RAFAEL DE LA GARZA TELAVERA / REBELION – El entusiasmo que ha generado la posibilidad de que Cuba y EE. UU. reanuden relaciones diplomáticas podría ser visto como el fin de la guerra fría en el continente americano.
Sin embargo, y aceptando el enorme significado del acercamiento, los conflictos enmarcados en el proceso de mantenimiento de la hegemonía yanqui al sur del Río Bravo no han desaparecido.
El acoso permanente ejercido en los últimos años contra países como Venezuela o Argentina, o los golpes de estado ‘democráticos’ como el sufrido en Honduras el 2009 demuestran que la guerra fría sigue viva, y tal vez más fuerte que nunca.
Las mas de cinco décadas de enfrentamientos entre Cuba y EE. UU configuraron paradigmáticamente el desarrollo de la guerra fría en la región, aunque no es el único ejemplo de las consecuencias del reparto del mundo después de la segunda guerra mundial.
Los golpes militares en Guatemala, Bolivia, Brasil, Argentina y Chile así como las dictaduras en países como Nicaragua, Haití y Cuba dejaron claro que la doctrina Monroe cobró realidad sobre todo en el siglo XX… y en el XXI.
Las diferencias entre la guerra fría del siglo pasado y la del presente tienen que ver principalmente con la coyuntura internacional, caracterizada hoy por el debilitamiento de la rivalidad entre dos bloques hegemónicos -aunque los acontecimientos actuales en Ucrania parecen actualizar el viejo conflicto- y la histeria belicista de los que aún hoy creen ser los legítimos dueños del mundo.
Yes we can fue el slogan de Obama, que básicamente codificó la idea de que los EE. UU. podían y debían recuperar la supremacía mundial, justo cuando ya la habían perdido.
Poco después, ya como presidente recibió el premio Nóbel de la Paz y en su discurso no tuvo empacho en asumir la idea de la guerra justa… para imponer su dominación y salvar a la democracia occidental, por supuesto.
El reciente intento de golpe de estado en Venezuela no deja lugar a dudas de que la lógica imperialista y golpista vive en Latinoamérica, enmarcada en la certeza de que la región es un espacio no negociable, permanente patio trasero de los EE. UU., y que toda acción encaminada a romper dicha lógica deberá enfrentar la oposición abierta o velada del estado yanqui.
No importa si el gobierno non grato ganó elecciones ejemplares o mantiene relaciones comerciales rentables con Exxon o Coca Cola.
El desafío es intolerable por la sencilla razón de que expresa precisamente la debilidad que desean invisibilizar, la nueva dinámica del sistema interestatal que expone el fin de una época, el agotamiento de un proceso que, como se mencionó antes, está representado sobre todo por el bloqueo económico contra Cuba y el continuo hostigamiento que sin recato alguno ejerció por décadas contra sus habitantes.
Por otro lado, así como se mantiene la lógica de la guerra fría impulsada desde Washington también se mantiene entre las oligarquías latinoamericanas la idea de que solo hay un camino para ubicarse en el mundo contemporáneo: el sometimiento económico, político y cultural para con los intereses del tío Sam.
Tradicionalmente aliadas a las potencias mundiales (España, Inglaterra y EE. UU) para mantener sus privilegios, consideran peligroso modificar sus lealtades y desde adentro han cumplido con el papel de quinta columna, tan útil para impedir cualquier cambio significativo en sus países.
Loas gobiernos de Argentina y Venezuela han vivido y viven con las viejas artimañas utilizadas el siglo pasado, esa perversa combinación de estrangulamiento económico y propaganda negativa sistemática, para hacerle la vida imposible a los habitantes y obligarlos a acabar con los gobiernos que ellos mismos elevaron al poder.
En el caso de Venezuela, el ocultamiento de víveres y las presiones sobre su moneda y sobre el precio del petróleo, sostén básico de su economía; en el caso de Argentina con los bonos basura y ahora con el affaire Nissman.
Ambos procesos, -orquestados por el gobierno “progresista” del Tío Tom-Obama quien, para evitar suspicacias sobre su vocación liberal, abre la mano para negociar el restablecimiento de las relaciones diplomáticas pero con enormes limitaciones como el tema de la devolución de Guantánamo o la negativa a retirar a Cuba de la lista de países que financian el terrorismo- obeceden al mismo objetivo: mantener la influencia yanqui en su espacio tradicional de dominación y dejar en claro que aquellos que se opongan sufrirán las consecuencias.
El mantenimiento de la Guerra Fría en Latinoamérica confirma que, a pesar del fin del mundo bipolar, la lógica capitalista pervive en la máxima: si no estás conmigo estas contra mí. Latinoamérica ha ganado enormes batallas en la materialización del sueño bolivariano, relegando al baúl de la historia a la Organización de los Estados Americanos (OEA) que caracterizaba el viejo modelo del orden mundial, para darle vida al Mercosur pero sobre todo a la Alianza Bolivariana de los Pueblos de Nuestra América-Tratado de Comercio de los Pueblos (ALBA-TCP). Y es precisamente este desafío el que ha exhacerbado el intervencionismo yanqui, el que ha mantenido viva la guerra fría y los métodos de sometimiento de regiones y pueblos enteros.
Combinado con el debilitamiento de la hegemonía estadounidense aparece entonces una coyuntura inmejorable para consolidar una nueva era en la región, encabezada por los pueblos que han decidido romper con el yugo que hemos cargado por décadas, como el venezolano y argentino pero también del boliviano o el ecuatoriano.
En este sentido es fundamental para la región y sus habitantes proseguir con el desafío ya que con ello no sólo estaremos fortaleciendo un nuevo proyecto histórico latinoamericano y mundial, con todas la limitaciones que pueda tener, sino también cavando la tumba del imperialismo yanqui.