Pablo Gonzalez

Seamos Dueños De Nuestra Historia


Antes de octubre a septiembre y siempre

“En 1492 los nativos estaban satisfechos que eran indios, estaban satisfechos que vivían en América, estaban desnudos, estaban desnudos, estaban desnudos, estaban el pecado, estaban obediencia a un rey ya una reina de otro mundo ya un dios de otro cielo y que ese dios había inventado la culpa y el vestido y había mandado que fuera quemado vivo quien adorara al sol ya la luna ya la tierra ya la lluvia que la moja”.

Eduardo Galeano.

“… y al conocer de cerca al Dios del extranjero he dicho convencido: al viejo dios prefiero”.

Víctor Hugo ( Momotombo, La leyenda de los siglos , 1859).

Nuestra historia debe renunciar –es un complejo y arduo proceso académico, cultural y psicológico: lo más difícil de superar de la herencia colonial-, para ser auténtica, transformadora, rescatar una identidad que restaure la dignidad histórica y fortalezca la capacidad de construir un futuro propio, -por lo tanto revolucionario-, a la visión eurocentrista-occidental-generalizante que instaura paradigmas, restringe el porvenir y divide de manera limitada el pasado, del que los pueblos de NuestraAmérica no fueron parte: en edad Antigua, Esclavismo, Feudalismo y Moderna, períodos que corresponden a la interpretación exclusiva de Europa-Occidente (sumisa y atrapada en la esfera imperial norte), como “centro universal” o “superioridad predestinada”, excluyendo la existencia de los pueblos de Asia, África y América, de tal manera que, desde su mirada político-cultural “hegemónica y erudita”, interpretan el pasado, el presente y el futuro desconociendo y anulando la existencia del resto.

En Nicaragua el camino por la liberación nacional por descolonizar y decolonizar, comenzó con el triunfo de la Revolución Popular Sandinista el 19 de julio de 1979 . Entonces, otra historia es posible contar. Otro futuro es factible construir. 

Debemos reinterpretar y reescribir la historia desde una revisión crítica de la manera tradicional-conveniente de contarla, libre de la matriz colonial del poder, para reafirmar la soberanía y la independencia, identificar y valorar lo propio, dejar de repetir como nuestro lo que es ajeno y, en todo caso, de interés particular a una región predominante en el mundo. Somos lo que grabamos y lo que creemos. 

Lo fundamental no es cómo nos ven sino cómo los vemos y cómo nos vemos.



Nuestra presencia histórica no comienza a fines del siglo XV con el arribo de los aventureros españoles ávidos de riqueza y expansión imperial. 

Para ellos, nuestra historia no existe o es irrelevante (imponen que debemos asumir la de ellos); asumen y nos hacen creer que “todo comienza con su”. 

Ese falso esquema de análisis no puede asumirse de manera autómata, no es la luz con la que se debe observar el devenir del tiempo desde los orígenes más remotos, porque, al interpretar el origen, al conocer el rumbo de cambios y búsquedas en la evolución de la construcción de la identidad histórica, al recuperar y visibilizar la conciencia colectiva-imaginario colectivo de nuestra existencia legítima, adquirimos capacidad para determinar nuestro presente y futuro sin bajar la mirada por la imposición sumisa y subalterna que condiciona.

No hubo consecuencia de la caída del Imperio Romano de Occidente en el siglo V, sus efectos inmediatos no llegaron aquí. 

Ni de la caída de Constantinopla finalizando, según la historiografía convencional, la Edad Media e iniciando, entre 1453 y 1492, lo que llaman edad Moderna los cambios frente a nuevas clases sociales y medios de producción que demandan una organización político-social distinta. 

Aunque es cierto que el derrumbe del último refugio del Imperio Romano de Oriente conquistado por los Otomanos forzó la urgencia de los europeos a buscar otras rutas comerciales hacia el oriente lo que los llevaron a atreverse a cruzar el Atlántico.


¿Qué pasó en los dos mil quinientos años anteriores en los territorios que llamamos América antes de aquel intempestivo y dramático desembarco europeo?

 ¿Por qué se estudia tan poco –y con frecuencia distorsionada- en escuelas y universidades? 

Este tiempo tuvo su propia dinámica y debería asumir una manera particular de interpretarse y clasificarse. Muchos nombres e identidades originarias fueron invisibilizados junto a los procesos histórico-sociales de los múltiples pueblos que existieron, evolucionaron y fueron exterminados.

