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Nicaragua: Rufo Marin Úcles


A las siete y cuarto de la mañana aproximadamente, en un lugar llamado las Nubes en el corazón de la cordillera Isabelia, a unos dos días de camino ---sin carga---, del Peñón de Quiagüas en las orillas del río Illas, en una fresca mañana, el 9 de diciembre de 1976, cae en combate contra la guardia somocista el compañero Rufo Marín Úcles

En ese momento tendría 26 o 27 años de edad.

Rufo Marín hijo del pueblo esteliano, hombre nacido bajo la herencia altiva y luchadora de ese pueblo segoviano, nieto del Coronel Rufo Marín Bellorin, miembro del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional de Nicaragua (EDSNN), caído en el combate de Ocotal, y de quien el General Sandino tuviera los mejores elogios que, de un hombre de tan alta estatura, pueda recibir un subalterno.

Desde temprana edad se integró a la lucha sirviendo de correo entre la montaña y la ciudad. Rufo Marín “El Chino”, como lo conocíamos, pequeño, fuerte, incansable caminador, artesano magnifico, explosivista, armero, guerrero excelente.

A Rufo Marín, quien decía que su madre ---humilde mujer esteliana--- era quien lo había reclutado para hacer de su vida lo que siempre fue: una entrega total a la causa de los humildes, lo conocí en La Habana, luego del asalto a la casa de Chema Castillo en diciembre de 1974, cuando estaba por concluir ese año.

No lo reconocí.

Seguramente ninguno de los miembros del Comando Juan José Quezada lo reconoció, aunque haya aparecido su imagen en la fotografía tomada después de la liberación del Comandante Carlos Fonseca, del Comandante Humberto Ortega y de él mismo, luego del secuestro del avión de LACSA, el 21 de octubre de 1970 por el Comando Juan Santamaría al frente del cual estaba el Comandante Carlos Agüero.

Rufo Marín cuando es rescatado de la cárcel estaba herido, tenía en su cuerpo varios impactos de bala, recibidos en la primera acción de rescate del Comandante Carlos Fonseca, de la cárcel de Alajuela semanas antes.

Había llegado a Costa Rica con el Comandante Carlos Fonseca, a mediados del año 1969, como consecuencia de la acción de recuperación económica en el Banco de la URUCA en San José, cae preso el Comandante Carlos en agosto de ese año.

Rufo fue cuidado en la cárcel por los prisioneros, ya que el tratamiento que le dieron las autoridades costarricenses fue muy deficiente.

 Él contaba que eran los presos de la cárcel los que lo habían estado velando, ya que estuvo al borde de la muerte.

Hombre de gran nobleza, sencillo, humilde, pero de un temple firme y decidido, se entrenó en Cuba y participó con el Comandante Carlos Fonseca, Carlos Agüero y otros compañeros en un curso de preparación militar en la República Popular Democrática de Corea.

Padecía, como consecuencia de la cárcel de una afección en los oídos, sobre la cual había recibido tratamiento en la República de Cuba y la recomendación de los especialistas fue que debía evitar la humedad y el frío.

En esos años difíciles de la lucha contra la dictadura, se impulsaba el movimiento guerrillero precisamente en montañas llenas de humedad, bautizadas por torrenciales lluvias, a lo largo de casi todos los meses del año.

El lugar donde se encontraba el campamento central de la guerrilla era precisamente un lugar contrario a la recomendación de los médicos: húmedo y frío.

 Eso hizo que la afectación a los oídos se mantuviera y se agravara a tal punto que el Chino perdiera gran parte de su capacidad auditiva.

De tal manera que llegó un momento que estábamos conversando frente a él y sólo se ponía a reír porque no nos entendía lo que le decíamos, teníamos que gritarle.

Hay que recordar que luego de su estadía en La Habana por varios años, Rufo regresa al país a mediados del año 1975, incorporándose al trabajo clandestino en el departamento de Nueva Segovia.

A finales de ese año se da una represión bien fuerte por parte de la guardia somocista en diferentes lugares del país: en occidente, en Managua y es detectada una escuela de entrenamiento que teníamos en el departamento de Nueva Segovia.

