VATICANO: El más siniestro puntal imperialista

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Donbass: «Hemos esperado ocho años»


“Biden, que te den. Nos has mentido”, grita un colega al salir del coche y hundirse hasta el tobillo en la fértil tierra negra de Donbass. 

La tierra no está congelada tal y como prometió el presidente de Estados Unidos, pero la operación militar rusa ha comenzado. Columnas de vehículos blindados del ejército de la RPD circulan hacia el oeste y el sudeste a lo largo de las carreteras que sus abuelos usaron para liberar Donbass de la ocupación fascista hace casi 80 años.

 También a ellos se les quedaba el barro, duro bajo la nieve y las marcas de los camiones, en las suelas de las botas.

Con el avance de las columnas, es posible juzgar posiblemente todo el rango de equipamiento militar disponible para las tropas de Donetsk. Artillería autopropulsada Acacia, tanques T-72, vehículos de artillería, Grads. En alguna parte, aunque invisible, todo esto está probablemente cubierto por los sistemas de defensa antiaérea de Rusia. Los Tochka-U lanzados el viernes por Ucrania en Donetsk, por ejemplo, fueron interceptados sin mucha dificultad.

Las fuerzas de choque están agrupadas para avanzar en una de las localidades recién recuperadas. Los hombres están a punto de ir a la batalla y fuman cigarrillos y sonríen. Resuena, como en la operación de 1943 en Donbass, pero la artillería se queda gradualmente de fondo.

“Voy a llegar a casa pronto, no he visto a mi madre desde hace ocho años”, ríe el soldado apodado Topaz. “Soy de Mariupol. Me están esperando allí, llevan mucho tiempo esperándome. 

Muchos de los nuestros son de Slavyansk, todo el mundo quiere ir a casa, todos tienen familias allí. Yo todavía tengo una casa allí. Y ocho años alquilando piso, no puede ser”.

Detrás del grupo de hombres duros con ametralladoras, queda en el suelo un ensangrentado hombre de camuflaje y chaleco antibalas atravesado. No hay guerra sin bajas.

“Iban en un blindado, saltaron y fueron a una misión de reconocimiento”, me explica Klim, un amigo de la milicia de Slavyansk. “Empezamos a trabajar en la cobertura para comprobar si iba a haber fuego desde allí y que no lo hubiera. 

Estaba casi destruido, quienes resistían fueron aplastados. Al otro lado de la carretera estaba el enemigo. Saltaron a la carretera. Y el blindado empezó a trabajar con fuego directo. 

Un soldado se arrastró hasta la cuneta, pero Vova no tuvo tiempo y murió ahí mismo. El blindado está intacto, aparcado ahí atrás”.

Klim habla de la muerte de un amigo con naturalidad, aunque entiendo que lleva por dentro el deseo de venganza. 

En estos ocho años, ha perdido a muchos camaradas. Pero hoy, más que nunca, el objetivo está cerca y después habrá seguridad para todos y nada habrá sino en vano. Los hombres cargan los KAMAZ, se sientan en ellos y tosen a causa del humo del diésel.

“¿Cómo te encuentras, padre?”, pregunto a un soldado de edad avanzada dándole un paquete de cigarrillos.

“Bien, volveremos con una victoria. Todo saldrá bien”.

“¿Cómo va a ser de duro?

“Veremos. La victoria será nuestra. Esta es nuestra tierra, nuestra casa”.

La columna avanza hacia la batalla. Civiles que por la ironía del destino se han convertido en militares profesionales marchan sin innecesaria efusividad ni emoción. Como quien va al trabajo.

Las banderas rojas y negras del Praviy Sektor son visibles en la distancia, algún entusiasta neonazi parece haber trepado por un poste de la luz cerca de la carretera que conecta Dokuchaevsk y Nikolaevka y la colocó allí. Hasta hace poco, el territorio entre esas localidades se encontraba en la “zona gris”. 

En esta carretera se puede filmar una película postapocalíptica: está cubierta de hierba con un bosque lleno de metralla a la izquierda y campos aparentemente sin fin a la derecha. 

