EE.UU. no tiene por qué temer al Canal. No es el espíritu del presidente Jackson, ni su “democrático estilo”, el que anima su construcción.
Edwin Sanchez
Los Estados Unidos recién entran a saldar sus viejas deudas históricas, pero con el sosegado desplazamiento de las placas tectónicas, insensibles al reloj tan fugaz de los mortales.
Ocurre, sí, en el tiempo de Barack Obama, prueba viviente de que las oportunidades plurales de la Democracia estadounidense tardan un ciclo geológico, generaciones incluidas, pasar del papel a la realidad.
Democracia blanca: 233 años debieron transcurrir desde la Independencia para que el cuadragésimo cuarto Presidente no fuera un caucásico más. Dictadura misógina: O que 241 años después, quizás una mujer ponga fin a la era de la supremacía masculina en la Casa Blanca.
Nada que ver con “nuestros valores y creencias comunes de democracia” que exigen al resto del mundo a la velocidad de un café instantáneo.
Se anuncia, a casi un siglo de celebrarlo como un ícono de su santoral, que Andrew Jackson ya no morará en los billetes de 20 dólares. En su lugar, quedará su antípoda: Harriet Tubman (1820-1913), luchadora contra la esclavitud y el voto exclusivo de los hombres blancos; una verdadera prócer de las mujeres y los hombres libres.
El presidente Jackson (1829-1837) fue un célebre constructor del “Estado de Derecho”: despojador de tierras, esclavista insaciable y responsable de muchas masacres, redujo drásticamente a los pueblos originarios.
En 1929 sus hagiógrafos, conmovidos por los sublimes “valores, ideales y firmes creencias” en la “democracia” que guiaron su vida, lo inmortalizaron hasta donde manda el dólar, con su estampa de venerable santo para iluminar el circulante.
Los “herejes”, sin embargo, no se explican cómo, a pesar de su funesto historial de etnocida y de su abominable biografía, haya ascendido al frágil y descuidado cielo trinitario de los efímeros: el monumento, el billete y la estampilla.
¿Cómo entender ese híbrido libertad-esclavitud; democracia-imperio?, se preguntan.
“No es para nada la imagen de Estados Unidos y está bien que lo cambien”, dijo a la AP, Bill John Baker, jefe de la Nación Cherokee.
Es incomprensible para los “blasfemos” que las administraciones anteriores al presidente Obama, y algunos que siguen en la Guerra Fría, exaltaran al déspota de Jackson. Incomprensible que acusen a líderes latinoamericanos de cualquier infamia que surja de los viejos trucos que Nixon le desempolvó al fabricante del “periodismo independiente”, William Randolph Hearst. Incomprensible que continúen repitiendo anacrónicos clichés:
Un activista siembra una semilla perversamente modificada en los laboratorios de la desinformación, “los diversos sectores” –siempre el mismo grupo– la fertilizan, su “prensa libre” se encarga de la “lluvia” mediática que la hará germinar hasta florecer en el circuito internacional de medios conservadores. Luego viene la siega más ciega: el Informe del Departamento de Estado.
Pero no es así que se promueve la Democracia; se le agrede. Es cierto que hay hechos deplorables en los países aunque no sea la voluntad de sus dirigentes, y que deben ser corregidos para no volverlos a cometer, tanto en Estados Unidos como en cualquier parte del planeta.
Precisamente, entre septiembre y febrero, los ataques aéreos estadounidenses contra el grupo Estado Islámico en Siria e Irak provocaron la muerte de 20 civiles y dejaron once heridos.
Exacerbar los odios a partir de ciertos sucesos para recurrir al obsoleto esquema de los buenos y los malos, distorsionar o exagerar situaciones aisladas, y aprovechar las indignidades a mano, es un Golpe de Estado a la Democracia, aunque sea por entregas.
El finado Carlos Fuentes escribió: “Hay un elemento maniqueo en la cultura norteamericana que requiere la identificación del ‘malo’ para que Estados Unidos juegue, a satisfacción, el papel del ‘bueno’. Las películas de vaqueros ilustran esta disposición. Los ‘malos’ usan sombrero negro. Los ‘buenos’, sombrero blanco”.
Con las falacias que propagan la derecha conservadora y sus oenegés, se sienten bien “ganado” el “sombrero blanco”. Con razón, el intelectual mexicano reforzó: “Semejante simplismo moral oculta una compleja trama de poder. La máscara ética disfraza una red de intereses políticos, económicos y personales inconfesables” (2009).
Sobrarán los ejemplos, pero no éste: es inexplicable que algunos en Washington estén “preocupados” por el Canal Interoceánico de Nicaragua, debido al “impacto social, ambiental”, sabiendo el origen del maligno engañador: sembrar cizaña en medio del trigo nacional.
Ya los encargados del Canal han hablado –incluso, hay negociaciones concluidas felizmente entre los inversionistas y propietarios– sobre la calidad de las indemnizaciones, según los precios de mercado.
Toda obra de interés nacional, y los mejores ejemplos están en los Estados Unidos, significó el traslado de gentes, y como en el caso del general del dólar, a sangre y fuego. ¡Cuándo los sobrevivientes de la barbarie de Jackson iban a soñar con solo el 5% de lo que se les indemnizará a los propietarios en la ruta canalera!
EE.UU. no tiene por qué temer al Canal. No es el espíritu del presidente Jackson, ni su “democrático estilo”, el que anima su construcción:
En 1818 persiguió con saña a los seminoles hasta la Florida. Su invasión al territorio español fue tan terrible que la Corona, al año siguiente, fue “convencida” de que lo mejor era vendérselo al presidente James Monroe.
El séptimo presidente de los Estados Unidos aplicó en 1830 la Ley de Traslado Forzoso, Indian Removal Act, para expulsar sin misericordia a los nativos y expandir el territorio angloamericano.
La defensa de la libertad de expresión y emisión del pensamiento fue muy “respetada”: “la milicia de Georgia destrozó la imprenta del ‘Cherokee Phoenix’, señal de identidad de ese pueblo”, relata el profesor Samuel O. Rodríguez.
Este laborioso “pionero” de los derechos humanos obligó a los autóctonos a marchas forzadas en el llamado Sendero de las Lágrimas, un calvario sin redención de mil 609 kilómetros que costó la vida de 4 mil cherokees.
El Canal de Nicaragua, sin las atrocidades de Jackson, apenas contará con 173 kilómetros de tierra firme y 105 del Lago Cocibolca. Ninguna vida ni sus intereses correrán la desgracia de los Chicasaw, Choctaw, Seminoles, Cherokee, y los Muscogee-creek, arrojados a las reservaciones de Oklahoma y otros lugares, mientras sus hogares y propiedades fueron saqueados.
Ed Baptist, profesor de historia de la Cornell University, aseguró a la AP: “a Jackson le interesaba deshacerse de los indígenas del sudeste para ampliar las plantaciones de algodón y el comercio de esclavos”.
La historia del Sandinismo, por supuesto, no es la de Andrew Jackson, pero sí coincide, y demasiado, con Harriet Ross Tubman, su valiente lucha y sus nobles ideales.
¿No será este el problema de fondo para algún pro Jackson en Washington?
http://www.lavozdelsandinismo.com/nicaragua/2016-04-26/canal-nicaragua-sin-las-atrocidades-del-presidente-andrew-jackson/