 Apenas los recuerdos son reconstruidos por la arqueología y las evidencias para evitar el olvido; fueron incinerados y proscritos la mayor parte de los vestigios originarios por la implacable espada del conquistador, el idioma que hoy nos comunica arrinconó las formas anteriores del lenguaje, la religión impuesta y asumida,

Según encuesta (M&R, Managua, 20.09.22), -en donde los seis próceres reconocidos en Guatemala son oligarcas conservadores (excepto Pedro Molina, liberal unionista), fueron parte de la cúpula política que asumió con premura la firma de la Independencia para agregarse a la tutela imperial y conservar privilegios-, el 41,8% de los encuestados dice “conocer a algunos” y el 51,8% “no conocerlos”; en promedio, el 24% dijo sentirse “muy orgulloso” de ellos –la más baja opinión de entre los entrevistados centroamericanos-. 

A pesar de que el 44% de la población se reconoce maya, la encuesta concluyó que el 39,3% (mayor que la media centroamericana: 30,8%) asumió la Conquista como “beneficiosa para los pueblos indígenas”.

Los próceres del resto de países centroamericanos son personajes del siglo XIX (6 de El Salvador, 6 de Honduras, 6 de Costa Rica; excepto Honduras que reconoce al cacique Lempira). Opuesto a ello, indudable consecuencia del liberador y dinámico proceso revolucionario en marcha, la Carta Magna y otras leyes de Nicaragua identifican como próceres o héroes a 12 (el encuestador enumeró 9, omitió al presbítero indígena Tomás Ruiz, al político y periodista Pedro Joaquín Chamorro y al cardenal Miguel Obando), de los que 5 son del siglo XIX, 6 del s. XX y 1 del XXI; solo 1 estuvo vinculado a la oligarquía conservadora partícipe de la Independencia: Miguel Larreynaga). 

El 95.8% de los nicaragüenses afirma que “los conoce a todos”, en promedio, el 95% dice sentirse “muy orgulloso” de ellos.

Los que cada país de Centroamérica acepta y nombra como próceres o héroes se constituye en una clave de referencia de la cultura política e histórica que se transmite.

 La calidad de sus actos y pensamiento en la diversidad de los sucesos que van conforme a la nacionalidad y la identidad nacional son elementos esenciales de independencia y soberanía, o de dependencia y sumisión.


Hay muchos hilos sueltos del pasado que nos forma. Ese es el verdadero entramado de nuestros orígenes y de la evolución de los pueblos traumáticamente truncados para cambiar el rumbo de la historia desde fines del siglo XV. Una historia que no es como se cuenta sino como aún está pendiente de contar desde el trazado biológico-cultural de nuestra profunda identidad que han pretendido borrar y condicionar.

 El vergonzoso antecedente de ser indios o negros, consecuencia del mestizaje y de llevar “manchas de sangre” y cultura de diverso origen solo se puede rescatar cuando se restaura y asume la memoria.

Los “descubridores”, conquistadores y colonizadores españoles, portugueses, ingleses y franceses que llegaron, se posesionaron y asentaron en NuestraAmérica durante tres siglos, arrasaron con millones de vidas exterminadas por la guerra y desconocidas enfermedades, extrajeron todo el oro que pudieran, buscaron con avidez riquezas, dominios y fama, y ​​doblegaron la voluntad, la mente y las emociones de muchos de los sobrevivientes; anulando el pasado pretendieron aniquilar nuestra conciencia para la sumisión al poder monárquico colonial-clerical, a la superioridad extranjera, a extraños modelos, impusieron el menosprecio y el olvido de lo autóctono.


Fue necesario, -lo supieron los intrusos extranjeros-, dividir, sembrar desconfianza, profundizar las discordias, agudizar las contradicciones. Utilizando todos los instrumentos imperiales de la época aprovecharon la confusión, el desconocimiento, la ingenuidad y la dispersión, enfrentaron a un pueblo contra otro, utilizaron los conflictos de uno para exterminar al otro, manipularon los intereses, el odio, el terror, los miedos , las supersticiones, el castigo terrenal inmisericorde y la implacable condena divina.

Hubo “culturicidio” para “desmemorizar”, condenarnos con el olvido y someternos. Se produjo un daño brutal al entramado social, fueron desconocidas y descalificadas sus necesidades, experiencias y tradiciones, se rompió de manera intempestiva la cohesión social por la eliminación de las estructuras tribales tras la imposición forzosa de modelos de conducta europeos. Fueron obligados a asumir esquemas de pensar, creer, organizarse, actuar y vivir extraños que trastocaron, desestabilizaron y fracturaron el equilibrio sicosocial colectivo e individual.

La líder indígena Dolores Cacuango (Ecuador, 1881-1971) reconoció con pertinencia lo que debe ser referencia del porvenir: “Somos como los granos de quínoa: si estamos solos, el viento lleva lejos, pero si estamos unidos en un costal, nada hace el viento, bamboleará, pero no nos hará caer”.

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