¿Quién liberó la 'fábrica de la muerte' de Auschwitz?

¿Quién liberó la 'fábrica de la muerte' de Auschwitz?

Siria como campo de batalla global: en 2011 y ahora

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***Para quien leyó al menos una vez los documentos «Overextending and Unbalancing Russia» (abril 2019) y «Extending Russia» (mayo 2019) de la RAND Corporation —el think tank purista neoconservador del Pentágono—, no puede sorprenderse del movimiento de triple pinza que está ocurriendo en Georgia, Moldavia y Siria, en momentos en que Ucrania experimenta estertores agonizantes.

Obedece fríamente a un guión perfectamente planificado y ejecutado, que fuera presentado por esta «organización no lucrativa y no partidista» en la Cámara de Representantes del Congreso de Estados Unidos en fecha tan lejana como el 5 de ‎septiembre de 2019.

De hecho, este humilde servidor vino avisando de este tríptico en sus viejos artículos de Facebook y revitalizó la advertencia en tres artículos de esta bitácora: (1) respecto de Georgia, en «Si se apaga Ucrania, se enciende Georgia» (2) respecto de Moldavia en «No hay dos sin tres» y (3) respecto a la subversión yihadista en Siria en «Tres Líneas de Fractura al rojo vivo».

Lo cierto es que no hay nada nuevo bajo el sol. El daño multivectorial en diferentes “retaguardias” estratégicas de la Federación Rusa tiene por motivo poner a prueba la posición militar, económica y política de ésta para defender su posición e influencia a lo largo de sus extensas fronteras y vecindarios circundantes.

La idea es adoptar medidas coordinadas y simultáneas para llevar a Rusia a competir en dominios o regiones donde Estados Unidos tendría una ventaja competitiva, y llevarla al límite de sus posibilidades técnicas, militares y/o económicas, para que el gobierno de Putin agote su iniciativa, se quiebre o deba asignar sus recursos finitos en algún punto focal, abandonando en dicha empresa otros intereses importantes… lo que implicaría al fin de cuentas una retracción paulatina.

De hecho, el documento «Extending Russia», el último y más completo de los dos, señala una serie de medidas de tipo económicas 1, geopolíticas, ideológicas e informativas 2, aéreas, espaciales y marítimas 3, y terrestres y multidominio 4, que manifiestan patentemente las características de la guerra híbrida moderna a la que es sometida actualmente Rusia.

Me centraré, por una cuestión de síntesis, únicamente en las medidas geopolíticas, que fueron específicamente enumeradas en el documento, a saber:

Proporcionar ayuda letal a Ucrania. 

Esta situación es harto evidente. No solo se ha convertido la “fisonomía ideológica” ucraniana, incentivando vía NED/USAID/Open Society aquéllos grupos banderistas larvados —que anidaban en las redes stay-behind de la OTAN y que Krushchev increíblemente quiso calmar ofreciéndoles Crimea, en 1954—, llevándolos a un golpe violento mediante turbas organizadas y sincronizadas (Euromaidán de 2014), sino que inmediatamente fueron manipulados hacia la confrontación, forjando verdaderas “limpiezas étnicas” contra las poblaciones culturalmente rusas en Donbás, Járkov y Odessa, creando supremacistas organizaciones paramilitares filonazis —que luego fueron incorporadas a las FF.AA., incluso en altos cargos—, las cuáles a la vez fueron munidas del mejor armamento y entrenamiento estándar de la OTAN… proceso que sigue peligrosamente hasta hoy, donde ya cuentan con misiles balísticos de largo alcance, cazas F-16 y sistemas antiaéreos Patriot.

Promover el cambio de régimen de Bielorrusia. 

El fracasado golpe de la “dirigente feminista” Svetlana Tijanovskaya, en 2020, lo atestigua.

Explotar las tensiones en el Cáucaso Sur. 

Georgia está una vez más bajo un nuevo proceso de insurrección de inspiración occidental, incluso ¡con los mismos dirigentes —Mijaíl Saakashvili y sus adláteres—, y los mismos argumentos que habían triunfado en 2003 con la “Revolución de las Rosas”!

Reducir la influencia rusa en Asia Central.

 Algunos no lo recordarán, pero en enero de 2022, antes de que se montara la Operación Militar Especial en Ucrania (el 24 de febrero), estalló una “revolución de color” en Kazajistán, la nación más grande de los stanes, con una combinación de protestas sociales legítimas (por aumento del gas) e infiltración camuflada de fuerzas yihadistas

Esta situación de descalabro total, con asalto a arsenales, ataques a ambulancias, francotiradores, en definitiva, la misma metodología que en Ucrania, fracasó gracias a la inmediata intervención de la OTSC —Organización del Tratado de Seguridad Colectiva—, siendo la primera vez que entraba en acción. 

Probablemente este haya sido otro de los grandes factores que decidieron la intervención rusa sobre la OTAN en tierras ucranianas.

Desafiar la presencia rusa en Moldavia. 

Se refiere a la “situación anómala” de Transnistria y probablemente también aluda a la situación de Gagaúzia.

Aumentar el apoyo a los rebeldes sirios.

En este último punto me voy a detener y para ello voy a poner “contexto” de base. Parece fuera de tema, pero verán que no lo es. Les exijo paciencia en la lectura y verán no solamente como “todo cierra”, sino cómo los ecos del pasado retruenan en este presente.
La embajadora estadounidense en Kiev, Marie Yovanovitch, la senadora por Minnesotta (demócrata y vestida de azul y amarillo) Amy Klobuchar, el senador por Arizona (republicano) John McCain y el senador por South Carolina (republicano) Lindsey Graham, rodean al entonces presidente ucraniano Petró Poroshenko, entre un pelotón de soldados destinados a las masacres en Donbás, el 1 de enero de 2017

Poroshenko fue firmante de los Protocolos de Minsk I y II (que luego desconocería en la praxis). McCain, conocido por mantener vínculos con los jefes de al-Qaeda y del Emirato Islámico ‎en Siria, felicitó poco después de esa foto a los componentes de Dnipro-1, una unidad del Regimiento Azov. Graham siempre fue el “amigo fiel” de McCain: en mayo de 2023, sostuvo en una entrevista filmada ante Zelenski que “la muerte de los rusos es el mejor dinero gastado”.
La golpista bielorrusa Svetlana Tijanovskaya, entrevistándose con el presidente estadounidense Joe Biden, el 13 de julio de 2023, en Vilna, Lituania, en oportunidad de la Cumbre de la OTAN. La ignota Tijanovskaya fue elegida por la CIA para postularse como presidenciable. 

Era ideal porque era joven, prooccidental, rusófoba y feminista. Obtuvo sólo un 10% de ‎los votos en las presidenciables del 9 de agosto de 2020. 

Pero como un calco de lo que hoy ocurre en Georgia, el aparato comunicacional infiltrado empezó a acusar de “injerencia rusa” y de fraude electoral. 

Alexander Lukashenko, que hasta entonces tenía una política “multivectorial” de enfrentamiento a Rusia y acercamiento a Estados Unidos se dio cuenta que había caído en una trampa. 

Pronto empezaron las “protestas violentas” disfrazadas de consignas de “libertad y democracia”. Lukashenko, que era presidente y se postulaba a la reelección, movilizó las fuerzas de seguridad para salvaguardar la paz y el orden (además, acudió a Putin). 

Él mismo lideró la contrarrevolución, munido con un fusil AK-74. Cuando el golpe fue sofocado, Tijanovskaya huyó a Lituania, país que colaboró en la revuelta junto a Polonia y Ucrania, con el mando estadounidense.

 En Vilna, fue recibida por el siniestro ‎‎“filósofo” francés Bernard-Henri Lévy, gran propagandista de los saqueos de Libia y Siria. Allí está radicada, esperando su nueva oportunidad.
El 20 de febrero de 2023, la presidenta de Georgia, la parisina Salomé Zurabishvili, se reunió con los senadores estadounidenses Jeanne Shaheen (demócrata, New Hampshire) y Dick Durbin (líder de los demócratas, Illinois), donde se estableció la hoja de ruta para unirse a la UE y se analizó el entorno de seguridad en la región del Mar Negro. 

Increíblemente, los participantes barajaron la posibilidad de “un segundo frente en Georgia”. 

La senadora Shaheen profetizó entonces en Twitter que “Georgia tiene elecciones importantes por delante y la oportunidad de avanzar en una agenda prodemocrática, que es lo que alentaré a nuestros socios a priorizar mientras trabajan para construir un futuro mejor para el pueblo georgiano y traer más estabilidad a la región”.

Empecemos pues…

Tras el colapso soviético, los neoconservadores que se habían afincado paulatinamente en el gobierno de Ronald Reagan se consolidaron en la Administración de George H. W. Bush (Bush padre).

