiblemente, la Operación Plomo Fundido II.
Ahmad
Barqawi es un escritor y columnista independiente jordano que vive en
Ammán. Ha desarrollado diversos estudios, análisis estadísticos e
investigaciones en las áreas de desarrollo económico y social en
Jordania.