A pesar de toda la narrativa belicista explícita, el despliegue y la demostración de fuerza militar para ser usada contra Venezuela y las acciones ilegales de ataques a lanchas sin pruebas, todavía no hay una posición contundente de los países de la región, ni de algunos liderazgos que han tomado postura muy exigente por la democracia, la soberanía nacional y el respeto a las normas internacionales.
Ya ha sido advertida la ofensiva estadounidense hacia nuestra región, como parte de las disputas geopolíticas globales, que tiende a asegurarse el control sobre su espacio territorial inmediato, apelando al apoyo político incondicional y a la base material esencial en recursos básicos.
Cuando Laura Richardson era la jefa del Comando Sur, desde un primer momento estableció el carácter estratégico de la región.
En una de sus giras por nuestros países declaró: “Con todos sus ricos recursos y elementos de tierras poco comunes, tiene el triángulo del litio, que hoy en día es necesario para las tecnologías… Tenemos el 31 % de agua dulce del mundo en esta región”.
También reconoció que “las grandes reservas de petróleo y los recursos de Venezuela en petróleo, oro y cobre y los bosques de Amazonia que son los pulmones del mundo”.
Argumentó que todo esto tenía que ver con la seguridad de Estados Unidos y para ello debía establecer los parámetros de conducta de los gobiernos de la región, además de alejar a los adversarios: Rusia, China e Irán.
En el campo político ha logrado cambiar la tendencia que se había inclinado hacia gobiernos de centro-izquierda, predominando hoy gobiernos de derecha, más recalcitrantes de los que se había vivido en décadas pasadas.
Argentina, Ecuador y El Salvador encabezan la lista; Perú ya está en ese camino, igual que Costa Rica, Paraguay, República Dominicana y Panamá; se sumará Bolivia; está pendiente Chile en próximas elecciones.
En el otro lado, están los proyectos antineoliberales más resistentes de Nicaragua, Cuba y Venezuela, y los gobiernos progresistas de México, Brasil y Colombia.
Es en este conjunto de países donde se ha concentrado la “urgencia estratégica” de Estados Unidos, para modificar sus regímenes y gobiernos.
Esta ha sido una política consistente de Estados Unidos, independiente del ocupante de la Casa Blanca.
Es bueno recordar que el gobierno de Biden se concentró en presionar a nuestros gobiernos, a través de sucesivas visitas del Comando Sur, para que nos alejáramos de relaciones con China, el cual representaba un serio peligro para nuestros proyectos nacionales, según la narrativa imperial.
Ya había impuesto duras sanciones a Venezuela, Nicaragua y había retrocedido en la apertura con Cuba, que se había implementado con Obama.
El presidente Trump, que está enfrentando un escenario global más complejo para los intereses de Estados Unidos, ha acelerado la presión sobre nuestra región, atacando a los gobiernos díscolos que obstaculizan su política.
Contra Brasil ha jugado la carta principal de los aranceles, y una descarada intervención en asuntos internos, políticos y jurídicos. Contra México repitió la presión arancelaria, y le agregó un conjunto de amenazas sobre el uso de la fuerza, con la excusa de atacar al crimen organizado.
Ambos gigantes latinoamericanos han resistido con una posición soberana sólida, por supuesto no sin problemas en el campo económico, pero, su propio tamaño y un espectro de maniobra internacional, les está permitiendo solidez y reafirmación de su proyecto político.
Contra Cuba ha mantenido la política de sanciones y, en algunos casos, la ha profundizado, llevando a un nuevo estadio la crisis del país caribeño, que resiste y busca nuevas alianzas para sortear un bloqueo criminal de más de 60 años.
Aquí están jugando un rol determinante Rusia y China, y es de esperar que su asociación a los Brics+ sea una oportunidad de ruptura del estado actual de las cosas.
La situación más apremiante y peligrosa se vive con la ofensiva de fuerza militar que está ejerciendo el Imperio contra Venezuela y Colombia. Ambos gobiernos son los críticos más explícitos de la política estadounidense, tanto en el plano regional como global.
Y, en el caso venezolano, el más difícil políticamente, teniendo en cuenta décadas de régimen antineoliberal que ha ido modificando estructuras vitales para un nuevo tipo de régimen no capitalista, donde los ingentes esfuerzos de una oposición de derecha política interna, con un generoso apoyo externo, no han dado los resultados esperados para los intereses del capital.
