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Nicaragua: ¿Quién tiene la culpa de la muerte de los migrantes en la cuesta Kukamonga?


Impactante y dolorosa ha sido la impresión que nos ha causado la muerte en accidente de transito de 18 migrantes (27.07.2022), la mayoría venezolanos, en la tristemente célebre cuesta de la Kukamonga en Estelí.

El debate en las calles, medios noticiosos y redes sociales es quién es el culpable de tal tragedia.

¿El conductor o el dueño del bus?

¿Las autoridades reguladoras correspondientes?

¿Los propios migrantes?

¿Quién?

La semana pasada viajando con mi hijo de Boca de Sábalos hacia Managua, nos encontramos con decenas de ciudadanos extranjeros de todas las edades (hombres y mujeres incluyendo niños y gente mayor) caminando penosamente en pequeños grupos.

 Sucios, cansados, hambrientos y casi sin dinero, salían de entre los montes, tratando de abordar los atestados buses en su transito hacia la lejana frontera norte.

Subimos a nuestro vehículo a los que pudimos y al dejarlos en un pueblito más adelante e indicarles los horarios de otros buses que seguramente los llevarían a su siguiente destino, mi hijo no pudo evitar la consternación por aquellos niños de caras tristes.

Le conté que esas personas -como otros miles- cruzan por puntos ciegos nuestras fronteras nacionales enfrentándose al peligro de la noche, las víboras, las corrientes que esconden tantos peligros, además de la delincuencia que se ceba en esa pobre gente tan vulnerable.

Muchos vienen andando frontera tras frontera desde lejanos países de Sudamérica a donde han llegado desde el Caribe, incluso desde Asia y África. 

Cruzan selvas como la del Amazonas o el Darién, casi impenetrables y extremadamente peligrosas con sus ríos, pantanos, fieras e insectos.

Las bandas de traficantes con su aceitada “infraestructura” logística los van llevando de peligro en peligro con la promesa del gran “sueño americano” y ellos, soportando todo con tal de llegar al lugar que ¡por fin! “les ayudará a salir de sus problemas económicos y existenciales”, según ellos.

Vidas rotas, desarraigadas que dejan su existencia en pausa o punto final.

Para el migrante “ilegal” (un hombre no puede ser “ilegal” ni “irregular”) lo que viene en ese camino de expectación siempre será más difícil que lo sufrido el día anterior.

250 millones de personas (al menos oficialmente) tienen actualmente ese estatus. Viajan clandestina o abiertamente, hacinados en contenedores, en lanchas sobrecargadas o en chatarras rodantes hacia las grandes metrópolis del capitalismo mundial donde (si acaso llegan) engrosarán la base de la gran pirámide social y económica. Por lo menos ese es su sueño.

Los españoles y luego lo franceses talaron los bosques de Haití, sembraron todo el territorio de cañaverales, lo convirtieron en una colonia de esclavos, lastrando su futuro como nación independiente.

En el Congo, los europeos (franceses, portugueses, ingleses y belgas) se confabularon para dividir su territorio y explotar las mayores riquezas naturales (marfil, madera, oro, diamantes, cobre, uranio, coltán y otros) del mundo dejando un corolario de miseria y guerras intestinas. 

Y precisamente estas dos naciones de dos continentes diferentes, comparten hoy en día “el privilegio” de estar entre los primeros lugares en la emisión de migrantes “irregulares” como les llama la ONU.

Las guerras, las dificultades económicas, el desempleo, las consecuencias del cambio climático, los desbalances demográficos, las expectativas no satisfechas, ciertamente son propulsores objetivos y subjetivos de este incontenible caudal de personas andantes que dirigen sus pasos hacia Europa occidental, Canadá, Japón, Australia, Sudáfrica, las monarquías petroleras de Medio Oriente, el Golfo pérsico y por supuesto, hacia los Estados Unidos.

Pero lo que ocultan los millones de estudios y las estadísticas, es que detrás de esos fenómenos políticos, económicos y culturales se esconde la explotación y apropiación por parte del capitalismo mundial de los recursos y riquezas del llamado Sur global, desde la etapa del colonialismo clásico, el neocolonialismo, el capitalismo, su fase imperialista y las “actualizaciones” del sistema como el neoliberalismo y la globalización.

Estos países han robado los recursos naturales y humanos, convirtiendo en periferia a la mayoría de los países de África, Asia y América Latina principalmente, inoculando a sus sociedades con su “cultura” de consumo y poniendo a su servicio a las élites locales enajenadas, incapaces de generar justicia social, soberanía y distribución equitativa de la riqueza nacional.

Además, mientras más ser acerca un cambio de paradigma económico y político en el mundo, producto del agotamiento del sistema y la necesidad objetiva de una transición hacia la multipolaridad, el poder (hasta hoy hegemónico) ensaya otras formas de agresión: Las sanciones económicas y financieras, el cerco económico y comercial hacia los Estados “rebeldes”.

De esta manera, países como Cuba, Venezuela, Rusia, China e incluso, nuestro propio país, ya generan importantes flujos de migrantes, principalmente hacia los Estados Unidos, impelidos por las dificultades reales o las expectativas derivadas de esa impronta histórica nefasta o del actual accionar de la guerra híbrida a que son sometidas estas naciones por el imperialismo yanqui y el capitalismo global.

En resumen, el verdadero culpable de los miles de muertos y desaparecidos en los enclaves europeos del Norte de África, en el Mar Mediterráneo, en los desiertos y montañas de Afganistán, Paquistán y Turquía, en las fronteras balcánicas y el Este europeo, en las aguas del Río Bravo, en los desiertos de los Estados del sur de los EE. UU., en las aguas del Estrecho de la Florida, en el Darién y en las montañas, pantanos, tugurios y carreteras de Centroamérica, en las aguas del Cocibolca o la cuesta de la Kukamonga, es la iniquidad del sistema capitalista, heredero directo del colonialismo europeo.

Edelberto Matus.

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