“¿Cómo los vamos a distraer de los abusos sexuales a niños?”
Al comienzo estaba tan indignado como cualquier otra persona debido a las palabras del Papa apenas llegó a Inglaterra, culpando a los ateos de las atrocidades de Hitler y otras en el siglo XX
Pero luego me alegré por eso, pues me pareció que de alguna forma, lo habíamos hecho tambalear tanto, que se estaba viendo forzado a cometer la ignominia de atacarnos para distraer la atención de los verdaderos crímenes que se cometen en el nombre de la iglesia católica.
Tan solo puedo imaginarme… tan solo puedo imaginarme las discusiones en los corredores del Vaticano “¿Cómo los vamos a distraer de los abusos sexuales a niños?”
Y vino la respuesta: “Por qué no atacamos a los secularistas, por qué no atacamos a los ateos? ¿Por qué no los culpamos por Hitler?”
Hitler, Adolf Hitler era católico
Fue bautizado, nunca renunció a su bautizo. El número de 5 millones de católicos británicos aparentemente viene del número de bautizados. Yo no me lo creo, ni una palabra, no creo que haya 5 millones de católicos. Quizás 5 millones que hayan sido bautizados. Pero si la iglesia quiere contarlos como católicos, entonces tiene que contar a Hitler como católico.
Al menos, Hitler creía en una providencia personificada, varias veces habló de ella, y es presumiblemente la misma providencia que fue invocada por el arzobispo de Munich en 1939 cuando Hitler escapó de un intento de asesinato, y el cardenal ordenó un Te Deum especial en la catedral de Munich, y cito, “para agradecer a la divina providencia, en el nombre de la arquidiócesis, por el afortunado escape del Fuhrer”
Voy a leer un discurso, dado en Munich, el corazón la Bavaria católica en 1922, y les dejo que adivinen quién la dio:
Mi sentimiento como cristiano me dirige a mi Señor y salvador, como un luchador. Me dirige como el hombre que once vez en soledad, rodeado por unos cuantos seguidores, reconoció a estos judíos por lo que eran y convocó a muchos para luchar contra ellos y, por Dios, fue el más grande, no como alguien que sufría, sino como un luchador.
En mi amor sin límites como cristiano y como hombre, he leído los pasajes que nos narran como el Señor al final se dirigió con todo su poder y empuño el látigo para echar del Templo a ese grupo de víboras y estafadores.
Cuan grande fue su pelea por el mundo en contra del veneno judío.
Hoy, luego de 2000 años, con profunda emoción reconozco más profundamente que nunca el hecho del por qué tuvo que ser Él quien derramara Su sangre en la cruz.
Esta fue uno de tantos discursos de Adolf Hitler, además de pasajes en Mein Kampf, donde Adolf Hitler invocaba su propio cristianismo católico. No es de extrañar que recibiera u cálido apoyo de parte de la iglesia católica en Alemania.
Incluso si Hitler hubiese sido un ateo, cómo se atreve Ratzinger a sugerir que el ateísmo tiene alguna conexión con sus horribles acciones. Sin importar la falta de creencia de Hitler y Stalin en duendes y unicornios, sin importar si tienen un bigote, como Franco o Saddam Hussein, no hay ninguna relación lógica entre su ateísmo y su maldad.
A menos, claro, a menos, que estés sumergido en la vil obscenidad en el corazón de la teología católica. Me refiero a la doctrina del pecado original.
Esta gente cree, y le enseñan a niños pequeños, al mismo tiempo que les enseñan el terrorífico concepto del infierno, que todo bebé nace en pecado.
Ese es el pecado de Adán, por cierto, Adán, quien ellos mismos admiten ahora que nunca existió.
El pecado original significa que desde el momento que nacemos somos malvados, corruptos, maldecidos, a menos que creamos en su Dios, o a menos que caigamos en el premio del paraíso y el castigo del infierno.
Eso, señoras y señores, es la despreciable teoría que los lleva a asumir que fue la falta de creencia lo que hizo de Hitler y Stalin los monstruos que eran. Todos somos monstruos a menos que Jesús nos salve.
