Pablo Gonzalez

Marx y la muerte

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Marcos Winocur (Desde México. Especial para ARGENPRESS CULTURAL)


El siglo XIX se abre con Bonaparte en la acción y Hegel en el pensamiento. Y cuando callan las palabras y la espada descansa, la música también abre el siglo XIX con Beethoven. Que se cierra con unas vísperas, los tiempos están maduros para recibir a Einstein y su teoría de la relatividad. 
 
Consolidadas las revoluciones burguesas, el boom científico y tecnológico va de la mano del boom industrial, renovando la teoría física, haciendo de la biología tierra de descubrimientos sin par y de las fábricas la nueva religión. ¿Queda lugar para el arte? Vincent van Gogh, a las puertas de la nueva centuria, se suicida. Su pintura, rechazada en el XIX, pega el salto al XX, donde es clamorosamente recibida.


Bonaparte, Hegel, Beethoven, Einstein, van Gogh... casi nada el muestrario: la estrategia militar y la política, el pensamiento abstracto, el arte, la ciencia, representados a los más altos niveles. Y todavía nos faltan dos imposibles de ignorar: Marx y Darwin, al promediar el siglo XIX. Unos a la apertura, otros al cierre, los terceros a mitad de camino. Es un nuevo mundo en Europa occidental. Las preguntas de siempre tienen replanteo. Histórico, no metafísico. ¿De dónde venimos? Darwin se hará cargo del pasado: somos, entre tantas especies animales, una más, la selección natural nos ha modelado: de ella venimos. Y la pregunta complementaria. ¿A dónde vamos? Marx se hará cargo del futuro: al socialismo y al comunismo. Ya casi no se discute a Darwin ni a Marx. El primero casi ha sido aceptado, el segundo casi pasó al olvido. Pues... lo traeremos de regreso, algo quedó sin decirnos o lo dijo y no supimos escucharlo.


Y tal vez ni él mismo se supo escuchar. Me refiero a la cuestión de la muerte. Los revolucionarios de los siglos XIX y XX la han orillado declarando que ellos están por la vida. Los regímenes de ultra derecha, al hacer de la muerte su catecismo, parecieron darles razón. Es conocida la anécdota del falangista español que en el recinto universitario gritó: ¡viva la muerte! ¡Muera la inteligencia! mientras en la calle los partidarios de Franco asesinaban a miles luego de ocupar militarmente España. ¿Y qué evidencia mayor que los campos de exterminio del nazismo? Esto, en el siglo XX. Pero ya antes, en vida de Marx, cuando la Comuna de París, los fusilamientos de los prisioneros estuvieron a la orden del día. 
La muerte, por decirlo así, quedó en manos del enemigo, la vida y su defensa en manos de los revolucionarios. Esto hizo que nuestro carácter de seres mortales inconformes, que no hablamos de la muerte pero que la vivimos sin pausa en las religiones, en la cultura, haya quedado fuera como leprosa. Es decir, el hecho político no dejó ver el fenómeno psicosociológico, ese anhelo de inmortalidad de los mortales que tanto pesa en sus decisiones.


Así, Marx. Pero la muerte, expulsada por la puerta, no tarda en colarse por la ventana. Y en este caso, la ventana es un capítulo de su obra más trascendente, “El Capital”. Marx le dedicó años y años de trabajo guiado por su propósito de desmontar los mecanismos del sistema capitalista partiendo de la crítica de la economía política. Es una obra árida, frecuente uso de tecnicismos, destinada más bien a los estudiosos del tema. Aparentemente, nada tiene que hacer ahí la muerte... pero ¿hay algo con lo cual ella no tenga que ver? Y bien ¿cuál es el capítulo en cuestión, donde la muerte se ha colado por la ventana? Se titula “Capital constante y capital variable”. Estoy seguro que su sola mención traerá recuerdos de horas que fueron de apasionado estudio, de discusiones interminables.


Pero vamos a lo nuestro.


Marx viene hablando de los medios de trabajo, a saber: máquinas, edificios, herramientas, utensilios varios (FCE, I, 153). Conservan su forma, agrega Marx, tanto en vida durante el proceso de trabajo como después, ya agotados. Y el autor los llama “cadáveres”, dando una idea de los procesos de envejecimiento y muerte que sufren. Y líneas más abajo, insiste: “A los medios de trabajo les ocurre como a los hombres. Todo hombre muere 24 horas al cabo del día. Sin embargo, el aspecto de una persona no nos dice nunca con exactitud cuántos días de vida le va restando ya la muerte.” (FCE, I, 153)


Y bien: “Todo hombre muere 24 horas al cabo del día”. Lo primero que llama la atención es la tautología. Es como decir: “Todo hombre muere un día al cabo del día.” Por lo demás, Marx era cuidadoso al escribir, no dudaba en rehacer el texto en bien de la claridad, reclamo de Engels al leer los manuscritos de “El Capital”. Más si se trata del tomo I, destinado a adelantar una imagen positiva de toda la obra.


