*** El imperialismo cultural norteamericano tiene dos objetivos principales, uno de carácter económico y otro político: capturar mercados para sus mercancías culturales, y capturar y conformar la conciencia popular.
La exportación de mercancías culturales es una de las fuentes más importantes de acumulación de capital y de beneficios mundiales para el capitalismo norteamericano y ha desplazado a las exportaciones de bienes manufacturados.
En la esfera política, el imperialismo cultural desempeña un papel importantísimo en el proceso de disociar a la población de sus raíces culturales y de sus tradiciones de solidaridad, sustituyéndolas por «necesidades» creadas por los medios de comunicación, que cambian con cada campaña publicitaria.
El efecto político consiste en alienar a los pueblos de sus vínculos con sus comunidades y clases tradicionales, atomizar y separar a los individuos de los demás.
El imperialismo cultural agudiza la segmentación de la clase obrera y alienta a la población trabajadora a pensar en sí misma como parte de una jerarquía, haciendo hincapié en las pequeñas diferencias de estilo de vida con aquellos que están por debajo suyo, más que en las grandes desigualdades que les separan de quienes están por encima.
El imperialismo no puede ser entendido sencillamente como un sistema económico-militar de control y explotación.
La dominación cultural es una dimensión integral para cualquier sistema basado en la explotación mundial.
El imperialismo cultural puede definirse como la penetración y dominación sistemáticas de la vida cultural de las clases populares por parte de las clases gobernantes de Occidente, con vistas a reorientar las escalas de valores, las conductas, instituciones e identidades de los pueblos oprimidos para hacerlos concordar con los intereses de las clases imperiales.
El imperialismo cultural ha tomado formas «Tradicionales» y modernas. En siglos pasados, la Iglesia, el sistema educativo y las autoridades públicas desempeñaban un papel principal inculcando a los pueblos nativos las ideas de sumisión y lealtad en nombre de principios divinos o absolutistas.
Mientras aún funcionaban esos mecanismos «tradicionales» de imperialismo, las nuevas mediaciones modernas, arraigadas en instituciones contemporáneas, se volvieron crecientemente centrales para la dominación imperialista: los medios de comunicación, la publicidad, los anunciantes y los personajes del mundo del espectáculo e intelectuales seculares desempeñan hoy en día el principal papel.
En el mundo contemporáneo, Hollywood, CNN y Disneylandia son muchos más influyentes que El Vaticano, la Biblia o la retórica de relaciones públicas de los políticos.
Nuevas características del colonialismo cultural
El colonialismo cultural convencional (CCC) se distingue de las prácticas del pasado en varios sentidos:
Se orienta a capturar audiencias masivas, y no sólo a la conversión de las élites.
Los medios de comunicación de masas, en particular la televisión, invaden el hogar y funcionan desde «dentro» y «por debajo» tanto como desde «fuera» y «por encima».
El mensaje es doblemente alienante: proyecta un estilo de vida imperialista y una atomizada serie burguesa de problemas y situaciones.
El CCC es global por su alcance y la homogeneidad de su impacto: la pretensión de universalidad sirve para mistificar los símbolos, objetivos e intereses del poder imperial.
Los medios de comunicación masiva, como instrumentos del imperialismo cultural, son hoy «privados» sólo en el sentido formal: la ausencia de vínculos formales con el Estado brinda una cobertura legitimadora para los medios privados que proyectan los intereses del Estado imperial como «noticias» o «espectáculos».
El imperialismo cultural en la era de la «democracia» debe falsificar la realidad en el país imperial para justificar la agresión, convirtiendo a las víctimas en agresores y a los agresores en víctimas.
Por ejemplo, en Panamá, el Estado imperial norteamericano y los medios de comunicación de masas proyectaron la imagen de aquel país como amenaza de narcotráfico para la juventud de Estados Unidos, mientras se arrojaban bombas sobre comunidades de la clase trabajadora panameña.
El control cultural absoluto es la contrapartida de la total separación entre la brutalidad del capitalismo real existente y las ilusorias promesas del mercado libre.
