Pablo Gonzalez

El ataque Iraní y las trompetas de Jericó

por Augusto Zamora Rodríguez
**** De entrada (luego vamos con las salidas), debemos partir de que el ataque iraní contra Israel -el primero en la historia, aunque no el último-, fue un ataque programado, examinado y acordado entre Irán y EEUU, con Rusia, Arabia Saudita y China como testigos de honor. 

Fue anunciado anticipadamente a bombo y platillo, lo que daba, de antemano, motivos para inferir que algo subterráneo se estaba cocinando, y no eran frijoles, precisamente. 

Nadie anuncia un ataque de esa repercusión política (lo militar era importante, pero secundario, luego ampliaremos), a menos que se quiera dar tiempo a ‘arreglos’ que permitan ejecutar el ataque sin que dicho ataque termine en una guerra general. 

Todas las partes, en primer lugar, Irán, estaban conscientes de las repercusiones políticas que provocaría un ataque a Israel, por tanto, no podía dejarse al albur que dicho ataque abriera un ciclo de ataque-contraataque duro-respuesta más dura y, así, hasta desembocar en una guerra implacable que reventara la economía mundial.

Según The Washington Post, en los previos del ataque iraní se dieron conversas con EEUU, en las que EEUU sugirió a Irán que, para prevenir una reacción violenta y descontrolada del ya de por sí demente y genocida gobierno israelí, Irán tomara represalias recurriendo a fuerzas irregulares aliadas, es decir, Hezbolá o los hutíes.

 Irán no habría aceptado la propuesta, porque el ataque terrorista israelí contra la sede diplomática de Irán en Siria era una afrenta directa a Irán, que Irán debía responder directamente.

 Según Bloomberg, EEUU y sus aliados se habían estado preparando para el ataque iraní durante diez días. 

Washington mantuvo comunicación constante con sus aliados, intercambiando también mensajes con Irán, a través de la embajada suiza en Teherán. 

EEUU habría optado por aceptar el ataque directo iraní, a cambio de que Irán empleara medios que no causaran mayores daños en Israel.

 Irán habría aceptado el trato, lo que significaba que Irán emplearía drones y misiles de baja tecnología y fácilmente derribables, para resolver el envite sin caer en el abismo de una guerra sin control.

Fue así que pasó lo que pasó y por eso está pasando lo que está pasando. 

Irán realizó un espectacular ataque sobre Israel, sin tocar ciudades ni zonas pobladas, no porque no tuviera armamento para poder hacerlo, sino porque era atacar sin causar víctimas ni daños mayores, condición esencial pedida por EEUU para atarle las manos a Israel.

 Puede parecer política ficción, pero no lo es, para fortuna de todos, créanlo así. 

La razón primaria de este acuerdo insólito es que hay conciencia de que Israel está en manos de locos genocidas, a los que poco les importaría provocar una guerra nuclear en nombre de Yavé, si con ello satisfacen su devoción por la sangre y sacian su rencor. 

Sólo EEUU tiene poder para controlar a estos dementes, y lo hizo amenazando con el corte de suministros militares, que es el único argumento capaz de contener a los nazionistas.

De ese trato resultó que los aliados de Israel (EEUU, Gran Bretaña, Francia y Jordania, el Judas árabe) tuvieran desplegados y preparados aviones suficientes para derribar los drones y misiles iraníes -unos cuantos de ellos sobre cielo sirio y jordano-, como nenes preparados para aporrear una piñata. 

Explica que el gobierno genocida de Israel se encuentre -todavía-, como perro rabioso amarrado, ladrando, pero sin aliados que le quieran acompañar en otra de sus típicas venganzas homicidas. 

También explica que EEUU se haya apresurado a proclamar que Israel había ganado el reto lanzado por Irán, porque “el 99%” de misiles y drones iraníes habían sido derribados por el mítico escudo de hierro que protege a Israel del vecindario.

 Que proclamarse ‘vencedor’ cerraba el capítulo y que EEUU “no apoyaría” ninguna respuesta contra Irán. Dentro de ese cóctel de película de Hollywood (que el kibutz ‘joligudense’ sionista jamás filmará), Biden le dijo al genocida Netanyahu que tragara el sapo y se olvidara de venganzas, y ya.

Al día siguiente, John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional, expresó que la decisión de cómo responder al ataque de Irán dependería de Israel, pero enfatizó que el presidente Biden se había esforzado por evitar “una guerra regional más amplia”. 

“Cada decisión, cada discusión que ha tenido está diseñada para no permitir que esto se convierta en una guerra regional amplia, y ahí es donde todavía está su cabeza", dijo Kirby en el programa "Fox News Sunday”. 

El mismo estribillo han entonado desde el gallinero europeo, disciplinado que es. 

