El 6 de octubre pasado, Hamás era un movimiento palestino que gobernaba en Gaza y resistía como podía a Israel y poco más.
El 7 de octubre lanzó un ataque fulminante sobre Israel, mejor dicho, sobre tierras palestinas ocupadas por Israel, y cambió, puede que para siempre, la dinámica política y militar de Oriente Próximo.
Fue, aquel ataque, la operación guerrillera más exitosa en lo que va del siglo XXI.
Reventó de golpe toda la política estadounidense en la región, sacudió a Israel en sus cimientos, dejó manos arriba a todos los gobiernos árabes colaboracionistas y cómplices y –lo más importante-, sacó a Palestina del olvido programado por el binomio EEUU-Israel.
Un olvido que buscaba legalizar la ocupación y borrar de golpe y para siempre la idea de un Estado palestino. Todo eso fue barrido por el tsunami provocado por Hamás el 7 de octubre. Esto explica la furia genocida con que ha respondido el Estado sionista.
En el presente, el gobierno israelí ha debido sentarse a negociar con Hamás y aceptar –con la boca espumosa y el ojo fatal, que diría Rubén Darío-, un alto al fuego, la liberación de palestinos arbitrariamente presos y la entrada masiva de ayuda humanitaria a la brutalmente castigada Gaza.
Todo ello como precio a pagar por la liberación, puñado a puñado, de israelíes capturados por Hamás.
Hace unas semanas, pensar que Israel podría sentaría a negociar con Hamás era absolutamente impensable; un tema abominable que nadie consideraba ni siquiera en la peor de las pesadillas. Ahora lo abominable se ha hecho inevitable.
Queda el grueso de los israelíes cautivos por liberar –alrededor de 200-, y el proceso tendrá que continuar porque todo puede pasar, menos que los cautivos no regresen vivos a Israel.
Es un pacto sagrado entre gobierno y población: ningún israelí puede ser abandonado, esté vivo o muerto. Si vivo, para devolverlo a los suyos; si muerto, para ser enterrado.
También era impensable que, en Cisjordania, territorio bajo control de la desprestigiada Autoridad Palestina, pudiera darse la más mínima demostración de apoyo a Hamás.
En estos días, los palestinos liberados están siendo recibidos por multitudes en Cisjordania, entre un mar de banderas verdes de Hamás, mientras los jubilosos manifestantes corean “Hamás, Hamás, Hamás” al lado de los representantes de la OLP y del ‘gobierno’ palestino, los mortales adversarios de Hamás.
Ahora, en Cisjordania, ninguna autoridad se atreve a actuar sobre los partidarios de la organización de Gaza. Hamás se ha hecho intocable para los palestinos.
En estos casi setenta días de sangre y destrucción, lo terrible para Israel no ha sido tanto la imposibilidad de destruir a Hamás, sino su incapacidad para rescatar a ninguno de los israelíes capturados, ni civil ni militar.
Lo único que ha podido hacer ha sido destruir, destruir y destruir las ciudades y poblados de Gaza y bombardear criminalmente escuelas, hospitales y refugios, dando rienda suelta a la obsesión homicida que caracteriza al sionismo desde sus orígenes.
Destrucción y muerte y la mayor matanza de niños y niñas de la historia conocida, pero ningún israelí rescatado. Un Herodes multiplicado por mil, pero incapaz de encontrar a ninguno de los suyos.
Dijimos, en un escrito anterior, que Israel jamás ganará la guerra a Palestina. La única forma posible sería ejecutando un exterminio masivo, como el que el nazismo intentó con los judíos, pero eso no fue posible ayer y es imposible hoy.
El martirio palestino ha generado una oleada de indignación y solidaridad globales, mientras la barbarie sionista ha concitado la condena mundial y -salvo EEUU y un puñado de gobiernos europeos miserables-, nadie, nadie, nadie apoya a Israel. En Tel Aviv dicen que no les importa el aislamiento internacional.
Tienen razón, no es importante ahora; pero sí les importará, y mucho, en un futuro inmediato. Ahora se sienten impunes, por el escudo militar, político y económico que reciben de EEUU y Europa.