 Se ven debilitadas las redes clandestinas en la ciudad de Ocotal. Rufo tiene que salir rápidamente de ese lugar a la ciudad de León, a una casa en el barrio Subtiava, de colaboradores nuestros.

El Comandante Roberto Calderón, recuerda que llegó de chinelas, con una camiseta de esas sin mangas, que usaban en ese entonces los jóvenes, con el pelo alborotado, como chavalo vago, para pasar desapercibido por los retenes de la guardia somocista.

Rufo contaba que cuando salió de Ocotal hacia Managua (esta es una de las facetas también del Chino, que era un hombre con gran sentido del humor) un colaborador de Ocotal le decía que él era como “Kalimán que luchaba por los pobres”.

En ese entonces se pasaba una novela por la radio de ese personaje “Kalimán”, que era un luchador por las reivindicaciones de los pobres y el colaborador miraba en Rufo la encarnación que mentalmente había creado de aquel personaje.

Antes de partir a la guerrilla, en los últimos días del mes de diciembre de 1975 nos reconcentramos en una casa de Managua, cerca del Hospital Ocón, ahí por (el parque) Las Piedrecistas, donde preparábamos las mochilas, todo lo que llevábamos y realizábamos sesiones intensivas de ejercicios físicos dentro de la casa, Rufo era en ese entonces el instructor de tales ejercicios.

Siempre tenía un carácter afable, tranquilo y hasta en sus poses de hablar, de sentarse con la pierna cruzada, tenía la viva imagen del campesino nicaragüense, hablaba con un deje, como cuando uno tiene un problema en la nariz, un poquito ñajo.

El 1º de enero de 1976 entramos a la guerrilla vestidos de beisboleros para pasar desapercibidos, más aún siendo un día de fiesta y el manto o cobertura que llevábamos era que íbamos de un lugar de Matagalpa a Waslala, a sostener un encuentro con un equipo de esa localidad, llevábamos revueltos los guantes con el armamento.

Íbamos: Roberto Calderón, William Ramírez, la compañera Raquel Valladares, Rufo y el Comandante Carlos Agüero que después de varios meses en la ciudad reingresaba a la guerrilla.

 El compañero baquiano nuestro tenía como seudónimo: “El Mil”, porque le gustaba escuchar la “Radio Mil”. Rufo llevaba una cajita de pastillas Redoxon que le habían dado, supuestamente, para aliviarle un poco el malestar del oído.

Pasó varios meses con ellas sin usarlas porque decía que para qué se las iba a tomar si solo iban a provocarle más hambre.

Ya de por sí el hambre que padecíamos en la guerrilla era un hambre milenaria, un hambre insaciable, un hambre escrita con H mayúscula.

Rufo con sus manos, únicamente, y un pequeño cuchillo o con un desarmador, componía las armas de la guerrilla.

Precisamente el día 8 de diciembre de 1976 ---un día después de La Gritería---, probando un AR-18 en un túnel que habíamos hecho en el campamento central, pudo demostrar una vez más su destreza en este arte.

Los disparos, sin saber nosotros, habían sido escuchados por una patrulla de la guardia somocista, que estaba acampada a escasos 250 m. del campamento, y que había tomado la decisión de pernoctar en ese lugar, luego de haber escuchado, igualmente, el corte de leña que a eso de las 5 de la tarde realizábamos todos los días en el campamento.

 El baqueano de la guardia le aseguraba al teniente que comandaba la patrulla que lo que habían detectado ---el humo y el ruido--- eran los guerrilleros.

El teniente por estar atravesando por una zona deshabitada, un centro montañoso, no quería creer y le afirmaba al campesino que seguramente era una de esas casas desperdigadas que habían por ahí y que el ruido de los disparos, que por efecto del túnel seguramente no sonaban como tales, eran triquitraques, celebrando La Gritería.

Yo me encontraba saliendo de a Leishmaniasis[11] que me afectó las piernas y que me mantuvo postrado durante varios meses y se me encomendó la tarea de ir con una pequeña escuadra en la mañana del 9 a traer maíz, guineos o lo que encontrábamos para el campamento central.

