Asistía anoche (noche del viernes 8 en San José; horas tempranas de la mañana, en Madrid), en San José, Costa Rica, un programa habitual de televisión española (TVE).
Son tres periodistas y un conductor, conversando sobre temas de actualidad, tanto española como internacional.
Con frecuencia hablan de América Latina. Esa noche, eran dos hombres y una mujer. Durante el tiempo en que lo estuve viendo, no los volvieron a presentar, así que no se sus nombres. A uno de ellos lo he visto otras veces en el mismo programa. Gente madura, supongo que periodistas reconocidos de la prensa española.
El tema que los entretenía eran las dificultados del PSOE y el debate provocado por las declaraciones del Presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda: su predicción de una próxima catástrofe electoral para su partido, si no cambia el rumbo; y la opinión, polémica en el actual contexto, de que los gobernantes deberían limitarse a dos períodos en el poder.
O sea, que el presidente Zapatero no debería aspirar a un nuevo mandato.
De repente, el debate cambia de rumbo. Un participante acude a ejemplos de América Latina; se cita a Chávez, Correa y Evo Morales como modelos poco democráticos de quienes aspiran a perpetuarse en el poder.
Por el otro lado, los demócratas, en Brasil, Chile, Colombia o Perú, donde no se aspiraría a la reelección.
Periodista conservador, no escondía sus puntos de vista que, por lo demás, deben ser bien conocidos en España, aunque la audiencia del extranjero no necesariamente tiene que conocerlo.
Siguió con los ejemplos y nadie dijo nada. Ni los compañeros de mesa, ni el conductor del programa.
Por ejemplo, que en Brasil la reelección –que estaba prohibida– fue aprobada como reforma constitucional el 16 de junio del 97, para permitir un segundo período a Fernando Henrique Cardoso, presidente, supongo, muy afín a la ideología de quien hablaba.
En Colombia, como se sabe, el expresidente Álvaro Uribe introdujo reformas a la constitución para reelegirse y solo no lo hizo por un tercer período porque la Corte Constitucional se lo impidió. Aunque él lo quería y, para eso, compró y manipuló congresistas, en otro de los escándalos de su paso por el poder.
Como contrapartida, me refiero a un caso que conozco bien, pero que el periodista se cuidó de citar (quizás no lo conoce). En Costa Rica –país donde vivo y del que soy ciudadano– la reelección estaba prohibida en cualquier situación. Un presidente no podía volver a serlo. Oscar Arias (supongo que político muy afín también a las ideas del periodista) había sido presidente en el período 86-90.
Pero quería volver, aunque la Constitución se lo prohibiera. Presentó un recurso a la Sala Constitucional de la Corte Suprema. Estaba seguro de que se lo aprobaría. Estuve con él, en su casa, en la víspera de la decisión, junto con un grupo de periodistas y conocí bien sus expectativas.
Le fue mal. La Sala le rechazó el recurso.
Sin votos suficientes para hacer aprobar una reforma constitucional en la Asamblea Legislativa, que era lo que correspondía, Arias decidió insistir. No tenía votos para la reforma, pero sí los tenía para elegir a dos nuevos miembros de la Sala. Logró así revertir la mayoría e imponer otra, favorable a sus aspiraciones. Y logró derogar la prohibición.
Escribí entonces –y por eso lo reproduzco aquí– una reflexión sobre esas maniobras.
Dije: si un hombre que ha tenido en vida tantos honores –fue presidente de la República y es Premio Nobel de la Paz– y privilegios –es miembro de una tradicional y rica familia costarricense– se permite manosear la constitución política en beneficio propio, ¿dónde está el límite ante el que deben detenerse los demás ciudadanos? ¿Dónde debe detenerse el que no tiene para dar de comer y educar adecuadamente a sus hijos?
Gobernar es educar, le gusta decir al mismo Oscar Arias.
Nada de eso encaja en el esquema ramplón que nos presentaban esa noche.
Irrespeto al público español (y extranjero)
Son tres periodistas y un conductor, conversando sobre temas de actualidad, tanto española como internacional.