 Para llevar adelante su objetivo imperial, esto es, conseguir que Estados Unidos sea la única superpotencia hegemónica de alcance global, instigaron la Primera Guerra del Golfo Pérsico —forzando al error de cálculo del entonces férreo aliado Saddam Hussein—, donde demostraron el pináculo de su evolución e inauguraron el “Fin de la Historia”.
La Primera Guerra del Golfo fue una muestra ante las naciones del mundo que Estados Unidos había empezado su etapa hegemónica y que de ahora en más se convertiría en un “Gendarme Global” sin limitaciones ni frenos de carácter legal (Derecho Internacional) o fáctico (Bloque Socialista). 

No solamente gozaba de una gran superioridad tecnológica —que se encargó de exhibir adecuadamente a través de CNN Network—, sino que podía mostrar una habilidad política incontrastable al “preparar” una víctima propiciatoria y lanzar sobre ella una Coalición militar bajo su mando.

 En ese caso fue Irak, con Saddam Hussein. Pero repetiría la experiencia con la Federación Yugoslava de Slobodan Milošević en 1999, contra el régimen Talibán en Afganistán en 2001, nuevamente contra los restos de Irak en 2003, posteriormente versus la Libia de Muammar Kadhafi en 2011 y finalmente contra la República Árabe Siria de Bashar al-Assad en 2012.

Apenas finalizada la Guerra del Golfo, George H. W. Bush solicitó al straussiano Paul Wolfowitz, su subsecretario de Defensa, que redacte el Defense Policy Guidance [Orientación para Planificación de la Defensa] —que a pesar de ser un documento confidencial, tuvo filtraciones—, donde se especificaba que el principal objetivo de Estados Unidos era evitar la reaparición de un nuevo rival que domine una región cuyos recursos puedan catapultarlo a convertirse en una potencia global.

Para ello, Estados Unidos debía dar prueba del liderazgo necesario como para [1] establecer y garantizar un nuevo orden mundial que convenza a los potenciales competidores de que no deben aspirar siquiera a un papel regional ni asumir una postura en pos de sus intereses legítimos, [2] representar los intereses de los países industrializados de manera que se supediten a (no compitan con) Estados Unidos y respeten el orden político y económico establecido y [3] conservar todos los mecanismos de disuasión.

De esta manera, la Doctrina Wolfowitz se erigió como la voluntad hegemónica estadounidense. 

El paroxismo de la doctrina llegó con el Proyecto para un Nuevo Siglo Americano, formulado por el think-tank American Enterprise Institute dominado por la familia jázara Kagan/Nuland, quien entonces puso sobre el tapete la necesidad de un evento conmocionante —literalmente dicen un “nuevo Pearl Harbour”—, para que la sociedad estadounidense acepte una salida del aislamiento y se manifieste a favor de una serie de conquistas militares.
De izquierda a derecha, los tres hombres clave del presidente George H. W. Bush durante la Guerra del Golfo Pérsico de 1990-1991: el general Colin Powell, Jefe del Estado Mayor Conjunto de los Estados Unidos, el general Norman Schwarzkopf, comandante en jefe del Comando Central de los Estados Unidos (CENTCOM) y el subsecretario de Defensa y gran estratega de la fase imperialista estadounidense, Paul D. Wolfowitz (el secretario de Defensa era Dick Cheney, futuro vicepresidente de George W. Bush). }

Colin Powell se convertiría posteriormente en secretario de Estado bajo la presidencia de George W. Bush y se haría tristemente célebre por su espantosa campaña de mentiras para atacar nuevamente a Irak en 2003, bajo la farsa de las armas de destrucción masiva y las amenazas —jamás profesadas— por Bagdad de atacar químicamente Estados Unidos (la increíble “paranoia del ántrax”). 

¡En un show de cinismo ilustrado, el mismo Powell manipuló un polvo blanco en un tubo de ensayo cerrado en la ONU simulando portar ántrax iraquí!

Este Pearl Harbour llegaría casualmente el 11 de septiembre de 2001, con los eventos trágicos del World Trade Center y el ataque al Pentágono. 

Casi inmediatamente, la Inteligencia estadounidense descubrió y señaló que toda la responsabilidad caía sobre uno de los organizadores saudíes de la resistencia muyahidín antisoviética afgana; un hombre de confianza de la CIA cuya familia tenía inversiones conjuntas con la familia Bush en el ámbito petrolífero e inmobiliario: Osama bin Laden. ¿Por qué? Nunca quedó claro. 

Repentinamente, un multimillonario saudí, un freedom-fighter que mostró su fidelidad luchando contra las fuerzas del Kremlin, que había recibido fondos y armas por canales secretos para montar una red de combatientes en el mundo islámico [al-Qaeda = La Base] a favor de los intereses occidentales, y que incluso llegó a enviar sus combatientes, en 1992, a Bosnia-Herzegovina —la “Legión Árabe”— como apoyo al presidente musulmán bosnio Alija ‎Izetbegović contra los serbios, decidió montar una complejísima y cinematográfica operación contra sus aliados de confianza. ¡Desde unas remotas cuevas rocosas en Afganistán!
A pesar de lo sostenido por la narrativa oficial, no se recuerda una sola fotografía verosímil con restos de la aeronave que impactara contra el Pentágono, ni filmaciones, ni aportes de testigos visuales. Rarísimo para una zona hiper vigilada y concurrida.
Tras los sucesos del 11-S, el hasta entonces ignoto empresario saudita Osama Bin Laden se convirtió en el Public Enemy de las democracias liberales. 

De golpe, este hombre, que gozaba de la cobertura de las agencias de inteligencia occidentales (CIA e IMI paquistaní, mínimamente) pasó a la clandestinidad y fue inapresable. 

Jamás se dio una explicación seria y razonable de su supuesta animosidad contra Occidente, ni por qué tuvo tantos medios financieros y recursos materiales como para organizar y emplear desde Afganistán la destrucción de objetivos tan ambiciosos situados en Arlington y New York, a miles y miles de kilómetros de distancia. 

El señalamiento de este hombre y al-Qaeda, sin embargo, no tuvo como respuesta su captura internacional, sino una serie de guerras y ocupaciones en Afganistán e Irak. 

Supuestamente, fue hallado ¡en Pakistán! y se le dio muerte mediante una «operación especial» el 2 de mayo de 2011… ¡10 años después! Y sin embargo… no hay mayores pruebas de que ellos haya efectivamente sucedido pues ¡lanzaron su cuerpo al Océano Índico en absoluto secreto!

La versión oficial sobre el rapto de aviones, los desvíos hacia los objetivos, la nula interceptación, el derrumbe sobre sus propios cimientos de edificios sólidos y preparados para choques de aeronaves, y cantidad de incongruencias adicionales, es claramente inverosímil, pero fue tan repiqueteada por la massmedia que la masa popular la tragó como una píldora; mientras los gobiernos mundiales, que no pudieron no tener sospechas, hicieron mutis por el foro. 

En Estados Unidos se suspendió la Carta de Derechos (The Bill of Rights) y se adoptó en su lugar el Acta Patriótica (USA Patriot Act), que impide la investigación y la disidencia. 

En el plano internacional, se declaró la “guerra contra el Terrorismo” (War on Terror), una expresión insólita, ambigua y retorcida, que se basaba en la insana dicotomía del “quien no estuviera con nosotros estaría contra nosotros”, o sea, quien no apoyara las vindicaciones de Washington entonces es considerado promotor del terrorismo internacional y digno de ser ajusticiado.

Advirtiendo quizás lo que se vendría, Rusia y China fundan poco antes de los sucesos del 11-s, el 15 de junio de 2001, la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS); una organización de protección mutua entre los pueblos de China, Kazajistán, Kirguistán, Rusia, Tayikistán y Uzbekistán. Su enfoque principal es la seguridad en Asia Central, con temas tales como “el terrorismo, el separatismo y el extremismo”.
La cumbre fundadora de la Organización de Cooperación de Shanghái en San Petersburgo, en junio de 2001. Pueden verse, de izquierda a derecha, a los presidentes kazajo, Nursultán Nazarbáyev, al kirguís Askar Akayev, al chino Jiang Zemin, al ruso Vladimir Putin, al tayiko Emomali Rahmon y al uzbeko Islam Karimov. Esta alianza fue la primera forma de colaboración geopolítica moderna sinorrusa para evitar la injerencia estadounidense en Asia Central.

Prontamente, como era de prever, Washington se lanzó a una serie de guerras con el objeto de rediseñar Medio Oriente: ocupó Afganistán en 2001, bajo el argumento de albergar a Osama bin Laden (al que no encontraron sino hasta 2011, 10 años después, supuestamente ¡en Pakistán!) y nuevamente se abalanzó contra Irak, maltrecha por años y años de sanciones, en 2003. 

