La guerra de la dictadura contra la cultura: los 15.000 libros de García Márquez que quemó Pinochet.
La quema de libros publicitados por la prensa funcionó como castigo ejemplar e hizo que muchas personas lo imitaran, realizando sus propias quemas de libros, aunque no estuvieran a favor del régimen, para evitar persecuciones por haber prohibido literatura y escapar de prisión y muerte, tortura.
La quema de libros era común en el Chile de Pinochet. El mismo día del golpe, la junta militar anunció por radio nuevas medidas culturales en forma de 41 ordenanzas. Los 26 tenían un mandato particular, la “ocupación y destrucción” de las ediciones de la Editorial Nacional Quimantú, que en ese momento era un símbolo de la difusión del pensamiento ilustrado en el país.
Apenas doce días después, el 23 de septiembre de 1973, se produjo el incendio más significativo y icónico, pues no sólo fue promovido por el propio gobierno, sino también cubierto por la prensa oficial.
Miles de libros murieron en las llamas. Desde los textos revolucionarios de Karl Marx y Friedrich Engels, hasta los escritos del poeta Pablo Neruda, quien retó a Salvador Allende a liderar la Unidad Popular para postularse para las elecciones presidenciales de 1970. Neruda moriría el mismo día del primer incendio bajo extrañas circunstancias.
La quema de libros publicitados por la prensa funcionó como castigo ejemplar e hizo que muchas personas lo imitaran, realizando sus propias quemas de libros, aunque no estuvieran a favor del régimen, para evitar persecuciones por haber prohibido literatura y escapar de prisión y muerte, tortura.
Asimismo, muchos otros se dedicaron a la conservación de libros, almacenados en sótanos, detrás de paredes o en cualquier lugar que pudiera estar a salvo de las miradas indiscretas de los militares.
Si antes del golpe los chilenos experimentaban un hambre de conocimiento que saciaban devorando libros, con la llegada de los militares llevar libros en casa se convirtió en una actividad riesgosa y algunos optaron por deshacerse de ellos para salvar sus vidas.
La gente del cerro tomó los libros que ellos mismos consideraban peligrosos y los llevaron a la cancha de fútbol cercana, y allí, antes de atacar, tomaron los libros y les prendieron fuego.
Para la historia también hubo poca libertad para censurar, quemar o destruir libros, ya que muchos académicos citaron cómo se destruyeron textos sobre el cubismo, el movimiento artístico desarrollado por Pablo Picasso, creyendo que hablaban de la revolución cubana.
Asimismo, cualquier texto que contuviera la palabra “rojo” también era blanco de ataques de los militares, ya que estaba asociado con el comunismo.
Lo primero que hacían los militares al entrar en las universidades era ir a las bibliotecas y tirar al fuego cualquier texto que para ellos fuera sospechosamente izquierdista, es decir, libros con tapas rojas, libros publicados en países de la órbita socialista, libros con extraños nombres, libros que hablan de revolución, evolución o cualquier palabra que termine en “ción”.
Lo mismo hicieron con las bibliotecas de casas particulares, donde se quemaron libros de Máximo Gorky, Dostoievski, Tolstoi, junto con Neruda, Mistral, Rojas, Huidobro, de Rokha, etc., sin importar si eran novelas. En definitiva, para los militares el simple hecho de leer y reflexionar era peligroso.
La aventura clandestina en Chile de Miguel Littín (1986) es un libro de Gabriel García Márquez. Relata la visita clandestina del cineasta chileno Miguel Littín en 1985 a nuestro país, luego de 12 años de exilio.
Littín regresó a Chile durante dos semanas en 1985 para filmar en secreto un documental sobre lo que sucedía en el país 12 años después de la erupción militar.
Luego, el documental Acta Central de Chile se estrenaría en el Festival de Cine de Venecia de 1986.
Pero el libro de García Márquez fue más allá: contó principalmente detalles que no aparecían en la cinta, como el encuentro entre Littín, que se había hecho pasar por un empresario uruguayo, con el propio Augusto Pinochet en los pasillos del Palacio de La Moneda, donde se encontraba el El dictador no lo reconoció.
