La verdad es que la declaración de esa bestia con boína que es el obispo Munilla me ha atacado los nervios.
Yo había abandonado hace años la postura anticlerical militante, resignado a la conclusión de que la especie humana no tenemos remedio y que de una u otra forma, nos hemos de ver siempre molestados por aprovechados que buscan los puntos débiles de la sociedad para vivir como buenos parásitos.
Pero declaraciones como esas últimas sobre que «existen males mayores que la tragedia de Hait» fuerzan a recordar, por si alguien lo había olvidado, que su secta —y no otra cosa es esa organización basada en el miedo para obtener poder— está inspirada en monsergas que ni siquiera tienen base documental sólida.
Baste recordar que todo ese muestrario de arbitrariedades y crueldades de un dios inhumano que es el Antiguo Testamento, no fue más que una recopilación, por parte de un tal rey Josías entre 641 y 609 A.C. de las leyendas que entonces circulaban; que no hubo reparo en copiar descaradamente la Epopeya de Gilgamesh —de, por lo menos, mil años antes—, cambiando el cuervo por una paloma para sacarse de la manga la historia de Noé y todo el resto del Génesis.
Que la historieta posterior, llamada Nuevo Testamento, no es más que el resultado del acuerdo, obtenido trabajosamente en el Concilio de Nicea, de la elección entre más de sesenta evangelios presentados a concurso llenos de contradicciones entre ellos, de cuáles de ellos podían ser los inspirados por el Espíritu Santo; que quien, al parecer, por lo que aparece en las actas del Concilio, tuvo la última palabra, fue el propio Espíritu Santo presentado en forma de paloma —o cacatúa verde, dado el resultado— posado en el hombro de cada votante y susurrándole el veredicto adecuado —alguno de los asistentes debía de ser sordo, porque la deliberación duró varios días y, por poco, llegan a las manos—.
Que los evangelios aceptados presentas divertidas contradicciones, como lo que se asegura en los evangelios de Mateo y Lucas de que Jesús era de la estirpe de David por parte de José —pero ¿no habíamos quedado en que José no tuvo parte en la concepción?—.
Que hay demasiados indicios de que Jesus de Nazaret no era más que uno de tantos iluminados que pululaban por la parte sur del Imperio y que los romanos se quitaron de en medio como a cualquier molesto ruidoso. Ah; y que, además, circulaba acompañado por individuos armados con espadas, como se les ha escapado al narrar la escaramuza del Huerto de Getsemaní. Que el cristianismo no es más que la ocurrencia que se le pasó por la cabeza a alguien que, ni siquiera conoció a Cristo, el recaudador Saulo autorebautizado como Pablo.
Respecto a los evangelistas, la cosa también tiene tela: Marcos y Lucas no conocieron a Jesús sino que fueron discípulos respectivamente de Pedro y Pablo —que, como he dicho, tampoco conoció a Jesús—, por tanto ambos hablaban de oídas. Mateo sí fue discípulo de Jesús pero no escribió el Evangelio que se le atribuye, ya que fue redactado en griego —idioma que me permito dudar que conociera Mateo— en torno al año 75 y en esa fecha Mateo ya había muerto —¿uno de esos portentos del Espíritu Santo?—.
Que la historieta posterior, llamada Nuevo Testamento, no es más que el resultado del acuerdo, obtenido trabajosamente en el Concilio de Nicea, de la elección entre más de sesenta evangelios presentados a concurso llenos de contradicciones entre ellos, de cuáles de ellos podían ser los inspirados por el Espíritu Santo; que quien, al parecer, por lo que aparece en las actas del Concilio, tuvo la última palabra, fue el propio Espíritu Santo presentado en forma de paloma —o cacatúa verde, dado el resultado— posado en el hombro de cada votante y susurrándole el veredicto adecuado —alguno de los asistentes debía de ser sordo, porque la deliberación duró varios días y, por poco, llegan a las manos—.
Que los evangelios aceptados presentas divertidas contradicciones, como lo que se asegura en los evangelios de Mateo y Lucas de que Jesús era de la estirpe de David por parte de José —pero ¿no habíamos quedado en que José no tuvo parte en la concepción?—.
Que hay demasiados indicios de que Jesus de Nazaret no era más que uno de tantos iluminados que pululaban por la parte sur del Imperio y que los romanos se quitaron de en medio como a cualquier molesto ruidoso. Ah; y que, además, circulaba acompañado por individuos armados con espadas, como se les ha escapado al narrar la escaramuza del Huerto de Getsemaní. Que el cristianismo no es más que la ocurrencia que se le pasó por la cabeza a alguien que, ni siquiera conoció a Cristo, el recaudador Saulo autorebautizado como Pablo.
