
La autora de este artículo, la primera reportera que ha visitado el refugio de los rebeldes aparece aquí con el jefe Luis
Turcios en su campamente de la Sierra. Turcios le declaró que los norteamericanos son su inspiración.
El 2 de octubre de 1966, Luis Augusto Turcios Lima fue asesinado tras la explosión de su vehículo. Miembro y fundador del Movimiento Revolucionario 13 de noviembre, junto a Marco Antonio Yon Sosa, creyeron posible otra Guatemala.
Veinte días después de su asesinato, el 24 de octubre del mismo año, la Revista LIFE en su edición en español, publicó una de las pocas entrevistas realizadas a Turcios Lima.
El acceso a ella fue posible por un buen amigo que vive en México quien me compartió fotografías de la entrevista y donde curiosamente en la portada de la misma aparece la hermosa Sofía Loren con un traje negro transparente.1
No está por demás decir que la responsable de la entrevista fue Elizabeth Margaritis, quien a petición de la revista Time se le ofreció “la tarea de fotografiar al presidente de Guatemala, César Méndez Montenegro, así como a Anastasio Somoza. Debayle, entonces dictador de Nicaragua”.2
Estando en Guatemala y conociendo a otros “periodistas acampados alrededor del bar del Hotel Pan American, se dio cuenta de que la historia “real” no eran los hombres famosos que estaba fotografiando, sino los crecientes movimientos de resistencia en Centroamérica”.3
A partir de la entrevista que realizó a Turcios Lima, ganó fama internacional y aunque Time ya no quiso la entrevista, ella “la vendió a Francia, Alemania, Suiza y a News Week.
Posteriormente fundó los periódicos del Bajo Manhattan, Downtown Express y The Villager y también fue Vicepresidente Phillips Morris por 27 años”.4
Es importante hacer énfasis que a lo largo de la entrevista será posible identificar peyorativos, además de cierta intención y tono en las preguntas de Margaritis hacia los revolucionarios, con ese aire estadounidense de superioridad y racismo. O ese estilo de provocación que tanto gusta a los periodistas cuando la formación política y la forma de ver el mundo no coincide porque sirven a la hegemonía.
Los Rebeldes sin barbas
Por Elizabeth Margaritis
La autora, periodista de origen griego, visitó recientemente la Sierra delas Minas, en Guatemala donde desde hace tres años actúa un grupo armado. En este reportaje exclusivo relata lo que vio y oyó de boca de los rebeldes, que en los últimos meses han cometido atentados, como secuestros de comerciantes y funcionarios prominentes y algunas emboscadas de patrullas militares.
En las sierras de Guatemala, un grupo de estudiantes universitarios siguen un curso intensivo en guerra de guerrillas bajo la orientación de un ex teniente de 24 años. El curso está lejos de ser una mera experiencia académica en él, los alumnos aprenden a matar.
Se llaman a sí mismos, “rebeldes con causa”. El ejército guatemalteco los califica de “bandidos”. Llevan armas y uniformes norteamericanos pero su estribillo favorito es “yankee go home”.
Su organización, la Fuerza Armada Rebelde (FAR), tiene un solo propósito: vencer al ejército y establecer “un régimen socialista libre de ataduras”. Así me definió sus objetivos políticos Luis Augusto Turcios Lima, el jefe de la FAR, cuando lo entrevisté hace semanas a pocos kilómetros de la ciudad de Guatemala.
Ponerse en comunicación con los rebeldes no es una tarea fácil. Las citas se conciertan pero con frecuencia no se cumplen. El precio fijado por el gobierno a la cabeza de Turcios hace que los rebeldes lo piensen mucho antes de conceder una entrevista. Yo había perdido toda esperanza de verlo, cuando sonó el teléfono. Una voz que no reconocí me indicó que si deseaba ver a Luis debía estar frente a la Oficina de Correos en 20 minutos. A las 9:03 de la mañana, un coche se aproximó al lugar y, como en una novela de misterio, el hombre al volante me hizo señal de que subiera.
En el asiento trasero iba, apaciblemente, Luis Turcios. El chofer y su “amigo” miraban con frecuencia el espejo retrovisor. Turcios apretó los labios cuando un policía en motocicleta se detuvo al lado del coche en que viajábamos, frente a una luz roja de tránsito.