A fin de paralizar las respuestas colectivas, el colonialismo cultural busca destruir las identidades nacionales. Para quebrar la solidaridad promueve el culto de la «modernidad» como conformidad con símbolos externos.
Mientras las armas imperiales desarticulan la sociedad civil, y los bancos saquean la economía, los medios de comunicación imperiales modelan individuos con fantasías escapistas de la miseria cotidiana.
Medios de comunicación de masas: propaganda y acumulación de capital
Los medios de comunicación de masas constituyen una de las principales fuentes de salud y poder del capital norteamericano. Hoy, prácticamente uno de cada cinco de entre los norteamericanos más ricos obtienen su riqueza a través de sus intereses en medios de comunicación, desplazando a otros sectores industriales.
Los medios de comunicación se han convertido en una parte integral del sistema norteamericano de control político y social, y una de las principales fuentes de obtención de superbeneficios.
A medida que aumentan los niveles de explotación, desigualdad y pobreza, los medios de comunicación controlados por Estados Unidos actúan para convertir a un público crítico en una masa pasiva. Las celebridades de los medios y del espectáculo de masas se han vuelto importantes ingredientes en la desviación de potenciales inquietudes políticas.
Existe una relación directa entre el incremento del número de aparatos de televisión en América Latina, la reducción de ingresos y la disminución de las luchas populares.
Entre 1980 y 1990, el número de televisores por habitante en América se incrementó en un 40%, mientras que el promedio real de ingresos descendió en un 40%, y una multitud de candidatos políticos neoliberales muy dependientes de las imágenes de televisión conquistaron la presidencia.
El incremento de la penetración de los medios de comunicación de masas entre los sectores más pobres, las crecientes inversiones y beneficios de las corporaciones norteamericanas en medios de comunicación, y la omnipresente saturación con mensajes que ofrecen a la población experiencias de consumo individual y de aventuras, representativas de las clases medias-altas, definen la actual fase de colonialismo cultural.
Mediante las imágenes televisivas se establece una falsa intimidad y una vinculación imaginaria entre los individuos afortunados que aparecen en los medios de comunicación y los empobrecidos espectadores de los barrios periféricos.
Estos enlaces ofrecen un canal a través del cual se propaga el discurso de las soluciones individuales para problemas privados. El mensaje es claro: se culpa a las víctimas de su propia pobreza, haciendo recaer el éxito en los esfuerzos individuales.
Imperialismo y política del lenguaje
La estrategia del imperialismo cultural consiste en insensibilizar al público para aceptar las matanzas masivas realizadas por los estados occidentales como actividades de rutina diaria; por ejemplo, presentando los bombardeos masivos sobre Irak en forma de videojuegos.
Al poner énfasis en la modernidad de las nuevas tecnologías bélicas los medios de comunicación glorifican el poder alcanzado por la élite: la tecno-guerra del Oeste.
El imperialismo cultural promueve actualmente reportajes «informativos» en los cuales las armas de destrucción masivas se presentan con atributos humanos («bombas inteligentes») mientras que las víctimas del Tercer Mundo son «agresores-terroristas» sin rostro.
La manipulación cultural global se sustenta en la corrupción del lenguaje de la política. Una de las mayores «innovaciones» recientes del imperialismo cultural es la apropiación del lenguaje de la izquierda y su uso para racionalizar prácticas y políticas profundamente reaccionarias.
Esta es una política de «desinformación» que roba a la izquierda el lenguaje y los conceptos que utiliza para atacar la dominación de la clase capitalista.
Terrorismo cultural: la tiranía del liberalismo
El terrorismo cultural es responsable de la liquidación física de los artistas y las actividades culturales locales. Proyecta nuevas imágenes de «movilidad» y «libertad de expresión», destruyendo los antiguos vínculos comunitarios.
Los ataques contra las restricciones y obligaciones tradicionales constituyen un mecanismo por el cual el mercado y el Estado capitalista se convierten en el centro esencial de poder exclusivo.
En nombre de la «auto-expresión», el imperialismo cultural oprime a las poblaciones del Tercer Mundo que temen verse consideradas como «tradicionales», seduciéndolas y manipulándolas mediante falsas imágenes de «modernidad» sin clases. los pueblos del Tercer Mundo reciben entretenimiento, coacciones y estímulos para ser «modernos»: para rendirse ante lo moderno, para desechar sus confortables y tradicionales prendas holgadas y reemplazarlas por inconvenientes vaqueros ajustados.
