Si la ex presidenta Bachelet quiere una segunda oportunidad, no sólo va a necesitar de un comando juvenil, al que se niega a priori
Gabriel Boric, flamante presidente la Fech, sino que de mucho más.
Entre otras necesidades emergentes estaría la de deshacerse de los
mandones, prepotentes y engreídos veteranos en los que se apoyó para su
fracasado primer gobierno.
Claro que, de hacerlo, se quedaría en la más
triste y desamparada de las soledades.
Es que no resulta fácil
remontar las alicaídas cifras a las que ha descendido la Concertación.
Mucho menos por la vía de resucitar a una ex presidenta que ha vivido en
el más completo hermetismo desde que prefirió el refugio confortable de
la Gran Manzana.
Por lo menos sus colegas se quedaron aquí, y
si bien las impertinencias de Aylwin son achacables a su senilidad, algo
balbucea.
El caso del ex presidente Frei es bastante raro, porque como
ex presidente no habla.
Da la impresión que ha sido siempre senador o
algo así, porque como ex gobernante, ni una palabra.
Una especie de
amnesia benigna le impide recordar sus tiempos de ceño fruncido, malos
tratos y prepotencia con las personas humildes.
Es que por entonces
parecía que esos tiempos no se acabarían nunca y por siempre estaría a
cargo del mango, la sartén y todo lo demás.
Caso aparte es el
ex presidente Lagos.
Sin convencerse de lo mal que hacen los espejos,
insiste en que todo lo que hoy sucede es por obra y gracia de él mismo y
de sus congéneres, en un grado menor, eso sí.
Esgrime como una
bendición adjudicable a su infalible dedo índice el que el país goce de
un ingreso per cápita que triplica el de hace diez años.
Como si no supiera la mentira intrínseca que hay en esos promedios de malabarismo.
Desde el punto de vista del resentimiento que es posible extraer de
estas líneas, hace bien el ex presidente Lagos en hablar de vez en
cuando.
Sus palabras tienen la virtud de remover la bronca que a veces
tiende a aconcharse producto de la inercia.
Así, la rabia
vuelve a emerger con renovados bríos cuando se le oye decir que si hoy
hay más de un millón de estudiantes en la educación superior, es por
obra y milagro de su gobierno.
Y el de sus pares, pero también en una
medida menor. No se sabe qué pensarán todos esos estudiantes y ex
estudiantes endeudados hasta la raíz del pelo cuando lo escuchan, o qué
pensarán los que son estafados por universidades de cartón o institutos
fantasmas.
O los que egresan de esas fábricas de perdedores en que se
transformó la otrora educación estatal por su obra, gracia y desprecio.
A estas intervenciones basadas en el convencimiento de que la gente es
bruta a horario completo, a los silencios oportunos y sin rubor y a las
omisiones amnésicas de los ex mandatarios, hay que agregar lo que han
venido siendo en los últimos dos años los roles de los ex ministros, ex
subsecretarios, y viudos y viudas del aparato del Estado.
Excluidas las peleas internas, sólo comparables con los ajustes de
cuentas de las barras bravas, los pisotones, codazos, descalificaciones,
maquinarias y descalificaciones de antología no han dejado mucho
espacio para administrar el 14 por ciento que las encuestas le otorgan a
la otrora coalición gobernante.
Por estos días sus esfuerzos
más significativos se encuentran orientados a negociar con su ex
enemigo, el Partido Comunista, un programa gubernamental, cuya redacción
debe ser de gusto de estos últimos para lograr su adscripción.
Pero
como sabe el resto del país, nunca jamás un programa de gobierno, en el
cual constan promesas, certezas, principios, juramentos y una detallada
relación de obras fantásticas, se ha respetado siquiera en una mínima
porción.
No hay razón para pensar que ahora sí.
Ha caído el
telón del miedo que esgrimía la Concertación cada dos años, enfrentados a
las elecciones.
De tanto asustar con el lobo de la derecha, ahí la
tenemos por fin, tratando de aletear, respirando con bastante dificultad
y echando mano a aprendices de tirano que administran con celo el gas,
la tortura, el abuso, la golpiza y la violación de los derechos de
hombres, mujeres y niños.
Nada que no conozcamos de sobra.
Pero
nunca más en este país se podrá mostrar la foto del cuco para obligar
mediante el chantaje del miedo a que la gente los prefiera como
alternativa a la derecha, o por último como el menor de los perjuicios.
Entre los males que representa la derecha y el que representó la
Concertación, hay un margen de duda razonable que desorienta, pero que
ya no genera miedo.
Se ha demostrado que a la derecha se le puede
combatir e incluso ganar y que para mantenerse donde está, no le queda
más recurso que el que ha tenido por siempre: la fuerza, el terror, la
cobardía verde oscuro.
Si hay triunfos preliminares en este
tiempo del que aún no se pueden ver todas sus facetas, uno de ellos es
la pérdida del miedo a la derecha y del respeto a la Concertación.
Algo está cambiando en el paisaje.
Publicado en “Punto Final”, edición Nº 749, 23 de diciembre, 2011
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