En casa de su amigo, Turcios parecía despreocupado. Sacó su pistola y la colocó en una gaveta. Luego permaneció de pie en medio de la sala, aguardando mis preguntas. ¿No tiene usted miedo de que lo maten? Dije. ¿Miedo? Repitió riendo. Sé que me pueden matar, pero es el movimiento lo que importa, y el movimiento continuará sin mí. Los insurrectos tal vez subsistan si el ejército no consigue barrer con el principal baluarte rebelde, como lo hizo en 1961, cuando se empezó el movimiento, prontamente aplastado.
La nueva FAR se organizó en 1963 cuando Turcios y unos pocos estudiantes universitarios decidieron reorganizar el viejo movimiento y tener presente la lección de los “errores tácticos” de 1961. Para un país de 108,899 km2, Guatemala tiene un cúmulo extraordinario de problemas.
Un 55% de la población está compuesta por indios que todavía lamentan la derrota de los mayas a manos del conquistador Pedro de Alvarado. Las condiciones de vida no han cambiado mucho para los indios desde el siglo XVI: aun no son dueños de la tierra que cultivan, no saben leer ni escribir y, excepto en las grandes poblaciones como Chichicastenango, no tienen escuelas donde mandar a sus hijos. El país acaba de dejar atrás un régimen militar.
Todo el mundo tiene la mirada puesta en el nuevo presidente Julio César Méndez Montenegro, el afable ex decano de la Facultad de Derecho de la Universidad de San Carlos, elegido este verano en elecciones libres, después de un gobierno provisional de tres años encabezado por el coronel Enrique Peralta.
La consigna electoral de Méndez Montenegro fue hacer un gobierno “del pueblo y para el pueblo” y ante la sorpresa general derrotó al candidato oficial y al de la derecha. Méndez Montenegro se encuentra entre un ejército de tradición conservadora y un grupo militante, la FAR, compuesto de socialistas y comunista. La FAR pronostica que el gobierno no será más que una farsa, pues el ejercito no le permitirá dar a los campesinos lo que les “pertenece”. Esto quiere decir, en la semántica de Luis Tucios, “la tierra”.
Le pregunté a Turcios por qué considera que la única solución para los problemas de Guatemala era la violencia. Usted debe ser anticomunista, me contestó bruscamente. Solo pregunto, le dije porque odio la guerra. Piense en los 12 soldados que ustedes mataron en una reciente emboscada, ¿acaso ellos no son hijos de los mismos campesinos por lo que ustedes dicen luchar? Turcios aguardó un instante antes de murmurar con displicencia: ellos están del otro lado, del “lado equivocado” ¿Quiere venir con nosotros a la montaña? Volvimos a la ciudad.
En el centro, Turcios dejó el automóvil, echó a andar por la calle y luego subió a otro coche. La serenidad con que se movía entre la gente me dejó atónita. Hice el viaje a la Sierra tres días después. Esta vez me recogieron frente a una farmacia. Un joven con sombrero se me aproximó y me dijo: “Mi nombre es Fausto. ¿Viene usted conmigo?”
Seguí a Fausto hasta un coche. Otro sujeto con sombrero de vaquero nos aguardaba en el auto. La escena parecía de una película del Oeste. El segundo hombre, Arnaldo, vestía una camiseta deportiva, por la que a veces asomaba la empuñadura de una pistola automática. El coche rodó durante tres horas, hasta llegar a la Sierra de las Minas, cerca de Zacapa, donde los insurrectos se guarecen y eluden la persecución militar. Hasta diciembre, en que una ola de secuestros sorprendió a los guatemaltecos, la gente de la capital no empezó a hablar de las guerrillas. Antes solo se comentaban las noticias de detención de campesinos con mercancía en el Oriente. Pero en ese mes los sucesos tenían lugar en la misma ciudad de Guatemala. Los insurrectos necesitaban dinero para subsistir, y con ese fin secuestraban a los comerciantes más ricos; lograron reunir más de 300,000 dólares.