La norteamericanización y el mito de la «cultura internacional»
Se ha puesto de moda evocar términos como «globalización» e «internacionalización» para justificar los ataques contra cualquiera de las formas de solidaridad, comunidad y/o valores sociales.
Bajo el disfraz de «internacionalismo», Europa y Estados Unidos se han convertido en los exportadores dominantes de formas culturales más eficaces de despolitización y banalización de la existencia cotidiana.
Las imágenes de movilidad individual, de self-made person (persona hecha a sí misma), el énfasis en la «existencia autocentrada» (producido y distribuido masivamente por la industria norteamericana de medios de comunicación) se han convertido en importantes instrumentos de dominación del Tercer Mundo.
Las nuevas pautas culturales -predominio de lo privado sobre lo público, de lo individual sobre lo social, del sensacionalismo y la violencia sobre las luchas cotidianas y las realidades sociales- contribuyen a inculcar con precisión valores egocéntricos y a socavar la acción colectiva.
Esta cultura de imágenes, de experiencias transitorias, de conquista sexual, actúan contra la reflexión, el compromiso y los sentimientos compartidos de afecto y solidaridad. La norteamericanización de la cultura significa focalizar la atención popular en celebridades, personalismo y chismorreos privados; y no en profundidades sociales, en cuestiones económicas sustanciales, en la condición humana.
La cultura que glorifica lo «provisional» refleja el desarraigo del capitalismo norteamericano; su poder de contratar y despedir, de mover capitales sin consideración alguna por las comunidades.
El mito de la «libertad de movimiento» refleja la incapacidad de la población para establecer y consolidar sus raíces comunitarias antes las cambiantes exigencias del capital.
La cultura norteamericana glorifica las relaciones fugaces e impersonales como «libertad» cuando en realidad esas condiciones reflejan la anomia y subordinación burocrática de una masa de individuos al poder del capital transnacional.
La nueva tiranía cultural está enraizada en el omnipresente, repetitivo y simple discurso del mercado, de una cultura homogeneizada del consumo, en un sistema electoral degradado. La nueva tiranía mediática se orienta en paralelo a la jerarquización estatal y de las instituciones económicas.
El secreto del éxito de la penetración cultural norteamericana es su capacidad para modelar fantasías para escapar de la miseria.
Los ingredientes esenciales del nuevo imperialismo cultural sin la fusión de la comercialidad-sexualidad-conservadurismo, cada uno de ellos presentado como expresiones idealizadas de las necesidades privadas, de una autorrealización individual.
Impacto del imperialismo cultural
La violencia estatal de las décadas de 1970 y comienzos de 1980 produjeron un daño psicológico y desconfianza a gran escala y, respecto a las iniciativas radicales, un sentimiento de impotencia ante las autoridades establecidas, aun cuando estas mismas autoridades puedan ser odiadas.
El terror volcó a las gentes «hacia adentro», hacia ámbitos privados.
El «terrorismo económico» subsecuente, el cierre de fábricas, la abolición de la protección legal del trabajador, el incremento del trabajo temporal, la multiplicación de las empresas individuales muy mal pagadas aumentaron la fragmentación de la clase trabajadora y de las comunidades urbanas.
En este contexto de fragmentación, recelo y privatización, el mensaje cultural del imperialismo encuentra campos fértiles para explorar sensibilidades de poblaciones vulnerables, alentando y profundizando la alienación personal, las actividades autocentradas y la competición individual por recursos siempre escasos.
El imperialismo cultural y los valores que promueve han desempeñado un papel fundamental en prevenir que individuos explotados respondiesen colectivamente a sus condiciones cada vez más deterioradas.
La mayor victoria del imperialismo no es sólo la obtención de beneficios materiales, sino su conquista del espacio interior de la conciencia a través de los medios de comunicación de masas.
Allí donde sea posible un resurgimiento de la política revolucionaria, éste deberá empezar por abrir un frente de lucha no sólo contra las condiciones de explotación, sino también contra la cultura que somete a sus víctimas.
