Un enorme monstruo marino de más de treinta
metros de largo, probablemente un gran pulpo o un calamar gigante,
pudo surcar los océanos del Triásico, hace más de 200 millones de años.
Similar al mitológico kraken,
este coloso de las profundidades era capaz de “merendarse”,
literalmente, a los mayores depredadores de la época.
No hay evidencias
directas de su cuerpo, pero un grupo de paleontólogos norteamericanos
afirman haber encontrado su guarida.
El animal, según afirma Mark McMenamin,
del Mount Holyoke College, en Massachussets, era tan grande como para
capturar con sus tentáculos a ictiosaurios
de 15 metros de largo, romperles el cuello y arrastrarles hasta su
escondrijo para devorarlos después.
Toda una hazaña, ya que los
ictiosaurios, grandes reptiles marinos que recuerdan por su forma a los
delfines, estaban considerados hasta ahora como los auténticos reyes
de los mares triásicos.
Para McMenamin, la razón de que no se hayan conservado restos
directos de la bestia es que, como los calamares de hoy, su cuerpo era
blando y se descomponía rápidamente tras su muerte, impidiendo el
proceso de fosilización. Sin embargo, el paleontólogo está convencido
de haber encontrado suficientes “pruebas circunstanciales” que
demuestran su existencia.
La evidencia principal de que el kraken
existió, y de sus cruentos ataques, procede de las marcas encontradas
en los huesos de nueve ictiosaurios de unos 15 metros de largo, de la
especie Shonisaurus popularis (arriba) que vivió durante el Triásico,
entre hace 248 y 206 millones de años. McMenamin lleva años
intentando resolver el misterio que envuelve la muerte de estos nueve
reptiles marinos del Berlin-Ichthyosaur State Park,
en Nevada.
Hasta ahora, la única explicación era que habían sucumbido
a la súbita aparición de una clase tóxica de plancton. Pero el
paleontólogo tiene una versión muy diferente.
Desde que llegó por primera vez al yacimiento, McMenamin se quedó
sorprendido por la extraña disposición de los huesos de los
ictiosaurios, que sugería que no todos habían muerto al mismo tiempo.
Es más, todo parecía indicar que los restos habían sido colocados en
esa posición con un propósito concreto, de una forma que recuerda a lo
que hacen los pulpos actuales con sus presas cuando las llevan a sus
madrigueras.
Las marcas en los huesos de los desafortunados Shonisaurus
popularis sugieren, según el investigador, que una criatura parecida a
un pulpo o a un enorme calamar ahogó a los ictiosaurios y les partió
el cuello.
Y que el santuario de Nevada no es más que el cubil del
monstruoso depredador que acabó con todos ellos.
Además, las vértebras también muestran unas
marcas que recuerdan la forma de las ventosas del tentáculo de un
cefalópodo.
Para McMenamin, los mares del Triásico fueron el escenario
de titánicas batallas entre estos monstruos y los ictiosaurios, sus
víctimas.
Batallas que debieron ser muy parecidas a las que en la
actualidad libran los cachalotes y los calamares gigantes en las
profundidades marinas.
“Creemos que este cefalópodo del Triásico se comportaba de la misma
forma”, afirma el científico.
Y añade que entre los restos aparecen
demasiadas costillas de ictiosaurio rotas como para que se trate de
simples accidentes.
“Los estrangularon y les rompieron el cuello”,
afirma el paleontólogo con rotundidad.
Por Jose Manuel Nieves