El libro está basado en Littín, sus ansiedades, sus reacciones inesperadas, sus frustraciones por no poder quedarse en su propio país. Nada de esto se puede comprobar en el documental, que no es autobiográfico y en el que Littín es sólo el narrador. Está compuesto por historias y testimonios de quienes se quedaron en Chile durante la dictadura, pero también de figuras importantes como Fidel Castro o el propio García Márquez.
En el libro se explican las circunstancias reales del exilio de Miguel Littín. Como presidente de Chile Films designado por el gobierno de Allende, Littín salió de Chile con cierta incertidumbre y terminó exiliado en México. En 1985, su nombre apareció en la lista de personas no deseadas de la dictadura. Sin embargo, decidió regresar a Chile para hacer un testimonio cinematográfico de la dictadura, los vestigios de Allende y la pobreza chilena aún imperante.
En la novela de García Márquez, Littín se presenta como un ser curioso, que observa un mundo ajeno y propio, como si lo observara desde la ventanilla de un coche. Lo que más impacta al personaje al llegar es el orden y la limpieza que establece el capitalismo, así como la explosión del lujo.
Parecía que se había borrado “el rastro sangriento de más de 40.000 muertos, 2.000 desaparecidos y un millón de exiliados”. Los rostros fríos, sombríos e impasibles propios de tiempos de represión se acostumbraron a la presencia de hombres armados que ahora pasaban desapercibidos. Es el mismo tipo de rostro que describiría García Márquez en otros de sus escritos cuyos contextos políticos y geográficos son completamente diferentes, pero que también se desarrollan en el marco de la represión política.
En los primeros capítulos se ve a Littín perfectamente disfrazado, preocupado por no ser descubierto y que no pierde de vista su principal objetivo: filmar. El personaje visita lugares donde se constata el costo social del golpe: el aumento de la brecha social entre ricos y pobres y la miseria en las minas, entre otros. La resistencia espontánea aideológica, formada por niños en el momento en que Littín abandonó el país, le parece más eficaz para desestabilizar la dictadura que los esfuerzos de los militantes en el exilio. Littín constata cómo hay muchos jóvenes enamorados en las calles de Santiago “porque el amor florece en tiempos de peste”.
Asimismo, recorrió el país en busca de huellas de Allende y de los primeros estallidos revolucionarios que lo llevaron al poder. Fue entonces cuando fundó el Frente Patriótico Manuel Rodríguez formado por quienes, Más valientes que él, permanecieron en el país con una doble identidad.
De hecho, logra una entrevista con un líder insurgente cuando lo llevan con los ojos vendados a un hospital clandestino donde se encuentra recluido el líder luego de haber sido rescatado de un hospital público por un escuadrón subversivo donde se recupera de las heridas infligidas por un intento de asesinato orquestado por La policía secreta de Pinochet.
Al final hay un cambio de carácter. Ensombrecido por la confirmación de su falta de coraje, Littín baja la guardia, se quita el disfraz y, llevado por la nostalgia, pierde de vista el objetivo de hacer una película y decide seguir los pasos de sus recuerdos y actuar como él mismo. Por eso tiene que realizar varias maniobras, incluida una salida en falso, para poder salir del país con su película sin ser detenido.
Antes de partir, ve a su suegra y a su madre, a quienes mantiene alejadas de la aventura para no molestarlas. También se da el lujo de estar en el mismo lugar, La Moneda, con el propio Pinochet, a quien se enorgullece de haber colgado a 32.200 metros de la cola de un burro, una metáfora que recuerda metros de cinta grabada y un juego de niños latinoamericanos.
Como ya se mencionó, el encuentro no apareció en el documental, pero sí fue detallado en la novela de García Márquez, dejando en mala situación al dictador que ese mismo año, el 7 de septiembre, había sufrido un atentado que casi acaba con su vida en el manos de integrantes del Frente Patriótico Manuel Rodríguez.
Es por ello que cuando un vapor de bandera panameña llamado Peban atracó en Valparaíso el 28 de octubre de 1986, cargado con, entre otras cosas, 15.000 ejemplares de la novela de García Márquez, se esperaba que los libros fueran incautados.
