
Mientras AfD lidera las encuestas, la derecha alemana duda entre la memoria y el poder.
Al canciller Friedrich Merz y su CDU les tiemblan las piernas. Las encuestas son demoledoras: Alternativa para Alemania (AfD) lidera con entre 25 y 27% del voto, y en el Este ronda el 40%.
El viejo cordón sanitario que Alemania construyó sobre los escombros del nazismo se agrieta. Y la derecha que juró contener a los monstruos del pasado ahora empieza a mirarles con simpatía.
Lo que Strauß llamó “Brandmauer”, el cortafuegos antifascista, hoy no es más que un papel mojado.
Durante décadas, esa frontera moral fue la línea roja que separaba a los conservadores alemanes de la barbarie. Pero el poder, como siempre, acaba siendo más tentador que la memoria.
Merz y sus aliados llevan semanas abriendo el debate que hasta hace poco era tabú:
¿Debe la CDU seguir negándose a pactar con la extrema derecha?
Los resultados electorales han hecho saltar todas las alarmas: AfD se consolida como primera fuerza en casi todo el país.
Y, como ocurrió con Feijóo en España ante la presión de Vox, la derecha alemana empieza a coquetear con los herederos del nazismo mientras asegura defender la democracia.
Ya hay diputados que piden públicamente “normalizar la relación” con AfD. La llamada “nueva derecha” mediática —NiUS, Apollo News, Junge Freiheit— legitima el discurso del odio bajo el disfraz del “patriotismo social”.
El mismo veneno que en los años 30 convirtió el miedo económico en ideología.
EL CORDÓN SANITARIO COMO FICCIÓN
La CDU de Merz intenta aparentar firmeza. Pero su lenguaje la delata.
El canciller ya ni siquiera pronuncia la palabra “Brandmauer”. Le incomoda. Prefiere hablar de “líneas de responsabilidad” o “diálogo con los votantes”.
Así empieza toda rendición: por el lenguaje.
Mientras tanto, en Sajonia-Anhalt y Mecklemburgo-Antepomerania, AfD roza la mayoría absoluta. En Berlín, Renania y Baden-Württemberg se prepara una nueva tanda electoral donde el bloque ultraderechista podría ser decisivo. El dilema es claro: o pactar con los fascistas o quedarse sin poder.
Y en la Europa del miedo, el poder siempre gana.
El analista Sebastian Enskat, de la Fundación Konrad Adenauer (vinculada a la CDU), lo reconoce: “En Alemania, los partidos del centro político ya no cuentan con mayoría”.
Traducido: el centro se ha extinguido.
Y cuando el centro muere, el fascismo se disfraza de alternativa.
EL EFECTO FEIJÓO Y LA NORMALIZACIÓN DE LA BARBARIE
El caso alemán no es una excepción, es un espejo.
En Austria, el FPÖ gobierna abiertamente tras décadas de pactos conservadores con la ultraderecha. En España, Feijóo dice “no” a Vox mientras gobierna con ellos en media península. En Italia, Meloni dirige el país desde la herencia de Mussolini.
Europa se está acostumbrando a convivir con sus monstruos.
Los mismos discursos se repiten: la culpa es de los migrantes, de los sindicatos, de las mujeres, de los pobres, de los ecologistas.
Es el fascismo reciclado en versión neoliberal.
Y detrás de su éxito hay una causa evidente: el abandono político del pueblo trabajador, empobrecido por décadas de austeridad, desindustrialización y miedo.
AfD no crece por ideología. Crece porque el capitalismo alemán ha dejado de ofrecer futuro.
Y cuando el sistema no da respuestas, el odio se convierte en negocio.
EL NUEVO ROSTRO DEL “NUNCA MÁS”
El FPÖ en Austria, AfD en Alemania, Vox en España, Reconquête en Francia.
Distintos nombres, misma raíz.
Todos hijos de la misma impunidad histórica.
De la cobardía de una derecha europea que prefiere pactar con los nietos del fascismo antes que redistribuir la riqueza.
Alemania, que convirtió su vergüenza en una promesa, hoy empieza a romperla.
Y cuando el país que juró no repetir el pasado empieza a medir el precio de sus principios, el peligro ya no es la extrema derecha: es la amnesia.
Porque el fascismo no vuelve cuando lo invocan los ultras.
Vuelve cuando el poder decide abrirle la puerta.
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