¿Qué le espera al mundo con esta suerte de retorno a los escenarios de Guerra Fría, con la llamada “guerra contra el terror”, con la utilización de estrategias de guerra híbrida y con los golpes blandos?
“O Estados Unidos o el caos global”
Zbigniew Brzezinski
“Ninguna nación está mejor posicionada para navegar este futuro que Estados Unidos”
Joe Biden
País hegemónico por ser potencia capitalista imperialista global desde el final de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos consiguió la supremacía con sus empresas multinacionales al cobijo siempre del complejo militar-industrial, el brazo armado convertido en el millonario negocio de la guerra —como los imperios del pasado—, para imponerse mediante la violencia, asesinando y armando complots para controlar gobiernos y arrebatar bienes materiales de otros.
Esa ha sido la Pax Americana durante el periodo de la guerra fría, no solo en el continente Latinoamericano donde ensayó primero los golpes de Estado para el derrocamiento de gobiernos “comunistas” primero y “populistas” después, pero no para afines apoderarse de sus recursos naturales —territoriales primero como de México—, bajo los preceptos de la “Doctrina Monroe” de viejo cuño y luego invadiendo y usando “operaciones encubiertas” por el mundo —CIA, Departamento de Estado, y sus respectivos presidentes: de Franklin Roosevelt a Joe Biden—, siempre con fines geoeconómicos y geopolíticos.
A escala mundial, las políticas económicas de libre mercado y específicamente el neoliberalismo dieron sustento a la llamada globalización. Ya desde la guerra fría EE.UU. se había convertido en el país hegemónico —el gran hegemón—, baluarte de tal globalización de la mano de Gran Bretaña. Solo que las cosas se complicaron para al poderío anglosajón, desde que China fue admitida en la Organización Mundial del Comercio (OMC) en 2001 y arremetió con todo.
Fue la caída del bloque soviético lo que hizo creer que el reinado del “mundo libre” al servicio de EE.UU. era el paraíso, el “fin de la historia”. Pero tanto el repunte de China como el resurgir de Rusia a la palestra mundial en las últimas dos décadas —aquél como potencia económica y éste poder geopolítico— en pleno siglo XXI, fue como la factura que el “comunismo” le cobró al imperialismo estadounidense, a un poderío pretendidamente único.
Pandemia y el principio del fin
Pero ahora esa supremacía está a punto del derrumbe, de la mano de la crisis económica que no tarda en descomponer desde sus entrañas al imperio más reciente de la historia, el estadounidense. El año 2020, de la pandemia generalizada por el Covid-19, será reconocido como el principio del fin, porque a la economía especulativa más volátil del sistema financiero global le está llegando su término. Y arrasará con todo. La pandemia será el detonante, porque tampoco no el origen de los males económicos.
En ese contexto, y tras el breve cuatrienio del irreverente presidente de EE.UU. Donald Trump, con el ahora presidente Joe Biden y su gabinete del pasado reciente es que, el decadente imperio estadounidense tratará de resurgir de las cenizas, pero no como Ave Fénix sino desde el tiradero dejado como estela de muerte y polvo, gracia de la destrucción sembrada en muchos países donde ha reinado la geopolítica de la guerra.
Solo que ya desde sus primeras acciones de gobierno, el presidente demócrata Biden parece no atinar a encontrar cómo lograr ese resurgir de la otrora potencia imperial. No queda claro cómo es que “reconstruirá” a EE.UU., toda vez que comenzó a empeñarse más en revertir las políticas de su antecesor que en fincar las bases de la “nueva política” que el país requiere. Grande el reto que tiene al frente la administración Biden, y pronto se verán sus logros o incapacidad.
Eso sí, Biden se ha propuesto salvar a su país. Primero plantea un “Estados Unidos de regreso”, pero no dice cómo impulsará la economía sacudiéndose al sistema financiero especulativo, y recuperar la pérdida de peso del dólar como moneda internacional de cambio y reserva. Eso no es sencillo, como Trump igual se propuso romper con los poderes dominantes del Estado profundo, y eso le costó la reelección.