Ambas naciones, Irak y Afganistán, rodeaban por este y oeste a la República Islámica de Irán, el gran objetivo de los straussianos, en tanto y en cuanto no solamente era poseedora de cuantiosos recursos energéticos, sino porque representaba un faro ideológico con gran potencial de “contagio antiimperialista” para toda la región, producto de los fundamentos de la Revolución del ayatolá Jomeini.

Por otra parte, basta echar un vistazo al mapa: Afganistán era una base de operaciones ideal para acechar a los «stanes» de Asia Central (recuerden el objetivo de «Extending Russia», punto 4, citado arriba) —y consideren además que los «stanes» forman parte del espacio post-soviético a la vez que son vitales para la Nueva Ruta de la Seda china—, mientras que Irak, no solamente era un país con amplias reservas petrolíferas, sino un nexo fundamental entre el Levante y la Península Arábiga (o visto de otra forma, entre el Mediterráneo Oriental y el Golfo Pérsico)

Recuerden, asimismo, que mientras toda esta movida se desarrollaba en el Asia Occidental, en el Cáucaso aun retumbaban los truenos de la Segunda Guerra Chechena, caracterizada por una fase terrorista atroz, siendo el episodio más sangriento el de la toma de rehenes en el teatro Dubrovka de Moscú.

Lo cierto es que el tercer y definitivo paso de consolidación programado, era el bombardeo, devastación y posible ocupación de la República Islámica de Irán, a quien George W. Bush ya había incluido en un imaginario «Eje del Mal» junto a Irak y Corea del Norte 5 (al que luego se uniría nada menos que Libia y Siria).

Tapa de la afamada revista británica AirForces Monthly de septiembre de 2003. 

Sin tapujos anuncia: «El programa nuclear de Irán en la mira. AFM examina las capacidades de Irán y una potencial incursión estadounidense». Nótese la foto de un bombardero Northrop B-2A de la USAF despegando. La invasión de Irak ocurrió entre el 20 de marzo y el 1 de mayo de 2003, pero para septiembre ya se especulaba con una nueva campaña en Irán.

Sin embargo, el frenesí belicista de Washington pronto se encontró con una cruda realidad: atacar Irán elevaría enormemente los costos del barril de petróleo, porque inevitablemente los reinos del Golfo se verían implicados en una guerra abierta y generalizada. El Estrecho de Ormuz se cerraría y el costo de la guerra sería más grande que su beneficio.

Además, Irán es de una geografía complicada y extensa —por lo tanto difícil de ocupar—, y el país, a pesar de las duras sanciones, había podido mantener a flote su sistema teocrático, instituciones y fuerzas armadas.

Y para colmo de males, Irán tiene facciones aliadas en Líbano y Yemen, incluso, en el sur de Irak, y cuenta con la amistad incondicional de Siria.

Desde 2003 hasta mediados de 2006, existió una presión cada vez más incremental para atacar Irán por algún medio —incluso nuclear—; argumento que gozaba del apoyo irrestricto de los israelíes.

 Esto generó una división en la Administración Bush, pues por un lado estaban los elementos de línea dura neoconservadora, dirigidos por Dick Cheney y Donald Rumsfeld en el Pentágono, que presionaban a favor de una campaña militar amplia y terminante.

 Pero por otra parte, estaba la secretaria de Estado Condoleezza Rice, quién no estaba segura de la conveniencia de esa decisión y pensaba que existían metodologías “suaves” para lograr el “cambio de régimen”.

Además, habían salido a la luz espantosas fotografías de lo que hacían las fuerzas americanas en las cárceles iraquíes: a poco de iniciarse la invasión, durante 2003, se revelaron escandalosos casos de torturas y abusos de prisioneros en Abu Ghaib por parte de la Compañía 372 de la Policía Militar, agentes de la CIA y diversos contratistas privados. Esta situación descarnada significaba dos cosas: (1) las tropas invasoras no eran libertadoras ni bienvenidas y, como propiedad transitiva, (2) la permanencia en esos territorios significaba un costo cada vez más creciente en dinero y vidas.
El prisionero iraquí Abdou Hussain Saad Faleh en plena “sesión” de torturas con electricidad. La desfachatez inhumana, y la impunidad, hizo que encima se vanagloriasen de su crueldad con testimonios fotográficos.

Para febrero de 2006, Condoleezza Rice presentó una nueva estrategia para Irán en el Senado, consistente en la financiación de “grupos pro-democracia (ONGs, fundamentalmente sobre libertades y derechos humanos), becas culturales y educacionales, iniciativas de diplomacia pública, y fundamentalmente, la difusión por Internet entre los jóvenes iraníes de las ideas prooccidentales” (que iban a tener su consecuencia en la fallida Revolución Verde de 2009, pero eso es harina de otro costal).

Mientras la estrategia para derribar a Irán tomaba un cambio de rumbo, focalizándose en la subversión interna —básicamente un intento de repetir la «Operación Ajax» montada en 1953 contra el nacionalista Mohammed Mossadeq—, ingresaba entonces una planificación novedosa de Rediseño de Medio Oriente: la Doctrina Rumsfeld-Cebrowski.

Se trataba de una redistribución, propuesta por el Pentágono, para modificar las fronteras heredadas de la colonización francobritánica ‎‎(Acuerdos Sykes-Picot de 1916), especialmente, para aquellos países no aliados ‎de Washington. ‎

En esencia la nueva Doctrina Rumsfeld-Cebrowski no desconocía la Doctrina Wolfowitz, sino que la potenciaba incorporando algunos matices: no se trataba ya de respetar antiguas divisiones o alianzas surgidas en la Guerra Fría o anteriores, tampoco de dibujar regiones sobre la base religiosa-cultural (como en el «Choque de Civilizaciones») sino únicamente por su no integración a la ‎economía globalizada del capitalismo financiero. 

Si algún país del Medio Oriente presentaba características soberanas como Estado-nación y bregaba por decisiones independentistas, entonces ingresaba como objetivo de la Doctrina.

Había tres países que ingresaban de lleno en esa categorización: Libia, Siria e Irán; las tres naciones poseían estados conformados, con liderazgos antiimperialistas y una acción resistente contra los poderes fácticos.

 Además, la nueva Doctrina ya no implicaría directamente tropas occidentales —que tenían su propio atolladero en Irak y Afganistán—, sino tropas subsidiarias, aunque Occidente pondría a disposición financiamiento, entrenamiento, armamento, planificación e inteligencia y (muchas veces) apoyo aéreo.

La consecuencia sería la delegación (proxy) de las guerras montadas por Occidente: primero y principal, se invitó en complicidad a los aliados europeos Reino Unido y Francia (con poder de veto en ONU) —para lo cual suscribieron los Tratados de Lancaster House—, y en segundo término, se llegó a un acuerdo sobre quien aportaría la «mano de obra», inclinándose sobre una “vieja conocida”: la cofradía de los Hermanos Musulmanes 6 y otras facciones islámicas sunitas afines o aliadas.

Los Hermanos Musulmanes —ampliamente extendidos desde el Magreb hasta el Golfo Pérsico—, no solamente se dedicarían a reclutar “espontáneos” ejércitos de insurgentes sino a provocar “demandas democráticas” y “derechos civiles”, que luego se convertían rápidamente en revueltas de índole religiosa radical.

Para muestra basta un botón: el 26 de junio de 2005, los servicios secretos occidentales organizan en Londres un encuentro de opositores libios denominado «Conferencia Nacional de la Oposición Libia» donde se unen tres facciones islámicas: Hermanos Musulmanes, Hermandad de los Senussi y el Grupo Islámico Combatiente en Libia (GICL), donde ya para entonces establecieron derrocar a Muammar Kadhafi, ejercer el poder durante un año (bajo el nombre de «Consejo Nacional de Transición»), reinstaurar la monarquía constitucional de 1951 y proclamar el Islam como religión del Estado.

Todos sabemos el final de la historia: el 19 de marzo de 2011 se lanzó una campaña de bombardeos aéreos por parte de las fuerzas aéreas de la OTAN (y Emiratos Árabes), con el objetivo de cumplir lo dispuesto por la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de la ONU que autorizaba la adopción de “todas las medidas necesarias […] para proteger a los civiles y las zonas pobladas por civiles que estén bajo amenaza de ataque” y a la que desgraciadamente Rusia y China se abstuvieron. Kadhafi era culpado de defender a su país de una subversión interna y de utilizar ¡dentro de sus propias fronteras y en facultad de sus deberes de soberano! a sus fuerzas estatales para finiquitar una contrarrevolución de inspiración externa. Increíble pero real. 

