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Franco al Panteón de los Héroes


No se trata del dictador español, ni del actual presidente paraguayo, sino de un guerrero legendario y político de manos limpias

Señalaba en un reciente artículo el analista Gustavo Laterza Rivarola que el gran esfuerzo que hacen algunos seguidores del destituido presidente Fernando Lugo, para elevar el término “golpista” al nivel de insulto político, solo ha dado hasta ahora resultados decepcionantes.
 
 Laterza considera que el fracaso en convertir la palabra en epíteto descalificador, se debe sobre todo a que toda la historia paraguaya –como la de gran parte de la región- se labró a base de golpes, al punto que el golpismo se consideró siempre un arte y no una actividad deleznable.

Las inobjetables verdades plasmadas en su artículo por Laterza empiezan a ser discutibles cuando intenta contraponer al Coronel Rafael Franco, al que califica de “exitoso golpista”, con el ex presidente Eusebio Ayala, al que considera de “heroísmo mucho más eminente”.

Sobre el punto, vale la pena recordar hechos acaecidos en el Paraguay a principios de 1936, para discernir hasta qué punto son discutibles tales consideraciones.

La persecución política bajo el gobierno del “eminente héroe” Eusebio Ayala, que no perdió vigencia aún en medio de una guerra internacional, cobró fuerza y estado público con el asesinato en torturas del estudiante Salomón Sirota, el 5 de enero de 1936, en las mazmorras del ‘democrático’ y civilista régimen del Dr. Eusebio Ayala. 
 
La situación empeoró con la clausura de periódicos estudiantiles y el arresto y deportación de jefes militares de bien ganado prestigio en el Chaco como el mismo Franco, el mayor Basiliano Caballero Irala del Regimiento de Zapadores N° 1, y el mayor Antonio E. González, entre otros, acusados falsamente de ‘comunistas’. 
 
 En cuanto al supuesto "golpista" Franco, debemos recordar que no se encontraba tan siquiera en el país, al cual volvió el 19 convocado por los revolucionarios triunfantes, y no tuvo nada que ver en el GOLPE con mayúsculas del 19 de febrero de 1940, ni con la Constitución NAZI que impuso el candidato del Partido Liberal, José Félix Estigarribia, por decreto, a mediados de ese año, dejando la mesa servida a Morínigo y Stroessner.

A propósito del movimiento revolucionario que el 17 de febrero de 1936 lideró el Cnel. Federico W. Smith., es pertinente recordar que tal como sucedió recientemente con el destituido presidente Fernando Lugo, el Dr. Eusebio Ayala se encontraba obsesionado por su reelección.
 
 Un grupo de adulones que lo rodeaba había iniciado a fines de 1935 una campaña por la reelección del susodicho Presidente de la República, lo cual, según el jurisconsulto Adriano Irala Burgos, ‘destruía totalmente en sus valores más caros el sistema liberal, fundamentado en la Constitución de 1870’.
 
 Pero lo peor de todo no fue eso, sino la vacilación inexplicable del Dr. Eusebio Ayala, quien manifestó que se ponía a disposición del pueblo y no abortó a tiempo y enérgicamente la sugerencia, hecha tan a destiempo y destruyendo el principio de la misma legalidad liberal. Esto significaba poner en duda la misma legitimidad, no ya del futuro presidente y su periodo, sino del mismo que llegaba a su final.
 
La pretensión reeleccionista del Presidente habilitó a la institución militar para evitar el atropello a una Constitución que no contemplaba la reelección.
Para superar este enfoque reduccionista de hechos de primerísima importancia en nuestra historia nacional, conviene tener en cuenta que en 1936 el Estado liberal se enfrentó a dos desafíos ineludibles:1. 
 
La desmovilización de tropas y jefes de un ejército victorioso, parte de un pueblo ahora seguro de merecer un destino mejor. 2. Las elecciones presidenciales que inexorablemente debían reemplazar a las autoridades vigentes, teniendo en cuenta que la Constitución Nacional no contemplaba la reelección.