Además, Biden tampoco dice cómo competirá con China, o si lo convierte en aliado geoestratégico.
Porque para invertir en las nuevas tecnologías, como lo dice, al grado de alcanzar a las empresas chinas se requiere más que los apoyos billonarios de la Reserva Federal y los presupuestos de millones avalados por el Congreso, para presuntamente impulsar una economía que carece de proyecto. Se requiere impulsar la economía nacional, como se lo planteó Trump, pero no lo dejaron. Porque lo contrario es meter reversa.
En otras palabras, no se ve por dónde o cómo Biden y su gabinete tendrán éxito en sus planes para que el país siga siendo la potencia dominante, sin superar la crisis vigente del 2008 a la fecha. O cuándo el EE.UU., que ahora se propone “amigable” con sus socios, ha propagado siempre la guerra, más desde las invasiones a países so pretexto del “terrorismo” islámico que en 2001 perpetró los atentados a las Torres Gemelas de Nueva York.
Cuál es el nuevo enfoque
Es decir, una administración lista para seguir con la guerra fría o “neoguerra fría”, para perseguir sus metas. Cabe preguntar: ¿Hay congruencia entre los planes de gobierno de Biden y los métodos para conseguir el retorno de EE.UU. “a la cabeza de las mesas de negociación” de los asuntos globales?
Claro que como político del pasado reciente e integrante de las presidencias de George W. Bush y Barack Obama, Biden pronto formó su gabinete con ex funcionarios de aquellas administraciones.
El mismo presidente, con credenciales añejas habiendo sido copartícipe del ejercicio del poder de un imperio cuyos fines los ha conseguido oliendo a pólvora, no sabe de qué otra manera relanzar a EE.UU. al mundo como poder hegemónico.
Por ejemplo, Biden destaca que entre sus prioridades hacia el interior está el “promover nuestros intereses con un nuevo enfoque actualizado para los desafíos de nuestro tiempo”, pero sin aclarar cuál es el “enfoque”.
Se propone “…fortalecer los pilares fundacionales de nuestra democracia, para abordar verdaderamente el racismo sistémico y cumplir con nuestra promesa como nación de inmigrantes. Nuestro éxito será un faro para otras democracias, cuya libertad está entrelazada con nuestra propia seguridad, prosperidad y forma de vida.” (del Informe Anual de Evaluación de Amenazas de 2021. Ideas de la comunidad de inteligencia de EE.UU.).
Es imperativo, aclara el presidente: “Una economía en recuperación basada en un crecimiento equitativo e inclusivo, así como inversiones para fomentar innovación, fortalecer la competitividad nacional, producir empleos bien remunerados, reconstruir cadenas de suministro de productos críticos y ampliar las oportunidades para todos los estadounidenses. Y debemos seguir comprometidos con la realización y defensa de los valores democráticos en el corazón del Estilo de vida americano.”
Sin decir cómo, pero hablando de los “intereses nacionales vitales”, el presidente Biden declara: “Es nuestra obligación más solemne proteger la seguridad del pueblo estadounidense. Esto requiere que enfrentemos desafíos no solo de las grandes potencias y adversarios regionales, sino también de los extremistas y actores no estatales violentos y criminales, y de amenazas como el clima, enfermedades infecciosas, ciberataques y desinformación que no respetan fronteras nacionales.”
“Revertir estas tendencias es esencial para nuestra seguridad nacional”, afirma el presidente. Pero sin aclarar cuál “enfoque”, para la recuperación económica que demanda recursos billonarios por el atraso generado desde los propios poderes establecidos por sus políticas fallidas, como tampoco por dónde enfrentará los “desafíos” de “las grandes potencias” sin recurrir a la tan vetusta como repudiada guerra fría, ahora bajo la forma más bien sería, de neoguerra fría.
