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****Perdonen los que no piensen como yo, pero discrepo de llamar “locura” a lo que hace el actual mandatario de Estados Unidos, Donald Trump.
Así le hice saber a un vecino, cuando vio en Google que ya el Golfo de México cambió el nombre para los estadounidenses y se llama Golfo de América, y me advirtió: “ese hombre está loco, va a acabar con el mundo”.
Le expliqué al amigo que acepto sin embargo lo que dicen o escriben sobre su histrionismo y egocentrismo que, unido a su multimillonaria fortuna, le permiten sustituir al raciocinio, la lógica y otras cualidades verdaderas de las que debía tener un presidente de cualquier país, o simplemente una figura pública con alguna responsabilidad determinada.
Pensemos cómo puede resultar posible en pleno Siglo 21 que el presidente de una gran nación, con vasta cultura, potencia económica y militar, “gobierne” como un exponente de los más alejados principios del raciocinio y a cada momento firme una ley u orden, que cambie el nombre que quiera, ya sea en los mares y golfos o en el monte Denali (Alaska) al que ahora asignó el patronímico de monte McKinley.
Como parte de su “estilo” de dirigir, lo mismo se encarama en un avión –por supuesto el presidencial, Air Force One– y recorre el espacio aéreo del golfo que linda con tres países: México, Estados Unidos y Cuba, y junto al poder mediático que lo acompaña y por el que tiene obsesión, brinda su versión hacia el éter tratando de imponer su matriz preferida: Make America Great Again o “Hacer a Estados Unidos grande de nuevo”.
En el caso del Golfo no solo cambió el nombre, sino que declaró –por decreto también–al 9 de febrero como Día del Golfo de América. Y al hacerlo Trump y divulgarlo la gran prensa a su servicio, se “aplastan” una serie de normas y regulaciones.
Un despacho de la agencia Sputnik recuerda que para que un cambio de nombre entre en vigor a nivel global se necesita de la aprobación de la Organización Hidrográfica Internacional de la que son miembros tanto Estados Unidos como México.
Ese organismo trabaja para garantizar que todos los mares, océanos y aguas navegables del mundo se registren y cartografíen de manera uniforme.
En tal caso, agrega el despacho noticioso, una medida como la de Trump requiere de la evaluación de la Convención de Naciones Unidas sobre el Derecho del Mar y el Grupo de Expertos de Naciones Unidas en Nombres Geográficos.
Días atrás y propinando otra gran ofensa a los ciudadanos de un país, e incluso, a la más elemental norma del derecho internacional, Trump publicó mapas de EEUU con Canadá anexado.
Y no se trata de un orate atado a la pata de la mesa, arrebatado por su angustia. Lo hizo un presidente, sin atadura alguna, “suelto y sin vacunar”, con una intención marcada de apoderarse del planeta y gobernarlo a su antojo.
En su red social, “Truth Social”, publicó dos mapas con Canadá anexada a su país. En uno de los planos aparece el estado de Canadá pintado junto al de Estados Unidos, con los colores de la bandera estadounidense. Su obsesión de convertir a Canadá en el Estado número 51 de la Unión Americana, la exhibe y da seguridad de ello.
Y lanzó su anzuelo predilecto, cuando aseguró que “la unión de los dos países eliminaría los aranceles comerciales, bajaría los impuestos y garantizaría a Ottawa una seguridad total frente a las supuestas amenazas de barcos rusos y chinos”, que el republicano cree que les rodean constantemente.
Nada más disparatado, implicando a otros países en su esquizofrenia expansionista.
Mientras, en la región latinoamericana y en otros confines del mundo, países y mares deben estar alertas, pues Trump solo lleva unos días en la Casa Blanca, y aún le queden algunos años para intentar la conquista en nuevos escenarios.
La Habana. Por Elson Concepción Pérez, Cubaperiodistas
https://radiolaprimerisima.com/esquizofrenia-expansionista/