En ambos casos se manejó el Gobierno con vacilación y soluciones simplistas. En lugar de abrirse a las sustanciales y profundas reformas que la historia reclamaba, el gobierno liberal se vio superado ideológica y coyunturalmente por los acontecimientos, apelando a métodos represivos que derivaron en virulento detonante contra el orden constituido y sus estructuras políticas.

Respecto al régimen del Partido Liberal, que muchos historiadores que simpatizan con tal filiación política pretenden presentar como “democrático y civilista”, vale la pena puntualizar que en su último discurso ante las Cámaras, en abril de 1932, el presidente Liberal José Guggiari, que gobernó casi todo su período bajo estado de excepción, pidió una Ley de Defensa Social, ante la insuficiencia del Estado de Sitio. Dicha Ley fue Sancionada por el Congreso y Firmado por su sucesor, el presidente Eusebio Ayala a fines de diciembre de 1932. 
 
Según una historiadora liberal, “La ley de Defensa Social no tiene precedentes en la jurisprudencia liberal: limitaba severamente las libertades de reunión, asociación y expresión (Art.3,4,5 y 7),penando con arresto o deportación una amplísima gama de actos considerados subversivos y cualquier forma de resistencia a la guerra internacional”. Era una ley anticonstitucional.

A la forma democrática que obtuvo su candidatura el “eminente héroe” Eusebio Ayala, el historiador liberal Arturo Bray en su Libro Armas y Letras, pág. 95/96, relata:” Durante mi breve permanencia en la jefatura de policía de la capital, se realizaron las elecciones presidenciales para el período constitucional 1932-1936. Dos eran los candidatos que se perfilaban en el Partido Liberal dado que la oposición, o sea el Partido Nacional Republicano o Colorado, había decretado su abstención. 
 
El presidente se elegiría entre dos liberales, Eusebio Ayala y Luis A. Riart.

“En consecuencia, sigue diciendo Bray, la proclamación del candidato era sinónimo de elección - se vislumbraba como muy reñida en el seno de la Convención del Partido Liberal.. Así las cosas la votación se presentó tan indecisa en la convención del Partido Liberal, realizada en la tarde del 17 de enero de 1932, que culminó en un empate. Al día siguiente, por el voto de dos convencionales, resultó proclamado Eusebio Ayala”. El cronista se pregunta: “¿ Que había ocurrido en la noche del 17?”. Y devela el enigma: “La policía tenía que saberlo y lo sabía. 
 
En la mencionada noche, el senador Carlos Sosa sobornó – otra expresión no cabe – a los dos citados convencionales, invitándolos a una opípara cena en el Hotel Cosmos, sito en Estrella y Colon a más de obsequiarles dos aperos completos de plata. De ese modo a cencerros tapados se decidió el futuro del Paraguay “-

El mismo historiador nos ilustra sobre la irrupción del militarismo en el Paraguay, mucho antes de la llegada de Rafael Franco al poder, en años del gobierno liberal: “En el Paraguay, … el Cnel. Albino Jara asume el 18 de enero de 1911 la presidencia de la República por el voto de las Cámaras legislativas, luego de haber derrocado al gobierno constitucional del señor Manuel Gondra, de cuyo mandatario era ministro de Guerra el sublevado, y fueron ministro del Cnel. Jara, gallardos abanderados del liberalismo más impoluto e intransigente.”

Decía uno de los escasos pensadores paraguayos que en este país sudamericano la política adquiere ribetes dramáticos como en muy pocos. 
 
Tal vez esa sea la razón por la cual la pérdida del poder por parte de los correligionarios en 1936 siga produciendo prurito en algunos liberales del siglo XXI, aunque el mismo presidente Federico Franco, de ese signo político, haya deseado poner punto final a la polémica, trasladando al panteón Nacional de los Héroes al vencedor de Campo Vía e Yrendagüé, quien llevó a sus tropas a encaramarse en los picachos andinos de Charagua y amenazó Santa Cruz de la Sierra.

Aunque ello sin olvidar nunca que la matanza entre dos pueblos hermanos recibió soplo desde el norte, como lo dejó en claro expulsando de su despacho presidencial al representante del imperio norteamericano, en 1937.
 

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