En realidad, ahí hay posiciones del Ejército Ucraniano. Así que pasamos por el terreno abierto a una velocidad que puede considerarse una absoluta locura en una carretera como esta.

Lo primero que llama la atención en la liberada Nikolaevka, donde llegamos en un momento, son las casas de ladrillo sólido en las que no hay marcas de guerra. No hay restos de metralla en las pareces, no hay paredes derruidas por la artillería, no hay tejados agujereados. 

Hasta las ventanas están intactas. Durante los ocho años en los que la localidad ha estado bajo control de Ucrania, ni un proyectil ha caído en ella. Pero en cuanto la ocuparon las tropas de la RPD, no dudaron en disparar contra Nikolaevka desde el lado de Ucrania. Varias viviendas resultaron dañadas y una ardió ante nuestros ojos.

“Ucrania estaba aquí y ya no está”, dice Topaz.

“¿Los locales andan por aquí?”

“Están saliendo. Están fundamentalmente en sótanos, porque disparan todo el tiempo”.

Confirmando sus palabras, un “bang” comienza a resonar por el pueblo, como si losas gigantes cayeran de un rascacielos. Así es como suenan los Grad.

“¿Cómo os tratan?”

“Bien. No hay quejas. Al contrario, están contentos de que hayamos venido”.

Paseamos por los jardines, llamamos a un sótano. Salen un hombre, Alexander, y su hija Victoria.

“¿Podéis seguir lo que pasa?”

“Nos enteramos más tarde. Cuando empezó el bombardeo pesado, supimos que la guerra había empezado. De alguna forma no nos enteramos”.

“Alexander, habéis vivido prácticamente en Ucrania los últimos dos días. Y ahora resulta que es la RPD”.

“Ha sido hoy mismo. Lo he visto hoy. Todavía no tengo ninguna opinión. ¿Qué puedo decir? En 2014 votamos por la independencia. Y ahora lo más importante es que haya silencio para que podamos dormir tranquilos. Que nos podamos lavar. Que nos podamos afeitar”.

“Llevan tres días luchando”, nos cuenta medio en ruso, medio en ucraniano María, justo al lado de una casa ardiendo. “No tuve miedo, pero mi hijo tuvo miedo”.

“¿Por qué?”

“Apenas pude salir del sótano”.

“¿Cómo os tratan los soldados de la RPD?”

“Bien. Vinieron a la casa quemada, buscaron a ver si los dueños habían muerto”.

“¿Quién quemó la casa?”

“Ucrania estaba disparando”.

“¿Queda mucha gente en el pueblo?”

“Hay como 1200 personas ahora. Era mucho más grande, hasta 3000”.

“¿Cómo fue la vida con Ucrania?”

“Apesta. Vivíamos sucios. Gracias a dios que han venido. Tengo alma rusa, lo quería hace mucho tiempo. 

Y entonces aparecieron militares. ¿Quiénes sois, chicos?, les pregunté. ¡Son los rusos! No puede ser. Gracias a dios. Llevamos ocho años esperando. Gracias”.


A la vuelta, a la entrada de Dokuchaevsk, notamos una fuerte humareda y nos pegamos a la valla. Apenas hay tiempo para salir del coche y junto a la cuesta aparece un sonido ensordecedor. El cuerpo se da cuenta antes que la cabeza y se tira al húmedo suelo aunque sea por si acaso. 

Desde el suelo, veo a un hombre por la carretera, que ha seguido andando tranquilamente sin inmutarse. En estos ocho años, el miedo se ha calmado, es algo amargo cuando la población civil se acostumbra a la guerra. 

La artillería del Ejército Ucraniano ha acercado el fuego al centro de Dokuchaevsk. Aprovechándonos en la masiva respuesta de artillería de nuestro lado, avanzamos hasta la ciudad. La artillería ucraniana ha impactado en u colegio, una vivienda, el zoo, una tubería.

Los niños se esconden en el sótano del edificio en el que, en un piso superior, ha impactado un proyectil. El mayor aún era muy joven cuando aprendió lo que eran los bombardeos y lo que era el sótano. A su lado están sus pequeños vecinos, que ni siquiera conocen la vida sin la guerra. 

Que consigan algún día olvidar lo que es la guerra.

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