En otras palabras, si Israel no obedecía, se quedaría sólo y, sólo, poco podría hacer. Israel, sin el apoyo que le presta EEUU, es como un muñeco Robocop sin pilas. 

De hecho, quien está perpetrando el genocidio en Gaza es EEUU, pues suyas son las máquinas y bombas que usa Israel. 

Fue así que la respuesta israelí fuera una traca sin pólvora, para cubrir sus vergüenzas internamente.

¿Es que Biden y su equipo se volvieron, de repente, pro iraníes?

Ni en sueños. Ocurre que EEUU se encuentra atragantado en tres desafíos colosales, que tienen a la casta dirigente sumida en una crisis inédita en la historia de EEUU. 

Para situar las piezas en su perspectiva es mejor ir por partes, empezando por lo más actual, que es el ataque iraní sobre Israel (un acto que ya ha marcado un antes y un después en la historia de la región del petróleo y el gas). 

Pensemos que acciones de tal envergadura no se toman a la ligera ni, mucho menos, en solitario. 

Suicidas políticos hay, pero en Irán no gobiernan, como ocurre en Israel y, en gran medida, en ese país de pistoleros que es EEUU, donde hay más gente armada que soldados tiene el gallinero europeo.

Antes, una nota bene: para entender los sucesos de este siglo XXI es preciso asumir que estamos en un planeta tremendamente conectado, y no sólo por Internet. Es un mundo de vasos comunicantes o, para ser más precisos (y preciosos), de crisis comunicantes. 

Quien crea que los conflictos en Ucrania, Gaza y Asia-Pacífico son conflictos aislados y sin relación entre sí, deben hacer una rectificación severa.

 Ni siquiera la ola antifrancesa que ha barrido buena parte del Sahel, en África, está fuera del circuito. 

Esto es así porque vivimos un cambio de ciclo, de época, una confrontación sistémica entre eso que es hoy el Accidente colectivo y las potencias emergentes, Rusia y China. 

La posición actual de EEUU y su gallinero europeo, inflexible y violenta, no ha dejado espacio para la negociación y el diálogo, como ejemplifica Ucrania. 

Tras las buenas palabras, hay una implacable carrera armamentista y un posicionamiento militar que no deja espacio -por ahora-, a los pensamientos positivos.

 Donde se rasque, huele a pólvora. De esa pólvora ha salido la decisión del Congreso de EEUU, de entregar nuevos fondos multimillonarios a Israel, Ucrania y Taiwán, los tres grandes focos de confrontación.

Retomemos el hilo.

Detengámonos un momento en un mito alimentado por EEUU y el nazisionismo: la supuesta simetría de poder entre Irán e Israel, país al que la propaganda accidental sitúa como potencias equivalentes e, incluso, como la mayor potencia militar de la región. 

Cifras y datos desmienten tal construcción ideológica, porque ocurre lo contrario: no hay comparación posible entre el poder de Irán y el poder de Israel, por más que los medios desinformativos del Accidente colectivo se empeñen en decir lo contrario.

Empecemos con la masa territorial, que es determinante en muchísimos sentidos. 

Irán posee 1.780.000 kilómetros cuadrados, por 22.000 kilómetros Israel. 

En Irán cabrían 80.900 países del tamaño de Israel. Vayamos a la población. 

Hay 90 millones de iraníes por 7 millones de israelitas, resultando que hay 12,8 iraníes por cada israelí. 

Con una diferencia fundamental: en Irán, todos son iraníes y, en Israel, los israelitas deben coexistir -a tiros- con 8 millones de palestinos. 

Irán posee un complejo militar-industrial propio, mientras que Israel depende, agónicamente, en todo lo militar, de EEUU.

El genocidio en Gaza -que tiene 360 kilómetros cuadrados, no lo olviden- evidencia, además del carácter genocida del nazisionismo, la dependencia casi total de Israel de los suministros de EEUU y de sus aliados europeos. 

Sin puente aéreo de EEUU no habría Israel. 

Casi ocho meses después de haber lanzado su campaña genocida contra Gaza, Israel no ha podido destruir a Hamás ni ha logrado borrarlo del mapa político. 

Ha ocurrido al revés.

 Hamás resiste y su fuerza política ha casi borrado a la OLP. ¿Se imaginan, viendo esos resultados, lo que pasaría en una guerra con Irán? Israel duraría pocas semanas si EEUU no entra en guerra. 

La fuerza de Israel no radica en Israel, radica en EEUU. Las guerras con Israel terminan siendo guerras con EEUU y esta realidad explica por qué Irán, ni ningún otro país, va a la guerra contra Israel, por ahora.

Si Israel se ha visto incapacitado ante el movimiento de resistencia palestino. ¿qué podría hacer contra Irán? 

¿Lanzar un ataque nuclear?

 Podría, pero eso equivaldría al suicidio de Israel y, por extensión, de los judíos del mundo. 