Luego, llama la atención el contenido de la frase. Donde caben vida y muerte, el referente de comparación es sólo la segunda. Los medios de trabajo y los hombres hacia la muerte se dirigen pero no de brazos cruzados. Unos rinden su utilidad hasta el desgaste completo o la obsolescencia. Los otros, formulándose planes y ejecutándolos, entre ellos, la revolución. De modo que, en exacta correspondencia, vivir es morir tanto como morir es vivir. Los medios de trabajo rinden de entrada su capacidad plena, los hombres pasan por edades que son fases de aprendizaje. Como a todo en este mundo, ambos ven llegar su fin, ambos, ciertamente, un día serán cadáver.


En ese sentido, la frase pudo ser: “Todo hombre vive y muere 24 horas al cabo del día.” Para quitarle el sesgo tautológico y volverla más elegante, se propone: “Un día más de vida es un día menos de vida.” Tiene además un aire dialéctico. Es de papá Hegel en efecto la fórmula del hombre ser-para-la-muerte, se encuentra en su Ciencia de la Lógica de 1812. De ahí la tomó Heidegger más de un siglo después.


La idea no es nueva. Con toda claridad, madame de Sévigné en 1689 expresa: “avanzamos sin cesar hacia nuestro fin y cada vez estamos más muertos que vivos.” Y viene a colación la sentencia latina: “vulnerat omnes, ultima mecat.” Es decir, refiriéndose a las horas: “todas hieren, la última mata.” Y esta idea no podía estar ausente de la novelística del siglo XIX, tales “La piel de zapa” de Balzac y “El retrato de Dorian Gray” de Oscar Wilde. En la actualidad, la encontramos con frecuencia. El poeta Jaime Sabines: “me muero todos los días sin darme cuenta.” Frase que ha sido incorporada a una canción de Lila Downs que retoma al poeta: “Mi corazón me recuerda”. Por su parte, el novelista del post boom latinoamericano Fernando Vallejo: “Día con día nos estamos muriendo todos de a poquito. Vivir es morirse. Y morirse, en mi modesta opinión, no es más que acabar de morir.” Por su parte, el pensamiento existencialista ha valorado el hecho de la muerte, despertando rechazo más no la necesaria polémica. Otras corrientes, notoriamente el empirismo lógico y el marxismo, se han desentendido, salvo alguno que otro autor. Y han hecho mal, esta permanente carga del hombre se ha dado incluso a nivel de idioma. Me refiero al inglés, donde no se pregunta por la edad, sino ¿qué tan viejo? Así, acaba de nacer Peter. Tiene unos segundos de vida extrauterina, están apenas cortándole el cordón umbilical, y la pregunta es: how old is Peter? Vivir es envejecer, envejecer es morir, tal la ecuación del sabio idioma de William Shakespeare.


Por su parte, Giovanni Papini en su El libro negro, le hace decir al existencialista Sören Kierkegard a propósito de la vida: “es la agonía que más o menos se prolonga entre la salida de la Nada y el regreso a la Nada.”


No queremos abrumar la lector con citas. El hecho es que la pluma de quien escribió “El Capital” se detuvo ante el tema de la muerte. Pero Marx era un humano que, ignorándola o no, la llevaba puesta. Como todos. Engels, su amigo y colaborador, tuvo más que ver intelectualmente con la muerte. Tal vez por la índole de los temas que abordó, de aproximación filosófica. Así, la cuestión del fin del mundo en términos astronómicos, desarrollada por Engels en el prólogo a su “Dialéctica de la Naturaleza”. En cambio, la referencia contenida en “El Capital” que hemos comentado, aparece como una suerte de lapsus en sentido freudiano, una mención comparativa donde sin quererlo se privilegia la muerte sobre la vida. No tiene otra trascendencia. Que no cunda el pánico en la izquierda: no se ha descubierto que Marx, con disimulo, haya trocado el materialismo dialéctico por el existencialismo. Pero tampoco se trata de sólo una curiosidad: el autor no ha podido impedir que la muerte entrara a “El Capital” y le sacara la lengua, doña NOOjos no respeta candados.

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