Era mi primer salida en varios meses. Me iba a servir para probar que tan reparado había quedado de las piernas y además de eso siempre salir del campamento en esa misión era la posibilidad de romper la rutina tediosa de todos los días que durante meses y años habíamos tenido en el mismo y además la posibilidad de poder cazar un mono o un pavón de monte o un pisote y poder llevar también un poco de carne a nuestros organismos, necesidad sentida permanentemente, como lo eran también el azúcar, la cual también casi nunca probábamos.

Hubo un atraso en la salida porque El Chino no terminaba de acomodar en la mochila el perol que le tocaba llevar, en el cual cocinábamos.

Ese atraso hizo que, seguramente, chocáramos con la guardia en el preciso momento en que la misma se disponía a caerle al campamento.

 El Chino venía de penúltimo, de último venía William Ramírez, al centro iba yo de jefe de la escuadra, de segundo iba el compañero Crescencio Rosales y de baqueano iba el compañero Martiniano Aguilar, “Mauro”.

 La guardia aparece por el flanco subiendo la ladera y El Chino y William que venían limpiando la huella, son los que chocan directamente con ellos. Se arma la tirazón. Nosotros no sabemos en un comienzo de que se trataba.

Nos habíamos fijado la idea de que ese lugar era inexpugnable, quien sabe por obra y gracia de quién, simplemente por el hecho de que la guardia nunca había penetrado en ese centro montañoso.

Inclusive, cuando nos referíamos a ese lugar le llamábamos “territorio liberado”, talvez porque era habitado únicamente por los monos, dantos, pisotes, venados y nosotros.

Este día, era el día en que la guardia, luego de golpes continuos que había venido asestando a nuestras fuerzas, le caería al campamento central de la guerrilla, pero antes tendrían que chocar con la estatura, el coraje y audacia de Rufo Marín. 

Rufo Marín cayó en ese momento sin darnos cuenta nosotros.

 Lo sabríamos semanas o meses después a traves del juez de mesta que sirvió de baqueano a la guardia y que fue recogido en su comentario por un colaborador de la guerrilla y llevado a nuestros oídos.

Nos replegamos hacia el campamento por la parte de atrás.

En ese momento estaban en el mismo solamente las mujeres campesinas que habían llegado huyendo de la represión somocista, varios niños, tres ancianos que estaban de postas en diferentes lugares y el compañero David Blanco que estaba de responsable del campamento, Emir Cabezas, Edwin Cordero y Raquel Valladares.

A la llegada nuestra al campamento nos encontramos con Roberto Calderón que acababa de regresar de las cercanías donde se encontraba y que al escuchar los tiros regresó rápidamente con un compañero campesino cuyo seudónimo era Sebastián.

Este moriría dos meses después a causa del hambre y quien sabe que otro mal. Nos contamos y vimos que faltaba Rufo.

Creímos que se había quedado rezagado, no había donde perderse estábamos recién salidos del campamento. En ese momento no creímos que hubiera caído.

Le hicimos frente a la guardia en dos ocasiones más en un combate a quema ropa, a cinco metros o diez metros y nos retiramos del campamento, creyendo que Rufo seguía extraviado y que seguramente al seguir nuestras huellas iba topar con nosotros.

Rufo Marín era un hombre de sangre fría, yo recuerdo en la historia del Frente (Sandinista de Liberación Nacional) por conocimiento personal, o a través de otros compañeros, a hombres con temple de acero en el corazón, en las piernas y en el puño. Germán Pomares, Juan José Quezada, Oscar Turcios, Fabián Rodríguez Mairena, entre otros, dentro de esos hombres está Rufo Marín.

El Chino sabía que luchaba por una causa noble, una causa justa, por una causa por la cual valía la pena arriesgar la vida. Arriesgó la vida en varias ocasiones y entregó su vida definitivamente por esa causa, hace 9 años, un mes y día después de la de su hermano mayor Carlos Fonseca.

(Cmdte. de Brigada Hugo Torres Jiménez. “Rufo Marín: un hombre”.

En Revista Segovia Nº. 4 de noviembre-diciembre 1985. Managua. Órgano de la Dirección Política del EPS. 2ª. época, pp. 44-48

Por Habraham Cubillo

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