Además, lo que no se logre internamente mucho menos se alcanzará en el exterior. Por lo que Biden tiene ante sí un escenario con grandes desafíos, complicado para los pocos años de gobierno para los que fue “electo”. Ni lo conseguirá siquiera con la guerra, porque ya no está la relativa estabilidad anterior —cuando existía la URSS— donde la atención de los asuntos mundiales se alcanzaba bajo el precepto de corresponsabilidad en pugna, o acuerdos previos. Eso no se tiene ahora.
A la multipolaridad con Rusia y China
Porque ahora el tira y afloja es entre potencias cada vez más iguales y distantes, inclusive en materia del equilibrio atómico. Hoy EE.UU. tiene frente a sí, como lo ha construido siempre, a Rusia y a China, países con objetivos distintos a los suyos. Porque Rusia y China buscan sus propios espacios en el poder global como cabezas de playa y no simples arietes de Washington.
Por algo ambos países son ahora los principales agentes promotores de la multipolaridad. Por eso le teme EE.UU. a su poderío global, el de ambos, que además no están solos en estos nuevos planes geopolíticos y contrapeso al dominio imperial estadounidense.
Por ello mismo es que Biden reconoce: “Enfrentar la realidad de la distribución del poder en todo el mundo (que) está cambiando, creando nuevas amenazas. China, en particular, se ha vuelto rápidamente más asertiva. Es el único competidor potencialmente capaz de combinar sus actividades económicas, diplomáticas, militares, y el poder tecnológico para montar un desafío sostenido al sistema internacional estable… (de ahora, de EE.UU.)”.
Sobre Rusia el presidente asegura: “Sigue determinada a mejorar su influencia global y jugar un papel disruptivo papel en el escenario mundial. Tanto Beijing como Moscú han invertido mucho en esfuerzos destinados a comprobar las fortalezas de EE UU. y evitar que defendamos nuestros intereses y aliados en todo el mundo.” Otros actores “regionales, como Irán y Corea del Norte”, que buscan innovación y tecnologías, igual amenazan a los aliados y socios de EE.UU. y desafía la estabilidad regional.
Aparte los retos globales creados muchos de ellos al unísono. Dice: “Pandemias y otras enfermedades biológicas de riesgo, la escalada de la crisis climática, las amenazas cibernéticas y digitales, perturbaciones de la economía internacional, crisis humanitarias prolongadas, extremismo violento y terrorismo, y la proliferación de armas nucleares y otras armas de destrucción masiva, que plantean profundos retos como peligros existenciales”.
El extremismo tanto nacional como internacional, sigue siendo una amenaza importante, pero casi todos atizados por ellos como país irresponsable y actor que atropella en todos lados mediante la guerra.
¿A qué apunta todo esto que propone la nueva administración encabezada por Joe Biden?
Al rescate del pasado para tratar de alcanzar el presente y el futuro también. Solo que ni los planes ni el tiempo le alcanzarán. Mucho menos bajo el enfoque de la ya superada y repudiada guerra fría.
Sobre el “gran hermano”
Tampoco son sus asistentes estrella, hoy rebasados, como Henry Kissinger o el mismísimo superasesor Zbigniew Brzezinski. Este último, de pretendida actualidad cuando fue el geopolítico estadounidense por excelencia de la guerra fría.
Porque el mundo plantea nuevos retos para el poder global desde el 2020, año de la pandemia. Cierto que por un lado EE.UU. pretende imponer el Nuevo Orden Mundial, el del Gran Hermano que vigila y apuesta por una seguridad individual acotada y bajo control total del Estado, pero países como China van muy por delante con las nuevas tecnologías, el G5, la robótica, la computación cuántica y las telecomunicaciones, al grado de la superioridad tecnológica estadounidense, vigilancia incluida.
