La epidemia de Covid-19 está afectando el mundo entero. Pero la mortalidad va de un 0,0003% en China a un 0,016% en Estados Unidos, o sea 50 veces más que en China.
Esta gran diferencia podría explicarse aduciendo particularidades genéticas, pero la causa fundamental son las diferencias en el enfoque médico, lo cual demuestra que Occidente ha dejado de ser el “centro” de la Razón y de la Ciencia.
Hace un año ya, la epidemia de Covid-19 alcanzaba el mundo occidental, al llegar a Italia. Hoy tenemos un poco más de información sobre este virus, pero las naciones occidentales persisten en su erróneo enfoque inicial.
1- ¿Qué es un virus?
La Ciencia es por definición algo universal, observa los fenómenos y construye hipótesis para explicarlos. Sin embargo, la Ciencia se expresa en lenguas y culturas diferentes y esto es fuente de malentendidos y confusión cuando desconocemos las particularidades de esas lenguas y culturas diversas.
Por ejemplo, según la definición europea de la vida, los virus son seres vivos mientras que según la definición anglosajona son simples mecanismos. Esta diferencia cultural determina la existencia de comportamientos diferentes. Los anglosajones consideran que los virus deben ser destruidos mientras que los europeos estimaban –hasta el año pasado– que hay que adaptarse a ellos.
No quiero decir con esto que los europeos sean superiores a los anglosajones o viceversa, ni tampoco que unos y otros sean incapaces de actuar de manera diferente a lo que inicialmente les inducen sus culturas respectivas. Sólo quiero decir que cada cual entiende el mundo a su manera. El problema es que todos debemos esforzarnos por tratar de entender a los demás y sólo seremos capaces de hacerlo si mantenemos nuestra mente abierta a esas diferencias.
Occidente es ciertamente un conjunto político más o menos homogéneo, pero también es cierto que se compone de al menos dos culturas muy diferentes. Aunque los medios masivos de difusión ignoran sistemáticamente esas diferencias, nosotros –por el contrario– debemos estar conscientes de ellas.
Si pensamos que los virus son seres vivos, debemos compararlos a los parásitos, que tratan de vivir de su receptor, sin pretender matarlo ya que ellos mismos también morirían. Más bien se adaptan a la especie receptora para vivir de ella sin llegar a matarla. Así que las variantes del Covid-19 no son los «jinetes del Apocalipsis» sino una expresión de la evolución de las especies.
El principio del confinamiento de las poblaciones sanas fue concebido en 2004 por el entonces secretario de Defensa de Estados Unidos, Donald Rumsfeld, y su objetivo no era luchar contra ninguna enfermedad sino provocar un desempleo masivo para militarizar las sociedades occidentales [1].
Ese principio de confinamiento de las poblaciones sanas fue difundido en Europa por el doctor Richard Hatchett, entonces consejero de Salud en el Pentágono y hoy presidente de la Coalición para las Innovaciones en Preparación para Epidemias (CEPI, siglas en inglés).
Fue además el doctor Richard Hatchett quien inició la moda de referirse a la epidemia de Covid-19 como si fuese una guerra, imponiendo sencillamente la expresión «¡Estamos en guerra!», inmediatamente retomada por el presidente de Francia, Emmanuel Macron.
Simultáneamente, si pensamos que los virus son seres vivos no se puede dar crédito a los modelos epidémicos del profesor Neil Ferguson, del Imperial College londinense, y sus discípulos, como Simon Cauchemez, del Consejo Científico del presidente francés, Emmanuel Macron.
Por definición, ninguna especie viviente tiene un crecimiento exponencial ya que cada especie se autoregula en función de su entorno. Trazar la curva del inicio de la epidemia para acabar extrapolándola es un disparate intelectual. Por cierto, Neil Ferguson ha vivido prediciendo catástrofes que finalmente nunca ocurren [2].
2- ¿Qué hacer ante una epidemia?
Históricamente, todas las epidemias se han combatido con éxito conjugando medidas de aislamiento de las personas contagiadas y el fortalecimiento de la higiene.