De esta manera, Libia fue utilizada como un campo de tiro para las aeronaves atlantistas, que destruyeron la infraestructura militar y civil de la Gran Yamahiriya Árabe Libia Popular Socialista mientras los yihadistas acababan la faena en tierra.
Un caza EF-18A Hornet del Ala 12 del Ejército del Aire español se dirige a bombardear objetivos gubernamentales en Libia, para lo cual porta dos bombas Mk.82 Snakeye de 500 libras guiadas por láser. Durante la campaña, los cazas españoles operaron desde la base aérea de Aviano (Italia).

El Hermano Líder y Guía de la Revolución, Muammar Kadhafi, fue finalmente capturado, sodomizado y ejecutado, lo que valió la enorme satisfacción de la secretaria de Estado Hillary Clinton, que exclamó como un César romano “Llegamos, observamos, murió” [We came, we saw, he died].

Muammar Kadhafi había convertido un territorio desértico compuesto por 140 tribus (quabilas), divididas en subtribus (buyuts) y familias (lahmas) en el Estado-nación más desarrollado de toda África, con estándares de vida incluso superiores que los de muchas naciones europeas. 

Pero Occidente se encargó de destruir su obra para llevarle “libertad”, vale decir, para diseminar fragmentación, feudalización y babelización, además del vaciamiento de su Banco Central y la expoliación de sus recursos petrolíferos.

Casi como un calco, la devastación libia se mudó a territorio sirio. Ya para agosto de 2011, el presidente Barack Obama inauguró un mantra que se haría muy repetitivo en las voces de los líderes occidentales en los años venideros: “Bashar al-Assad debe irse”.

No se trataba de una frase inocua: venía acompañada por un cóctel infernal de sanciones, congelamiento de cuentas internacionales, bloqueo y el pedido ante la ONU de zonas de exclusión aérea (no-fly zones), como las que se establecieron contra Irak y Libia y que permitieron la impunidad de las operaciones terrestres.

La apetencia por Siria tenía arraigo también en la clásica influencia de esa República en su vecina Líbano: las tropas sirias habían sido garantes de paz de los Acuerdos de Taif de 1989, que pusieron fin a la Guerra Civil Libanesa.

Pero el atentado contra el ex primer ministro libanés, el millonario saudita Rafiq Hariri, el 14 de febrero de 2004, hizo que un tribunal de la ONU manejado por el fiscal alemán Detlev Mehlis (el mismo que acusó a Kadhafi de autor intelectual por atentados con bombas en Berlín en 1986, vaya casualidad), inculpara al presidente sirio Bashar al-Assad 7.
Rafiq Hariri y George W. Bush en el Salón Oval, el 18 de abril de 2001

Hariri era partidario de la expulsión de las tropas sirias y de la disolución de las milicias armadas de Hezbolá. Pudo lograr el primer cometido, mas no el segundo. Un atentado con bomba acabó con su vida el 14 de febrero de 2004, llevando a una verdadera Revolución de Color [Revolución de los Cedros] en Líbano, liderada por los cristianos maronitas aliados de Israel, que forzó la retirada de las tropas sirias.

Hariri fue el impulsor de la Resolución 1559 que exigía la retirada total de las tropas sirias del Líbano, porque era partidario de la destrucción del nexo Hezbolá-Siria y no veía del todo mal una alianza cristiano-israelí.

Bashar al-Assad fue respetuoso de la Resolución de la ONU y retiró sus tropas en 2005 (previsor, Hezbolá no se desarmó), lo cual fue visto como un acto de debilidad por parte de Occidente. La retirada siria del Líbano posibilitó entonces la subsiguiente intervención israelí, pero un valeroso Hezbolá repelió el ataque en la llamada «Guerra de los 33 días», del 12 de julio al 14 de agosto de 2006.

Sin embargo, Siria seguía estando en la mira: como en la experiencia libia, en marzo de 2011 empezaron, con epicentro en la ciudad de Daraa, “protestas espontáneas” en el marco de la “Primavera Árabe”, que solicitaba “reformas democráticas”… no obstante, con la velocidad de un rayo, esas pancartas se convirtieron en fusiles de asalto, y pronto aparecieron los disturbios, los sabotajes y los asesinatos de policías y funcionarios.

Como en la trampa dialéctica libia, cualquier reacción del Estado sirio para preservar el orden dentro de sus fronteras fue acusado por Occidente de “represión de civiles” y, en virtud de ello, motivo para la presentación del Compromiso R2P (Responsability to Protect 8) para solicitar una Resolución de la ONU que permita intervenir militarmente.

Con Libia funcionó la treta. Pero esta vez, con Siria, Rusia y China vetaron la propuesta.

Obama, al contrario de George W. Bush, era reacio a implicarse sin el mandato de la ONU, por lo que no comprometió a las fuerzas estadounidenses contra Siria. Pero ello no impidió que el Deep State apoyara fervientemente a los yihadistas internacionales (disfrazados de inconformes ciudadanos sirios), muchos de los cuáles, volaban de Libia a Turquía y Jordania y desde allí, penetraban la frontera siria por el norte y por el sur.

Mediáticamente, el asalto terrorista de grandes proporciones desatado contra Siria era vendido como la aparición de una «Guerra Civil», producto de las rígidas condiciones impuestas por el «régimen» del «dictador» Bashar al-Assad, que cercenaba la libertad y los pedidos de democracia de la población. La cruda verdad era que la República Árabe Siria, sumamente respetuosa de la diversidad religiosa, dada sus características seculares, de sesgo antiimperialista (sea éste otomano, francés, británico o israelí), era un impedimento para la Doctrina Rumsfeld-Cebrowski y, a la vez, un enemigo declarado de los Hermanos Musulmanes y otras facciones takfiríes (y obviamente, de Israel).

Pronto, esos “civiles que había que proteger” se develaron como combatientes de organizaciones salafistas, con rangos cuasi-militares y un entrenamiento perfeccionado en guerrillas y terror. 

Podemos nombrar al Al-Yays as-Suri al-Hurr o Free Syrian Army (que porta la bandera colonial del viejo mandato francés como insignia) o al Frente al-Nusra; poderosas milicias, profesionalizadas, encargadas de llevar a Siria a la Edad de Piedra. Todas estas facciones eran afiliadas a Al-Qaeda.
Fuerzas del Free Syrian Army, entrenadas y pertrechadas por Occidente, portan la vieja bandera colonial francesa. No casualmente, en Libia, donde triunfó el yihadismo-atlantismo, se repuso la vieja bandera colonial británica heredada por el Reino Unido de Libia del rey Idris I.
Milicianos del Frente al-Nursa en 2011. Actualmente, bajo el nombre Jabhat Fateh ash-Sham, lucen otro look mucho más militarizado y profesional.

La así llamada «Guerra Civil Siria», que tenía casi nada de civil y mucho de ataque internacional proxy comandado por los Hermanos Musulmanes y las escuelas wahabitas saudíes, tuvo una crueldad inusitada, muy pocas veces vista, porque a las razones políticas se sumaban además importantes razones económicas, como el trazado de gasoductos desde los reinos del Golfo hasta el Mediterráneo que habían sido impedidos por Al-Assad, como así también, las ambiciones neo-otomanistas de Turquía —siendo el propio Recep Erdoğan un conocido miembro secreto de la Cofradía—, y las pretensiones independentistas kurdas, siempre reavivadas en cuanto tiroteo ocurra en Levante y Mesopotamia. 

Además, a diferencia de Libia, el gobierno sirio tenía un ejército aún poderoso, algo desorganizado y debilitado por las sanciones, las traiciones y el tipo de guerra planteado (para el que no estaba preparado), pero que conservaba una cuota no desdeñable de poder aéreo, máxime considerando que no habían podido imponerse zonas de denegación aérea.
Aunque con aeronaves veteranas y desgastadas, maltratadas por años de decadencia y sanciones, la Fuerza Aérea Siria aún podía operar en los cielos y defender posiciones sin necesidad de enfrentarse a la cobertura aérea atlantista, como ocurriera en Libia. No obstante, los “civiles sirios que protestaban en el marco de la Primavera Árabe” pronto respondieron con sistemas antiaéreos portátiles de tubo (MANPADS) y cañones antiaéreos avanzados, haciendo verdaderos estragos en las aeronaves, que por sus viejos sistemas y armas necesitaban realizar ataques a bajas cotas.

El punto álgido de la guerra ocurrió el 21 de agosto de 2013: a los fusilamientos sumarios, decapitaciones, escudos humanos, violaciones, esclavitud y otras acciones brutales, se sumó uno de los peores ataques químicos (con gas sarín) jamás perpetrados. 