Qué asquerosa, depravada e inhumana teoría como para basar nuestra vida en ella.
Joseph Ratzinger es un enemigo de la humanidad. Es un enemigo de los niños cuyos cuerpos ha permitido sean violados y sus mentes sean llenadas con culpabilidad.
Es vergonzosamente claro que la iglesia está menos preocupada por salvar los cuerpos de los niños de los violadores, que por salvar las almas de los sacerdotes del infierno. Y más preocupada por la reputación a largo plazo de la iglesia misma.
Es un enemigo de los gays, dirigiendo hacia ellos el mismo tipo de intolerancia que su iglesia usaba en contra de los judíos antes de 1962.
Es un enemigo de las mujeres al no permitirles el sacerdocio, como si un pene fuese una herramienta esencial para las tareas pastorales.
Es un enemigo de la verdad, promoviendo mentiras sobre que los condones no protegen contra el SIDA, especialmente en Africa.
Es un enemigo de la gente más pobre de la Tierra, condenándolos a tener grandes familias que no pueden sostener y de esa forma mantenerlos bajo el yugo de la pobreza perpetua. Una pobreza que mira de lejos la obscena riqueza del Vaticano.
Es un enemigo de la ciencia, obstruyendo investigaciones vitales sobre células madre arguyendo no con moral, sino con supersticiones pre-científica.
Ratzinger es incluso un enemigo de la iglesia de la Reina, faltándole el respeto arrogantemente a las ordenaciones anglicanas como, cito, “absolutamente nulas y sin valor”, mientras que al mismo tiempo tratando desvergonzadamente de reclutar vicarios anglicanos para cubrir su patético descenso en ordenaciones sacerdotales.
Finalmente, quizás la preocupación más importante para mí, Ratzinger es un enemigo de la educación. Fuera del daño psicológico de por vida causado por el miedo y culpa que ha hecho infame a la educación católica alrededor del mundo, él y su iglesia han impuesto la perniciosa doctrina educativa que la evidencia es menos confiable para creer, que lo es la fe, la tradición, la revelación y la autoridad.
Su autoridad.
Pero luego me alegré por eso, pues me pareció que de alguna forma, lo habíamos hecho tambalear tanto, que se estaba viendo forzado a cometer la ignominia de atacarnos para distraer la atención de los verdaderos crímenes que se cometen en el nombre de la iglesia católica.
Tan solo puedo imaginarme… tan solo puedo imaginarme las discusiones en los corredores del Vaticano “¿Cómo los vamos a distraer de los abusos sexuales a niños?”
Y vino la respuesta: “Por qué no atacamos a los secularistas, por qué no atacamos a los ateos? ¿Por qué no los culpamos por Hitler?”
Hitler, Adolf Hitler era católico
Fue bautizado, nunca renunció a su bautizo. El número de 5 millones de católicos británicos aparentemente viene del número de bautizados. Yo no me lo creo, ni una palabra, no creo que haya 5 millones de católicos. Quizás 5 millones que hayan sido bautizados. Pero si la iglesia quiere contarlos como católicos, entonces tiene que contar a Hitler como católico.
Al menos, Hitler creía en una providencia personificada, varias veces habló de ella, y es presumiblemente la misma providencia que fue invocada por el arzobispo de Munich en 1939 cuando Hitler escapó de un intento de asesinato, y el cardenal ordenó un Te Deum especial en la catedral de Munich, y cito, “para agradecer a la divina providencia, en el nombre de la arquidiócesis, por el afortunado escape del Fuhrer”
Voy a leer un discurso, dado en Munich, el corazón la Bavaria católica en 1922, y les dejo que adivinen quién la dio:
Mi sentimiento como cristiano me dirige a mi Señor y salvador, como un luchador. Me dirige como el hombre que once vez en soledad, rodeado por unos cuantos seguidores, reconoció a estos judíos por lo que eran y convocó a muchos para luchar contra ellos y, por Dios, fue el más grande, no como alguien que sufría, sino como un luchador.