Con frecuencia hablan de América Latina. Esa noche, eran dos hombres y una mujer. Durante el tiempo en que lo estuve viendo, no los volvieron a presentar, así que no se sus nombres. A uno de ellos lo he visto otras veces en el mismo programa. Gente madura, supongo que periodistas reconocidos de la prensa española.
El tema que los entretenía eran las dificultados del PSOE y el debate provocado por las declaraciones del Presidente de Castilla-La Mancha, José María Barreda: su predicción de una próxima catástrofe electoral para su partido, si no cambia el rumbo; y la opinión, polémica en el actual contexto, de que los gobernantes deberían limitarse a dos períodos en el poder.
O sea, que el presidente Zapatero no debería aspirar a un nuevo mandato.
De repente, el debate cambia de rumbo. Un participante acude a ejemplos de América Latina; se cita a Chávez, Correa y Evo Morales como modelos poco democráticos de quienes aspiran a perpetuarse en el poder.
Por el otro lado, los demócratas, en Brasil, Chile, Colombia o Perú, donde no se aspiraría a la reelección.
Periodista conservador, no escondía sus puntos de vista que, por lo demás, deben ser bien conocidos en España, aunque la audiencia del extranjero no necesariamente tiene que conocerlo.
Siguió con los ejemplos y nadie dijo nada. Ni los compañeros de mesa, ni el conductor del programa.
Por ejemplo, que en Brasil la reelección –que estaba prohibida– fue aprobada como reforma constitucional el 16 de junio del 97, para permitir un segundo período a Fernando Henrique Cardoso, presidente, supongo, muy afín a la ideología de quien hablaba.
En Colombia, como se sabe, el expresidente Álvaro Uribe introdujo reformas a la constitución para reelegirse y solo no lo hizo por un tercer período porque la Corte Constitucional se lo impidió. Aunque él lo quería y, para eso, compró y manipuló congresistas, en otro de los escándalos de su paso por el poder.
Como contrapartida, me refiero a un caso que conozco bien, pero que el periodista se cuidó de citar (quizás no lo conoce). En Costa Rica –país donde vivo y del que soy ciudadano– la reelección estaba prohibida en cualquier situación. Un presidente no podía volver a serlo. Oscar Arias (supongo que político muy afín también a las ideas del periodista) había sido presidente en el período 86-90.
Pero quería volver, aunque la Constitución se lo prohibiera. Presentó un recurso a la Sala Constitucional de la Corte Suprema. Estaba seguro de que se lo aprobaría. Estuve con él, en su casa, en la víspera de la decisión, junto con un grupo de periodistas y conocí bien sus expectativas.
Le fue mal. La Sala le rechazó el recurso.
Sin votos suficientes para hacer aprobar una reforma constitucional en la Asamblea Legislativa, que era lo que correspondía, Arias decidió insistir. No tenía votos para la reforma, pero sí los tenía para elegir a dos nuevos miembros de la Sala. Logró así revertir la mayoría e imponer otra, favorable a sus aspiraciones. Y logró derogar la prohibición.
Escribí entonces –y por eso lo reproduzco aquí– una reflexión sobre esas maniobras.
Dije: si un hombre que ha tenido en vida tantos honores –fue presidente de la República y es Premio Nobel de la Paz– y privilegios –es miembro de una tradicional y rica familia costarricense– se permite manosear la constitución política en beneficio propio, ¿dónde está el límite ante el que deben detenerse los demás ciudadanos? ¿Dónde debe detenerse el que no tiene para dar de comer y educar adecuadamente a sus hijos?
Gobernar es educar, le gusta decir al mismo Oscar Arias.
Nada de eso encaja en el esquema ramplón que nos presentaban esa noche.
Irrespeto al público español (y extranjero)
Los invitados a ese programa son personajes destacados de la prensa española.
El que hablaba ese día era, ciertamente, de posiciones conservadoras. Las respeto. No es ese el problema.
No me dio la impresión de ser un hombre deshonesto (aunque tampoco puedo afirmar que no lo sea). Me pareció un hombre ignorante. La ignorancia también la puedo respetar, siempre que se ejerza en privado, que no se aspire a ejercerla en público. En público, como voz de autoridad, no.