Olvidan que todo en esta vida es finito. Ni EEUU mantendrá su poder, ni lo que queda de Europa el suyo.
El genocidio gazatí podrá seguir o no, según se desarrollen las negociaciones, pero, sea cual sea el resultado, una cuestión está quedando clara: Hamás ha ganado y su victoria es incuestionable.
Nadie puede hoy discutir la hegemonía de Hamás en la representación del pueblo palestino; nadie podrá borrar la revolcada que dio Hamás a Israel el 7 de octubre; nadie podrá arrebatarle al pueblo palestino el orgullo y la dignidad recobrados gracias a Hamás.
Si Israel quiere vivos a todos sus ciudadanos civiles y militares, deberá seguir negociando con Hamás. Hamás es, ahora, el interlocutor inevitable, guste, disguste o haga rabiar. Hamás ha ganado.
Los palestinos han vuelto a creer y han visto que se puede. En Israel también ha cambiado la visión. Ahora saben que los palestinos pueden. Que es otra la situación y que, si quieren sobrevivir como país, deberán aceptar la inevitabilidad de un Estado palestino libre.
Esa es la derrota mayor de Israel en la política internacional. La creación de un Estado palestino libre y soberano.
Una cuestión que ha pasado de ser un cadáver a punto de entierro, a ser el tema central del recién nacido consenso mundial sobre la crisis en Oriente Próximo.
Desde la vergonzante UE a la inoperante ONU, pasando por Rusia, China, los países árabes y EEUU, todos coinciden en que la única forma de alcanzar una paz duradera y viable en la región es la creación de un Estado palestino.
Para Israel ese consenso mundial significa la muerte de su delirio del Eretz Israel, el Gran Israel, que implica la expulsión de todos los palestinos y la ocupación total de todos sus territorios.
El golpe de Hamás ha devuelto la situación a 1948. Otro tema será si ese Estado palestino tiene las fronteras de 1967 o las previstas en 1948.
Sean unas o sean otras, para Israel es poco menos que la muerte. Pero a esa forma de muerte tendrá, de ahora en adelante, que irse acostumbrando. No habrá retroceso, aunque sería ingenuo creer que Israel aceptará retirarse de los territorios ocupados.
Esto devendrá en un proceso lento, sangriento y costoso, pero que tendrá que llegar, porque una negativa total israelí sólo dejaría como alternativa la desaparición de Israel.
La UE, a la contra de la historia y las realidades, pretende dejar fuera a Hamás de un proceso de negociación dirigido a la creación del Estado palestino y la firma de un acuerdo general de paz.
Ningún país árabe ha apoyado tal idea. También pretende, con EEUU, que la desacreditada Autoridad Palestina tome el control de Gaza.
Van a contracorriente, pues, por lógica elemental, deben ser los propios palestinos quienes escojan a sus representantes en una –imposible- mesa de negociación.
Los de la UE, Israel, EEUU y otros coyotes forajidos afirman que Hamás es una organización terrorista y por eso debe quedar fuera.
También la OLP lo fue y Yasser Arafat fue el terrorista más buscado por décadas. Nelson Mandela y el Congreso Nacional Africano también fueron signados como terroristas por Occidente.
Así que pueden medir, por esos antecedentes, el nivel de acierto y de justicia que tiene el Accidente colectivo. (Vale aquí informar que potencias como Rusia y China consideran a Hamás una organización de resistencia y que hace escasas semanas una delegación de Hamás fue recibida, en Moscú, en su calidad de organización de liberación palestina).
El caso es que Israel se ha quedado solo, íngrimo, aislado. Exactamente lo opuesto a como estaba el 6 de octubre de 2023.
Y si decide continuar el genocidio y la destrucción de Gaza, su situación se hará insostenible, incluso para su perro fiel, EEUU. Haga lo que haga, se mueva para donde se mueva, Israel pierde, Palestina gana.
En otras palabras, puede Israel ganar la batalla militar, dada la absoluta asimetría de poder, pero Hamás ya ha ganado la batalla ideológica, psicológica e internacional.
Todo eso ha hecho Hamás. Sin colorín colorado, que este cuento apenas ha empezado.