Ello ocurrió en Guta, en las afueras de Damasco, dejando nada menos que 1.429 personas muertas, entre ellos, 426 niños.
A fin de no poner espantosas imágenes, preferí ilustrar el ataque químico con un cartel recordatorio del horripilante crimen perpetrado en Guta. Hubo otras áreas afectadas reportadas en zonas cercanas a Damasco.

Muy casualmente, Obama, que no había intervenido directamente por causa del veto ruso y chino en el Consejo de Seguridad, había advertido que lo haría de todos modos si se cruzaba una línea roja, que podría ser, por ejemplo, si Bashar al-Assad recurriese al armamento químico que Siria tenía almacenado (para contrarrestar el armamento nuclear israelí). La declaración del presidente Barack Obama fue realizada el 20 de agosto de 2012. ¿Y a que no adivinan qué pasó? Sí… hubo un ataque químico.

Consideren la importancia de este suceso, además, en relación al antecedente de la invasión a Irak en 2003: fue la infundada acusación sobre la tenencia —ni siquiera la utilización—, de armas químicas la que justificó la invasión estadounidense.

La autoría del atentado fue objeto de una durísima disputa internacional: los gobiernos occidentales, Turquía y toda la Liga Árabe (que había expulsado a Siria por recomendación estadounidense) culparon sin ninguna prueba al gobierno del presidente Bashar al-Assad, solicitando en consecuencia la inmediata intervención militar.

Por supuesto, era un pretexto. O como se dice técnicamente: una operación de falsa-bandera (false-flag operation), esto es, crear un hecho conmocionante, y acusar falsamente a mi oponente para generar un casu belli contra él. De hecho, llamaba poderosamente la atención la gran cantidad de niños fenecidos, como si se hubiera deseado lograr un mayor impacto emocional. Irónicamente, las fuentes de las acusaciones eran los “rebeldes moderados” que operaban criminalmente en Siria… u ONG no identificadas.

El Premio Nóbel de la Paz Barack Obama declaró: “Sabemos que el responsable es el régimen de Al-Assad… y es por eso que después de haber reflexionado con cautela, determiné que hace a la defensa de los intereses de la seguridad nacional de los Estados Unidos responder al uso de armas químicas por parte del régimen de Al-Assad por medio de una acción militar precisa… Creo que debemos actuar. Esto es lo que hace que Estados Unidos sea un país distinto. Esto es lo que nos hace excepcionales.”

Pero lo único cierto es que no existía en absoluto una prueba determinante. Y para colmos, sí existían pruebas —develadas por el periodista Seymour Hersh, el mismo que revelara el sabotaje estadounidense del Nord Stream muchos años después—, de que el Frente al-Nusra 9, afiliado a Al-Qaeda, poseía armamento químico ¡saqueado de los almacenes libios! 10

Irán y Rusia, en consecuencia, negaron las acusaciones contra Siria y a la vez señalaron que Occidente pretendía urdir un complot para la intervención. Particularmente, el dúo Putin-Lavrov hizo luego una jugada maestra: el 10 de septiembre de 2013, horas antes de que se votara positivamente en el Congreso estadounidense un ataque militar contra Siria, y con la flota estadounidense navegando en el Mediterráneo Oriental en zafarrancho de combate, el canciller sirio Walid Mualem anunció la intención de su país, a petición de Rusia, de poner sus arsenales químicos (581 toneladas de gas sarín y 20 toneladas de componentes de gas mostaza) bajo control internacional, dejando así sin argumentos legales a la intervención estadounidense, quien debió “posponer” su ataque.

La República Árabe de Siria se desligaba de su “armamento estratégico” para evitar “confusiones” y ser acusada de agresora (evitando la intervención atlantista).La cesión se hizo bajo supervisión rusa y de la OPAQ, el organismo internacional de control de armas químicas.
La gestión diplomática de Serguéi Lavrov fue fundamental para detener la persistencia incriminadora e intervencionista de Estados Unidos. Al menos en 2013, Rusia evitó que Siria se convierta en una zona de bombardeos atlantistas como ocurriera con Libia en 2011, decidiendo jugar una carta en pos del equilibrio internacional y en auxilio de su tradicional aliado en el Levante. En la foto, Lavrov conversa con su homólogo estadounidense, John Kerry.

Así las cosas, el secretario de Estado John Kerry y el ministro de Relaciones Exteriores ruso Serguéi Lavrov firmaron, el 14 de septiembre de 2013, un acuerdo donde Siria se comprometía a la inspección, control y eliminación de todas las armas químicas. El Consejo de Seguridad no tuvo más remedio que aprobar el acuerdo.

Debe comprenderse que Siria es, geoestratégicamente hablando, una zona-pivot tanto para los intereses occidentales como para los rusos. Para Rusia, el recalentamiento de la crisis ucraniana —en ese entonces estaba en ciernes el golpe del Euromaidán—, implicaba que su posible “pérdida” debía compensarse con una “ganancia” en la retaguardia geográfica (el Mediterráneo Oriental opera en tándem con el Mar Negro). 

Si el “destino inevitable” era perder Ucrania, entonces no debería perderse Siria. Para Estados Unidos, por el contrario, convertir Ucrania en un ariete antirruso y, simultáneamente, destruir Siria para quitarle profundidad estratégica a Irán y a Rusia, potenciaba su círculo de aliados en un Heartland sensible, rico en recursos estratégicos y nexo de mares y continentes.

Pero el hecho de que se contuviera en ataque por vía aeronaval no implicaba que Estados Unidos no impulsara su objetivo de “evitar la reaparición de un nuevo rival” [Defense Policy Guidance mediante], haciendo uso del reclutamiento de yihadistas de extrema peligrosidad, a los que seguía armando incesantemente.

 Nadie podía ignorar en Washington que estas facciones utilizadas como mano de obra barata pretendían establecer un califato —a pesar que la massmedia ensobrada sostenía que buscaban democracia—, en todo Medio Oriente similar al que existió en el Siglo VII, regido por la ley de la Sharía, con el propósito de “durar y expandirse”.

Pero la política de «cambio de régimen», esto es, el derrocamiento de gobiernos no-alineados a los intereses económicos y geopolíticos estadounidenses, era vista con buenos ojos por la dirigencia profunda straussiana, ligada ideológicamente al sionismo israelí, por lo que no importaba el medio, sino el fin.

Vaya a saber si fue casualidad o tuvo algo que ver, pero la atadura de manos que los rusos hicieron de los estadounidenses trajo aparejado, para fines de 2013, con epicentro en las regiones norteñas de la Mesopotamia, el surgimiento del Estado Islámico de Irak y el Levante (también llamado ISIS o Daesh). Era el legado de la destrucción del estado iraquí. Este nuevo actor se asentó en el oeste iraquí y prontamente avanzó… hacia Siria.
Integrantes del Estado Islámico enfundados en sus atuendos negros. Este grupo, bien financiado y entrenado, se hizo muy masivo y se caracterizaba por una terrorífica falta de humanidad. Asimismo, fueron pioneros en la filmación de vídeos gore con sus ejecuciones, regodeándose del sufrimiento ajeno.

El 14 de octubre de 2014, en el Foro de Discusión Valdai, el presidente ruso se preguntaba: “¿Cómo fue que ISIS se convirtió en un grupo tan poderoso y una verdadera fuerza armada?”

Claramente, Putin no solamente apuntaba a la planificación y apoyo occidental, sino que preparaba el terreno, en su propia opinión pública, para una intervención defensiva rusa ¡en terreno sirio!

La intención rusa para auxiliar militarmente a Siria obedecía a la situación cada vez más acongojante del gobierno alauita, que ya no podía defenderse sino en zonas cercanas a Damasco… pero también al temor de los rusos de dejar crecer la idea del Califato internacional, con el peligro de que retorne a sus fronteras del Asia Central y el Cáucaso.
El influyente senador John McCain ¡ex candidato presidencial republicano en 2008! reunido con Mohammad Nur (en el centro), vocero del Frente al-Nusra (afiliada a Al-Qaeda) en el norte de Siria, en mayo de 2013. McCain estuvo ilegalmente en Idlib, Siria, donde llegó a través de Turquía para reunirse con líderes de la «oposición armada» a Bashar al-Assad.
Caricatura iraní que muestra a un yihadista takfiri del Estado Islámico operando en (los quirófanos de) Irak y Siria. Sale con las manos manchadas de sangre mientras un grupo de asistentes (aliados) le ofrecen toallas para secar sus manos.

Así las cosas, 30 de septiembre de 2015, el Consejo de la Federación Rusa aprobó por unanimidad la solicitud del presidente Vladimir Putin de permitir el uso de las Fuerzas Armadas Rusas en Siria, por supuesto, a petición del gobierno sirio.