Otros grupos han tratado de aprovecharse de los secuestros de los rebeldes. Hubo un momento en que la ciudad se vio inundada de cartas amenazadoras de la FAR. Pero esta alega que eran apócrifas “¿Para qué asustar a la gente?- dijo Turcios-, nosotros solo la secuestramos. El ejército clasifica a todos estos elementos de bandidos.
¿Está Guatemala madura para una revolución? Turcios y sus compañeros creen que sí. El ejército sostiene que nunca va a ocurrir. Y el preocupado presidente Méndez Montenegro prefiere no opinar por el momento.
Llegamos por fin a una avanzada rebelde. Cae la noche y todo se confunde con los arbustos. Me dicen que siga a Arnaldo. Bajo del auto y corro hasta un escondite en la maleza. Veo algo que sobresale y lo agarro para no perder el equilibrio. Es un objeto frío y delgado: el cañón de una metralleta. Una voz me dice “Señorita, tenga cuidado”.
Arnaldo ordena que nos pongamos en fila. Empieza el ascenso. Vamos a asistir a una reunión de propaganda en un pueblo cercano. El ascenso es largo. Voy tambaleándome. Después de tres horas de caminar por la selva tupida, veo una luz que brilla a lo lejos. Otros hombres y caballos nos esperan. Hay que cruzar el río a caballo para llegar al pueblo. Durante un rato solo veo agua, agua y más agua.
Al fin entramos en el pueblo. Solo hay unas cuantas casuchas. En una de ellas e ve una luz tenue. Los campesinos han preparado comida. Arroz y frijoles. Los campesinos observan. No comen ni hablan. Solo miran en silencio a los visitantes y a mí, la muchacha de las cámaras. La reunión se celebra al aire libre. Los hombres, con los brazos cruzados y descalzos se aproximan para escuchar. Las mujeres y los niños se quedan rezagados, recogiendo puercos y gallinas, arrullando a los bebés.
Los guerrilleros hablan. La mayoría de ellos viste uniforme con las letras FAR. Dicen a los campesinos. “No tengan miedo, que estamos aquí para defenderlos”. Pero los campesinos tienen miedo. Los indios han oído muchas promesas desde que los conquistadores aparecieron hace siglos. Arnaldo, al que llaman “el Chino” por sus ojos rasgados, sube a la plataforma. Es el intelectual del grupo. Cuando no habla, escribe: y cuando no escribe predica, “nosotros somos los únicos amigos que tienen ustedes, dice. Estamos aquí para defender sus derechos y moriremos defendiéndolos. “Ustedes se han pasado la vida trabajando esta tierra. ¿Para qué? ¿Qué tienen? Nada. ¿Qué pueden esperar? Nada. “Hay más de 50 niños en este pueblo. ¿Tienen una escuela cerca de aquí? No. Dispensario? No. Todo lo que tienen son cementerios. Nosotros vamos a poner fin a este estado de las cosas.”
Arnaldo no es un gran orador. Pero su voz tiene un tono apremiante. Y los campesinos, que en un principio escuchaban inmutables, ahora se reúnen y corean con entusiasmo. Cierto, cierto. Volvemos a montar en los caballos para cruzar el río. Luego, emprendemos una nueva caminata. Cinco horas más caminando sobre piedras, esquivando espinos y oyendo ruidos sospechosos.
De pronto, una metralleta nos sale al paso. Resulta ser una patrulla rebelde. Quieren cerciorarse de que es Claudio quien viene. Hemos llegado. Un claro en el monte. Nada más que un riachuelo, piedras, árboles y más piedras. Una especie de plástico en el suelo y un par de ollas. Ese es el campamento de los insurrectos,
Claudio me pregunta: ¿Qué ha traído? Solo mis cámaras. ¿Nada más que cámaras? Nada más. Claudio ríe y saca una manta de su mochila. Me cubre con la manta y se acuesta a mi lado, con el rifle sobre su cabeza. Media hora después estoy muriéndome de frío. Claudio no está acostumbrado a compartir la manta y se ha enroscado en ella, dejándome sin qué cubrirme. Me siento a contemplar a un hombre que ronca a pierna suelta.