Límites del imperialismo cultural
Contra las presiones omniscientes del colonialismo cultural está el principio de realidad: la experiencia personal de miseria y explotación, las realidades cotidianas que nunca podrán cambiar los medios de comunicación escapistas.
En la conciencia de las poblaciones existe una lucha constante entre el demonio del escapismo individual (cultivado por los medios imperialistas) y el conocimiento intuitivo de que la acción colectiva y la responsabilidad es la única respuesta práctica.
La Coca Cola se convierte en un cóctel molotov; la promesa de opulencia se convierte en una afrenta para aquellos que perpetuamente quedan relegados.
El empobrecimiento prolongado y la extendida decadencia erosionan el encanto y el atractivo de las fantasías de los mass media. Las falsas promesas del imperialismo cultural se convierten en objetos de amargas burlas.
En segundo término, los recursos del imperialismo cultural están limitados por los perdurables vínculos de colectivos.
Allí donde perduren los vínculos de clase, etnia, de sexo, y donde son fuertes las prácticas de acción colectiva, la influencia de los medios de comunicación de masas es limitada o repelida.
En tercer lugar, desde el momento en que existen tradiciones y culturas preexistentes, estas forman un «círculo cerrado» que integra prácticas sociales y culturales orientadas hacia dentro y hacia abajo, no hacia arriba y hacia afuera.
Allí donde el trabajo, la comunidad y la clase convergen con las tradiciones y prácticas culturales colectivas, el imperialismo cultural retrocede y penetra el imperialismo militarizado. La lucha cultural está arraigada en valores de autonomía, comunidad y solidaridad, necesarios para crear una conciencia favorable a las transformaciones sociales.
Por encima de todo, la nueva visión debe inspirar a la población porque coincide con sus deseos no sólo de ser libre de la dominación, sino de ser libre para crear una vida personal plena de sentido, constituida por relaciones afectivas no instrumentales, que trasciendan el trabajo cotidiano incluso cuando inspiren a la gente a continuar luchando.
El imperialismo cultural se alimenta de la novedad, de la manipulación personal y transitoria, pero nunca de una visión de auténticos vínculos profundos, basados en la honestidad personal, la igualdad entre sexos y la solidaridad social.
La neolengua y la pérdida de conciencia
Desde hace algunas décadas estamos asistiendo a un fenómeno que tiene una extensión planetaria y que ha modificado de forma sustancial y visible nuestro universo lingüístico y mental hasta extremos que podríamos calificar como grotescos sino patéticos en muchos casos.
Toda la fenomenología de nuevas destrucciones que se han ido produciendo en las décadas más recientes, y que se suman a otras producidas en el transcurso de los últimos siglos, han exigido una «normalización» de todo un conjunto de aberraciones y diversas maniobras que han pretendido disfrazar o camuflar la realidad bajo eufemismos creados ex-profeso y con una pretensión que va mucho más allá de ese deseo de «reinventar» o «reinterpretar» hechos o estados de cosas naturales.
Es evidente que hay un propósito ideológico subyacente y un mensaje subliminal que ha ido calando en las conciencias y mentes más débiles o más proclives a ser sugestionadas.
Este conjunto de neologismos o frases hechas que conforman una auténtica «neolengua», adaptada a las «nuevas realidades» que emergen a nuestro alrededor son por todos conocidas.
Los vemos reflejados en los mass media, en sus medios escritos, desde cualquier periódico de tirada más o menos amplia, de ámbito regional, nacional o internacional, como en los grandes medios audiovisuales o incluso a pie de calle en las conversaciones más triviales entre la gente más común.
Como ejemplo más recurrente tenemos conceptos como «personas de color», «subsaharianos» o la sustitución de términos como el de «raza» por «etnia» cuando ambos obedecen a significados y matices sustancialmente distintos entre sí.
Negar la existencia de razas, y con éstas de diferencias, de pluralidad en las formas de Ser material y espiritualmente en el mundo, porque no olvidemos que a la raza se agregan aspectos de civilización, de cultura y otros ítems ideológicos, materiales y vitales que definen formas específicas y particulares de cada comunidad humana. Aspectos en los que reside la riqueza y pluralidad del ser humano.