Los libros procedían del puerto de Buenaventura, en Colombia, y estaban destinados a llegar a manos de Arturo Navarro, representante de la editorial Oveja Negra en Chile, encargada de publicar las obras del Nobel en esos años.
Lamentablemente el ingreso de las copias fracasó, siendo solicitado por las autoridades. Navarro señaló:
“Me enteré de la incautación de los libros dos semanas después porque estaba fuera del país”, continúa su relato, explicando que encontró un mensaje en el contestador de su casa, su despachador comentó alarmado: “Arturo, me dicen que los libros fueron quemados.
Navarro fue, durante la Unidad Popular, empleado de la Editorial Nacional Quimantú y fue testigo de la destrucción masiva de libros por parte de los militares golpistas, por lo que acudió a Valparaíso para solucionar el problema personalmente, considerando que en esas fechas las medidas represivas se habían relajado. en este tipo de asuntos y que: “El libro ya había sido publicado por capítulos en Chile por una revista (Análisis) meses antes”, aun así era preocupante que los ejemplares estuvieran bajo control de la jefatura de la Zona en Estado de Emergencia. , es decir, en manos de los militares.
Navarro continúa su recuerdo diciendo que “En el edificio logré hablar con un militar de rango medio a quien le pedí que al menos me permitiera devolver los libros a Lima, pero después de hacer algunas llamadas finalmente me dijo 'Navarro , no lo sé, no lo sé, no te preocupes, ya quemamos los libros'”.
Para Navarro era evidente que la orden de cremación venía de arriba y se propuso que la gente conociera este infame acto de la dictadura de Pinochet: quemar 15.000 volúmenes de un Premio Nobel. “Sigo diciendo que fue un capricho de Pinochet: no quería ver un libro, mucho menos después del atentado, en el que básicamente describa cómo le metían los dedos en la boca”, subraya Navarro.
La editorial convocó ruedas de prensa para dar a conocer la situación, presentó una denuncia ante la Cámara Chilena del Libro y aunque en Chile no hubo apoyo de los medios, en muchos países del mundo publicaron la noticia.
No tranquilo, insistió en saber qué había pasado. “Realmente no creía nada de lo que me decían. Ni siquiera si los hubieran quemado."
Luego de recibir una recomendación optó por la vía diplomática, se dirigió a la embajada de Colombia, desde donde se habían enviado los libros, donde conoció a Libardo Buitrago, el cónsul de Colombia, quien se ofreció a ayudarlo.
Poco después, y bajo presión de un país extranjero, el cónsul colombiano recibió una carta fechada el 9 de enero de 1987 y firmada por el vicealmirante John Howard Balaresque, confirmando la incineración de los libros y los motivos de tal decisión.
“Se han ordenado investigaciones para revisar el texto de dichos libros, ordenándose la incineración de aquellos cuyo contenido viole (…) la Ley de Seguridad Interior del Estado. Como resultado, La aventura del clandestino Miguel Littín en Chile y Proceso de Izquierda fueron cremados por haber considerado que su contenido violaba disposiciones constitucionales.
Este documento sería el único escrito oficial existente en el que el régimen de Pinochet acepta que quemó libros y lo hizo por censura. Algo imposible de conseguir en aquellos tiempos. La carta sirvió para que la editorial Oveja Negra cobrara el seguro del accidente. Ese documento ahora reposa en el Museo de la Memoria.
La paradoja es que, después de aquella guerra frontal contra la cultura, fue la cultura la que logró movilizar y dar voz a los ciudadanos que votaron No en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 que marcó la salida de Pinochet del poder. Una campaña cuyos protagonistas fueron artistas, músicos, pintores, escritores, actores, y que sirvió para devolver la democracia a Chile.
Finalmente, según la Doctora en Historia Isabel Jara, respecto a la guerra dictatorial contra la cultura:
“Eran estrategias que tenían que ver con derrotar ideológicamente a la Unidad Popular, borrar la memoria de la Unidad Popular, la memoria no sólo de los libros, la memoria de la estética de toda la ciudad, la memoria de los cuerpos de los la izquierda, la operación de corte y limpieza, retirada de los murales, una serie de dispositivos completos, en los que se inserta y hay que entender la política de censura de los libros”.
Jorge Molina Araneda - Chile
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