 Ese mismo día, aviones de la Fuerza Aérea Rusa aterrizaron en Hmeimim (Latakia). Con su mera presencia, contrarrestaban un proyectado ataque «humanitario» estadounidense contra… sí… “el Estado Islámico”.

Paralelamente, Rusia creó junto a Irán e Irak una central de inteligencia, con base en Bagdad, para coordinar acciones (verdaderas, no fingidas) contra el Estado Islámico, pero también, contra la Coalición Nacional Siria, el Frente al-Nusra y las fuerzas independentistas kurdas.
 
Línea de bombarderos tácticos Sukhoi Su-24M en la base aérea de Hmeimim. Durante los primeros años, estos veteranos interdictores, preparados para atacar a suficiente altura y fuera del alcance de los antiaéreos yihadistas, se encargaron de destruir el saqueo de petróleo sirio hacia Turquía (administrado por ISIS) y entorpecer los movimientos de las infames caravanas de camionetas Toyota.

Desesperado por la intervención rusa, y por la obstrucción de sus propios negocios, el presidente turco Recep Erdoğan osó permitir, bajo directiva del COAC Torrejón de la OTAN y la coordinación de un AWACS E-3 Sentry estacionado en la base griega de Préveza/Aktion, el derribo de una aeronave Su-24M rusa, utilizando cazas propios F-16.

Esta situación trajo aparejada una crisis política crítica entre Rusia y Turquía, que no viene al caso desarrollarla aquí, pero que lo único que logró fue un incremento de la implicación militar de Moscú en Siria.

Incluso, Rusia llegó a desplegar su portaaviones #063 Kuznetsov —con sus poderosos cazas navales Sukhoi Su-33—, escoltado por el crucero nuclear #099 Piotr Velikiy, los dos navíos de mayor porte de la Armada, cuando las fuerzas gubernamentales sirias estaban recuperando la ciudad clave de Alepo, para octubre de 2016.

En ese momento, ante la inminencia de que Bashar al-Assad recupere Alepo, la Administración Obama amagó con un inminente bombardeo, amparada en una nueva falsa acusación de terrorismo químico contra el Estado Sirio, basado a la vez en un polémico informe de la ONU/OPAQ.
En 2016, ante algunos nuevos ataques químicos con cloro, Washington intentó obtener de Moscú y Teherán su aprobación para montar un ataque contra el gobierno sirio, justo cuando empezaba a recuperarse en la guerra. 

Esa situación hizo que Rusia movilizase sus más poderosos navíos, que se interpusieron en el Mediterráneo Oriental para evitar que la VI Flota estadounidense monte un ataque aeronaval contra Damasco.
La interposición de la flota rusa en el Mediterráneo Oriental hizo que la VI Flota estadounidense se abstenga de atacar Siria.
Tras encarnizadas batallas, las tropas sirias reconquistaron la clave ciudad de Alepo en diciembre de 2016, gracias al apoyo de Rusia, Irán y milicias aliadas, como Hezbolá. La Administración Obama quiso impedirlo abriendo un frente aeronaval justificado en un extraño informe de la ONU/OPAQ, pero Rusia mostró su determinación enviando una flota de interposición. Esto permitió al Ejército Árabe Sirio poner todas sus energías en la erradicación del ISIS en Alepo.

Posteriormente, puntualmente desde enero de 2017, la llegada de Donald Trump a la presidencia enfrío la insistencia de Washington en la desestabilización de Siria. 

El empresario le había ganado nada menos que a la obstinada guerrerista Hillary Clinton, la misma del “We came, we saw, he died” y que quería repetir su risotada con la ejecución sumaria de al-Assad.

Desde 2017, se empezó a desarrollar una nueva etapa, que vino de la mano de la construcción política: a través del Grupo de Astaná, Rusia involucró en un diálogo tripartito a Turquía e Irán, para pacificar Siria. La situación de guerra imperante y de (futura) posguerra era una cuestión puramente regional… donde no entraban los occidentales, cultores e impulsores del conflicto.
Tras la caída de las últimas ciudades en poder del grupo terrorista Estado Islámico, Vladimir Putin, Hassan Rohani y Recep Tayyip Erdoğan se reunieron para preparar un diálogo entre el gobierno de Bashar al Assad y las facciones opositoras.

 La inclusión de Turquía como “actor interesado” —a pesar de su compromiso inicial con el yihadismo—, fue un paso inteligente por cuanto Rusia siempre entendió que debía comprometerse a Ankara en una solución, azuzando la cuestión kurda.

Sin embargo, las tropas estadounidenses insertadas ilegalmente en Siria desde septiembre de 2014 bajo la operación «Inherent Resolve» (supuestamente para combatir a ISIS) jamás se retiraron. De hecho, fundaron la base de Al-Tanf, ubicada estratégicamente en la triple frontera entre Siria, Irak y Jordania, donde impiden los abastecimientos de la Medialuna Chiíta, protegen a las fuerzas kurdas y funcionan como una base adelantada de Israel.

Finalizando la guerra, y en búsqueda de un acuerdo político, Putin terminó haciéndole algunas concesiones a Erdoğan para mantener la paz que fueron duramente criticadas por Al-Assad.

 El presidente sirio siempre ha agradecido la rueda de auxilio rusa (e iraní), pero a la vez no ha claudicado en su “obligación moral” de reconquistar todo el territorio soberano de la República Árabe. En honor a la verdad, Bashar nunca ha visto ninguna razón para cambiar sus victorias militares por arreglos con enemigos que obtienen prebendas gracias a “futuras amenazas”.

Ya desde 2020, Al-Assad había insistido en restaurar la integridad territorial, sin importar lo que cueste, preferiblemente con la cooperación rusa, a sabiendas de que las potencias depredadoras no lo dejarían en paz y volverían a la carga.
El presidente sirio, Bashar al-Assad, y el presidente ruso, Vladimir Putin, se reúnen en Damasco el 7 de enero de 2020. Agotadas las operaciones militares más importantes, Putin y al-Assad empezaron a manifestar criterios divergentes.

Pero el Kremlin tenía otros objetivos, fundamentalmente, evitar que los grupos extremistas islámicos operen dentro de Rusia, obtener acceso al Mediterráneo Oriental, retornar como jugador master-class al Medio Oriente y una mantener una relación de equilibrio con Turquía (por no decir también con Israel y el propio Estados Unidos).

Asimismo, Rusia era consciente de que la estabilización de Siria exige la reparación y reconstrucción de la economía, lo que requiere inversiones financieras masivas, que Rusia no tiene capacidad para emprender. 

Es por ello que ha estado impulsando el regreso de Siria en la Liga Árabe, lo que se produjo recién el 7 de mayo de 2023, tras más de una década de suspensión. 

Irónicamente, son los Estados del Golfo Pérsico, aquellos que fomentaron la destitución de Bashar al-Assad e invirtieron enormes sumas de dinero en la destrucción de Siria, los únicos en condiciones de ayudar a la reconstrucción.
El presidente sirio Bashar al-Assad en Jeda, Arabia Saudita, a orillas del mar Rojo, en la Cumbre de la Liga Árabe, después de diez años de aislamiento diplomático a causa de la guerra. Esta invitación auguraba una reconstrucción de Siria bajo préstamos blandos brindados por las monarquías del Golfo.

Sin embargo, la posición de Moscú es pragmática, no inocente: sabe que Estados Unidos puede tender una trampa a las fuerzas rusas en Siria en cualquier momento y por eso ha intensificado los acuerdos políticos regionales “sacando a los americanos” de todos ellos.

 Pero nada oculta la intención: Estados Unidos quiere que Rusia abandone sus bases militares en Siria y percibe la presencia rusa en el Mediterráneo como inaceptable y un desafío a la OTAN.

La situación ha quedado en un cuasi-empate técnico:Rusia ha salvado el pellejo a Siria cuando las fuerzas atlantistas y yihadistas unificadas la acosaron, pero no desea implicarse en una guerra permanente en el Levante pues tiene otras prioridades.

Estados Unidos ha incentivado a los grupos yihadistas, y luego ha intervenido militarmente en Siria so argumento de combatir al más ruidoso de ellos, el ISIS. No obstante, su presencia ilegal en Siria tiene por objeto impedir la superioridad estratégica irano-rusa y reactivar el conflicto en cuando sea necesario.

Turquía ha colaborado con Occidente en virtud de sus aspiraciones neo-otomanistas, pero luego ha debido soportar la llegada de Rusia y aceptó un acuerdo político que respete sus mínimas ambiciones, inclusive una franja de seguridad en el norte de Siria.

Irán ha colaborado con Siria dado que la ve como un elemento activo de su Eje de la Resistencia contra Israel.