Ni siquiera a pensadores como Brzezinski les alcanzó el esquema analítico para proyectar esta nueva realidad, donde el mundo pronto se convirtió en otro y la hegemonía no se apostará más en las guerras tradicionales. En todo caso serán cibernéticas, robóticas, o las indirectas “guerras híbridas”. Con todo y el potencial nuclear permanezca disuasivo.
No obstante ser un geoestratega, tan antirruso como estadounidense, a Brzezinski, quien se ganó el calificativo de hawkish, halcón de línea dura, se le acusa de apoyar a Al Qaeda, “…con miles de millones en ayuda militar a militares islámicos que luchan contra las tropas soviéticas invasoras en Afganistán”; así como respaldar al yihadismo militante y denigrar a Rusia como adversario, para quien la paz le estaba “negada”.
Brzezinski heredó ideas geopolíticas como las siguientes. En primera instancia que Eurasia era y seguiría siendo el escenario de las guerras, la manzana de la discordia desde los postulados del geógrafo John Mackinder.
De igual manera, que si en la disputa el espacio medio (entre Eurasia y Rusia) es atraído cada vez más hacia la órbita en expansión de Occidente, donde hay preponderancia estadounidense, y si la región sur no está sujeta a la dominación de un solo jugador, y si el Oriente (Medio) no está unificado de una manera que incite a la expulsión de EEUU de sus bases militares en alta mar, entonces se puede decir que América prevalecerá. Pero si el espacio medio rechaza a Occidente… entonces la geopolítica cambia.
Ideas que pueden simplificarse así:
1) Que Occidente debe atraer a las ex repúblicas soviéticas;
2) El sur de Eurasia o desde los Balcanes a Turquía deberá estar desestabilizado;
3) El desorden geopolítico de los países de Oriente Medio impedirá la expulsión de “América” con sus bases militares. Salvo que el “espacio medio” rechace a Occidente. Si eso ocurre entonces EE.UU. se irá.
Propuestas como estas siguen orientando las acciones geopolíticas de Washington. Por ejemplo: Ucrania es el “pivote geopolítico” clave en el tablero euroasiático donde su sola existencia independiente impide a Rusia ser un “imperio euroasiático”.
Por lo mismo EE.UU. no quiere perder el control y apoya a Ucrania.
El sur de Eurasia está permanentemente desestabilizado e Israel presta un gran servicio como aliado.
El caos generado por invasiones y las guerras en países como Iraq o Afganistán y Siria son parte de dicho “desorden geopolítico”.
Proyecciones tan útiles ahora para Biden y su gabinete, como antes lo fueron para el Nobel de la Paz Barack Obama. Por eso el plan de un “Estados Unidos de regreso”. Sin embargo, la logística o movimiento de las piezas del ajedrez global pertenecen ya al siglo XX, a la lógica superada durante la guerra fría.
El siglo XXI ya presenta otra dinámica, la era postcovid-19, o de “postguerra bacteriológica”. Pero Biden ni su gabinete parecen comprender eso y le apuestan a lo mismo, a esa suerte de neoguerra fría.
Y apuestan por dejarse llevar de la mano de Brzezinski, así como retomar y proyectarse en el mundo empleando la “política del terror” bajo la modalidad de guerra híbrida de Bush y Obama.
Pero van a la derrota con eso. La geopolítica del siglo XXI es la era postcovid-19. Con todos los adelantos chinos que se entrecruzan por todo el mundo. Porque si antes todos los caminos conducían a Roma y recién a EE.UU., en lo sucesivo conducirán a China.
En pocas palabras, que los planteamientos de Brzezinski conducen por lo menos a:
1) la inevitable pérdida de la hegemonía del imperio estadounidense, tras la crisis económico-financiera que está punto de estallar y de la cual se responsabiliza al Covid-19, cuando es un asunto interno;
2) la inevitable superioridad de China como cabeza de playa de la multipolaridad, que está al punto de suplir a los EE.UU. como potencia “asertiva” en la visión de Joe Biden, además acompañado de Rusia, cada uno en su respectivo rol geopolítico en el Nuevo Orden Multilateral en proceso de consolidación.
