El 24 de marzo de 1980, El Salvador fue testigo de un crimen motivado por el odio de clases: el asesinato de monseñor Óscar Arnulfo Romero.
El arzobispo de la diócesis de San Salvador celebraba misa cuando le quitó la vida un asesino profesional pagado por el partido derechista Arena (Alianza Republicana Nacionalista).
Un Informe de la Comisión de la Verdad de la ONU, publicado en 1993, confirmó como responsable de ordenar el asesinato al ya fallecido mayor Roberto D’Aubuisson, fundador de Arena, diputado y candidato presidencial.
La mano criminal fue la de Álvaro Saravia, único imputado en un proceso penal dilatado por 43 años, aunque también se libró orden de captura contra el capitán Eduardo Ávila y los civiles Fernando Sagrera y Mario Molina, todos salvadoreños.
Romero abrió las puertas de la iglesia a los campesinos desplazados y condenó la represión del Ejército durante la guerra civil salvadoreña.
Su defensa permanente de los derechos humanos importunó a poderosas fuerzas políticas, hasta ser silenciado por los mismos métodos violentos que eran causa frecuente de su denuncia.
Su caso, aún sin conclusión en el sistema de justicia, demuestra la impunidad de los criminales políticos en ese país centroamericano, donde se reportaron numerosas masacres posteriores y el asesinato de cuatro periodistas de Países Bajos, todos sin respuesta, a pesar del reclamo del pueblo y de organismos internacionales.
La organización Tutela Legal acompañó esa presión hasta lograr en 2017 la reapertura del asunto, pero no hay avances en la fase de instrucción, denunció Alejandro Díaz, uno de sus abogados.
También Ovidio Mauricio, presidente de esa entidad de vocación social, se refirió a la orden de captura emitida por el Juzgado Cuarto de Instrucción contra Saravia, sin indicios de interés real por parte la Fiscalía o la Policía de ejecutarla, aún con información sobre la presencia del asesino en un país cercano.
Nuestra justicia deja mucho que desear, dijo el jurista al diario La Prensa Grafica.
Luego de su muerte, varias instituciones en América Latina adoptaron su nombre para multiplicar el ejemplo de su apostolado humanitario y su voluntad de proteger al pueblo por encima de los intereses de la oligarquía.
También se instituyó en 2015 el Premio Iberoamericano de Educación en Derechos Humanos Oscar Arnulfo Romero, para estimular a aquellas organizaciones coherentes con su legado de ser "la voz de quienes no tienen voz", una de las máximas de su actividad como líder cristiano y popular.
El mártir salvadoreño nació el 15 de agosto de 1917 en la localidad de Ciudad Barrios. Estudió Teología en Roma, donde lo ordenaron sacerdote con 24 años.
El 14 de octubre de 2018 fue santificado por el actual papa Francisco, quien declaró su beatificación en 2015, también como un reconocimiento a la memoria histórica de El Salvador.
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