Veo a Annabella, la muchacha casada con uno de los rebeldes. Joven, tiene la piel aceitunada y el cabello negro. Esta noche ha cruzado el río a nado cuando veníamos hacia el campamento. Hay solo dos muchachas en el campamento y las dos manejan el rifle mejor que el hilo y la aguja. A las 7 a.m. todo el mundo se levanta. Hay unos 30 rebeldes sin contar los campesinos. Dos jóvenes hacen una fogata y cocinan un cereal llamado Incaparina.
Roberto tararea una canción que compuso en la cárcel, mientras observa la fogata. Me pasa una taza de café, verdadero lujo en el campamento. Cuando me vuelvo me encuentro ante Luis Turcios. Habla con Claudio. Todos los comunicados van firmados por Claudio (su verdadero nombre es César Montes y por Turcios.

Las barbas no son símbolo de rebeldía para este grupo de guatemaltecos. Los tres que forman el alto mando (de izquierda a derecha): César Montes, “Claudio”, el jefe Luis Turcios y “el Chino” Arnaldo, son completamente lampiños.
Más tarde con un plato de arroz y frijoles en la mano, pregunto a Turcios qué es la FAR y qué pretende.
Parece molestarse. Sus ojos verdes echan chispas. No lo ve dice dando un puntapié a una lata vacía.
Estamos luchando contra la explotación, la minería y la tiranía. Son un puñado de hombres. ¿Cómo van a ganar? El ríe como un hombre seguro de sí mismo. No estamos solos. Los campesinos, corazón del país están con nosotros. Mírelos.
A nuestras espaldas “el Chino” habla con una veintena de campesinos descalzos y con sombreros de paja. Pregunto a uno de ellos por qué se ha incorporado a los rebeldes. No me sorprende. Ni tampoco su amigo. Me miran con sus caras de piedra, sin expresar una emoción. Los dejo solos. Son campesinos jóvenes de manos torpes pero esas manos pronto aprenderán a usar armas
mortíferas.
¿Puede esperarse que los indios ayuden a Turcios y a sus compañeros en una lucha desigual y quizás hasta inútil? ¿o preferirían permanecer sentados frente a sus casitas de adobes, con los recién nacidos en brazos y aguardando a que se pase la tormenta? Nade puede decirlo.
Por eso es tan difícil saber el número de partidarios activos que tiene la FAR. El ejército cuenta con 12,000 soldados.
Los insurrectos suman entre 100 a 300. Cuando se le pide una cifra al jefe rebelde, este sonríe pero no contesta. Doce mil son muchos hombres le indicó a Turcios. Están bien armados y entrenados.
¿Cómo espera usted ganar? Turcios toma su rifle de fabricación norteamericana. Tenemos amigos en el ejército.
¿Cómo cree usted que sabemos todos sus movimientos? De otro modo nos hubiera sido imposible evadirnos. Mire nuestras armas. Vea lo que dice U.S Property only. Son todas armas norteamericanas.
¿Sabe de dónde proceden? Del ejército. La FAR afirma que, donde diciembre último, ha matado herido a unos 50 soldados, en celadas tendidas en el campo. Si los yanquis no meten sus narices en nuestros asuntos prosigue Turcios extendiendo la mano para solicitar un cigarrillo venceremos muy pronto.
¿Y si vienen los norteamericanos? Pues los recibiremos con fuegos artificiales dice Turcios sonriendo.
Puede estar segura que los recibimos a balazo limpio. Es ridículo preguntarle a Turcios qué piensa de los norteamericanos. Su respuesta es obvia pese a que se adiestro en Fort Benning, Georgia, después de graduarse a los 15 años de la academia militar de Guatemala. Turcios, sin embargo, no quisiera ver dominado su país por los cubanos o los rusos. Soy un socialista sin partido dice con orgullo.
No soy títere de Lyndon ni de Fidel ni de Mao
A poca distancia, apoyado en su fusil, César Montes escucha nuestra conversación. No hace mucho era estudiante de Derecho. Ahora es miembro del comité central del Partido Comunista de Guatemala y segundo en el mando de la FAR.