Naturalmente, en ese programa no hubo respeto alguno por el público español. Lo que ese hombre decía estaba cargado de ideología, pero muy alejado de la realidad política de América Latina, que se pretendía poner como ejemplo para analizar la española.
Ese hombre, y ese programa, estaban engañando al público español. Pero también al público internacional, que sigue esa emisión.
El conductor del programa no estaba capacitado para encauzar el debate, no conoce los temas en discusión. Sus compañeros de mesa se quedaron callados.
Es el público el que paga las consecuencias. Lo tratan como si fuera tonto e ignorante.
Ha sido así otras veces en que he visto ese programa. Se rasgan las vestiduras, se afirman demócratas, y coinciden todos en sus críticas, especialmente a Hugo Chávez. Está bien. Lo pueden hacer. Pero no presenten ese programa como ejemplo de pluralismo y ecuanimidad, indispensable para aspirar a cualquier aire democrático.
Ahí pueden discrepar El País y el ABC en sus apoyos a Zapatero o a Rajoy, pero cuando hablan de política internacional, en particular de América Latina, la única diferencia es por ver quien asume las posiciones más conservadoras. En ese tema, no he visto una voz defendiendo otros puntos de vista, sosteniendo un verdadero debate, discutiendo con argumentos.
Me parece una vergüenza. Y es el público español (y el internacional) el que paga la cuenta, desinformado, engañado, irrespetado por su televisión pública.
¿En qué ayuda eso a la construcción de un mundo más equilibrado, al debate de las alternativas ante una crisis que amenaza la economía mundial, pero que se ha ensañado particularmente con algunas economías europeas, incluyendo la española?
Me siento estafado por ese tipo de periodismo, profesión que ejerzo desde hace unos 30 años.
Gilberto Lopes es Periodista
El que hablaba ese día era, ciertamente, de posiciones conservadoras. Las respeto. No es ese el problema.
No me dio la impresión de ser un hombre deshonesto (aunque tampoco puedo afirmar que no lo sea). Me pareció un hombre ignorante. La ignorancia también la puedo respetar, siempre que se ejerza en privado, que no se aspire a ejercerla en público. En público, como voz de autoridad, no.
Naturalmente, en ese programa no hubo respeto alguno por el público español. Lo que ese hombre decía estaba cargado de ideología, pero muy alejado de la realidad política de América Latina, que se pretendía poner como ejemplo para analizar la española.
Ese hombre, y ese programa, estaban engañando al público español. Pero también al público internacional, que sigue esa emisión.
El conductor del programa no estaba capacitado para encauzar el debate, no conoce los temas en discusión. Sus compañeros de mesa se quedaron callados.
Es el público el que paga las consecuencias. Lo tratan como si fuera tonto e ignorante.
Ha sido así otras veces en que he visto ese programa. Se rasgan las vestiduras, se afirman demócratas, y coinciden todos en sus críticas, especialmente a Hugo Chávez. Está bien. Lo pueden hacer. Pero no presenten ese programa como ejemplo de pluralismo y ecuanimidad, indispensable para aspirar a cualquier aire democrático.
Ahí pueden discrepar El País y el ABC en sus apoyos a Zapatero o a Rajoy, pero cuando hablan de política internacional, en particular de América Latina, la única diferencia es por ver quien asume las posiciones más conservadoras. En ese tema, no he visto una voz defendiendo otros puntos de vista, sosteniendo un verdadero debate, discutiendo con argumentos.
Me parece una vergüenza. Y es el público español (y el internacional) el que paga la cuenta, desinformado, engañado, irrespetado por su televisión pública.
¿En qué ayuda eso a la construcción de un mundo más equilibrado, al debate de las alternativas ante una crisis que amenaza la economía mundial, pero que se ha ensañado particularmente con algunas economías europeas, incluyendo la española?
Me siento estafado por ese tipo de periodismo, profesión que ejerzo desde hace unos 30 años.
Gilberto Lopes es Periodista