Esto hará parecer caduco el análisis de Brzezinski, no obstante seguirá presente que el o los escenarios de guerra seguirán siendo en Eurasia, por el control global de los recursos del mundo. Y por la supervivencia de las potencias, así como del Nuevo Orden Multipolar, del cual los dos países del frente multilateral se encuentran precisamente en Eurasia.
De Brzezinski a Biden
En otras palabras, un Biden casado con el pasado de la guerra fría, tiene ante sí las mismas amenazas, los nuevos/viejos escenarios de la guerra, como se refleja en los conflictos geopolíticos en plena escalada atizados por la nueva administración.
Es el caso de la reacción inmediata del Pentágono y la OTAN, de cara a los conflictos siguientes:
Frentes de actualidad —¿de guerra?— son:
1) las amenazas de la OTAN y Occidente contra Rusia desde las fronteras de Ucrania, con movilizaciones y aires de confrontación;
2) la rivalidad creciente con China, fuera de la “guerra económica” de Trump, por la “defensa” de Taiwán en el Pacífico con movilidad de portaaviones;
3) las pretendidas negociaciones, más que “forzadas”, con Irán para el regreso al acuerdo nuclear abandonado por Trump;
4) la crispación por el programa de armas y ensayos nucleares de Corea del Norte, con un Japón amenazado, y;
5) la constante amenaza a terceros países como Venezuela, por grupos de mercenarios financiados y armados que operan desde territorio colombiano a instancias de Washington.
Acaso con las posturas de Brzezinski, el gabinete Biden supone resolver la problemática internacional, la misma que cuestiona la hegemonía de EE.UU.
En tanto el mundo se inclina por la multipolaridad con China y Rusia al frente de la misma. Por eso a Biden no le queda más que revivir la “guerra contra el terrorismo” de Bush y Obama, pero eso será a todas luces insuficiente, porque la lucha se focaliza en otros terrenos ya.
Guerra de Bush por el petróleo
Conocido ya que la guerra “contra el terror” no fue por Al Qaeda y Bin Laden sino para apoderarse del petróleo del Oriente Medio, de Irak, Kuwait y Siria. Por lo que la “guerra contra el terrorismo” puede convertirse en la peor apuesta para el gabinete y Biden. Primero contra los enemigos tradicionales, luego contra terceros países, de África y de América Latina.
Como estrategia lanzada en Oriente Medio a raíz de los atentados del 11/S en 2001, la “guerra contra el terror” alcanzó de Afganistán e Iraq a Libia, Siria, Yemen y Líbano. Por cierto, cabe la cuestión siguiente: ¿Es posible para Biden recrear la “guerra sin fin” (cuyo fin es la destrucción misma de los Estados), al tiempo que dice estar dispuesto a retirar tropas de Afganistán?
Sin problema. Porque son acciones de falsa bandera. Se va de Afganistán, pero no hay solo soldados estadounidenses sino de otros países, o mercenarios para el control territorial. De ser auténtico, ¿por qué Biden no emprende el retiro también de países como Iraq y Siria, o de las 80 bases militares que tiene esparcidas por el mundo, incluso Guantánamo?
No renunciará tan fácil a la protección de sus “intereses nacionales”. Del 2001 a la fecha, se trata de los intereses estratégicos para la seguridad nacional; de ahí el control de las reservas petroleras de terceros. Desde el asesinato de Sadam Hussein, EE.UU. tiene en su poder los pozos petroleros iraquíes.
Así, por razones de seguridad nacional, Biden seguirá desarrollando la “guerra contra el terror” por su inadaptabilidad a los nuevos tiempos, en el marco de la neoguerra fría lanzada en contra de los obligados enemigos del pasado: Rusia y China, ambos promotores de la multipolaridad hoy. Pero igual más allá, contra terceros países.