Como Turcios, es partidario de la nacionalización de todas las empresas extranjeras. Montes, que es el ideólogo del grupo, se vuelve hacia mí. Usted preguntó que cuál era el principal problema del país. Pues es el problema de la tierra. Mire a los campesinos Han estado atados a la tierra, día tras día, generación tras generación.
Y hoy no tienen nada. Nosotros debemos darles la tierra pero primero tendremos que enseñarles a cultivarla. ¿Qué piensan hacer al respecto?
Es un problema difícil. La mayoría de los campesinos no aceptan el cultivo colectivo. En unas regiones tendremos que crear cooperativas, en otras habrá propiedad individual.
Pregunto a Turcios ¿Qué piensa del presidente Méndez Montenegro, que en sus primeros 30 días en el poder ordenó distribuir las tierras del gobierno entre los campesinos y cuya esposa emprendió una campaña para llevar la asistencia médica a regiones apartadas?
Supongo que es un buen hombre dice Turcios encogiéndose de hombros. Pero, ¿Qué puede hacer? El día que pretenda hacer una verdadera reforma agraria lo echan del palacio. Me siento a su lado mientras el limpia la pistola, y le pregunto.
¿Está dispuesto a cooperar con Méndez Montenegro? Turcios echa a reír. ¿Y por qué no? Estamos dispuesto a cooperar con todos, siempre y cuando ellos nos ayuden en el establecimiento de un régimen socialista en Guatemala. Pero enfocándome bien.
Yo no soy un títere de Lyndon, ni de Fidel ni de Mao. Pese a que Turcios había rechazado previamente un plan de amnistía de Méndez Montenegro, hace unas semanas el jefe rebelde propuso una tregua militar.
No atacará las patrullas militares si el ejército reduce sus actividades en la región del Noroeste de Guatemala. Un vocero de la FAR explicó que concentrarían sus actividades en los aspectos políticos.
La propuesta de la FAR se ajustaba a la estrategia que ha venido siguiendo en los últimos meses. Los rebeldes, aparentemente, no han considerado conveniente atacar a un régimen libremente elegido por el pueblo; han preferido simplificar la campaña proselitista en el campo.
No obstante, se han fortalecido militarmente mediante una alianza con el Movimiento 13 de noviembre, al mando de Marco Antonio Yon Sosa, que siguen la orientación de Pekín. Parece no haber posibilidad sin embargo, de que el gobierno llegue a una avenencia con los rebeldes.
El presidente Méndez Montenegro considera a las guerrillas como una rebelión política y ha denunciado a los extremistas de derecha e izquierda en recientes declaraciones públicas.
Pregunto a Turcios si admira a Fidel Castro. A mí, me gusta Fidel me dice. Pues no tiene pelos en la lengua para decirles las verdades a los americanos, los rusos y los chinos.
¿Cuál es su principal fuente de inspiración? Los norteamericanos dice. Son maestros en la guerra de guerrillas.
Aprendí mucho de ellos cuando fui a Cuba a la Conferencia Transcontinental. Mi reloj marcaba las 5 p.m. era hora de encontrarme con Fausto en un puente de avanzada.
Me levanté y me despedí de todos. Cuando descendimos por las montañas con la lluvia empapándome la camisa pensé ¿No fue así con su puñado de hombre como empezó Fidel Castro?

Este rebelde prefiere taparse la cara con el libro que lee ¿Qué quieren los comunistas?, pues como muchos de los insurrectos de la Sierra de las Minas desciende con frecuencia a la ciudad de Guatemala en misiones políticas de los alzados.
fin.
Los rebeldes sin barbas en Revista LIFE (24.10.1966) p, 26
Una vida de primicias. En https://www.bmcc.cuny.edu/news/a-lifetime-of-firsts/ Búsqueda realizada el 2 de octubre de 2020.
Una vida de primicias. En https://www.bmcc.cuny.edu/news/a-lifetime-of-firsts/ Búsqueda realizada el 2 de octubre de 2020.
Una vida de primicias. En https://www.bmcc.cuny.edu/news/a-lifetime-of-firsts/ Búsqueda realizada el 2 de octubre de 2020.
https://patricialepe.wordpress.com/2020/10/02/luis-turcios-lima-en-la-revista-life-de-1966/