Aquí, para ambos países, la argumentación que se ha usado para el acoso político y militar ha ido por el lado del crimen organizado.
Han construido una narrativa al respecto, que no considera los informes de organismo internacionales ni los propios; no han demostrado evidencia alguna de las acusaciones; no han tomado en consideración declaraciones de instancias regionales, ni de gobiernos vecinos, que alertan sobre el peligro de una escalada militar.
En las últimas semanas han realizado acciones militares contra embarcaciones, venezolanas y colombianas, en que supuestamente han interrumpido el traslado de drogas.
Extrañamente, en ninguna de las operaciones ha sobrevivido gente, ni restos de las embarcaciones, y no se ha mostrado evidencia física de la droga. Solo videos.
Tanto Venezuela como Colombia han denunciado a la ONU que esos ataques habrían afectado a pequeñas lanchas de pescadores. Es la clásica puesta en escena de Estados Unidos para comenzar una operación militar mayor.
El 19 de octubre, Colombia denunció que el ataque del 15 de septiembre (el segundo contra un bote en el Mar Caribe), correspondió a un bote pesquero colombiano que operaba dentro de las aguas territoriales del país, y que se encontraba a la deriva con la señal universal de daño y emergencia a la vista.
Recientemente, se ha incrementado el ataque verbal, extremadamente agresivo e irrespetuoso contra los respectivos jefes de Estado.
El 19 de octubre, el presidente Trump declaró que “El presidente Gustavo Petro, de Colombia, es un líder del narcotráfico ilegal que promueve activamente la producción masiva de drogas, tanto en grandes como en pequeños cultivos, en todo el país.
Se ha convertido, por mucho, en el negocio más grande de Colombia, y Petro no hace nada para detenerlo, a pesar de los cuantiosos pagos y subsidios provenientes de Estados Unidos, que no son más que una estafa a largo plazo contra América.
A partir de hoy, estos pagos, ni cualquier otra forma de ayuda o subsidio, seguirán siendo enviadas a Colombia.
El propósito de esta producción de drogas es vender enormes cantidades de producto en Estados Unidos, causando muerte, destrucción y caos.
Petro, un líder con baja popularidad y muy mal valorado, que además una lengua larga hacia Estados Unidos, haría bien en cerrar de inmediato estos campos de muerte, o Estados Unidos los cerrará por él, y no será de manera amable”.
Petro ha llamado a los países de América Latina a unirse de forma activa para rechazar cualquier agresión contra Venezuela, a la que definió como “la patria de Bolívar”, ya que esta sería una agresión a toda la región.
En esa misma línea, el presidente Lula manifestó su intención de informar a Trump que una acción militar contra Venezuela, podría amenazar la seguridad de toda América Latina.
Contra Colombia, además, se ha ligado al crimen organizado con la guerrilla del ELN, y ha aumentado el nivel de la retórica, para hacer aún más peligrosa y creíble la amenaza criminal.
La declaración del jefe del Pentágono es truculenta: “el 17 de octubre, bajo la dirección del presidente Trump, el Departamento de Guerra efectuó un ataque cinético letal contra una embarcación afiliada al Ejército de Liberación Nacional (ELN), una organización terrorista designada, que operaba en el área de responsabilidad del USSSOUTHCOM.
Nuestra inteligencia sabía que la embarcación participaba en el contrabando ilícito de narcóticos, navegaba por una conocida ruta de narcotráfico y transportaba cantidades sustanciales de estupefacientes.
Durante el ataque, que se llevó a cabo en aguas internacionales, había tres narcoterroristas a bordo; los tres fueron abatidos y ninguna fuerza estadounidense resultó herida.
Estos carteles son Al Qaeda del hemisferio occidental, empleando la violencia, el asesinato y el terrorismo para imponer su voluntad, amenazar nuestra seguridad nacional y envenenar a nuestra población. Las fuerzas armadas de Estados Unidos tratarán a estas organizaciones como los terroristas que son: serán perseguidas y eliminadas, al igual que Al Qaeda”.
Aquí también se prepara el camino para sacar a Petro del poder, y evitar que su alianza política pueda triunfar en las elecciones presidenciales del próximo año, cortando así la secuencia de gobiernos progresistas.
Evidentemente la situación más delicada es la agresión a Venezuela.
Estados Unidos tiene varias alternativas, que ya ha ocupado históricamente, para derrotar gobiernos que no le son serviciales.