En el contexto de las ideologías de género vemos como se han acuñado otros neologismos, como es el término «género» para referirse al «sexo» de las personas, y con ello «deconstruir» los roles femenino y masculino y sustituir sus bases naturales por otras artificiales, como «construcciones sociales» o como categorías que no son fijas, sino que están sujetas al capricho o voluntad del individuo, de modo que pueden ser derribadas y edificadas continuamente, y de hecho Evola ya predijo en su día el advenimiento del «tercer sexo», y la pérdida de identidad de los polos femenino y masculino de la existencia, los que aparecen desdibujados y confundidos, como sometidos a una hibridación donde prima la confusión y el androginismo sobre la claridad, un fenómeno común a todos los contextos relacionados con la neolengua.
Como expresión última de este fenómeno asistimos a la existencia del llamado «género neutro», tal y como se empiezan a definir un buen número de individuos que, fruto de las aberraciones más recientes, renuncian al sexo, que en referencia a las corrientes feministas, a interpretaciones delirantes, armadas doctrinal y dialécticamente por el marxismo cultural, donde la denuncia de una hipotética represión histórica, consciente y deliberada del hombre respecto a la mujer, en una relación de opresión y poder, habría subyugado a ésta última.
En este caso se verían sustituidas la «lucha de clases» por «la lucha de sexos» en elucubraciones de inspiración moderna creados por corrientes disolutivas de la persona, las cuales buscan la disgregación interior del Ser y de aquellos atributos naturalmente constituidos.
Recientemente hemos asistido a la aparición de otros conceptos como «normalidad alternativa» o «diversidad funcional», que también siembran la confusión y el engaño sobre otras realidades palpables. Estos conceptos se emplean usualmente para designar a personas con enfermedades cromosómicas o discapacidades como el síndrome de down, y que pretenden ahondar en las corrientes absurdas de las doctrinas igualitaristas.
Para ello confunden el derecho al trato justo y consideración de la dignidad humana con las capacidades que unas personas puedan tener respecto a otras. Siendo evidente que no todos poseemos las mismas cualidades; ya sean éstas físicas, de carácter, personalidad o capacidad, en individuos perfectamente sanos y sin ninguna disfunción intelectual o física, más evidente es cuando éstas características si se presentan en determinados individuos.
Una sociedad moderna como la que tenemos, en la que el éxito o el fracaso se mide en términos materiales, y donde la aspiración a un falso ideal de perfección, fundado sobre el egoísmo, el hedonismo y el no reconocimiento de las jerarquías naturales, fruto de las diferencias naturales existentes entre las personas, son las que han convertido al hombre moderno en un ser avergonzado y acomplejado, inseguro y desequilibrado, en expresión de fugacidad, condenado al permanente no-ser.
El hombre moderno es presa fácil ante tal tipo de construcciones dialécticas, que pese a incurrir en claras y permanentes contradicciones, sumen al pensamiento humano en continuas especulaciones y elucubraciones, en ideas, teorías y opiniones, todas con el mismo valor, las exprese quien las expresa.
El pensamiento es sometido a un continuo bombardeo mediático, de estímulos permanentes que nos hacen perder el control del pensamiento como sujeto consciente y órgano rector en la toma de decisiones y en la necesidad de alcanzar un principio de objetividad.
El conocimiento discursivo y la dialéctica hacen al hombre moderno vulnerable, maleable y fácilmente sometible ante el uso de armas como la reinvención del lenguaje, la transvaloración de todos los valores de la que hablaba Nietzsche y que, merced a la instrumentalización del lenguaje, es capaz de reorientar nuestro pensamiento para cambiar conceptos como «bueno» o «malo», de aquello que es «positivo» o «negativo», para asociar los aspectos deseables y de «progreso» a las corrientes disgregadoras asociadas a la neolengua, en las que reina el disfraz y el eufemismo, el relativismo y la voluntad de negar la naturaleza íntima y ancestral de los objetos, acciones o personas.
https://geoestrategia.es/noticia/42474/politica/imperialismo-cultural.html