La República Árabe Siria desea una reconquista de todo su territorio nacional. Hoy administra el 65% del territorio (el resto está en manos de los kurdos o de facciones “rebeldes”).
Excelente mapa de EOM (como nos tiene acostumbrados) donde se destaca quien detenta el control territorial de la República Árabe Siria tras 12 años de guerra. Los recientes avances del HTS (los “rebeldes sirios”) sobre Alepo han confirmado las sospechas del presidente Bashar al-Assad sobre el reencendido del conflicto en cualquier momento.

Otra forma de ver el mapa: ahora con la influencia protectora de la base estadounidense ilegal de Al-Tanf. La extensión del HTS hacia Hama implica la conformación de la hilera Alepo-Idlib-Hama que domina las autopistas hacia Damasco y Latakia (donde se encuentra la base aérea de Hmeimim, ocupada por los rusos) y Tartús (donde se halla la base naval rusa en Siria).

Este 29 de noviembre de 2024 marca el reinicio de la «Guerra Civil Siria» que parecía cancelada, finiquitada o (como realmente estaba) congelada. La realidad le dio la razón a las suspicacias de Bashar al-Assad. 

La Organización para la Liberación del Levante [Hayat Tahrir Al Sham] ha sido el actor principal en esta nueva operación militar de toma de Alepo que desafía nuevamente a las fuerzas de la República Árabe y su red de aliados, incluyendo Rusia e Irán.
Un miliciano del Hayat Tahrir Al Sham (Organización para la Liberación del Levante) en las puertas de Alepo, Siria, el 2 de diciembre de 2024. 

El grupo es la continuación del sanguinario Frente al-Nusra, acusado de asesinatos, torturas y ataques químicos contra la población civil. Son los “amigos” del senador John McCain y los “rebeldes moderados” según los noticiosos de Occidente. Han renacido de las cenizas para insistir en derrocar a Bashar al-Assad y destruir a sus socios de Hezbolá.​
Hayat Tahrir Al Sham ha tomado el aeropuerto de Alepo, capturando una considerable cantidad de recursos de la Fuerza Aérea y el Ejército Sirio. Aquí, tres ​“rebeldes” se fotografían con un helicóptero Mil Mi-8T que no pudo levantar vuelo y huir. Esto marca la celeridad con la que el HTS tomó la ciudad.

Por supuesto, no se trata de una decisión —aun menos tratándose de un ataque de tamaña envergadura—, faccionaria. Incluye respaldo externo y tiene un motivo geopolítico superior.

Se da en el marco de un supuesto alto al fuego entre Hezbolá e Israel en el sur del Líbano (aprovechado por Israel para recomponer fuerzas y planes), y en el clímax total en Ucrania. Justamente, muchos comandantes ucranianos desaparecieron del mar Negro y aparecieron en las filas del «Rent-a-Jihadis».
Se lanzaron aproximadamente 50.000 combatientes sobre Alepo. La toma de la ciudad fue festejada con banderas ucranianas y sirias (del modelo previo al gobierno alauita, que fueron parte de la etapa colonialista francesa).

En octubre advertí de esta situación (un plan de HTS, con intervención ucraniana, para subvertir Siria) como una forma de continuar la ofensiva israelí en Líbano. Es realmente extraño el grado de poca preparación del gobierno sirio para prever la ofensiva masiva.

Como un eco del pasado, los yihadistas obedecen a brigadas internacionales. Paradójicamente, Occidente culpa a Rusia de nutrirse de soldados norcoreanos (una noticia falsa, sin confirmación alguna), pero facilita la conformación de brigadas yihadistas repletas de extranjeros.

Por supuesto, ninguna operación a escala sobre Alepo e Idlib, con vehículos blindados, drones, comunicaciones sofisticadas, y con componentes internacionales, puede realizarse sin el apoyo de Turquía. 

No puede existir línea logística para tal movimiento extraordinario y voluminoso sin la garantía de Ankara (a pesar que lo niegue y haya designado formalmente al HTS como grupo terrorista).

Esto implica una patada en el tablero de Turquía al Grupo de Astaná y confirma (en cierto punto) las desconfianzas manifestada por algunos miembros de incorporarla al BRICS… y el por qué se creó finalmente el estatus de “asociado”.
El 22 de octubre de 2024, el presidente turco Recep Tayyip Erdoğan visitó Kazán para acudir a la cumbre del BRICS. Allí logró la categoría de miembro asociado.

Es un secreto a voces que Turquía patrocina esta ataque: los esfuerzos rusos por normalizar las relaciones entre Siria y Turquía han caído en saco roto. 

Al-Assad ha exigido la retirada de las tropas turcas del norte de Siria y el cese del apoyo a grupos que considera terroristas, como HTS justamente. 

Pero Turquía pretende que Damasco conceda la autonomía a los islamistas, e incluso, acepte hacer lo mismo con los dirigentes kurdos, aunque sustituyéndolos por una facción kurda pro-turca 11.
Tropas rusas y turcas en patrullaje conjunto sobre la región del noreste de Siria, consecuencia de un acuerdo mutuo surgido del Grupo de Astaná.

Posiblemente, mediante la apertura de un «segundo frente» (para Rusia), Turquía podría esperar que Putin presione a Bashar al-Assad a hacerle concesiones para concentrarse únicamente en el «asunto ucraniano». Si Al-Assad se resiste y monta una ofensiva, para que sea realmente exitosa deberá contar con el respaldo de la Fuerza Aérea Rusa… y eso pondría a Turquía —hasta ahora neutral en la guerra en Ucrania—, decididamente del lado de Kiev.

También, esto podría ser una ofrenda geopolítica a Donald Trump y un guiño a Israel —que siempre actuó como un socio silencioso en la «Guerra Civil»—, atento a las simpatías de Damasco con el Hezbolá libanés. La ofensiva terrorista es una prueba de que Hezbolá derrotó a Israel en los últimos dos meses. 

O dicho de otro modo, de que Israel solicitó una tregua porque no puede derrotar a Hezbolá mientras Siria oficie de puente de suministro de armas al Líbano desde Irán. Así las cosas, Turquía está colaborando con (los objetivos de) Israel.
Cartel en Siria donde se asimila al presidente turco Recep Erdoğan con un terrorista cualquiera del Estado Islámico. En Damasco, el mandatario turco no es apreciado como un estadista republicano, sino únicamente como un miembro de alta graduación de la Cofradía Hermanos Musulmanes.

Concluyendo: La “primavera árabe” siria que dio origen a la «Guerra Civil» de 2011 se fraguó inmediatamente después de (1) la retirada forzoza de las tropas sirias del Líbano en 2005 y (2) la «Guerra de los 33 días» entre Israel y Hezbolá en 2006, y el “cese del fuego” por la imposibilidad de una victoria hebrea. 

A la vez, dicha guerra fue parte del Rediseño de Medio Oriente impulsado por los neoconservadores estadounidenses, que habían empezado por Afganistán (2001) e Irak (2003), pero que no pudieron continuar por cuestión de relación de fuerzas con Irán en 2004. 

Por lo tanto, había que eliminar sus canales de apoyo y, por ello, sucedieron las guerras en Yemen y Siria, con la “prueba piloto” de Libia. Turquía —comandada por un alto miembro de los Hermanos Musulmanes—, y los reinos del Golfo fueron partícipes necesarios de la faena.

Lo que está sucediendo en Siria en este momento puede ser el frente más importante en la Tercera Guerra Mundial en curso: Los combates en Ucrania tiene a la OTAN-UE al borde de una guerra directa (incluso nuclear) contra la Federación Rusa. La campaña de Israel en Gaza y Líbano, tienen a los Estados Unidos y sus aliados (sean éstos Estados o grupos paraestatales) enfrentándose directamente contra Irán.

En una entrevista de 2003 para RIA Novosti, el presidente sirio Bashar al-Assad declaró: “La Tercera Guerra Mundial ya está encaminada, pero en una forma diferente. En el pasado, las guerras mundiales eran guerras tradicionales donde ejércitos de diversos países trabajaban contra el de otros. La situación continúa así. Pero debido a las armas avanzadas, especialmente las nucleares, hay una fuerza de disuasión para la guerra tradicional.

 Esa es la causa de por qué las guerras se están trasladando hacia guerras por delegación. Así las cosas, Zelenski está librando una guerra en nombre de Occidente, con su ejército de nazis. Del mismo modo, los terroristas. 

Ellos tienen ejércitos que funcionan en nombre de Occidente en Siria y otras áreas. Nosotros estamos en confrontación directa con los grupos terroristas cercanos a la región de Al-Tanf, y por supuesto, sabemos de esos choques, y de la gente que fue arrestada, de dónde vienen. Al-Tanf es un campo terrorista. 

