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Nicaragua: El golpe que estremeció los cimientos de la Dictadura


Es 22 de agosto de 1978. El Palacio Nacional se yergue majestuoso entre la Managua que seis años antes había sufrido un devastador terremoto.

Dentro del Salón Azul de este edificio se lleva a cabo la última sesión de la cámara de diputados antes de las vacaciones de medio año.

Por los corredores miles de personas van de una dependencia a otra, tratando de realizar alguna gestión. El calor, la aglomeración, el bullicio, y todo lo que se respira allí hace pensar más en un mercado popular que en un lugar donde se supone se dictan y aprueban las leyes que rigen a la nación.

La mañana ha corrido perezosa. Las doce en punto del medio día. Se escucha un fuerte intercambio de disparos. Hombres armados y vestidos con los uniformes de los miembros de la tenebrosa Escuela de Entrenamiento Básico de Infantería (EEBI) -cuerpo élite de la Guardia Nacional- entran estrepitosamente por dos costados del edificio, cerrando tras de sí cada una de las puertas de acceso. 

En cuestión de segundos todo, absolutamente todo, está controlado por ellos. Dentro han quedado cautivas más de 2 mil personas, quienes por 72 horas serán testigos y protagonistas, de uno de los hechos más importantes de la historia reciente de Nicaragua: La Toma del Palacio Nacional a manos de un comando guerrillero del Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).

Por un momento se especula de un golpe de Estado de la Guardia Nacional en contra de Somoza. Pero cuando los guerrilleros se ponen los pañuelos rojinegros de la guerrilla todo se aclara y el temor invade por completo el recinto.

De pie frente a los diputados se levanta pétrea la figura de un hombre de mediana edad y con cara de muy pocos amigos. Entró al Salón Azul disparando su fusil G3 y vociferando como el mismo demonio. Su nombre es Edén Pastora. Un hombre de basta experiencia que desde 1959 se unió a la lucha guerrillera contra la Dinastía Somocista. Su distintivo de “Comandante Cero” se hará famoso en todo el mundo a raíz de este acto de heroísmo.

A su cargo tiene un total de 25 jóvenes guerrilleros miembros del comando "Rigoberto López Pérez". Un número bastante reducido si se toma en cuenta las dimensiones del edificio y la cantidad de gente que hay que mantener bajo estricto control.

Sabe que es una operación suicida, pero hay que jugarse el pellejo si lo que se quiere es darle un golpe verdaderamente fuerte al régimen, a tal punto que le haga mover sus cimientos.

“Siempre que se analizó este operativo ´Muerte Al Somocismo: Operación Chanchera´ del comando Rigoberto López Pérez, llegábamos a la conclusión que era un operativo sin un plan de emergencia. Aquí verdaderamente era Patria Libre o Morir”, rememora el Comandante Cero, a 32 años de realizada esta hazaña.

Breves momentos después de que el Palacio ha quedado en manos del comando, Edén da a conocer las exigencias: liberación de los presos políticos, 10 millones de dólares, la publicación en la prensa nacional de un manifiesto del FSLN, y la puesta a disposición los medios de transporte necesarios para que el comando y los rehenes puedan salir del país. En caso de que Somoza no cumpla con estas peticiones, todo mundo se muere.

El nido de la vergüenza

Al entrar los guerrilleros al Salón Azul un hombre estaba tomando la palabra y arengaba fuertemente contra el gobierno. Se trata del diputado conservador Cristóbal Genie, un abierto opositor a Somoza.

Edén lo reconoce. Genie fungió como abogado de su familia en Ciudad Darío. Sin embargo, no era el momento para los favoritismos.

Luego de tantos años y no con las mismas fuerzas de antes, Genie en retrospectiva desde su casa de habitación en la Ciudad de Matagalpa, dice que aunque él y el FSLN tenían algunas posiciones encontradas, al momento de la toma se sintió en cierta medida contento, aunque por dentro se derritiera del miedo. “La lucha era la misma”, asegura.

Con respecto al sistema de corrupción y de compra de conciencias dentro del Parlamento, asegura que al ser uno de sus miembros él también se consideraba igualmente sucio. “Sí. Yo me sentí en ese momento cerdo, porque yo estaba con una porción de liberales aduladores y guardadores de incienso hacia Somoza”, afirma.

Allí, el vino, los pasajes de avión al extranjero, los favores personales, eran el pan de cada día, y casi nadie se salvaba, recuerda, reiterando eso sí que él era de los pocos parlamentarios “duros” contra el dictador.

