***La invasión de tropas y medios ucranianos con el total apoyo foráneo a territorio de la Federación de Rusia en el oblast (región) de Kursk es, a todas luces, un hecho sin precedentes en el conflicto actual y lo más importante, en el histórico enfrentamiento de Rusia contra la OTAN, que no sólo escala a un nivel superior la guerra, sino que la transforma, para Rusia, en una guerra existencial.
Dejemos que la historia y el tiempo respondan preguntas y asuntos tales como: por qué los ucranianos tuvieron tantas facilidades para incursionar a territorio ruso, cómo pudieron ocultar durante meses los preparativos para una operación tan grande en recursos y hombres, por qué el mando ruso se portó tan laxo y no construyó barreras y dispositivos defensivos adecuados previamente en esta importante región fronteriza, si hubo negligencia o traición, etc.
Remitámonos a los hecho y dejemos también de lado la fantástica “explicación” de que los rusos permitieron la incursión enemiga a su territorio (por demás estratégico al contar, a menos de cincuenta kilómetros de la frontera, con un importante gaseoducto internacional y una enorme central de energía atómica) exactamente a la región donde las armas soviéticas forjaron una de sus más grandes victorias militares (la batalla de Kursk en julio de 1943 contra los blindados nazis) base del orgullo nacional y el prestigio de sus Fuerzas Armadas.
Supuesta “estrategia” dirigida a desangrar definitivamente a las exhaustas fuerzas ucranianas y destruir en una gran bolsa de fuego lo mejor de sus medios.
Esta es la primera invasión militar extranjera a Rusia (aunque sea a un territorio muy pequeño) desde la Gran Guerra Patria.
Los medios y la alta tecnología de guerra, la inteligencia clásica y electrónica; el financiamiento, la planificación, el entrenamiento e incluso la participación directa de personal otros países en el terreno, confirman esta aseveración.
En una frase: Rusia ha sido invadida por la OTAN.
Este hecho sin precedentes desde la fundación del bloque militar occidental, creado y liderado por los gringos, traerá seguramente consecuencias muy severas para Ucrania y quizá para Europa.
Si bien es cierto este ataque casi impune en los primeros días de la incursión de casi treinta kilómetros en la profundidad del oblast de Kursk (los mandos ucranianos y los medios globales al servicio de occidente hablan de la toma de mil kilómetros cuadrados, decenas de poblados rusos y cientos de prisioneros), ha logrado, según ellos, “humillar” al presidente Putin, aterrorizar a la población rusa, moralizar a las alicaídas tropas ucranianas y alcanzar algo así como unas “tablas” en el juego estratégico para lograr sentar a la mesa de negociaciones al gran oso, Rusia no se ha apresurado.
La paliza a los ucranianos en los frentes de guerra del Donbás, Zaporozhie y Jerson, además de los bombardeos selectivos a la retaguardia, sigue su curso. Tal vez, incluso, con mayor fuerza y resultados.
No sabemos cuanto durará la aventura otanista en Kursk (esperemos que su derrota no los impulse a provocar un desastre nuclear bombardeando las centrales atómicas civiles), pero seguramente tiene fecha de caducidad.
Mientras más se tarden en retirarse, más tropas y medios quedaran para siempre al sol y al frio dentro de la Madre Rusia, en un enorme “favor” estratégico que quizá conduzca a acelerar un desenlace fatal para lo que hoy conocemos como Ucrania.
El problema está en cómo y cuando Rusia le devolverá la ofensa a la OTAN, sobre todo a los miembros europeos de la alianza más rabiosos.
Según su doctrina, Rusia está obligada a responder.
Esperemos, por el bien de la humanidad, que el liderazgo ruso mantenga la enorme prudencia y sabiduría que siempre ha demostrado.
Edelberto Matus.