No tiene otro propósito. ¿Qué beneficio le aporta a Estados Unidos su presencia en esta región y en pleno desierto? Nada. Ellos tienen campos terroristas con decenas de miles de personas, con sus familias. Ellos envían a esa gente de tanto en tanto a realizar ataques contra el Ejército Sirio con el objetivo de dispersarlo en diferentes direcciones”. 

Ante la pregunta del periodista de si tiene miedo de que el continuo flujo de armas a Ucrania se desvíe a Medio Oriente, Bashar al-Assad respondió: “No tenemos miedo por una simple razón: porque el armamento que proviene directamente de Occidente es mucho más cuantioso que el que gotea de Ucrania. 

Esas armas llegan siempre. Estados Unidos busca siempre terroristas para reclutar y les proporciona todo tipo de armas. 

Si hay corrupción, vendiendo y filtrando armas, eso siempre pasará, aunque en menor medida en proporción de lo que viene directamente desde Estados Unidos. Por supuesto, esto pasó en Siria. Francia, por ejemplo, envió sus últimos sistemas de misiles antitanque, obviamente, bajo la dirección estadounidense. 

Estados Unidos envió sus más modernos y avanzados misiles antiaéreos. Todos los satélites están al servicio de los terroristas

. ¿Qué significa una filtración de poca monta? Nada, pues todo está disponible para ellos. Ellos son un ejército alternativo para el ejército estadounidense y del resto de los países que participan en la OTAN. Esa es la verdad.”

¿Qué podría ocurrir de aquí en más, en este escenario harto complejo y peligroso, interrelacionado con el ucraniano?

Primero y principal, Rusia podría decidir finiquitar el asunto ucraniano manu militari poniendo decididamente toda la energía en ese objetivo. Esto podría implicar el descabezamiento de la dirigencia ucraniana inclusive (¿Oréshnik mediante?). 

Resolviendo finalmente ese conflicto con una victoria absoluta, la retaguardia asiático-occidental podría lentamente volver a su curso. Segundo, Rusia podría reconfigurar nuevamente su relación con Turquía, a la que trató de seducir con cientos de recursos, pero que siempre vuelve a defraudarla, como en 2015, cuando derribó a un Su-24M y llegó al borde de una guerra abierta. 

Sin duda, este ataque sobre Alepo es un cross a la mandíbula del formato de Astaná, que dicho sea de paso, tuvo su 22ª Reunión Internacional recientemente, durante los días 11 y 12 de noviembre. Rusia apostó por una solución política del conflicto sirio, pero Occidente apuesta por la insurrección y la ventaja táctica, fuera de todo compromiso formal, y evidentemente tiene un poder de seducción muy superior. 

Quizás es momento de que Rusia suscriba públicamente una alianza militar con Irán. Finalmente, estamos en las postrimerías de un cambio de signo en Washington (que no será total, obviamente): ello explica la crisis en Abjasia, la xerografía del Maidan en Georgia, el asunto de los misiles de largo alcance en Ucrania, y por supuesto, este reflotamiento del polvorín sirio.
La Administración Biden, con sus últimas medidas desesperadas y multivectoriales, está poniendo al mundo entero en situación de colapso y abriendo la caja de Pandora hacia una Tercera Guerra Mundial generalizada.

Los esfuerzos por cercar o desgastar a Rusia en frentes múltiples—empecé este extensos artículo hablando del documento Extending Russia—, están intensificándose de manera casi desesperada, de acuerdo a lo planificado.

Algunos creen que la República Árabe Siria solo podrá resistir si cuenta con el concentrado apoyo de sus aliados más íntimos, que en este momento, están aplicando energías en cuestiones mucho más urgentes. 

Veremos en qué medida Siria, bajo el gobierno de Bashar al-Assad, tiene capacidad autónoma, ahora más que nunca, de cohesionarse y defenderse, una vez más, de un ataque múltiple internacional de sesgo occidental.

La expansión de la producción energética estadounidense para sustituir toda provisión originaria de Rusia, y la imposición de sanciones comerciales y financieras, a través de organismos multilaterales para estresar la economía rusa a niveles intolerables. 

Incluye además ataques contra el rublo y persecución de potenciales clientes de hidrocarburos. Asimismo, implica el corte a toda expansión de gasoductos/oleoductos de origen ruso y la subversión de toda colaboración en ámbitos de asociaciones estratégicas energéticas. ↩︎

Utilización de Internet para subvertir el orden y la lealtad del pueblo ruso con sus autoridades, incluyendo la promoción de la “fuga de cerebros”, a la vez de cancelar la penetración de los medios rusos en Occidente (recordaremos la política de cancelación y censura aún vigente). ↩︎

Referidas a la incorporación de nuevos sistemas de armas de lanzamiento aéreo, la inclusión de nuevos bombarderos sigilosos (como el reciente B-21 Raider), la incorporación de misiles de corto e intermedio alcance estadounidenses en toda Europa, el patrullaje más agresivo de Estados Unidos y sus aliados cerca de las áreas de bases navales rusas y la potenciación de los medios submarinos. ↩︎

La presión sobre los miembros de la OTAN para que aumentan considerablemente su gasto de defensa, activen sus industrias armamentísticas y mejoren sus propias capacidades de combate, sumado al regreso de importantes fuerzas terrestres estadounidenses basadas en Europa. ↩︎

El 29 de enero de 2002, en el discurso del estado de la Unión, el presidente George W. Bush dictaminó: “Estados como éstos [Irak, Irán y Corea del Norte] y sus aliados terroristas constituyen un ‘Eje del Mal’ que se arma para amenazar la paz del mundo”. 

La relación entre el terrorismo y Estados-nación planteaba la guerra en términos clásicos contra un Estado que no se declaraba beligerante. Así, Bush implementó la doctrina del “ataque preventivo”, que se materializó en la invasión de Irak de 2003. ↩︎

El objetivo declarado de Hermanos Musulmanes es inculcar el Corán y la Sunna como el “único punto de referencia para ordenar la vida familiar musulmana, el individuo, la comunidad y el Estado”. 

La organización busca convertir los estados laicos en califatos islámicos. Los Hermanos Musulmanes son los creadores de al-Qaeda (La Base), originalmente destinada a combatir el comunismo y los nacionalismos laicos. ↩︎

Mucho, pero mucho tiempo después, Bashar al-Assad y sus servicios de inteligencia quedaron exculpados por falta de mérito. ↩︎

La noción de Responsabilidad de Proteger (R2P), es una concepción que vino a legalizar y a institucionalizar la injerencia internacional bajo ciertas exigencias como la potencial imposibilidad estatal de proteger a la población civil frente a la comisión de crímenes de guerra, genocidio, lesa humanidad o depuración étnica.

 La intervención humanitaria responde a una mirada tradicional de la seguridad, mientras que la R2P, proviene del concepto liberal de seguridad humana y al deber internacional de reaccionar ante la violación masiva de derechos humanos. Sin embargo, incluso el R2P terminó siendo manipulado, como cuando fue expuesto para intervenir en Libia en 2011 y luego intentó ser aplicada en Siria. ↩︎

La “cepa soviética” del gas sarín utilizado muy probablemente provenía de Libia, país arrasado por los ejércitos subsidiados atlantistas. La misma pudo haber sido “triangulada” desde Turquía o Jordania, en la llamada “Ruta de las ratas”. 

Otro hecho no menor es que el ataque con gas sarín fue realizado en los barrios de Guta, que estaban bajo control del Frente al-Nusra, donde las fuerzas gubernamentales sirias no podían penetrar. Muy estratégicamente, fueron civiles-rehenes los sacrificados, especialmente niños (llama la atención la gran cantidad de éstos entre las víctimas) ↩︎

También se sospecha que fueron entregadas por el príncipe saudita Bandar bin Sultan, jefe de la Inteligencia Saudí, muy vinculado con la familia Bush (que llegó a decir que era su como su “propio hijo”). Bandar bin Sultan poco antes había ido a Moscú a advertir a los rusos, específicamente al mismísimo Putin, que no se metan en Siria porque “la pasarían decididamente mal”. ↩︎

Desde el punto de vista de Ankara, un Estado kurdo autónomo es una amenaza si y sólo si esté gobernado por YPG actualmente en el poder, que Ankara lo considera similar al PKK. No se opone a la autonomía de los kurdos, ya que reconoce el gobierno regional kurdo del norte de Irak, pero eso es sólo porque allí gobiernan kurdos amigos de Turquía que no están afiliados al PKK.

 Si las YPG son sustituidas o rompen abiertamente con el PKK, Turquía podría aceptar la creación de un Estado kurdo autónomo en Siria. ↩︎

https://chcirilli.wordpress.com/2024/12/05/siria-como-campo-de-batalla-global-en-2011-y-ahora/

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