Los “enemigos estratégicos” de EE.UU. fueron calificados como tales desde 2005 por la secretaria de Estado de Bush, Condoleezza Rice. Ahí Rice metió en el “Eje del mal” a países como: Irán, Corea del Norte, Bielorrusia, Myanmar, Zimbabue y Cuba. Luego se agregarían Iraq, Libia, Siria, Cuba y Birmania. La tesis de Bush era: O “están con nosotros o con los terroristas”, tras el 11/S.
La ofensiva “antiterrorista” tenía otros objetivos. En Afganistán apoderarse de los sembradíos de amapola, en Iraq apropiarse los yacimientos petroleros, como en Siria, además de la importancia geopolítica para mantener desestabilizada la zona.
Tan es así que hay dudas: Bin Laden era en “enemigo a vencer”, porque Hussein jamás tuvo en su poder “armas de destrucción masiva”, más que el tubo de ensayo que “podría contener Ántrax”, presentado en el Consejo de Seguridad por el secretario de Estado de Bush, Colin Powell.
La crisis energética de trasfondo
La verdad por la cual se orquestó el 11/S indica que a principios de 2001 la prioridad de Bush no era el “terrorismo” ni las “armas de destrucción masiva”. Fue la crisis energética más severas de la historia de los EE.UU. que entre los años 2000 y 2001, que golpeó principalmente al estado de California, con incremento de precios de hasta un 800 por ciento.
La escasez de petróleo y gas puso de manifiesto que EE.UU. tenía un déficit tal que lo hacía vulnerable a la vista de los países productores-exportadores de la OPEP. Y ese era un riesgo para su “seguridad nacional”, en materias como el abasto, los altibajos de los precios, la extracción y venta en términos de los productores, etcétera. Tan solo ese año las importaciones aumentaron un 50 por ciento, ¡del total del consumo en su historia!
Un impacto de “la desintegración vertical del sector eléctrico en California, junto con la crisis energética de 2000-2001… que pusieron en duda los procesos de desintegración y desregulación de los mercados eléctricos llevados a cabo en diferentes países, sobre todo en los latinoamericanos… (En: “La crisis del sector eléctrico en California 2000–2001”), de todo el periodo neoliberal que desató la globalización.
De ahí que resolver el tema energético se convertiría en el principal objetivo, según lo admitiera el propio Bush. Los requerimientos de energía era clave para abastecer a los sectores de la economía real: el automotriz, aeronáutica, construcción, petroquímica y agricultura. Resolver ese asunto era la gran tarea.
Para ello se nombró al vicepresidente Dick Cheney, para que desarrollara el plan de largo plazo. Cheney, distinguido Republicano, había sido secretario de Defensa y presidente de Halliburton, y pidió asesoría a la Enron. La solución era urgente, como que la dependencia de las importaciones vulneraba la seguridad energética y nacional del EE.UU.
Para eso estaba el Golfo Pérsico. Y para ello el “terrorismo de Estado” funcional como instrumento. El saldo fue la orquestación terrorista del 11/S, la operación criminal de “falsa bandera”.
¿Qué le espera al mundo, entonces, con esa suerte de retorno a los escenarios de neoguerra fría como “guerra contra el terror” en esta nueva etapa? A un EE.UU. capaz de morir en el intento. Con escenarios complejos y estrategias de guerra sofisticada. Como vemos siempre con la llamada “guerra híbrida” que opera mediante el “golpe blando”, cuando de golpes de Estado contra gobiernos no afines se trata.
Ya sabemos que para estos asuntos se pintan solos los organismos de la “seguridad nacional” estadounidense, encabezados por el Departamento de Estado, la CIA, las embajadas estadounidenses, entre otros “guardianes” de la democracia que pregona, pero no con el ejemplo.