Respecto a los evangelistas, la cosa también tiene tela: Marcos y Lucas no conocieron a Jesús sino que fueron discípulos respectivamente de Pedro y Pablo —que, como he dicho, tampoco conoció a Jesús—, por tanto ambos hablaban de oídas. Mateo sí fue discípulo de Jesús pero no escribió el Evangelio que se le atribuye, ya que fue redactado en griego —idioma que me permito dudar que conociera Mateo— en torno al año 75 y en esa fecha Mateo ya había muerto —¿uno de esos portentos del Espíritu Santo?—.
Lo que sí sabemos es que uno de los evangelios apócrifos, conocido por el de Los Hebreos estaba atribuído a San Mateo y estaba redactado en arameo. Por los pocos fragmentos que se conservan de él podemos imaginar que se tomó como base para redactar el de Mateo, pero es una simple conjetura.
El de Juan es muy problemático. Fue el último en ser escrito —en torno al año 90-95— también en griego, pero como se observa en algunos pasajes al final del evangelio, es obra de un copista que escribe lo que le dicta Juan, el discípulo amado.
Los otros escritos neo testamentarios son Los Hechos de los Apóstoles, redactados también por Lucas —en los que queda claro que el sucesor de Jesús no fue Pedro sino Santiago, hermano de Jesús—, las Epístolas recopiladas por Lucas y escritas en su mayor parte por Pablo en las que éste —que no conoció a Jesús— se dedica a enfrentarse con Santiago y Pedro que sí fueron apóstoles —curioso, ¿no?— y el Apocalipsis que fue escrito por un Juan que no es el evangelista, que fue adoptado en el Concilio de Nicea con muchas reticencias. ¿Por qué? Sencillamente, porque es una predicción fallida. Intentaré explicarme:
Jesús y la iglesia primitiva estaban convencidos de que el Fin del Mundo estaba al caer —¿Jesús, auténtico Dios, puede estar equivocado?—. En ese contexto y en torno al año 100 se escribe el Apocalipsis en el que se narran de forma alegórica la persecución de Nerón —la bestia con la cifra 666— y los enfrentamientos entre las iglesias primitiva que degeneran en las primeras herejías.
Jesús y la iglesia primitiva estaban convencidos de que el Fin del Mundo estaba al caer —¿Jesús, auténtico Dios, puede estar equivocado?—. En ese contexto y en torno al año 100 se escribe el Apocalipsis en el que se narran de forma alegórica la persecución de Nerón —la bestia con la cifra 666— y los enfrentamientos entre las iglesias primitiva que degeneran en las primeras herejías.
Para confortar a los creyentes, se les anuncia como inminente la segunda venida de Cristo para premiar a sus seguidores. Desde entonces han pasado 1.896 años y alguno todavía estará esperando. Como alguien ha dicho, «la Iglesia necesitó algo con que aterrar a sus siervos». Añado que, para aterrar más aún, se sacaron de la manga el infierno y el purgatorio —antes no se encuentra la menor referencia— y tendremos el cuadro completo.
Cuando alguien me ha comentado lo de las manipulaciones de la Biblia por los protestantes, respondo que todas las creencias han hecho con los libros lo que les ha pasado por los tegumentos procreativos. Por de pronto, la Iglesia católica, apostólica y romana le enmendó la plana a Dios —el pobre viejo del triángulo debe estar senil y se equivoca a veces—, falsificando el Decálogo. Suprimieron el segundo mandamiento —que prohíbe la realización de imágenes—; se inventaron el noveno —pensamientos impuros—; modificaron el sexto que prohibía el adulterio convirtiéndole en una prohibición de la sexualidad no marital —algo más extenso— y, de paso, se inventaron los mandamientos de la iglesia entre los que figura la obligación de ayudar económicamente a la propia iglesia. ¡Genial!
Y lo más grande de todo: ¿De qué pasta están hechos los fieles, que se tragan todo esto sin enterarse de nada, a pesar de las evidencias de la estafa?
Perdón por el ladrillo, pero tenía que desahogarme.
Visto en la lista de correo MESA-abierta. La fotografía ha sido donada al dominio público por el propio Munilla.
Cuando alguien me ha comentado lo de las manipulaciones de la Biblia por los protestantes, respondo que todas las creencias han hecho con los libros lo que les ha pasado por los tegumentos procreativos. Por de pronto, la Iglesia católica, apostólica y romana le enmendó la plana a Dios —el pobre viejo del triángulo debe estar senil y se equivoca a veces—, falsificando el Decálogo. Suprimieron el segundo mandamiento —que prohíbe la realización de imágenes—; se inventaron el noveno —pensamientos impuros—; modificaron el sexto que prohibía el adulterio convirtiéndole en una prohibición de la sexualidad no marital —algo más extenso— y, de paso, se inventaron los mandamientos de la iglesia entre los que figura la obligación de ayudar económicamente a la propia iglesia. ¡Genial!
Y lo más grande de todo: ¿De qué pasta están hechos los fieles, que se tragan todo esto sin enterarse de nada, a pesar de las evidencias de la estafa?
Perdón por el ladrillo, pero tenía que desahogarme.
Visto en la lista de correo MESA-abierta. La fotografía ha sido donada al dominio público por el propio Munilla.