En mi amor sin límites como cristiano y como hombre, he leído los pasajes que nos narran como el Señor al final se dirigió con todo su poder y empuño el látigo para echar del Templo a ese grupo de víboras y estafadores.
Cuan grande fue su pelea por el mundo en contra del veneno judío.
Hoy, luego de 2000 años, con profunda emoción reconozco más profundamente que nunca el hecho del por qué tuvo que ser Él quien derramara Su sangre en la cruz.
Esta fue uno de tantos discursos de Adolf Hitler, además de pasajes en Mein Kampf, donde Adolf Hitler invocaba su propio cristianismo católico. No es de extrañar que recibiera u cálido apoyo de parte de la iglesia católica en Alemania.
Incluso si Hitler hubiese sido un ateo, cómo se atreve Ratzinger a sugerir que el ateísmo tiene alguna conexión con sus horribles acciones. Sin importar la falta de creencia de Hitler y Stalin en duendes y unicornios, sin importar si tienen un bigote, como Franco o Saddam Hussein, no hay ninguna relación lógica entre su ateísmo y su maldad.
A menos, claro, a menos, que estés sumergido en la vil obscenidad en el corazón de la teología católica. Me refiero a la doctrina del pecado original.
Esta gente cree, y le enseñan a niños pequeños, al mismo tiempo que les enseñan el terrorífico concepto del infierno, que todo bebé nace en pecado.
Ese es el pecado de Adán, por cierto, Adán, quien ellos mismos admiten ahora que nunca existió.
El pecado original significa que desde el momento que nacemos somos malvados, corruptos, maldecidos, a menos que creamos en su Dios, o a menos que caigamos en el premio del paraíso y el castigo del infierno.
Eso, señoras y señores, es la despreciable teoría que los lleva a asumir que fue la falta de creencia lo que hizo de Hitler y Stalin los monstruos que eran. Todos somos monstruos a menos que Jesús nos salve.
Qué asquerosa, depravada e inhumana teoría como para basar nuestra vida en ella.
Joseph Ratzinger es un enemigo de la humanidad. Es un enemigo de los niños cuyos cuerpos ha permitido sean violados y sus mentes sean llenadas con culpabilidad.
Es vergonzosamente claro que la iglesia está menos preocupada por salvar los cuerpos de los niños de los violadores, que por salvar las almas de los sacerdotes del infierno. Y más preocupada por la reputación a largo plazo de la iglesia misma.
Es un enemigo de los gays, dirigiendo hacia ellos el mismo tipo de intolerancia que su iglesia usaba en contra de los judíos antes de 1962.
Es un enemigo de las mujeres al no permitirles el sacerdocio, como si un pene fuese una herramienta esencial para las tareas pastorales.
Es un enemigo de la verdad, promoviendo mentiras sobre que los condones no protegen contra el SIDA, especialmente en Africa.
Es un enemigo de la gente más pobre de la Tierra, condenándolos a tener grandes familias que no pueden sostener y de esa forma mantenerlos bajo el yugo de la pobreza perpetua. Una pobreza que mira de lejos la obscena riqueza del Vaticano.
Es un enemigo de la ciencia, obstruyendo investigaciones vitales sobre células madre arguyendo no con moral, sino con supersticiones pre-científica.
Ratzinger es incluso un enemigo de la iglesia de la Reina, faltándole el respeto arrogantemente a las ordenaciones anglicanas como, cito, “absolutamente nulas y sin valor”, mientras que al mismo tiempo tratando desvergonzadamente de reclutar vicarios anglicanos para cubrir su patético descenso en ordenaciones sacerdotales.
Finalmente, quizás la preocupación más importante para mí, Ratzinger es un enemigo de la educación. Fuera del daño psicológico de por vida causado por el miedo y culpa que ha hecho infame a la educación católica alrededor del mundo, él y su iglesia han impuesto la perniciosa doctrina educativa que la evidencia es menos confiable para creer, que lo es la fe, la tradición, la revelación y la autoridad.
Su autoridad.