Ante eso, es claro que poco importa la seguridad nacional de terceros. Porque el “derecho internacional” y las instituciones creadas ex profeso, fueron hechas para resguardar los intereses del imperio, para “legitimarlos” sin juzgar a los promotores de los golpes de Estado, de las invasiones a países por o el robo de recursos naturales, como el hurto ahora del petróleo en Oriente Medio.
A esto responde la política poco clara de Biden, como no está plasmada en su "estratégica provisional de seguridad nacional”, atenta solo atender asuntos generales como la pandemia global, la recesión económica, la crisis de justicia racial y una emergencia climática cada vez más profunda. Siempre sin decir cómo lo logrará. Porque su administración no lo sabe o lo está ocultando deliberadamente.
Claro que para Biden es clave mantener el statu quo de los billonarios, tenerlos contentos con acciones como: revitalizar la democracia, vivir conforme a los ideales y valores estadounidenses; defender sus valores en el extranjero, incluso mediante la unión de las democracias del mundo para combatir las amenazas a sociedades libres.
Más a estas alturas eso es como el American way of live, que está a punto de caerse en pedazos porque ya no responde a los fines para los que fue creado. Biden y un gabinete no da luz, no la refleja en sus planes, por lo cual se encamina al fracaso. Un motivo más para el hundimiento del imperio estadounidense en la era postpandémica que se inauguró el 2020.
Carteles de la droga mexicanos, en la mira
El terrorismo funciona perfecto para desestabilizar países y regiones enteras, porque así lo quiere el Departamento de Estado de EE.UU. Y el narcotráfico también, al ser usado para derrocar gobiernos y destruir sociedades completas. Eso encubre a su vez negocios ilícitos billonarios. Claro que entre una y otra actividad hay diferencias, pero no falta más de alguno que los quiera equiparar.
El 15 de abril pasado el gobernador de Texas, Gregg Abbott, solicitó al presidente Biden que designe “organizaciones terroristas” a los carteles mexicanos. Un día antes la administración Biden anunció sanciones contra un dirigente del Cartel Jalisco Nueva Generación (CJNG). La misiva se hizo extensiva a la vicepresidenta Kamala Harris, a quien el presidente Biden encargó atender el tema migratorio del sur.
El gobernador Abbott no ignora que el problema no es solo de México ni se inició acá, o que el negocio se maneja desde su propio país, como ocurre con la venta de armas en el sur de Texas sin control alguno. Qué decir de las ganancias que van a parar al sistema financiero estadounidense, o cuando se incautan las cuentas de los narcos mexicanos detenidos.
El tema no es nuevo, pero sí peligroso. Porque la categorización de “organizaciones terroristas” metería a México en situación semejante a Venezuela —repudiable, claro está—, como se hace contra Maduro desde el gobierno de Obama a la fecha, que permanentemente es acosado con fines desestabilizadores, para derrocarlo y “administrar” las reservas energéticas venezolanas.
Ese es el interés principal de EE.UU. contra Venezuela, ¿pero también de México? Otra vez bajo el pretexto de su “seguridad energética” y nacional. Porque ambos gobiernos apuntan a conquistar su soberanía energética, para no depender de las importaciones de gas, gasolinas y otros combustóleos de ningún país.
Pero con todo derecho, salvo los candados legales establecidos en los acuerdos comerciales suscritos, como “América del Norte”, donde se encuentra Canadá también. Pero ni así se justifica la amenaza del gobernador texano.
Mucho menos cuando la frontera nos alcanzó geográficamente, y no al revés. Por lo mismo, hay calidad moral suficiente en México para repudiar el “terror” bajo cualquier pretexto o argumento de “falsa bandera”.
Como en toda Latinoamérica. Que no ven la paja en el ojo ajeno, sino la viga en el propio. Ya luego hablamos.
Salvador González Briceño es director de geopolítica.com y editor de Voces del Periodista
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