Tratándose de una epidemia de origen viral, la higiene no tiene como objetivo la eliminación del virus sino luchar contra las enfermedades bacterianas que se desarrollan en el organismo del enfermo.
Por ejemplo, la llamada «gripe española», que asoló numerosos países desde 1918 hasta 1920, es una enfermedad viral. En realidad era un virus benigno pero, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, las malas condiciones de higiene permitieron el desarrollo de enfermedades bacterianas oportunistas que mataban grandes cantidades de pacientes.
Desde el punto de vista médico, el aislamiento se aplica únicamente a las personas contagiadas. En toda la historia mundial de la medicina nunca se confinó la población sana como medio de luchar contra una enfermedad. Usted, estimado lector, no podrá encontrar, en ningun país del mundo, ni un solo tratado médico escrito hace más de un año que plantee la adopción de tal medida.
Los confinamientos actuales de poblaciones sanas no son medidas de carácter médico o político sino de orden administrativo. No apuntan a hacer disminuir la cantidad de personas contagiadas sino sólo a evitar que todos se contagien al mismo tiempo para que no se congestionen los hospitales.
El verdadero objetivo de estos confinamientos es compensar las carencias debidas a la mala gestión de los servicios de salud. La mayoría de las epidemias virales suelen durar 3 años. Pero la epidemia de Covid-19 se verá prolongada por los confinamientos administrativos.
Los confinamientos practicados en China tampoco eran de naturaleza médica. Fueron la intervención del poder central frente a los errores de los poderes locales y estaban vinculados más bien a la tradición china del «mandato celestial» [3].
Nunca ha sido eficaz el uso de mascarillas quirúrgicas por las personas sanas para protegerse de un virus que se adquiere a través de las vías respiratorias. Antes del Covid-19, ninguno de los virus respiratorios conocidos se transmitía a través de las microproyecciones de saliva sino por aerosoles. Lo único realmente eficaz serían las máscaras antigases.
Por supuesto, es posible que el Covid-19 sea el primero de un nuevo tipo de gérmenes, pero esa hipótesis puramente racional resulta poco razonable [4].
Esa precisamente fue la hipótesis que se planteó con la aparición del Covid-2, el virus del Síndrome Respiratorio Agudo Grave (SARS, siglas en inglés), pero ya fue abandonada.
Es importante recordar el Covid-2 no afectó solamente Asia en 2003-2004 sino que también se extendió a Occidente. El SARS fue una epidemia similar a la actual y las personas que se contagian con el Covid-2 hoy reciben tratamientos a base de interferón alfa e inhibidores de proteasas. No hay vacuna contra el virus que provoca el SARS.
3- ¿Es posible dar tratamiento médico a personas afectadas por una enfermedad desconocida?
Enfrentar un virus desconocido no impide dar tratamiento médico a los síntomas que esta provoca. Sólo así se aprende a conocer la enfermedad.
Los responsables políticos occidentales han optado por no investigar los posibles tratamientos curativos para las personas ya contagiadas con el Covid-19.
Han apostado todo [los presupuestos de salud de sus países] a las vacunas. Esa decisión va en contra del juramento de Hipócrates, que supuestamente rige la labor de todo médico en Occidente.
Por supuesto, son numerosos los médicos occidentales que siguen trabajando en la búsqueda de medicamentos y tratamientos para las personas que ya han contraído el Covid-19, pero lo hacen con la mayor discreción, sin lo cual serían objeto de sanciones en el seno de la profesión o en el plano administrativo.
Pero en los países no occidentales ya se habla de medicamentos utilizados con éxito para tratar los casos de Covid-19.
Ya a principios de 2020 –o sea antes de que el Covid-19 llegara a Occidente–, Cuba mostró casos de Covid-19 curados con pequeñas dosis de Interferón Alfa 2B recombinante (IFNrec). En 2021, China construyó una fábrica para garantizar la producción a gran escala de ese medicamento cubano y desde entonces lo utiliza en ciertos tipos de enfermos [5].