Andan circulando noticias de que Israel quiso detonar una bomba atómica sobre Irán y que un avión ruso derribó al israelí que la portaba. 

Política ficción.

 Cuando la guerra del Yom Kipur, en 1967, en la que Israel estaba siendo derrotado, Golda Meir planteó un ataque nuclear contra Egipto. 

La URSS envió un cazabombardero con bombas nucleares y Golda Meir debió calmarse. 

Eso es historia. Hoy no hay condiciones para emplear armas nucleares contra Irán.

 Sería como invitar a la destrucción de Israel, cuya pequeñez territorial y escasa población permitiría destruir al Estado nazisionista con dos únicas bombas atómicas. 

No olvidemos que Corea del Norte y Paquistán tienen armas nucleares, cuya tecnología podría entregarse a Irán. 

Agreguemos el temor que tal ataque provocaría en otros países, como Arabia Saudita o Egipto, por aquello de “si ves las barbas de tu vecino cortar, pon las tuyas en remojo”. 

Nadie pararía una carrera nuclear para dotarse de armas atómicas y veríamos al mundo entero pidiendo la desaparición de Israel. La lógica indica que el menos interesado en abrir la espita nuclear es Israel, si quiere sobrevivir como Estado.

Agreguemos el control del estrecho de Ormuz y de la zona del petróleo y del gas que alimentan a Europa y Asia-Pacífico. 

Teherán tiene avisado que, si está en riesgo su supervivencia, lo primero que hará será cerrar el estrecho de Ormuz. 

Para el mercado petrolero este sería el escenario más terrible imaginable. Por el Estrecho de Ormuz pasa cada día el 20% del comercio mundial de petróleo. 

Por demás, Qatar, uno de los mayores proveedores de GNL del mundo, quedaría encerrado dentro del Golfo Pérsico.

 Imaginemos que la mayor parte del petróleo de Arabia Saudita, Irak, Kuwait, el gas condensado de Qatar y parte del petróleo del propio Irán quedan bloqueados, aunque fuera por unos pocos días. 

Habría un shock mundial. Los precios del petróleo subirían a 150 o 200 dólares -o más- por barril. 

Si a esta situación le agregamos las sanciones impuestas al gas y el petróleo rusos tendríamos un panorama de pesadilla para el mundo, pero, sobre todo, para el Accidente colectivo y sus aliados, Japón y Corea del Sur. 

China sería abastecida por Rusia (así entenderán la alianza estratégica chino-rusa) y no sufriría, pero Europa y Japón verían hundirse sus economías. 

En EEUU explotaría el precio de la gasolina, que es la savia que mueve a la economía y la sociedad estadounidense, pues la vida, aquí, gira en torno a los autos y la gasolina barata y, con la gasolina por las nubes, la candidatura de Biden quedaría enterrada en las gasolineras.

Por tan contundente motivo, el presidente de EEUU, Joe Biden, en campaña electoral para las elecciones de noviembre de 2024, no podía, bajo ningún concepto, permitir que Israel respondiera peligrosamente al ataque iraní del 13 de abril pasado. 

Un aumento de los precios del petróleo y, por tanto, de la gasolina, habría tenido consecuencias desastrosas para la candidatura de Biden, que sigue debajo de Trump en las encuestas. 

Aunque no se bloqueara Ormuz, sino sólo se suspendiera el suministro de petróleo iraní -más de un millón de barriles diarios-, habría un impacto sustantivo. 

Baste recordar que, cuando la OPEP+ redujo, en octubre de 2022, las exportaciones de petróleo en un millón de barriles por día, el precio del petróleo superó los 120 dólares por barril (a Biden ese recorte le provocó una lipotimia, acusando a Arabia Saudita de complicidad con Rusia y de financiar la guerra en Ucrania con el incremento de precios del petróleo, a lo que Riad respondió que tururú, manteniendo el recorte. Biden no manda ni en casa). Así que no, Israel no podía salirse del guion de EEUU, aunque la espuma le chorreara.

Para concluir, el ataque iraní contra Israel fue enorme desde cualquier punto de vista. 

Teherán lanzó más de 170 drones cargados de explosivos, alrededor de 120 misiles balísticos y unos 30 misiles de crucero, según Israel. 

Que los derribaran casito todos estaba pactado. 

Si se hubiera tratado de un ataque con todo el poder iraní, los daños habrían sido catastróficos. Pero no se trataba de eso. 

El objetivo era demostrar que Irán podía alcanzar Israel en todos sus puntos. 

También demostrar que Irán tiene cada vez menos miedo a EEUU. 

Que eso es así porque detrás de Irán están Rusia y China. 

Que Israel, sin EEUU, no puede nada, salvo asesinar indefensos. 

Que las trompetas de Jericó sonaron para EEUU e Israel, pero, sobre todo, para Israel. Sonoramente, para Israel.

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