La modalidad de una operación especial para secuestrar al presidente, caso Noriega en Panamá; una invasión corta y precisa, caso Grenada; la creación de una insurgencia, caso Nicaragua; un bloqueo total criminal, caso Cuba; la eliminación del presidente por una operación CIA, caso Vietnam del Sur; el uso de traidores en las fuerzas armadas, caso Chile; un bombardeo quirúrgico a infraestructura crítica y esencial, caso Irán; levantamientos populares contra el gobierno, caso primaveras árabes.
A pesar de toda la narrativa belicista explícita, el despliegue y la demostración de fuerza militar para ser usada contra Venezuela y las acciones ilegales de ataques a lanchas sin pruebas, todavía no hay una posición contundente de los países de la región, ni de algunos liderazgos que han tomado postura muy exigente por la democracia, la soberanía nacional y el respeto a las normas internacionales.
Es más, continúan pegados al relato de la “democracia a todo trance”, y han saludado a la reciente premio nobel de la paz, Corina Machado, expresando un patético buen deseo para que conduzca una “transición pacífica a la democracia”.
Es evidente que lo que busca la presión estadounidense es un cambio de régimen político en Venezuela. El presidente Lula, en un acto político el viernes 17 de octubre, declaró: “Defendemos que el pueblo venezolano es dueño de su destino y no es ningún presidente de otro país quien debe opinar cómo va a ser Venezuela o va a ser Cuba”.
Y Estados Unidos presionas cada vez más y va generando las condiciones para un ataque. La embajada de Estados Unidos, el día 19 de octubre, emitió una alerta a sus connacionales que estuviesen en Trinidad y Tobago para evitar visitar el país, atendiendo al aumento del estado de alerta en la zona.
También ha azuzado a Guyana para una postura dura en negociaciones territoriales con Venezuela.
Frente a la agresión militar de una potencia como Estados Unidos, es bien difícil poder responder simétricamente para poder resguardar la soberanía.
En esa dirección, a países en desarrollo y con un proyecto anti capitalista, solo les queda una estrategia de guerra de todo el pueblo. El régimen de Venezuela lo entiende muy bien, y para eso, tiene una definición estratégica.
Esta es una estrategia de defensa integral, que se fundamenta en la conjunción de fuerzas orgánicas como las fuerzas armadas y la policía, a la cual se le agrega la población activa organizada, en los distintos formatos y espacios en que actúa la población.
El gobierno tiene la tarea de articular y asegurar otros componentes, como la economía, el territorio y el conjunto del Estado.
Esta unión civil-militar-policial conforma un tejido de corresponsabilidad nacional, donde cada uno cumple un rol táctico.
De esta forma se construye la concepción de una cultura de defensa activa y refuerza el mensaje que la soberanía no es monopolio de los cuerpos militares, sino derecho y deber de todo el pueblo.
El Sistema de Defensa Integral se sostiene en cuatro niveles de operación:
Conceptual: formulación del Plan, y es el nivel que dirige, organiza, justifica, ocupándose de lo militar y de la integralidad del Plan.
Funcional: la división de la acción en distintos campos: militar, diplomático, informativo, popular. Cada uno tiene su propio Plan de acción integrado al Plan General.
Territorial: funciona en el terreno, integrando todos los organismos y estructuras estatales existentes. Cada uno elabora su Plan específico relacionados con los grupos humanos, logísticos, recursos, etc.
Temporal: identificando y actuando en el cuándo, dependiendo del estado de paz, crisis o conflicto.
Para poner todo esto en un movimiento planificado, articulado, entusiasta, es necesario un entrenamiento riguroso. Del entrenamiento depende el bienestar de todos.
Un Plan integral requiere, a su vez, un entrenamiento integral. Es bueno recordar la máxima de que una situación bélica es por naturaleza incertidumbre, y que los planes dejan de ser tales una vez comenzada la batalla.
De allí que, los enormes esfuerzos del gobierno y pueblo venezolano, por ponerse a la tarea de esta planificación y entrenamiento, han sido enormes.
Significa concentrar recursos y desviarse de la tarea central del trabajo por el desarrollo y bienestar de la población, pero es la urgencia que demanda la soberanía popular.
Por Carlos Gutiérrez P.
Carta Geopolítica 67 – 21/10/2025
https://www.elciudadano.com/columnas/la-desesperacion-del-imperio-con-america-latina/10/25/