China utilizó un medicamento ya conocido por su eficacia contra el paludismo: el fosfato de cloroquina.
Basándose en la experiencia china, el profesor francés Didier Raoult comenzó a utilizar la hidroxicloroquina –medicamento del cual este científico francés es una de los mayores conocedores a nivel mundial.
En numerosos países la hidroxicloroquina está siendo utilizada con éxito para los casos de Covid-19, a pesar de las fake news publicadas en The Lancet en los medios de la prensa dominante, los cuales se empeñan en presentar ese medicamento, que ya era utilizado corrientemente en miles de millones de pacientes, como un veneno mortal.
Los países que han adoptado la opción inversa a la de los países occidentales, o sea que han optado por la búsqueda de tratamientos en vez de apostar todo a las vacunas, han ido perfilando un coctel de medicamentos poco onerosos (como la hidroxicloroquina y la ivermectina) para dar tratamiento a los enfermos de Covid-19 (ver la imagen al final de este párrafo).
Los resultados han sido tan espectaculares que en Occidente prefieren poner en duda las cifras que esos países –con China en primera línea– han dado a conocer.
Imagen de un documento confidencial suizo. Los medicamentos que aparecen en esta lista se venden a menudo bajo apelaciones diferentes, en dependencia de las firmas que los producen y los países donde se comercializan.
Y finalmente, Venezuela ya inició la distribución masiva del Carvativir, un medicamento elaborado a base de tomillo (Thymus), que también ha dado resultados espectaculares en el tratamiento de casos de Covid-19. Google y Facebook (también lo estuvo haciendo Twitter) censuran toda información sobre el Carvativir, con el mismo celo que puso The Lancet en desacreditar la hidroxicloroquina.
4- ¿Cómo terminará est epidemia?
En los países que han optado por las respuestas médicas aquí mencionadas, el Covid-19 sigue estando presente pero el número de casos es sensiblemente menor a las proporciones que la epidemia ha alcanzado en Occidente y las vacunas se reservan para las personas más expuestas al contagio.
Pero en Occidente, donde se esconden las posibilidades de tratamiento, médico, se actúa como si la única solución fuese vacunar a toda la población.
Poderosos grupos de presión de las grandes transnacionales farmacéuticas estimulan el uso masivo de costosas vacunas y se silencian las posibilidades de medicamentos muchísimo menos caros, a los que podría recurrir prácticamente cualquier enfermo. Incluso estamos viendo la aparición de graves rivalidades entre los Estados occidentales, que se disputan la posesión de cargamentos de vacunas en detrimento de sus “aliados”.
Se supone que Occidente dedicó al menos 400 años a la búsqueda de la Razón. Se supone también que Occidente era el portavoz de la Ciencia. Pero, actualmente Occidente ha dejado de ser razonable. Todavía tiene grandes científicos, como el profesor Didier Raoult, y conserva una importante ventaja en el campo técnico –así lo demuestran las vacunas de ARN mensajero.
Pero Occidente ha perdido el rigor necesario para razonar científicamente. Y en cuanto a la ventaja en el plano técnico, lo cierto es que hay regiones de Occidente que simplemente la han perdido ya que los países anglosajones –Reino Unido y Estados Unidos– han logrado desarrollar y fabricar vacunas con ARN mensajero, pero la Unión Europea ha sido incapaz de hacerlo, lo cual indica que ha perdido su inventiva.
El centro del mundo ya no está en el mismo lugar.
[1] «Covid-19 y “Amanecer Rojo”», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 28 de abril de 2020.
[2] «Covid-19: Neil Ferguson, el Lysenko del liberalismo», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 19 de abril de 2020.
[3] «Covid-19: propaganda y manipulación», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 21 de marzo de 2020.
[4] «Pánico y absurdo político ante la pandemia», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 7 de abril de 2020.
[5] «El mundo después de la pandemia», por Thierry Meyssan, Red Voltaire, 17 de marzo de 2020.