Somoza apela al agotamiento e inician preparativos para las ejecuciones

Los mediadores, entre ellos el Cardenal Miguel Obando Bravo, en ese entonces obispo de la Diócesis de Managua, van y vuelven, pero sin respuestas concretas por parte de Somoza. Pasa el tiempo y el comando empieza a mostrar signos de cansancio. Somoza parece apostar al agotamiento.

Edén, como jefe político militar de la operación, cree inminente un contra ataque de la Guardia Nacional, así que da las órdenes de iniciar las ejecuciones. El candidato más apetecido, de entre tantos funcionarios públicos, es un exiliado cubano de nombre Luis Manuel Martínez, quien desde la prensa somocista exige los castigos más crueles para los guerrilleros sandinistas y sus colaboradores.

(Del total de parlamentarios sólo tres –René Sandino, Julio Molina y el propio Genie– tendrían  el privilegio de morir con los últimos disparos. Ello porque en alguna ocasión habían colaborado con guerrilleros sandinistas).

“Tomé el mando y dije que se pararan las negociones. Somoza cedía o empezábamos a matar”, manifiesta Pastora.

Acto seguido se le comunica al obispo Miguel Obando la decisión tomada, y se le pide que comunique al dictador que tiene 30 minutos para aceptar.

Somoza por fin cede


Los minutos se convierten en interminables horas. Todo parece perdido. La suerte está echada y parece inminente un baño de sangre. De repente y con el plazo fatal tendiente de las manecillas del reloj, Miguel Obando anuncia las palabras que parecían ya casi un sueño: “El presidente ha aceptado sus condiciones”.

“Mi misión como mediador fue salvar vidas y evitar una tragedia”, recuerda hoy el líder espiritual de Nicaragua. “A él (Somoza) le daba la impresión como que nosotros (los mediadores) estábamos apoyando a los guerrilleros, pero en la práctica tratamos de ser rectos, dialogamos, negociamos. Cuando uno es mediador trata de resolver el problema lo mejor que se pueda. Nosotros queríamos salvar la vida de la gente que estaba adentro porque ellos (la Guardia Nacional) estaban preparados para entrar si fracasaba la negociación”, afirma el Cardenal Miguel.

Un viaje hacia la libertad

Todo está listo para la partida. En dos autobuses los guerrilleros y los rehenes avanzan temerosos y expectantes rumbo al aeropuerto internacional de la ciudad capital. No es para menos. Somoza no es un hombre de fiar: en cualquier momento pueden ser atacados por la Guardia, que ha recibido el golpe más duro de su historia.

En las calles todo parece una fiesta. La gente se aglomera por donde va pasando el convoy. Los vivas y las consignas sandinistas salen de la boca de niños, jóvenes, adultos y ancianos. Se le ha perdido el miedo a la dictadura.

“Eso fue lo más emocionante que he podido vivir. Hay dos cosas que siempre me llenan de lágrimas los ojos: una cuando me despedí de mi madre antes de la toma del Palacio, y otra cuando íbamos en la Carretera Norte y veíamos el mar de gente. Se sentía la emoción del pueblo que decía: 'Regresen, traigan armas', 'Viva el Frente Sandinista'... y la Guardia ni siquiera los podía contener”, refiere Israel Ramírez Guevara, miembro del comando guerrillero.

Al llegar a las puertas del aeropuerto y ver las dos aeronaves que les llevarían a Panamá, los guerrilleros se llenaron plenamente de entusiasmo. La celebración no se podía posponer un instante más. El dictador había tenido que tragarse una amarga derrota.

“Habíamos hecho un acto que estremeció a toda Nicaragua y el mundo”, dice José Hernández, uno de los ocho jóvenes del barrio indígena de Monimbó que fueron seleccionados para participar en la gesta.

La libertad de unos pocos se había logrado. Ahora sólo faltaba dar el golpe final y liberar a todo un pueblo, lo cual se alcanzaría menos de un año después, el 19 de julio de 1979. Antes habían quedado en el campo de batalla cinco miembros del comando.

Hoy, 32 años después de la toma del Palacio, y 31 años después del triunfo de la Revolución, el ciclo de lucha armada se ha cerrado definitivamente en Nicaragua, y las palabras de un ex guerrillero, Porfirio Jalinas Hernández, ya encanecido pero aún con la mirada fiera y perspicaz del indio monimboseño, reitera el principio que guió en todo momento la lucha guerrillera: “Nosotros somos humanos. Nosotros no nacimos siendo esclavos, nosotros nacimos siendo hombres libres. Y por eso  estábamos dispuestos a dar nuestra vida si era necesario”.

 Carlos Espinoza Flores 

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